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¿Subirías una copia de tu cerebro a la red? ‘Black Mirror’ ya ha llegado

En el capítulo ‘Ahora mismo vuelvo’ (2013), de ‘Black Mirror’, una enorme cantidad de datos en la nube permite reconstruir a un fallecido. Hacerle “volver” de entre los muertos gracias a lo que llamamos huella digital. ¿Ciencia ficción? La empresa eterni.mi trabaja en esa línea y busca “vivir para siempre”. También busca voluntarios para una versión beta de su aplicación.

El sueño de la inmortalidad está presente desde el principio de la historia escrita de la humanidad, así como en todas las religiones y credos, de un modo u otro. Ahora, varias empresas buscan cristalizar vía tecnología los mitos en una inmortalidad real (aunque de momento intangible) y preservar nuestro pensamiento en un recipiente digital, quizá para la eternidad.

Inmortal, virtualmente

A menudo se usa la palabra virtual para hacer referencia a algo que no es real. Sin embargo, en Eternimi, que podría traducirse como “un yo eterno”, la usan con la acepción de digital. La idea es recabar tanta información sobre ti como les permitas y construir una copia de baja calidad. Un tú pixelado pero lo suficientemente aproximado. Para ello, usan la huella digital.

Nuestra huella digital es, desde hace años, impresionante. Internet sabe, de forma no consciente y muy aislada en base a los diferentes algoritmos, quiénes somos, qué nos gusta e incluso qué vamos a hacer a continuación. Por ejemplo, Twitter conoce nombre, sexo, teléfono, email y buena parte de nuestra personalidad. Yendo más allá, y usando técnicas de inteligencia artificial, incluso se pueden extraer datos como orientación sexual y política de una fotografía.

De momento, todos esos datos se usan para etiquetarnos y vendernos a anunciantes. Pero, como ocurría en ‘Ahora mismo vuelvo’, podríamos usarlos para almacenar una copia digital de nosotros mismos. ¿Te parece ciencia ficción?

Bueno, en 2016 ING presentó el proyecto artístico ‘The Next Rembrandt’. Con ayuda de técnicas de inteligencia artificial, se digitalizó el estilo de pintura de Rembrandt. En 2017 una IA escribió cinco capítulos más de ‘Juego de Tronos’ tras leer todo lo que había escrito R.R. Martin.

Ahora imaginemos que se analiza nuestro estilo de escritura, el modo en que hablamos, cómo razonamos e incluso cómo paseamos, las manías o los gestos inconscientes… Y así con miles de otros parámetros que nos definen. La dificultad de digitalizarse no parece tecnológica (ya podemos simular buena parte del universo), sino de recursos.

¿De quién son los datos? ¿De quién seremos?

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Nos trasladamos a dentro de un par de décadas en el futuro. Sí, es un ejercicio de prospectiva y futurología. Allí, se han logrado las primeras versiones de nuestro “yo” digital. Probablemente un simple chat en texto plano que imite nuestro comportamiento en línea. Nada demasiado visual, pero aun así impactante.

Ahora tenemos un problema: ¿dónde se guarda esta versión de nosotros mismos? Es improbable que nos quepa en casa, o que con la RAM de nuestro PC podamos simularnos a nosotros mismos. Si conseguimos una versión digitalizada, probablemente hagan falta recursos que los ciudadanos no tenemos.

Eso nos llevaría a convertirnos en clientes de los servicios de empresas como Google, o bien en proveedores de los datos a cambio de otros servicios, como vender nuestra opinión a grupos de inversión para conocer el pulso del mercado. Esto no es ciencia ficción ni especulaciones. Es el modelo de negocio pilar actual de la economía de la red, y los expertos nos advierten de alguno de sus peligros.

En agosto de 2018 el transhumanista B. J. Murphy se pregunta quién será el dueño de los datos que conforman tu identidad virtual. No es una pregunta baladí cuando la Unión Europea regula los derechos de robots y entidades virtuales. La pregunta que los expertos se hacen es: ¿seré dueño de mi yo virtual y tendré el control?

