Cuando Steinbeck tituló una de sus novelas De ratones y de hombres, no andaba muy desencaminado al comparar ambas especies y relacionar emocionalmente a uno de los personajes con esos pequeños roedores. Según los científicos de la Universidad de Minnessota, los ratones son casi tan cabezotas como los humanos y se empeñan en mantener decisiones equivocadas en lugar de recular y buscar una solución mejor a sus problemas.
¿Cuántas veces has permanecido en el cine cuando era un hecho que la película no era lo que esperabas? ¿Cuánto has tardado en decirle a esa pareja con la que fuiste al cine que vuestra relación no funciona? ¿Te acabas un libro hasta el final solo porque ya vas por la mitad aunque sea un aburrimiento? ¿Por qué no te cambias de fila en el supermercado cuando es un hecho que la persona que va delante está comprando los suministros suficientes para un cuartel? ¿Muchas? ¿Demasiadas? No te preocupes, es normal. Tanto, que los psicólogos le han puesto un nombre: falacia del costo irrecuperable.
El mecanismo es muy sencillo. A pesar de que la empresa a la que se ha dedicado tiempo y esfuerzo sea frustrante, el individuo mantiene su comportamiento porque considera que perder todo lo invertido es una peor solución que abandonarla y emprender otro proyecto. El problema, y es ahí donde radica la falacia, es que mantener esa actitud sigue consumiendo recursos que podrán aumentar el descontento porque el objetivo no se alcance o se retrase demasiado.
La principal razón para este comportamiento tan poco útil es que el ser humano no es tan racional como parece. En sus decisiones intervienen otras muchas variables relacionadas con las emociones. Un hecho que era conocido desde antiguo, pero que ahora ha adquirido una nueva dimensión, gracias a que los científicos han descubierto que ese tipo de actitudes también se dan en otras especies, concretamente los roedores.
Según el estudio Sensitivity to «sunk costs» in mice, rats, and humans, publicado por un grupo de neurocientíficos de la Universidad de Minnesota, los ratones y los hombres se comportan de la misma manera a la hora de gestionar decisiones incorrectas.
Si bien los experimentos hechos con unos y otros eran diferentes, pues en el caso de los ratones se centraban en la obtención de variados tipos de comida y en el de los hombres en visualizar una serie de vídeos más o menos divertidos, el resultado era muy semejante: ambos grupos preferían agotar todo el tiempo de espera en lugar de tomar una nueva decisión que diera resultados más inmediatos y satisfactorios.
Además, una vez cumplidos los fines de esas «malas decisiones», tanto ratones como hombres valoraban mucho mejor la experiencia, algo que los científicos vinculan directamente al coste y desgaste invertido en ello.
A pesar de estos avances, lo cierto es que los investigadores no acaban de explicar por qué hombres y animales son víctimas de la falacia del costo irrecuperable. En declaraciones a Smithsonian Magazine, Brian Sweis, uno de los responsables de la investigación de la Universidad de Minnesota, afirma que una de las razones para que se dé esa falacia puede ser la inseguridad que transmite en humanos la propia idea de futuro.
Dado que no se puede prever qué va a suceder, apostar por una opción, aunque resulte errónea, aporta seguridad emocional. En ese sentido, la falacia del costo irrecuperable sería un peculiar mecanismo de autodefensa. Sin embargo, Sweis también baraja otras explicaciones. Por ejemplo, aquella que afirma que cesar en una acción en curso y emprender una nueva actividad supone una inversión de energía mucho mayor que mantenerse en la rutina, aunque sea infructuosa.
Lo que sí parece estar más claro para los científicos es que en el fenómeno de los costos irrecuperables intervienen dos partes del cerebro diferentes. La primera operaría en el momento de la decisión. ¿Qué película elegir? ¿En qué fila ponerse? ¿Qué tarea emprender?
En ese momento, todas las posibilidades son válidas, por lo que la decisión es más racional y menos emotiva. En la segunda, una vez tomada la decisión, entran en juego los sentimientos, la posible frustración, la gestión del arrepentimiento y, en consecuencia, las partes del cerebro que operan son otras.
Así lo demuestra la aplicación a los individuos y animales que participaron durante los experimentos, de medicamentos que inciden en diferentes zonas del cerebro. La cocaína, por ejemplo, afectó a los individuos analizados en la toma de decisiones de la primera fase, mientras que la morfina aumentó la dificultad de abandonar la decisión una vez tomada, a pesar de ser desacertada.
Aunque los científicos reconocen que falta mucho hasta poder comprender este fenómeno en su totalidad y aplicar esos descubrimientos al tratamiento de pacientes aquejados de problemas emocionales y de diferentes adicciones, lo que sí resaltan es que la toma de decisiones erróneas es algo que genera malestar. Por eso, a peser de ser un fenómeno no deseable, la falacia del esfuerzo realizado es también un mecanismo de aprendizaje que, bien gestionado, forma parte del desarrollo cognitivo y de de ratones y hombres.
