No cabe duda de que
el software libre es una de las tecnologías que más controversias provoca desde hace varias décadas, en especial porque su filosofía sobre el modo en que se elabora y distribuye es muy distinta a aquella a la que estamos acostumbrados, y porque su modelo de negocio acredita que una empresa tecnológica puede funcionar de forma diferente a la del tradicional software privativo y ser rentable.
En estas circunstancias, es lógico que se produzca un cruce de afirmaciones contrapuestas acerca de qué es el propio software libre y por qué se caracteriza su desarrollo y utilización, ya sea debido a simple desconocimiento, a incomprensión o al habitual juego limpio o sucio de la competencia. Pero que sea lógico no significa que la obligación de separar el grano de la paja respecto a esta tecnología carezca de importancia, aunque sólo sea por garantizar un mínimo de rigor y honestidad intelectual en este debate: al final, lo indispensable es la precisión informativa, que el público conozca lo que de verdad le ofrece el software libre y decida cabalmente si desea usarlo, y que aquellas personas con puestos de responsabilidad en gestión de recursos estén al tanto de todas sus posibilidades para elegir lo que más convenga.
Una definición de software libre
El software libre es aquel que, tras su adquisición, puede ser utilizado, copiado, analizado, modificado y redistribuido por los usuarios con total libertad, gracias al código abierto u open source; es necesario que siempre se den estas condiciones para que sea considerado así. Pero no hay que confundir “libre” con “gratuito” pues, mientras conserve estas características, no hay problema con que sea distribuido comercialmente; es decir, el conocido como freeware no es software libre: se distribuye y se usa sin coste alguno por lo general, pese a que lo primero depende de la licencia determinada, pero nunca se puede alterar el programa en concreto. Y tampoco hay que confundirlo con el software de dominio público, que no requiere licencia de ningún tipo para su uso porque pertenece a todos, mientras que el software libre, siempre respetando sus principios fundamentales, funciona con distintas licencias, o sea, autorizaciones legales para explotar los programas: GNU GPL, AGPL, de estilo BDS o MPL y derivadas.
La Licencia Pública General de GNU, la GPL, conserva los derechos de autor, el copyright, y permite la redistribución y la modificación siempre con componentes de la misma licencia; pero si se mezcla el código con otro de una licencia distinta, el resultado será en esta, que es empleada aproximadamente por el 60% del software libre existente. En cambio, la Licencia Pública General de Affero es igual que la primera pero con un requisito más: la obligatoriedad de distribuir el software si se ejecuta para servicios en una red de ordenadores. Por otra parte, la licencia de estilo BSD, como su propio nombre indica, es la de software que se dispensa con sistemas operativos Berkeley Software Distribution, derivados del sistema Unix con aportaciones de la Universidad de California en Berkeley, y preserva el copyright sólo para renunciar a la garantía y con objeto de atribuir adecuadamente la autoría en las modificaciones elaboradas. Además, la licencia de estilo MPL, esto es, Mozilla Public License, y sus derivaciones fomentan muy bien la colaboración, evitan la viralidad de la GPL y se utilizan en una ingente cantidad de sistemas operativos y otros productos de software libre.
Por otra parte, los titulares de derechos de autor de software con licencia copyleft, para la distribución libre de copias y versiones alteradas, tienen la libertad de modificarlo, con el copyright primero, y comercializarlo con la licencia que más les convenga, al margen de la distribución del programa original como software libre.
Las ideas erróneas más habituales acerca del software libre
Es bastante común encontrar las mencionadas confusiones entre esta tecnología, el freeware y el de dominio público, pero también nos podemos tropezar con suma facilidad con una serie de ideas que no se corresponden en absoluto con la realidad del software libre.
