La publicación por parte de WikiLeaks de Vault 7, un archivo con más de ocho mil documentos detallando algunas de las técnicas que los espías de la CIA utilizan para acceder a información en dispositivos iOS o Android, en nuestros ordenadores, al uso de televisores inteligentes para escuchar conversaciones o a varias prácticas más igualmente escalofriantes es sin duda preocupante y reaviva las tensiones entre las empresas tecnológicas y las agencias gubernamentales de espionaje… pero resulta escasamente sorprendente. En realidad, no es más que la constatación de un hecho evidente: que las agencias de espionaje se adaptan al ecosistema que les rodea como ocurre en la práctica totalidad de las actividades, que el ecosistema ahora está formado por dispositivos permanentemente conectados a través de redes, y que el “kit del espía” de hoy ya no consta de una lupa, una linterna, una pistola o una barba postiza, sino de un ordenador y una conexión.
La función de una agencia gubernamental de espionaje es la que es: espiar. Que ese espionaje se lleve a cabo para tratar de garantizar la seguridad de los ciudadanos o para preservar un régimen determinado es otra cuestión que depende del concepto de política, de libertades o de ética del gobierno de cada país. A estas alturas, escandalizarnos porque haya espías o porque los espías se dediquen a espiar está en algún punto entre lo muy ingenuo y lo directamente idiota, y extrañarnos porque esos espías adapten sus métodos a los tiempos en que vivimos es poco menos que absurdo: dado que supuestamente aceptamos – aunque nadie nos lo haya preguntado – que los gobiernos de los países tienen que tener espías y que tenemos que pagar por ellos, ¿preferiríamos que estos siguiesen utilizando herramientas que hoy resultarían a todas luces inútiles, o preferimos que estén “a la última”?
Obviamente, la respuesta a esa pregunta es un “depende” como una casa de grande. En primer lugar, porque obviamente preferiríamos que no tuviese que haber espías. Pero dado que no vivimos en un mundo de piruleta y pensar que “todos somos muy buenos y los espías no hacen falta” no parece llevar a ningún sitio, habrá que plantear los distintos escenarios. Si en un país entendemos que los espías son utilizados para tratar de atrapar a los terroristas, a los narcotraficantes, a los delincuentes o al resto de amenazas para los ciudadanos, seguramente desearemos que esos espías tengan las mejores herramientas disponibles, y que aquellas que no tengan o no existan, sean capaces de inventárselas. Si por el contrario, en un país pensamos que los espías son utilizados para controlar a la población, para detectar de forma temprana protestas o brotes de insurgencia, para perseguir a quienes piensen diferente o a quienes no hagan caso de normas o leyes contrarias a los derechos humanos, la idea de que esos espías tengan las mejores herramientas nos resultará aterradora. No es lo mismo ser un ciudadano en un país plenamente democrático que espera que los espías de su gobierno sean capaces de detectar una célula terrorista que prepara un atentado en el centro de su ciudad, que ser un homosexual que vive en un país islámico, un activista pro-derechos humanos que vive en una dictadura, o un no creyente viviendo en una teocracia.
Lo único que demuestra el último leak de WikiLeaks es que el mundo sigue siendo igual de complejo que como lo era hace veinte años. Hace veinte años espiaban nuestros teléfonos, nuestras conversaciones con micrófonos o leyendo nuestros labios, nuestras cartas o nuestros desplazamientos, y ahora espían nuestros dispositivos electrónicos conectados, que dentro de poco serán prácticamente todos nuestros dispositivos. Por mucho que nos pueda resultar preocupante o indignante… es lo que hay. Lo que a todas luces resultaba ingenuo era pensar que esos espías, se utilicen para lo que sea que se utilicen, iban a estar ahí, sentados mano sobre mano y utilizando los mismos recursos que tenían a su disposición en tiempos de la guerra fría. Lo normal es que su actividad evolucione, y que al tiempo que las compañías tecnológicas se afanan por utilizar tecnologías cada vez más avanzadas para proteger a sus usuarios, los espías se afanen, a su vez, por encontrar más y mejores técnicas para seguir espiándolos. Nos guste o no, spies gonna spy.
