Internet ha ido evolucionando todo este tiempo de aquella red que pretendía poner en contacto de forma altruista académicos de medio mundo, hasta la Red de redes que es hoy en día, tan compleja como cabría esperar.
Y en todo este tiempo ha intentado adaptarse, con mayor o menor fortuna, a una creciente demanda, tanto social, como tecnológica y económicamente hablando.
Se partía por tanto de un proyecto puramente logístico, y parche tras parche hemos entre todos creado un ecosistema digital a priori accesible por el grueso de la sociedad. Lo que supone crear la infraestructura tecnológica más compleja que jamás ha creado nuestra especie. Lo que significa buscar puntos en común entre sociedades y culturas que claramente son antagónicas. Lo que ha abierto la veda a que un don nadie (como es un servidor) pueda exponer sus quebraderos de cabeza a una audiencia sin las restricciones geográficas tradicionales. Hasta el punto de ser capaces de estar incluso más cerca de los que están más lejos que de los que tenemos delante nuestro…
Y todo esto se ha hecho en base a concesiones.
Concesiones en el momento en el que decidimos que a la hora de definir el modelo de comunicación que queríamos, teníamos que aceptar que aquella red descentralizada fuera cada vez más centralizándose. Pasó con los servidores de correo electrónico (créese ahora uno de cero y póngase a enviar emails, a ver cuántos filtros de spam pasan…), y está pasando en nuestros días con las comunicaciones mediante protocolos HTTPs. Pasó con las tecnologías cliente-servidor que sustentan la amplia mayoría de servicios en la Red (a ver cuántos servicios se desarrollan ahora de cero), y está pasando con el ecosistema de aplicaciones móviles, con los entornos de desarrollo en inteligencia artificial, y en definitiva, con todo lo que tenga que ver con ofrecer algo de manera distribuida.
Son concesiones que hemos tenido que tomar a sabiendas que el camino al que nos lleva es, al menos en un principio, más adecuado para todos. Pretender que Internet siga siendo el lugar de compartición de contenido filantrópico que era cuando nació es pecar de ingenuo. Como también lo es esperar que de la noche a la mañana todo el mundo empiece a pagar por todo.
Y bajo esta incertidumbre, surge la idea que quería compartir hoy con usted. Una de esas que va con el tiempo agravándose, y que es tan grande y bebe de tantísimas otras fuentes que pasa desapercibida entre el maremágnum informativo de cada día. ¿Y si esta paulatina centralización nos está llevando al surgimiento de cada vez un número mayor de distintas redes?
Los jardines vallados de Internet
Hacía tiempo que no sacaba a debate el impacto que tienen los jardines vallados en la ideosincrasia del tercer entorno.
Por resumir, creo que ya debería ser de conocimiento público que un jardín vallado digital no es más que un pequeño universo dentro de otro mayor (en este caso, Internet) que se rige por sus propias reglas.
Hace unos años, cuando empecé a escribir sobre ello, el “enemigo” eran las grandes corporaciones. Aquellos desalmados que con sus aspiraciones maquiavélicas económicas, estaban creando diferentes ecosistemas (algo bueno) pero incomunicados entre sí (algo muy malo). Silos aislados del resto de la red abierta, con unos grandes portones por los que había que pasar sí o sí para poder acceder al tesoro que dentro albergaban, que en algunos casos era contenido, y en otros simplemente datos.
Lo cierto es que desde entonces ya ha llovido, y me da que a ese escenario hasta cierto punto esperable (maduración del ecosistema digital lo llaman), se le han ido uniendo las aspiraciones de diferentes agentes que no han hecho más que agravar el problema, con ese punto crítico que fueron, nos guste o no, las declaraciones de Snowden sobre el espionaje masivo de la NSA.
Esto ocurría en 2013, y fue bajo mi humilde opinión la gota que colmó el vaso para que, de pronto, muchas sociedades despertaran del letargo histórico y buenrollista de la Red, y se pusieran las pilas con eso que se ha acabado por denominar “seguridad nacional”.
Quien más quien menos, y siempre bajo las propias limitaciones de cada uno, desde entonces hemos ido viendo cómo lo que era una red cada vez más centralizada se ha ido transfigurando en una red cada vez más centralizada… en diferentes núcleos. Todos quieren gestionar los activos digitales de forma interna y bajo sus propias reglas, que a veces, de hecho, son hasta incompatibles con el paradigma de compartición globalizado de Internet.