Muchas personas piensan, por ejemplo, que esta tecnología no respeta las patentes ni los derechos de autor, lo cual tiene poco sentido porque sus desarrolladores no utilizan software privativo y, por lo tanto, ni huelen las patentes; lo que no significa que ellos mismos pierdan sus derechos como autores de los programas de software libre: lo único que ocurre es que liberan la utilización de los que han elaborado conforme a los principios de esta tecnología. O hay quien le echa la culpa a su dinámica de que se patenten modificaciones de códigos fuente privados, cuando el software libre no guarda relación alguna con los vacíos o paraguas legales que posibilitan que eso ocurra. E incluso podemos conocer a gente que cree que los programas de software libre son pirateados o de licencias caducadas, cuando su desarrollo es del todo independiente y aprovecha lo que ya existe en esta misma tecnología para trabajar en nuevas versiones mejoradas, pero nunca fusilando código ajeno, sin el permiso correspondiente de su autor ni aguardando a que una licencia caduque, dado que los desarrolladores de software libre ya disponen de suficientes códigos abiertos para contribuir con sus aportaciones.
Pero de lo más sorprendente que uno puede escuchar acerca de esta tecnología, como señala el consultor internacional en políticas tecnológicas y comunicaciónRamón Ramón, es que “no se trata de un sistema profesional”, que se compone de productos de mala calidad, hasta chapuceros, porque el software lo manosean demasiadas personas y semejante proceso de trabajo no comporta la seriedad debida, la de las empresas que fabrican y distribuyen software privativo, supuestamente, de las que, en general, nadie pone en duda su eficiencia de todos modos. Y lo que no saben o no han llegado a comprender los que opinan de tal manera es que, en primer lugar, los desarrolladores de software libre pueden ser y son tan profesionales como los de software privativo y que, según un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos y la Oberta de Catalunya, casi la mitad de estos programadores desarrollan también software privativo y pueden vivir de ambas labores, una imagen que desmiente cierta percepción de fanáticos que existe sobre ellos; que por la propia dinámica de desarrollo del software libre, sin limitaciones de acceso al código y con la posibilidad de testear un programa o sistema operativo de inmediato, las mejoras y los avances son más rápidos. Además, como refiere David Úbeda, uno de los responsables de la Oficina de Software Libre de la Universidad Miguel Hernández, que es la que más ha destacado en el último Ranking de universidades en Software Libre (RuSL), en cuanto a los entornos de producción, Top500.org publicó un monográfico sobre “el dominio aplastante de GNU/Linux en supercomputadores”.
Úbeda considera, por otra parte, que “las críticas destructivas contra el software libre se suelen realizar desde el desconocimiento”, críticas de las que se deriva la idea de que el software libre es malo para el progreso del mercado tecnológico, y se suele añadir que, como es gratis, no genera movimiento económico, que acaba con la innovación y supone la desaparición de las pequeñas empresas desarrolladoras. En realidad, si muchas cabezas piensan más y mejor que unas cuantas, no es descabellado pensar que muchos desarrolladores de software libre puedan trabajar más y mejor que sólo unos cuantos de software privativo, y si pueden vivir de ello, como ocurre con el 65% de los programadores de software libre, es de cajón que esta tecnología fortalece el mercado. Y puesto que no tiene por qué ser gratuita ya que el código abierto y modificable no quita que los sistemas, programas o aplicaciones se puedan vender, como cobrar por el soporte, la distribución y los tutoriales de uso, todo ello genera un interesante movimiento económico. El cual de ningún modo mata el impulso innovador por la propia dinámica de crecimiento exponencial del desarrollo en abierto, en la que no hay barreras más que los límites de la creatividad particular. Y siendo conscientes de que el 90% del software libre que se elabora en el mundo se hace por encargo, uno sabe que multitud de empresas desarrolladoras se mantienen activas gracias a ello. Además, la Fundación Linux calcula que el valor financiero del kernel de su plataforma es de unos 2.200 millones de euros.
