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Tecnología digital y nueva subjetividad social

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Ex Presidente de la Cámara de Diputados, Miembro Directorio de TVN
Max Weber definía el poder como el fenómeno a través del cual quien domina influye sobre la voluntad de los dominados de manera tal que estos asumen como máxima de su actuar propio el deseo del dominante. Weber agregaba que el poder se funda sobre el monopolio de la fuerza, pero no puede durar si no obtiene obediencia a través de la convicción. Esta premisa que se extiende en la sociología política desde Macchiavello a Gramsci y su Teoría de la Hegemonía, es el punto de partida de la documentada investigación de Manuel Castells, para el cual, en la era de la sociedad de la información, para quienes detentan el poder es aún más importante y necesario el objetivo de “plasmar la mente humana”, por lo cual el factor estratégico de la lucha por el poder político coincide cada vez más con la esfera de las comunicaciones. “Torturar cuerpos –dice Castells– es menos efectivo que modelar mentes”, y señala que el poder y la política se deciden en el proceso de construcción de la mente humana a través de la comunicación, de la “producción social del significado”, por dar un sentido a las cosas de manera perceptible para el ciudadano. Por tanto, la batalla más importante que hoy se libra en la sociedad es la batalla por la opinión pública. Ya en los años 60 McLuhan sostenía que el cerebro humano es un ecosistema biológico en constante diálogo con la tecnología y la cultura y agregaba que “la velocidad eléctrica tiende a abolir el tiempo y el espacio de la conciencia humana. No existe demora entre el efecto de un acontecimiento y el siguiente. En la era eléctrica nos vemos a nosotros mismos cada vez más traducidos en términos de información, dirigiéndonos hacia la extensión tecnológica de nuestra conciencia”. Recordaba que Harold Innis fue el primero en demostrar que el alfabeto es un agresivo absorbedor y transformador de culturas. En definitiva, lo que McLuhan adelantaba es que, sea en el paso de la cultura oral a la cultura escrita como en el paso de la cultura mecánica a la eléctrica y a la digital, las tecnologías de las comunicaciones producen verdaderas revoluciones en la formulación de la subjetividad de las sociedades. De ello parte Castells para sostener que “desarrollando redes independientes de comunicación horizontal, los ciudadanos de la Era de la Información son capaces de inventar nuevos programas para sus vidas con los materiales de sus sufrimientos, miedos, sueños y esperanzas”. Que el escenario de la política sea el de la comunicación, y el que el poder mismo sea el poder de la comunicación, tiene, entre otras, la consecuencia de la personalización cada vez más creciente de la política, dado que – como lo ha dicho Macluhan– “el político en sí mismo es el mensaje”. La personalización, la elitización de las decisiones, la falta de construcción de identidades duras, el reemplazo del debate de ideas por la farandulización de la política, el surgimiento de lo que Panebianco ha llamado la “democracia del espectador”, fruto, entre otros factores, de la dictadura de la imagen unidireccional ejercida por decenios por la TV, produce una reacción en cadena cuyo efecto principal es la reducción de la confianza de los ciudadanos en la política, en los políticos y en las instituciones que están detrás de ellos. Una crisis generalizada de legitimidad de la política y el surgimiento de liderazgos mediáticos populistas, más o menos modernos según el caso, que aprovechan la centralidad de los medios y actúan en el “teatro de la política” con una profesionalizada asistencia de los expertos en dichos medios y en manipulación de opinión pública. Si a ello agregamos la creciente concentración propietaria en los medios, siempre más integrados en la esfera financiera, esto trae consecuencias nefastas que implican una creciente “privatización del espacio público” nacional y global, donde los antiguos protagonistas de la democracia –Estados, partidos, asociaciones– pierden peso frente a la creciente influencia de quienes controlan el “show mediático y político”. Sin embargo, aún en medio de estas dificultades y de la crisis de las instituciones que han sido los pilares de la democracia surgida del iluminismo, de las culturas y luchas políticas y sociales de los siglos posteriores, la democracia tiene esperanza porque, junto a estas mutaciones negativas de la era de la información, surge, también, otro fenómeno, al que Castells denomina la “autocomunicación de masas”. El sociólogo catalán usa el término “ autocomunicación de masas”, que se agrega a un nuevo léxico de la política, para nominar el fenómeno, en irrefrenable expansión en nuestros días, constituido por la comunicación en red que cancela nada menos que los límites, hasta ahora existentes, entre la comunicación interpersonal y comunicación de masas, generando inéditas oportunidades de participación del bajo, como le llamaría Gramsci; es decir, un tipo de participación ya no vertical sino horizontal, que involucra directamente a las personas de edades y grupos sociales muy distintos y ofreciendo la enorme posibilidad a líderes, ideas y movimientos alternativos, de competir, a su vez, para conquistar el corazón y la mente de los ciudadanos. Lo que Manuel Castells propone es la reordenación de los valores sociales que sostienen las estructuras de poder, buscando una apertura de mayor libertad y participación. Para ello es esencial