¿Es bueno que haya leaks como este? Por un lado, nos llevan a vivir en una sociedad más transparente, a conocer más lo que ocurre con nuestros datos y nuestras comunicaciones, y pone presión tanto en los espías como en las compañías tecnológicas. Por otro, pueden crear un estado de psicosis colectiva que podría llevarnos a dejar de hacer algunas cosas que deberíamos tener libertad para hacer, a otros a dejar de intentar cosas que sin duda no deberían intentar, y a espías de determinados países menos desarrollados a aprender a espiar a sus ciudadanos mejor o con técnicas más avanzadas, con todo lo que ello puede conllevar. Como casi todo en este contexto, los leaks no son ni buenos, ni malos: simplemente son.
En ese sentido, habra que apreciar los esfuerzos de las compañías por arreglar los agujeros de seguridad que permitían que los espías actuasen, y que tomar una actitud pragmática y, sobre todo, no tremendista: no, las personas normales que vivimos bajo regímenes políticos normales no solemos, por lo general, ser espiados por nadie. No, la CIA no ha conseguido crackear el cifrado de Signal, ni el de WhatsApp, ni el de Telegram, ni muchos otros, por mucho que se haya dicho… lo que sí han encontrado son métodos para acceder a los dispositivos que originan o reciben los mensajes, lo que puede permitir que lean esos mensajes en el punto de origen o de destino. Pero no, no tienes que borrar las apps que creías seguras porque te hayan dicho que ya no lo son, y además, lo normal es que las estés usando para cosas que tienen entre cero y ningún interés para los espías de tu gobierno. Y si no es así, y no eres ni un terrorista ni ningún tipo de malvado, preocúpate. Pero no por los espías, sino por tu gobierno. El problema, una vez más, no está en la tecnología, sino en quién la usa y para qué.
La publicación por parte de WikiLeaks de Vault 7, un archivo con más de ocho mil documentos detallando algunas de las técnicas que los espías de la CIA utilizan para acceder a información en dispositivos iOS o Android, en nuestros ordenadores, al uso de televisores inteligentes para escuchar conversaciones o a varias prácticas más igualmente escalofriantes es sin duda preocupante y reaviva las tensiones entre las empresas tecnológicas y las agencias gubernamentales de espionaje… pero resulta escasamente sorprendente. En realidad, no es más que la constatación de un hecho evidente: que las agencias de espionaje se adaptan al ecosistema que les rodea como ocurre en la práctica totalidad de las actividades, que el ecosistema ahora está formado por dispositivos permanentemente conectados a través de redes, y que el “kit del espía” de hoy ya no consta de una lupa, una linterna, una pistola o una barba postiza, sino de un ordenador y una conexión.
La función de una agencia gubernamental de espionaje es la que es: espiar. Que ese espionaje se lleve a cabo para tratar de garantizar la seguridad de los ciudadanos o para preservar un régimen determinado es otra cuestión que depende del concepto de política, de libertades o de ética del gobierno de cada país. A estas alturas, escandalizarnos porque haya espías o porque los espías se dediquen a espiar está en algún punto entre lo muy ingenuo y lo directamente idiota, y extrañarnos porque esos espías adapten sus métodos a los tiempos en que vivimos es poco menos que absurdo: dado que supuestamente aceptamos – aunque nadie nos lo haya preguntado – que los gobiernos de los países tienen que tener espías y que tenemos que pagar por ellos, ¿preferiríamos que estos siguiesen utilizando herramientas que hoy resultarían a todas luces inútiles, o preferimos que estén “a la última”?
