No va a ser la primera vez que hable del crowdsourcing nocivo, habida cuenta de que me parece una de las problemáticas más difícilmente solventables de lo que ha venido llamándose la transformación digital de la sociedad.
Lo comentaba, de hecho, estos días con un compañero de profesión. El cómo la revolución digital está transformando por completo la manera en la que históricamente se aportaba valor en los negocios, hasta el punto de hacer desaparecer grandes imperios cuya mochila histórica no les ha permitido mirar más allá de su posición tradicional.
Ahora el valor está en la intermediación, entendiendo ésta no por la propia gestión puramente logística, sino más bien por el expertise y la externalización tecnológica que ello conlleva.
Y ejemplo de ello lo vemos en los que a día de hoy son los líderes del mercado:
Es la propia sociedad la que alimenta toda esta maquinaria. De pronto, cualquiera de nosotros puede dar su punto de vista. Puede ser parte de la cadena de producción. Y esto, unido al resto de millones de personas que utilizamos estos servicios, ha generado un ecosistema más valioso y garantista que el que teníamos antes de su llegada. Que el que ha estado vigente en la sociedad desde que ésta puede denominarse como tal.
Donde hay oportunidad, hay tergiversación
Ahora bien, sujeto a ese mismo principio (el de la ruptura absoluta de las barreras de acceso), vienen asociadas las mecánicas de tergiversación. A priori como un mal minoritario cuyo impacto tiende a perderse entre el maremagnum de opiniones de terceros, difícilmente manipulables. Pero de vez en cuando, y motivado por los efectos secundarios de su propio éxito, surgen tergiversaciones que van más allá, uniendo, ya sea de forma centralizada como totalmente descentralizada y bajo diferentes motivos a usuarios reales que tergiversan el objetivo del servicio.
Hablaba hace poco de las bombas de análisis en el sector de los videojuegos. El cómo de la nada una valoración de un título podía cambiar radicalmente (y habitualmente hacia la negatividad) no porque el producto fuera malo, sino por el conocimiento de un porcentaje significativo de clientes de una acción llevada quizás a cabo por la compañía que desarrolla el producto. Aunque dicha acción no tenga nada que ver con el producto en sí:
El strike que le metía Youtube al perfil de PewDiePie después de la denuncia de Sean Vanann, cofundador de Campo Santo, se traducía en una bajada drástica de la valoración global de su producto estrella (FireWatch).
En este caso no se está valorando al producto en sí, sino a una medida tomada por la compañía que ni siquiera afecta al producto. Pero esa crítica, ejemplificada en entornos digitales, hace que de pronto el producto sea visto como menos interesante de cara a potenciales clientes, ya que cuenta con cientos o miles de reviews negativas tergiversadas, y claramente el potencial comprador solo se va a quedar con el número, no con cada una de las razones que han llevado a esa nota.
Esto mismo parece que está pasando con algunas aplicaciones de gestión ciudadana, como es el caso de Waze. Lo comentaba ya hace unos cuantos días (recuerde que he estado de viaje con los chicos de ESET por Eslovaquia) en el Washington Post (EN).
El impacto de la economía colaborativa en el tráfico de una ciudad
Cada vez más utilizamos herramientas como Waze o Google Maps para movernos por la ciudad. Y lo dice alguien que es Local Guide (y hasta ha tenido su minuto de gloria en televisión recientemente :D) precisamente por ello.
Sencilla y llanamente es la mejor manera de saber cómo llegar de un punto a otro. Y no solo porque en efecto los mapas de estas aplicaciones se han vuelto de facto el sistema de navegación por defecto, sino sobre todo porque ya sea indirectamente (Google Play Services, monitorización pasiva del usuario, recuerde) o directamente (gente como un servidor que tiende a valorar sus trayectos) el sistema es capaz de incluso adelantarse a cualquier incidente que bloquee el tráfico o complique el movimiento por una zona, sugiriéndote alternativas más óptimas.
¿Cuál es el problema entonces?
Pues que imagínese que usted vive en un barrio de gente acomodada, con sus edificios residenciales con piscinita y calles adornadas con plantas y flores, y poco a poco ve como la tranquilidad del barrio se va torciendo con la llegada de cada vez más tráfico sugerido como alternativa para usuarios de estos servicios.
Un mal que parece estar incentivando a algunos vecinos a generar valoraciones falsas de colapsos y problemas en sus calles que eviten que estas aplicaciones sugieran a terceros pasar por allí.
Es decir, tergiversar el funcionamiento de la plataforma, sin que quizás haya una mente maquiavélica que haya decidido hacerlo, por puro crowdsourcing nocivo que tiene como objetivo mejorar la vida dentro del barrio.
Así que surgen los autodenominados “Waze warriors” (no solo afecta a Waze, aunque sea esta la más utilizada). Personas que pueden ser grandes defensores de la tecnología (no solo hablamos de tecnofóbicos, ojo), pero que prefieren anteponer sus propios intereses locales intentando engañar al sistema de valoración de trayectos de estas aplicaciones.
Y tiene difícil solución
Ahí está el problema. Porque si bien estas aplicaciones funcionan mediante la combinación de aquello que el usuario proactivamente comparte (valoraciones) y aquello que el usuario comparte de forma indirecta (relación del tiempo estimado de viaje con el tiempo real que ha tardado, posibles atascos monitorizados mediante la señal GPS del dispositivo, inteligencia artificial, teoría de caminos,…), equilibrar esto para que el sistema sea lo más exacto posible es muy difícil:
- ¿Hacemos más caso a los elementos indirectos que a la valoración del usuario? Podemos caer entonces en errores tan molestos como que la batería del dispositivo se vea más mermada debido a la necesidad de que el GPS opere en modo alta precisión. Y obviando además que la velocidad del trayecto está supeditada también a variables profundamente caóticas (cómo pillas los semáforos y los pasos de cebra, las propias particularidades del usuario, que lo mismo tiene que parar a recoger algo de camino…).