Ya no nos suela raro hablar del Internet chino o ruso, del esperpento de la Red de Corea del Norte o de la censura Venezolana. Es fácil señalar a los gobiernos totalitaristas (o camino de serlo) como ejemplo de lo que en el pueblo libre no queremos que acabe siendo la Red de redes. Movimientos recientes como la decisión por parte de Apple (y de muchas otras tecnológicas que no han salido a pronunciarse públicamente) de aceptar los mandatos del gobierno chino y bloquear el uso de VPNs en sus dispositivos (ES), la sofisticada red de propaganda rusa, que utiliza la paranoia absurda empaquetada en formatos digitales para ofrecer discursos alternativos virales, o la explotación nociva de plataformas de contenido sujetas a errores de diseño tan difíciles de solucionar como desconocidos por el grueso de la sociedad, son algunos de ellos.
Pero es que no hay que obviar también que en occidente, cuna de la democracia, cada vez tenemos un Internet distinto.
El ecosistema digital estadounidense de Trump, heredado de los últimos brochazos de Obama, ha vuelto a tejer un ecosistema de espionaje masivo más líquido y abstracto, mientras Europa se empeña (con sentimientos contradictorios) en forzar, salvaguardando en teoría los intereses de sus ciudadanos, que todo lo que se haga se quede dentro de nuestras fronteras.
Y recalco que me cuesta saber si este rumbo es el adecuado. Hay tantísimas ramificaciones a tener en cuenta que simplemente me encuentro desbordado.
- Porque por un lado quizás el futuro de Internet sea el de crear una amalgama de redes locales interconectadas entre sí. Un ecosistema que acepta la ideosincrasia política y cultural de cada sociedad, adaptándose a cada una de ellas, y manteniendo portones que espero estén siempre abiertos para aquellos que seguimos soñando con una única bandera.
- O por otro lado, en efecto, estamos perdiendo eso que hacia de Internet un lugar increíble. El que lo que yo pudiera ver fuera exactamente lo mismo que usted, en el otro lado del charco, consume. Y si me apura, bajo los mismos condicionantes.
Está en juego no solo el papel puramente informativo, sino en la práctica criterios que trascienden bastante más allá, como es el hecho de las diferentes lecturas que tenemos en cada cultura a la hora de entender la seguridad o la privacidad, los límites de la ética y la moral, o simplemente el sistema regulatorio de cada país.
Porque lo que tengo claro es que lamentablemente lo bueno de los dos mundos no lo vamos a tener nunca. Pretender que Internet siga siendo una única, y que a la vez sea capaz de hacer cumplir las normas de cada sociedad, es mera utopía.
Por mucho que me joda reconocerlo, por cierto.
P.D.: A todo este movimiento se le ha denominado splinternet (EN), y no me queda otra que enlazar a la fuente de la Wikipedia mientras aún pueda hacerlo…, que lo mismo dentro de unos años la que es la biblioteca del saber colaborativo de la humanidad quedará partida en miles de pequeñas bibliotecas locales incomunicadas entre sí.
Internet ha ido evolucionando todo este tiempo de aquella red que pretendía poner en contacto de forma altruista académicos de medio mundo, hasta la Red de redes que es hoy en día, tan compleja como cabría esperar.
Y en todo este tiempo ha intentado adaptarse, con mayor o menor fortuna, a una creciente demanda, tanto social, como tecnológica y económicamente hablando.
Se partía por tanto de un proyecto puramente logístico, y parche tras parche hemos entre todos creado un ecosistema digital a priori accesible por el grueso de la sociedad. Lo que supone crear la infraestructura tecnológica más compleja que jamás ha creado nuestra especie. Lo que significa buscar puntos en común entre sociedades y culturas que claramente son antagónicas. Lo que ha abierto la veda a que un don nadie (como es un servidor) pueda exponer sus quebraderos de cabeza a una audiencia sin las restricciones geográficas tradicionales. Hasta el punto de ser capaces de estar incluso más cerca de los que están más lejos que de los que tenemos delante nuestro…
Y todo esto se ha hecho en base a concesiones.
Concesiones en el momento en el que decidimos que a la hora de definir el modelo de comunicación que queríamos, teníamos que aceptar que aquella red descentralizada fuera cada vez más centralizándose. Pasó con los servidores de correo electrónico (créese ahora uno de cero y póngase a enviar emails, a ver cuántos filtros de spam pasan…), y está pasando en nuestros días con las comunicaciones mediante protocolos HTTPs. Pasó con las tecnologías cliente-servidor que sustentan la amplia mayoría de servicios en la Red (a ver cuántos servicios se desarrollan ahora de cero), y está pasando con el ecosistema de aplicaciones móviles, con los entornos de desarrollo en inteligencia artificial, y en definitiva, con todo lo que tenga que ver con ofrecer algo de manera distribuida.
Son concesiones que hemos tenido que tomar a sabiendas que el camino al que nos lleva es, al menos en un principio, más adecuado para todos. Pretender que Internet siga siendo el lugar de compartición de contenido filantrópico que era cuando nació es pecar de ingenuo. Como también lo es esperar que de la noche a la mañana todo el mundo empiece a pagar por todo.