Juan Julián Merelo, director de la Oficina de Software Libre de la Universidad de Granada, que es la más activa de España según el RuSL, cuenta que la mayor falsedad que se ha encontrado en los últimos tiempos acerca de esta tecnología es “que no tiene soporte”. La verdad es que uno puede “comprarlo, en general, para cualquier herramienta de software libre, desde el servidor Apache o nginx hasta bases de datos como PostgreSQL o sistemas completos como Drupal. Precisamente el argumento es el contrario: con software privativo sólo tienes soporte de la empresa que lo fabrica o sus preferred partners. Con software libre, pymes, empresas locales o autónomos con experiencia te pueden prestar soporte”.
Mención aparte merece la idea de que los programas de software libre son incompatibles con sistemas operativos privativos, cuando la verdad es todo lo contrario pues, de otro modo, la difusión de esta tecnología sería mucho más pobre, o de que no son válidos para sistemas críticos, de importancia estratégica, porque no resultan seguros, cuando el código abierto garantiza que cualquiera pueda comprobar la seguridad de todos los programas y, como añade Ramón Ramón, que la mismísima Bolsa de Nueva York migrara al sistema operativo Linux es una muestra de la confianza que se puede depositar en él.
El mismo Ramón, por otro lado, comenta que una de las falsedades que más escucha acerca del software libre, sobre todo en despachos de altos funcionarios gubernamentales, es que esta tecnología “es solo para países ricos o para momentos de bonanza económica y despilfarro”. Algunos pensamos que, en verdad, es durante la época de prosperidad cuando hay que ahorrar en lo posible, pues es el periodo en que se cuenta con capital para ello. Pero la ocurrencia que señala Ramón se basa en la idea errónea de que el uso de software libre es más oneroso que el privativo, cuando el ahorro del pago de licencias elimina parte importante del coste de uso.
Sin embargo, a pesar de estas concepciones tan frecuentes que, como digo, no se ajustan a la realidad tecnológica, según el último informe sobre Valoración del Software Libre en la sociedad, confeccionado por PortalProgramas.com con encuestas en 16 países hispanohablantes y en las que participaron 1.500 personas, el 70% de los encuestados ha usado o usa programas de software libre a diario y el 80% contestó afirmativamente a la pregunta de si siente confianza en esta tecnología. Así que, a la vista de estos datos, parece que el rigor y la honestidad intelectual están ganando la batalla en el debate acerca del software libre.
En estas circunstancias, es lógico que se produzca un cruce de afirmaciones contrapuestas acerca de qué es el propio software libre y por qué se caracteriza su desarrollo y utilización, ya sea debido a simple desconocimiento, a incomprensión o al habitual juego limpio o sucio de la competencia. Pero que sea lógico no significa que la obligación de separar el grano de la paja respecto a esta tecnología carezca de importancia, aunque sólo sea por garantizar un mínimo de rigor y honestidad intelectual en este debate: al final, lo indispensable es la precisión informativa, que el público conozca lo que de verdad le ofrece el software libre y decida cabalmente si desea usarlo, y que aquellas personas con puestos de responsabilidad en gestión de recursos estén al tanto de todas sus posibilidades para elegir lo que más convenga.
Una definición de software libre
El software libre es aquel que, tras su adquisición, puede ser utilizado, copiado, analizado, modificado y redistribuido por los usuarios con total libertad, gracias al código abierto u open source; es necesario que siempre se den estas condiciones para que sea considerado así. Pero no hay que confundir “libre” con “gratuito” pues, mientras conserve estas características, no hay problema con que sea distribuido comercialmente; es decir, el conocido como freeware no es software libre: se distribuye y se usa sin coste alguno por lo general, pese a que lo primero depende de la licencia determinada, pero nunca se puede alterar el programa en concreto. Y tampoco hay que confundirlo con el software de dominio público, que no requiere licencia de ningún tipo para su uso porque pertenece a todos, mientras que el software libre, siempre respetando sus principios fundamentales, funciona con distintas licencias, o sea, autorizaciones legales para explotar los programas: GNU GPL, AGPL, de estilo BDS o MPL y derivadas.