¿Nos ofrecerá Google almacenamiento gratuito para nuestros recuerdos si los subimos a “baja resolución” o si les damos acceso a ellos? Google Drive ya usa esa mecánica y en sus T&C se guardan la posibilidad de “reproducir, modificar, crear obras derivadas” de aquello que subas. Si escribes una novela en Google Drive, Google podrá usar a tus personajes para vender lo que quiera.

¿Y si me piratean el cerebro digital?

En su momento analizamos la posibilidad de ampliar nuestro cerebro con un exocortex digital. Es una idea abanderada por Elon Musk en su cruzada contra la inteligencia artificial segregada de los humanos. Tener implantes digitales sin duda dará lugar a cortafuegos y antivirus cerebrales al estilo de ‘Ghost in the Shell’ (1989). Pero tener un “yo” 100% digital podría darnos aún más problemas.

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Muchas obras de ficción analizan las posibilidades delictivas contra estos seres. En el libro ‘Pórtico’ (1977), Frederik Pohl reconstruía a un mayordomo usando a Einstein como plantilla, y lo pirateaban. En ‘Hyperion’, un cíbrido (híbrido entre humano e IA) es diseñado en base a los recuerdos del poeta John Keats, y su capa humana es asesinada, lo que expone a su “yo” virtual. En ‘Elysium’ (2013) un empresario guarda datos confidenciales en su cerebro y lo secuestran por ello.

Si somos capaces de volcarnos a internet al estilo de ‘Transcendence’ (2014), ¿para qué iban los secuestradores a buscar nuestro “yo” físico? Es más fácil realizar un ataque contra quien guarde nuestra copia virtual. Y, como ya vimos, el mayor problema no es que alguien acceda a nuestra información, sino su capacidad de editarla.

¿Un tú museístico? ¿Pueden exponer una copia en un museo?

En otro capítulo de ‘Black Mirror’ titulado ‘Black Museum’ (2017), el dueño de un museo dispone de una copia digitalizada de un exconvicto. Los visitantes pueden torturarle una y otra vez gracias a una silla eléctrica también virtual. Pero ¿por qué usamos la ciencia ficción para explicar la realidad? En parte porque ya hemos llegado a esa realidad.

Volvamos a la inteligencia artificial de Rembrandt o R.R. Martin. ¿Tenemos derecho a obligarlos a que pinten o redacten sin parar en base al estilo de sus humanos originales? De momento sí porque son programas aislados e inconscientes. Pero ¿cuando seamos nosotros?

Eterni.me promete la inmortalidad, pero ¿a qué precio? “Gratis”. Teniendo en cuenta que son una empresa que busca beneficio no parece que sea la solución correcta a la pregunta. ¿Cómo sacarán partido de nuestro “yo”?

La idea puede parecer descabellada, pero hemos de afrontar que, aunque desconocido en gran parte –acabamos de descubrir una nueva neurona, la rosa mosqueta–, el cerebro no es más que una máquina biológica basada en cálculos matemáticos. Electroquímica avanzada, eventualmente replicable usando tecnología avanzada.

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Si hoy día tomamos los libros de grandes personajes de la historia como marco de trabajo y toma futura de decisiones -piensa en Tzun Zu y su impacto en los negocios-, ¿qué no haríamos si pudiésemos hablar con nuestros personajes históricos? O deportistas de élite. Los museos podrían invertir en tecnologías similares y permitirnos hablar con quienes se fueron al estilo de los tarros de cabezas de ‘Futurama’.

A nivel ético, ¿tenemos derecho a coger todo lo que Einstein escribió y crear una IA virtualmente idéntica a él? Pensemos en el Museo Nacional de Arte y Cultura Afroamericana con un Nelson Mandela digital con su propio número de identidad MAC “tatuado” en su código.

No parece que algo así le hiciese mucha gracia y, sin embargo, sus archivos son públicos desde hace años para entrenar IAs. Iniciativas para vivir eternamente en forma de datos podrían resultar muy interesantes, pero como todo lo que tiene que ver con la psique plantea cuestiones éticas que podría llevar décadas resolver.

Imágenes | iStock/metamorworks, iStock/Jakarin2521, iStock/iLexx, iStock/Moussa81

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