Obviamente, la respuesta a esa pregunta es un “depende” como una casa de grande. En primer lugar, porque obviamente preferiríamos que no tuviese que haber espías. Pero dado que no vivimos en un mundo de piruleta y pensar que “todos somos muy buenos y los espías no hacen falta” no parece llevar a ningún sitio, habrá que plantear los distintos escenarios. Si en un país entendemos que los espías son utilizados para tratar de atrapar a los terroristas, a los narcotraficantes, a los delincuentes o al resto de amenazas para los ciudadanos, seguramente desearemos que esos espías tengan las mejores herramientas disponibles, y que aquellas que no tengan o no existan, sean capaces de inventárselas. Si por el contrario, en un país pensamos que los espías son utilizados para controlar a la población, para detectar de forma temprana protestas o brotes de insurgencia, para perseguir a quienes piensen diferente o a quienes no hagan caso de normas o leyes contrarias a los derechos humanos, la idea de que esos espías tengan las mejores herramientas nos resultará aterradora. No es lo mismo ser un ciudadano en un país plenamente democrático que espera que los espías de su gobierno sean capaces de detectar una célula terrorista que prepara un atentado en el centro de su ciudad, que ser un homosexual que vive en un país islámico, un activista pro-derechos humanos que vive en una dictadura, o un no creyente viviendo en una teocracia.
Lo único que demuestra el último leak de WikiLeaks es que el mundo sigue siendo igual de complejo que como lo era hace veinte años. Hace veinte años espiaban nuestros teléfonos, nuestras conversaciones con micrófonos o leyendo nuestros labios, nuestras cartas o nuestros desplazamientos, y ahora espían nuestros dispositivos electrónicos conectados, que dentro de poco serán prácticamente todos nuestros dispositivos. Por mucho que nos pueda resultar preocupante o indignante… es lo que hay. Lo que a todas luces resultaba ingenuo era pensar que esos espías, se utilicen para lo que sea que se utilicen, iban a estar ahí, sentados mano sobre mano y utilizando los mismos recursos que tenían a su disposición en tiempos de la guerra fría. Lo normal es que su actividad evolucione, y que al tiempo que las compañías tecnológicas se afanan por utilizar tecnologías cada vez más avanzadas para proteger a sus usuarios, los espías se afanen, a su vez, por encontrar más y mejores técnicas para seguir espiándolos. Nos guste o no, spies gonna spy.
¿Es bueno que haya leaks como este? Por un lado, nos llevan a vivir en una sociedad más transparente, a conocer más lo que ocurre con nuestros datos y nuestras comunicaciones, y pone presión tanto en los espías como en las compañías tecnológicas. Por otro, pueden crear un estado de psicosis colectiva que podría llevarnos a dejar de hacer algunas cosas que deberíamos tener libertad para hacer, a otros a dejar de intentar cosas que sin duda no deberían intentar, y a espías de determinados países menos desarrollados a aprender a espiar a sus ciudadanos mejor o con técnicas más avanzadas, con todo lo que ello puede conllevar. Como casi todo en este contexto, los leaks no son ni buenos, ni malos: simplemente son.
En ese sentido, habra que apreciar los esfuerzos de las compañías por arreglar los agujeros de seguridad que permitían que los espías actuasen, y que tomar una actitud pragmática y, sobre todo, no tremendista: no, las personas normales que vivimos bajo regímenes políticos normales no solemos, por lo general, ser espiados por nadie. No, la CIA no ha conseguido crackear el cifrado de Signal, ni el de WhatsApp, ni el de Telegram, ni muchos otros, por mucho que se haya dicho… lo que sí han encontrado son métodos para acceder a los dispositivos que originan o reciben los mensajes, lo que puede permitir que lean esos mensajes en el punto de origen o de destino. Pero no, no tienes que borrar las apps que creías seguras porque te hayan dicho que ya no lo son, y además, lo normal es que las estés usando para cosas que tienen entre cero y ningún interés para los espías de tu gobierno. Y si no es así, y no eres ni un terrorista ni ningún tipo de malvado, preocúpate. Pero no por los espías, sino por tu gobierno. El problema, una vez más, no está en la tecnología, sino en quién la usa y para qué.
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