La Licencia Pública General de GNU, la GPL, conserva los derechos de autor, el copyright, y permite la redistribución y la modificación siempre con componentes de la misma licencia; pero si se mezcla el código con otro de una licencia distinta, el resultado será en esta, que es empleada aproximadamente por el 60% del software libre existente. En cambio, la Licencia Pública General de Affero es igual que la primera pero con un requisito más: la obligatoriedad de distribuir el software si se ejecuta para servicios en una red de ordenadores. Por otra parte, la licencia de estilo BSD, como su propio nombre indica, es la de software que se dispensa con sistemas operativos Berkeley Software Distribution, derivados del sistema Unix con aportaciones de la Universidad de California en Berkeley, y preserva el copyright sólo para renunciar a la garantía y con objeto de atribuir adecuadamente la autoría en las modificaciones elaboradas. Además, la licencia de estilo MPL, esto es, Mozilla Public License, y sus derivaciones fomentan muy bien la colaboración, evitan la viralidad de la GPL y se utilizan en una ingente cantidad de sistemas operativos y otros productos de software libre.
Por otra parte, los titulares de derechos de autor de software con licencia copyleft, para la distribución libre de copias y versiones alteradas, tienen la libertad de modificarlo, con el copyright primero, y comercializarlo con la licencia que más les convenga, al margen de la distribución del programa original como software libre.
Las ideas erróneas más habituales acerca del software libre
Es bastante común encontrar las mencionadas confusiones entre esta tecnología, el freeware y el de dominio público, pero también nos podemos tropezar con suma facilidad con una serie de ideas que no se corresponden en absoluto con la realidad del software libre.
Muchas personas piensan, por ejemplo, que esta tecnología no respeta las patentes ni los derechos de autor, lo cual tiene poco sentido porque sus desarrolladores no utilizan software privativo y, por lo tanto, ni huelen las patentes; lo que no significa que ellos mismos pierdan sus derechos como autores de los programas de software libre: lo único que ocurre es que liberan la utilización de los que han elaborado conforme a los principios de esta tecnología. O hay quien le echa la culpa a su dinámica de que se patenten modificaciones de códigos fuente privados, cuando el software libre no guarda relación alguna con los vacíos o paraguas legales que posibilitan que eso ocurra. E incluso podemos conocer a gente que cree que los programas de software libre son pirateados o de licencias caducadas, cuando su desarrollo es del todo independiente y aprovecha lo que ya existe en esta misma tecnología para trabajar en nuevas versiones mejoradas, pero nunca fusilando código ajeno, sin el permiso correspondiente de su autor ni aguardando a que una licencia caduque, dado que los desarrolladores de software libre ya disponen de suficientes códigos abiertos para contribuir con sus aportaciones.
Pero de lo más sorprendente que uno puede escuchar acerca de esta tecnología, como señala el consultor internacional en políticas tecnológicas y comunicaciónRamón Ramón, es que “no se trata de un sistema profesional”, que se compone de productos de mala calidad, hasta chapuceros, porque el software lo manosean demasiadas personas y semejante proceso de trabajo no comporta la seriedad debida, la de las empresas que fabrican y distribuyen software privativo, supuestamente, de las que, en general, nadie pone en duda su eficiencia de todos modos. Y lo que no saben o no han llegado a comprender los que opinan de tal manera es que, en primer lugar, los desarrolladores de software libre pueden ser y son tan profesionales como los de software privativo y que, según un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos y la Oberta de Catalunya, casi la mitad de estos programadores desarrollan también software privativo y pueden vivir de ambas labores, una imagen que desmiente cierta percepción de fanáticos que existe sobre ellos; que por la propia dinámica de desarrollo del software libre, sin limitaciones de acceso al código y con la posibilidad de testear un programa o sistema operativo de inmediato, las mejoras y los avances son más rápidos. Además, como refiere David Úbeda, uno de los responsables de la Oficina de Software Libre de la Universidad Miguel Hernández, que es la que más ha destacado en el último Ranking de universidades en Software Libre (RuSL), en cuanto a los entornos de producción, Top500.org publicó un monográfico sobre “el dominio aplastante de GNU/Linux en supercomputadores”.