la construcción de redes de comunicación alternativas al poder, tanto como la reconstrucción crítica de nuestros propios marcos mentales y culturales. Lo que observamos es que estamos sólo al inicio de un proceso en que la difusión de Internet, de la Web 2.0, de los medios electrónicos y de la comunicación inalámbrica crea un espacio multimodal de las comunicaciones que abre un nuevo espacio social a los ciudadanos, a una comunicación masiva individual. Castells nos confirma con su investigación empírica que la era digital amplía los alcances de la comunicación a una red “que es global y local, genérica y personalizada, con patrones siempre cambiantes”. Es decir, lo que Castells afirma y prueba a través de ejemplos empíricos confirmados es que el surgimiento de la “autocomunicación de masas” puede ser una respuesta a la crisis, a la “capitulación” de la envejecida democracia y de sus instrumentos frente a la política-mercado y al poder de la política mediatizada, y puede ofrecer a los ciudadanos inéditas y paradójicas oportunidades de contestar, de emanciparse, de contar, frente a los “poderes fuertes”. Castells reconoce –en medio de su optimismo por el surgimiento y la expansión de esta nueva comunidad de la era de la información y que ya reúne a más de mil trescientos millones de seres humanos en todo el planeta conectados en red– que los gobiernos y los grandes poderes económicos buscan reasumir el control sobre Internet colocando límites y normando su actividad. En la victoria de Barack Obama, Castells representa el poder de la red social, y lo describe como unoutsider capaz de usar masivamente la red como un instrumento de difusión horizontal de sus ideas, a partir del ciudadano común, y que logra vencer a todo el establishment demócrata y republicano. Esta es la primera gran victoria de un político a través de la creación de una nueva comunidad social en red, sin la cual probablemente la alternativa del primer Presidente de color de los EE.UU. no habría podido abrirse paso. Lo que Castells en el fondo nos muestra es un análisis profundo del poder en la globalización, donde los medios han llegado a ser el lugar totalmente privilegiado de las decisiones políticas, al punto que “lo que no está en los medios no existe”. Pero también, y este es un aporte teórico y empírico fuerte de la investigación de Castells, la hipótesis de que la nueva forma de comunicar puede constituirse en una resistencia a la “fábrica de consensos” y en la afirmación de poderes basados en la multitud de expresiones de una nueva opinión pública que se expresa masivamente a través de la red. Castells, coincidiendo con las reflexiones de Habermas sobre opinión pública y la acción de los medios de comunicación como actores sociales, va sustancialmente más allá, y en esto reside la originalidad y novedad de su investigación. Para él la comunicación no está relegada sólo a la formación de una opinión pública que controla el poder y la obra del soberano, sino en una acción pública de millones de seres humanos en todo el planeta que “produce sociedad” sin la intervención de las instituciones tradicionales. Es decir, el paso largo que teórica y empíricamente da Castells, reside en que los medios escritos, la TV, las radios y sobre todo Internet, ya no constituyen sólo un “cuarto poder” sino el medio de un poder “sans phrase” y donde el futuro del control del poder ya no pasa esencialmente a través del control del Estado sino del “gobierno” de los medios, tanto de los antiguos como, sobre todo, de los híper modernos, de las nuevas redes sociales. Castells sostiene que no puede pasar inadvertida para ninguna persona que estudie la ausencia de democracia institucional y de derecho a la información en China, país donde nunca ha habido en su bimilenaria historia rasgos de democracia occidental, el hecho de que hoy existan más de trescientos cincuenta millones de internautas que crean efectivamente, y más allá aún de las rígidas y crecientemente ineficaces medidas de control de las autoridades chinas, una nueva comunidad de información y de ideas políticas en red, que coloca en cuestión la unicidad del dominio de la ideología comunista y crea un debate de ideas universales. Por tanto, de la circulación de la información en la aldea global analizada por MacLuhan, Castells –dando por adquiridos esos fenómenos y basándose en el análisis de los efectos de la globalización– previene sobre la crisis del modelo de comunicación vertical tradicional de “uno a muchos” a un nuevo modelo, “narrowcasting”, de “muchos a muchos”, donde se presentan interlocutores diseminados en diversas plateas, que a través de Internet constituyen un nuevo poder que se confronta con el poder de los medios, los cuales –según el análisis de nuestro autor–, interesados en ganar audiencia, en influir, en mantener prestigio y credibilidad, no pueden ignorarlos y, por ello, deberán modernizarse, competir y pluralizar la información a las exigencias de diversidad de las nuevas plateas. Pero, además, esta nueva forma de “política insurgente” que se expresa en la red y está vinculada hasta ahora a una o varias contingencias, a reivindicaciones y temas ciudadanos más específicos, da voz a quienes no la tenían y con ello se genera un contrapoder de crítica y de propuestas, de debate de ideas ejercitado por los movimientos sociales. Por tanto, la tecnología digital, que transforma por primera vez en la historia al sujeto en transmisor y receptor, crea un escenario nuevo para la política, la participación y la libertad de los ciudadanos que ya nadie puede ignorar.