- ¿Hacemos más caso a las valoraciones que a todos esos elementos indirectos de monitorización? Estamos entonces más sujetos a las mecánicas de crowdturfing como la comentada en esta pieza. Y por otro lado, contaremos con un sistema quizás más exacto y previsor (el usuario puede ver antes cómo está la carretera).
En definitiva, un efecto secundario más de la delegación en sistemas pseudo-automatizados dependientes del factor humano, tan irracional como cabría esperar.
Fuente
No va a ser la primera vez que hable del crowdsourcing nocivo, habida cuenta de que me parece una de las problemáticas más difícilmente solventables de lo que ha venido llamándose la transformación digital de la sociedad.
Lo comentaba, de hecho, estos días con un compañero de profesión. El cómo la revolución digital está transformando por completo la manera en la que históricamente se aportaba valor en los negocios, hasta el punto de hacer desaparecer grandes imperios cuya mochila histórica no les ha permitido mirar más allá de su posición tradicional.
Ahora el valor está en la intermediación, entendiendo ésta no por la propia gestión puramente logística, sino más bien por el expertise y la externalización tecnológica que ello conlleva.
Y ejemplo de ello lo vemos en los que a día de hoy son los líderes del mercado:
Es la propia sociedad la que alimenta toda esta maquinaria. De pronto, cualquiera de nosotros puede dar su punto de vista. Puede ser parte de la cadena de producción. Y esto, unido al resto de millones de personas que utilizamos estos servicios, ha generado un ecosistema más valioso y garantista que el que teníamos antes de su llegada. Que el que ha estado vigente en la sociedad desde que ésta puede denominarse como tal.
Donde hay oportunidad, hay tergiversación
Ahora bien, sujeto a ese mismo principio (el de la ruptura absoluta de las barreras de acceso), vienen asociadas las mecánicas de tergiversación. A priori como un mal minoritario cuyo impacto tiende a perderse entre el maremagnum de opiniones de terceros, difícilmente manipulables. Pero de vez en cuando, y motivado por los efectos secundarios de su propio éxito, surgen tergiversaciones que van más allá, uniendo, ya sea de forma centralizada como totalmente descentralizada y bajo diferentes motivos a usuarios reales que tergiversan el objetivo del servicio.
Hablaba hace poco de las bombas de análisis en el sector de los videojuegos. El cómo de la nada una valoración de un título podía cambiar radicalmente (y habitualmente hacia la negatividad) no porque el producto fuera malo, sino por el conocimiento de un porcentaje significativo de clientes de una acción llevada quizás a cabo por la compañía que desarrolla el producto. Aunque dicha acción no tenga nada que ver con el producto en sí:
Esto mismo parece que está pasando con algunas aplicaciones de gestión ciudadana, como es el caso de Waze. Lo comentaba ya hace unos cuantos días (recuerde que he estado de viaje con los chicos de ESET por Eslovaquia) en el Washington Post (EN).
El impacto de la economía colaborativa en el tráfico de una ciudad
Cada vez más utilizamos herramientas como Waze o Google Maps para movernos por la ciudad. Y lo dice alguien que es Local Guide (y hasta ha tenido su minuto de gloria en televisión recientemente :D) precisamente por ello.
Sencilla y llanamente es la mejor manera de saber cómo llegar de un punto a otro. Y no solo porque en efecto los mapas de estas aplicaciones se han vuelto de facto el sistema de navegación por defecto, sino sobre todo porque ya sea indirectamente (Google Play Services, monitorización pasiva del usuario, recuerde) o directamente (gente como un servidor que tiende a valorar sus trayectos) el sistema es capaz de incluso adelantarse a cualquier incidente que bloquee el tráfico o complique el movimiento por una zona, sugiriéndote alternativas más óptimas.
¿Cuál es el problema entonces?
Pues que imagínese que usted vive en un barrio de gente acomodada, con sus edificios residenciales con piscinita y calles adornadas con plantas y flores, y poco a poco ve como la tranquilidad del barrio se va torciendo con la llegada de cada vez más tráfico sugerido como alternativa para usuarios de estos servicios.
Un mal que parece estar incentivando a algunos vecinos a generar valoraciones falsas de colapsos y problemas en sus calles que eviten que estas aplicaciones sugieran a terceros pasar por allí.
Es decir, tergiversar el funcionamiento de la plataforma, sin que quizás haya una mente maquiavélica que haya decidido hacerlo, por puro crowdsourcing nocivo que tiene como objetivo mejorar la vida dentro del barrio.
Así que surgen los autodenominados “Waze warriors” (no solo afecta a Waze, aunque sea esta la más utilizada). Personas que pueden ser grandes defensores de la tecnología (no solo hablamos de tecnofóbicos, ojo), pero que prefieren anteponer sus propios intereses locales intentando engañar al sistema de valoración de trayectos de estas aplicaciones.
Y tiene difícil solución
Ahí está el problema. Porque si bien estas aplicaciones funcionan mediante la combinación de aquello que el usuario proactivamente comparte (valoraciones) y aquello que el usuario comparte de forma indirecta (relación del tiempo estimado de viaje con el tiempo real que ha tardado, posibles atascos monitorizados mediante la señal GPS del dispositivo, inteligencia artificial, teoría de caminos,…), equilibrar esto para que el sistema sea lo más exacto posible es muy difícil:
En definitiva, un efecto secundario más de la delegación en sistemas pseudo-automatizados dependientes del factor humano, tan irracional como cabría esperar.
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