Fuente
Cuando Steinbeck tituló una de sus novelas De ratones y de hombres, no andaba muy desencaminado al comparar ambas especies y relacionar emocionalmente a uno de los personajes con esos pequeños roedores. Según los científicos de la Universidad de Minnessota, los ratones son casi tan cabezotas como los humanos y se empeñan en mantener decisiones equivocadas en lugar de recular y buscar una solución mejor a sus problemas.
¿Cuántas veces has permanecido en el cine cuando era un hecho que la película no era lo que esperabas? ¿Cuánto has tardado en decirle a esa pareja con la que fuiste al cine que vuestra relación no funciona? ¿Te acabas un libro hasta el final solo porque ya vas por la mitad aunque sea un aburrimiento? ¿Por qué no te cambias de fila en el supermercado cuando es un hecho que la persona que va delante está comprando los suministros suficientes para un cuartel? ¿Muchas? ¿Demasiadas? No te preocupes, es normal. Tanto, que los psicólogos le han puesto un nombre: falacia del costo irrecuperable.
El mecanismo es muy sencillo. A pesar de que la empresa a la que se ha dedicado tiempo y esfuerzo sea frustrante, el individuo mantiene su comportamiento porque considera que perder todo lo invertido es una peor solución que abandonarla y emprender otro proyecto. El problema, y es ahí donde radica la falacia, es que mantener esa actitud sigue consumiendo recursos que podrán aumentar el descontento porque el objetivo no se alcance o se retrase demasiado.
La principal razón para este comportamiento tan poco útil es que el ser humano no es tan racional como parece. En sus decisiones intervienen otras muchas variables relacionadas con las emociones. Un hecho que era conocido desde antiguo, pero que ahora ha adquirido una nueva dimensión, gracias a que los científicos han descubierto que ese tipo de actitudes también se dan en otras especies, concretamente los roedores.
Según el estudio Sensitivity to «sunk costs» in mice, rats, and humans, publicado por un grupo de neurocientíficos de la Universidad de Minnesota, los ratones y los hombres se comportan de la misma manera a la hora de gestionar decisiones incorrectas.
Si bien los experimentos hechos con unos y otros eran diferentes, pues en el caso de los ratones se centraban en la obtención de variados tipos de comida y en el de los hombres en visualizar una serie de vídeos más o menos divertidos, el resultado era muy semejante: ambos grupos preferían agotar todo el tiempo de espera en lugar de tomar una nueva decisión que diera resultados más inmediatos y satisfactorios.
Además, una vez cumplidos los fines de esas «malas decisiones», tanto ratones como hombres valoraban mucho mejor la experiencia, algo que los científicos vinculan directamente al coste y desgaste invertido en ello.
A pesar de estos avances, lo cierto es que los investigadores no acaban de explicar por qué hombres y animales son víctimas de la falacia del costo irrecuperable. En declaraciones a Smithsonian Magazine, Brian Sweis, uno de los responsables de la investigación de la Universidad de Minnesota, afirma que una de las razones para que se dé esa falacia puede ser la inseguridad que transmite en humanos la propia idea de futuro.
Dado que no se puede prever qué va a suceder, apostar por una opción, aunque resulte errónea, aporta seguridad emocional. En ese sentido, la falacia del costo irrecuperable sería un peculiar mecanismo de autodefensa. Sin embargo, Sweis también baraja otras explicaciones. Por ejemplo, aquella que afirma que cesar en una acción en curso y emprender una nueva actividad supone una inversión de energía mucho mayor que mantenerse en la rutina, aunque sea infructuosa.
Lo que sí parece estar más claro para los científicos es que en el fenómeno de los costos irrecuperables intervienen dos partes del cerebro diferentes. La primera operaría en el momento de la decisión. ¿Qué película elegir? ¿En qué fila ponerse? ¿Qué tarea emprender?
En ese momento, todas las posibilidades son válidas, por lo que la decisión es más racional y menos emotiva. En la segunda, una vez tomada la decisión, entran en juego los sentimientos, la posible frustración, la gestión del arrepentimiento y, en consecuencia, las partes del cerebro que operan son otras.
Así lo demuestra la aplicación a los individuos y animales que participaron durante los experimentos, de medicamentos que inciden en diferentes zonas del cerebro. La cocaína, por ejemplo, afectó a los individuos analizados en la toma de decisiones de la primera fase, mientras que la morfina aumentó la dificultad de abandonar la decisión una vez tomada, a pesar de ser desacertada.
Aunque los científicos reconocen que falta mucho hasta poder comprender este fenómeno en su totalidad y aplicar esos descubrimientos al tratamiento de pacientes aquejados de problemas emocionales y de diferentes adicciones, lo que sí resaltan es que la toma de decisiones erróneas es algo que genera malestar. Por eso, a peser de ser un fenómeno no deseable, la falacia del esfuerzo realizado es también un mecanismo de aprendizaje que, bien gestionado, forma parte del desarrollo cognitivo y de de ratones y hombres.
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