Y bajo esta incertidumbre, surge la idea que quería compartir hoy con usted. Una de esas que va con el tiempo agravándose, y que es tan grande y bebe de tantísimas otras fuentes que pasa desapercibida entre el maremágnum informativo de cada día. ¿Y si esta paulatina centralización nos está llevando al surgimiento de cada vez un número mayor de distintas redes?
Los jardines vallados de Internet
Hacía tiempo que no sacaba a debate el impacto que tienen los jardines vallados en la ideosincrasia del tercer entorno.
Por resumir, creo que ya debería ser de conocimiento público que un jardín vallado digital no es más que un pequeño universo dentro de otro mayor (en este caso, Internet) que se rige por sus propias reglas.
Hace unos años, cuando empecé a escribir sobre ello, el “enemigo” eran las grandes corporaciones. Aquellos desalmados que con sus aspiraciones
maquiavélicaseconómicas, estaban creando diferentes ecosistemas (algo bueno) pero incomunicados entre sí (algo muy malo). Silos aislados del resto de la red abierta, con unos grandes portones por los que había que pasar sí o sí para poder acceder al tesoro que dentro albergaban, que en algunos casos era contenido, y en otros simplemente datos.Lo cierto es que desde entonces ya ha llovido, y me da que a ese escenario hasta cierto punto esperable (maduración del ecosistema digital lo llaman), se le han ido uniendo las aspiraciones de diferentes agentes que no han hecho más que agravar el problema, con ese punto crítico que fueron, nos guste o no, las declaraciones de Snowden sobre el espionaje masivo de la NSA.
Esto ocurría en 2013, y fue bajo mi humilde opinión la gota que colmó el vaso para que, de pronto, muchas sociedades despertaran del letargo histórico y buenrollista de la Red, y se pusieran las pilas con eso que se ha acabado por denominar “seguridad nacional”.
Quien más quien menos, y siempre bajo las propias limitaciones de cada uno, desde entonces hemos ido viendo cómo lo que era una red cada vez más centralizada se ha ido transfigurando en una red cada vez más centralizada… en diferentes núcleos. Todos quieren gestionar los activos digitales de forma interna y bajo sus propias reglas, que a veces, de hecho, son hasta incompatibles con el paradigma de compartición globalizado de Internet.
Ya no nos suela raro hablar del Internet chino o ruso, del esperpento de la Red de Corea del Norte o de la censura Venezolana. Es fácil señalar a los gobiernos totalitaristas (o camino de serlo) como ejemplo de lo que en el pueblo libre no queremos que acabe siendo la Red de redes. Movimientos recientes como la decisión por parte de Apple (y de muchas otras tecnológicas que no han salido a pronunciarse públicamente) de aceptar los mandatos del gobierno chino y bloquear el uso de VPNs en sus dispositivos (ES), la sofisticada red de propaganda rusa, que utiliza la paranoia absurda empaquetada en formatos digitales para ofrecer discursos alternativos virales, o la explotación nociva de plataformas de contenido sujetas a errores de diseño tan difíciles de solucionar como desconocidos por el grueso de la sociedad, son algunos de ellos.
Pero es que no hay que obviar también que en occidente, cuna de la democracia, cada vez tenemos un Internet distinto.
El ecosistema digital estadounidense de Trump, heredado de los últimos brochazos de Obama, ha vuelto a tejer un ecosistema de espionaje masivo más líquido y abstracto, mientras Europa se empeña (con sentimientos contradictorios) en forzar, salvaguardando en teoría los intereses de sus ciudadanos, que todo lo que se haga se quede dentro de nuestras fronteras.
Y recalco que me cuesta saber si este rumbo es el adecuado. Hay tantísimas ramificaciones a tener en cuenta que simplemente me encuentro desbordado.
Está en juego no solo el papel puramente informativo, sino en la práctica criterios que trascienden bastante más allá, como es el hecho de las diferentes lecturas que tenemos en cada cultura a la hora de entender la seguridad o la privacidad, los límites de la ética y la moral, o simplemente el sistema regulatorio de cada país.
Porque lo que tengo claro es que lamentablemente lo bueno de los dos mundos no lo vamos a tener nunca. Pretender que Internet siga siendo una única, y que a la vez sea capaz de hacer cumplir las normas de cada sociedad, es mera utopía.
Por mucho que me joda reconocerlo, por cierto.
P.D.: A todo este movimiento se le ha denominado splinternet (EN), y no me queda otra que enlazar a la fuente de la Wikipedia mientras aún pueda hacerlo…, que lo mismo dentro de unos años la que es la biblioteca del saber colaborativo de la humanidad quedará partida en miles de pequeñas bibliotecas locales incomunicadas entre sí.
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