Úbeda considera, por otra parte, que “las críticas destructivas contra el software libre se suelen realizar desde el desconocimiento”, críticas de las que se deriva la idea de que el software libre es malo para el progreso del mercado tecnológico, y se suele añadir que, como es gratis, no genera movimiento económico, que acaba con la innovación y supone la desaparición de las pequeñas empresas desarrolladoras. En realidad, si muchas cabezas piensan más y mejor que unas cuantas, no es descabellado pensar que muchos desarrolladores de software libre puedan trabajar más y mejor que sólo unos cuantos de software privativo, y si pueden vivir de ello, como ocurre con el 65% de los programadores de software libre, es de cajón que esta tecnología fortalece el mercado. Y puesto que no tiene por qué ser gratuita ya que el código abierto y modificable no quita que los sistemas, programas o aplicaciones se puedan vender, como cobrar por el soporte, la distribución y los tutoriales de uso, todo ello genera un interesante movimiento económico. El cual de ningún modo mata el impulso innovador por la propia dinámica de crecimiento exponencial del desarrollo en abierto, en la que no hay barreras más que los límites de la creatividad particular. Y siendo conscientes de que el 90% del software libre que se elabora en el mundo se hace por encargo, uno sabe que multitud de empresas desarrolladoras se mantienen activas gracias a ello. Además, la Fundación Linux calcula que el valor financiero del kernel de su plataforma es de unos 2.200 millones de euros.
Juan Julián Merelo, director de la Oficina de Software Libre de la Universidad de Granada, que es la más activa de España según el RuSL, cuenta que la mayor falsedad que se ha encontrado en los últimos tiempos acerca de esta tecnología es “que no tiene soporte”. La verdad es que uno puede “comprarlo, en general, para cualquier herramienta de software libre, desde el servidor Apache o nginx hasta bases de datos como PostgreSQL o sistemas completos como Drupal. Precisamente el argumento es el contrario: con software privativo sólo tienes soporte de la empresa que lo fabrica o sus preferred partners. Con software libre, pymes, empresas locales o autónomos con experiencia te pueden prestar soporte”.
Mención aparte merece la idea de que los programas de software libre son incompatibles con sistemas operativos privativos, cuando la verdad es todo lo contrario pues, de otro modo, la difusión de esta tecnología sería mucho más pobre, o de que no son válidos para sistemas críticos, de importancia estratégica, porque no resultan seguros, cuando el código abierto garantiza que cualquiera pueda comprobar la seguridad de todos los programas y, como añade Ramón Ramón, que la mismísima Bolsa de Nueva York migrara al sistema operativo Linux es una muestra de la confianza que se puede depositar en él.
El mismo Ramón, por otro lado, comenta que una de las falsedades que más escucha acerca del software libre, sobre todo en despachos de altos funcionarios gubernamentales, es que esta tecnología “es solo para países ricos o para momentos de bonanza económica y despilfarro”. Algunos pensamos que, en verdad, es durante la época de prosperidad cuando hay que ahorrar en lo posible, pues es el periodo en que se cuenta con capital para ello. Pero la ocurrencia que señala Ramón se basa en la idea errónea de que el uso de software libre es más oneroso que el privativo, cuando el ahorro del pago de licencias elimina parte importante del coste de uso.
Sin embargo, a pesar de estas concepciones tan frecuentes que, como digo, no se ajustan a la realidad tecnológica, según el último informe sobre Valoración del Software Libre en la sociedad, confeccionado por PortalProgramas.com con encuestas en 16 países hispanohablantes y en las que participaron 1.500 personas, el 70% de los encuestados ha usado o usa programas de software libre a diario y el 80% contestó afirmativamente a la pregunta de si siente confianza en esta tecnología. Así que, a la vista de estos datos, parece que el rigor y la honestidad intelectual están ganando la batalla en el debate acerca del software libre.
Compartir esto: