“Nos mienten todos: los políticos, los medios de información, los abogados, los fontaneros, los taxistas, los… ¡Queremos saber la verdad!”. Esta frase, tan repetida en los bares, dista mucho de reflejar nuestra apetencia real por los hechos objetivos, ciertos, comprobados. Por lo que parece, según demuestran numerosos estudios, nos complace más una mentira confortable que una verdad incómoda, sobre todo si no se corresponde con nuestra ideología (quizás habría que decir emotividad) política. Quizás este factor es determinante a la hora de valorar el fulgurante éxito de las “fake news” o fenómenos como el filtro burbuja.
“Si una noticia falsa muestra a nuestro partido en apuros, la identificamos como tal y recordamos sin problema lo que ocurrió realmente. En el caso de una noticia amañada que perjudique al partido de la competencia, no ponemos nada en duda. A veces hasta creemos recordar que los hechos fueron tal y como nos los están contando”, explica a SINC Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental en la Universidad de Deusto y directora del Laboratorio de Psicología Experimental.
Uno de los contextos más comunes donde estos sesgos ponen la zancadilla es la política. Hay veces que el sentimiento de pertenencia a un grupo es tan fuerte que consigue que nuestra cabeza funcione diferente ante un mismo dato. “Eso es mentira”, contestarían los votantes adscritos al partido perjudicado. “Evidentemente, es cierto”, suele ser la respuesta de los afines a la oposición.
errores del inconsciente
Con el objetivo de comprobar hasta qué punto actúan estos errores del inconsciente, Drew Westen, director de Psicología Clínica en Emory, lideró en 2006 un estudio con motivo de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2004. En el experimento, los votantes demócratas se enfrentaron a afirmaciones contradictorias de John Kerry y los republicanos, de George W. Bush. A la par, se les hizo una resonancia magnética funcional y los investigadores observaron que las partes del cerebro que se activaron en los votantes partidistas fueron las asociadas a la regulación de las emociones, no al razonamiento. No se trataba de una respuesta cerebral racional, sino emocional.
La necesidad de pertenecer a un grupo, en este caso político, podría explicar esta reacción y por qué las fuentes de información veraz no son motivo suficiente cuando los datos, o bien los proporciona el propio partido, o bien tratan aspectos negativos de este.
“Todos perseguimos metas sociales. Los partidos políticos permiten cubrir este tipo de objetivos y otras necesidades psicológicas”, declara a SINC Andrea Pereira, investigadora del Social and Organizational Psychology Institute de la Universidad de Leiden (Países Bajos). “Por otro lado, perseguimos la precisión, el conocimiento exacto sobre el mundo”.
“fake news” y sentido de pertenencia a un grupo
Investigaciones por neuroimágenes analizadas en un artículo de Pereira y Jan J. Ban Bavel, del Perception an Evaluation Laboratory en Nueva York, revelan que al proporcionar sentimiento de pertenencia y ayudar a la definición de uno mismo, la unión a una corriente política refuerza nuestra identidad.
Los expertos explican que en estos casos, interpretar información falsa como verdadera es el resultado de dar prioridad a la identidad e ideología frente a la precisión y fiabilidad. O dicho de otro modo, hay quienes prefieren las ideas que defiende un partido político por encima de la calidad de las fuentes de información.
Tal y como afirman en su artículo Van Bavel y Andrea Pereira, en los sistemas políticos dominados por dos grupos enfrentados, como el de EE UU, la intensidad de su influencia aumenta al crearse un sentimiento generalizado de un ‘nosotros’ contra ‘ellos’.
Un estudio publicado en Nature en 2015, llevado a cabo por Eytan Bakshy, Solomon Messing y Lada Adamic, científicos sociales de Facebook, ya señalaba que solo uno de cada cinco usuarios que se identificaban como progresistas consultaban enlaces que desafiaban su forma de pensar. Del lado conservador, lo mismo.
“Tener fuentes de información de calidad no nos resulta suficiente si pensamos que las personas que las producen pertenecen a un grupo distinto al nuestro”, explican Bavel y Andrea Pereira. “Puede que la oposición disponga de mejores escritores, periodistas y estándares editoriales, pero da igual. Dejamos de valorar estas garantías informativas y nos concentramos en lo que dice nuestro partido”.
Los votantes pueden experimentar disonancia cognitiva cuando se enfrentan a un fallo de su partido, explica Pereira. A veces, en lugar de cuestionar a nuestros líderes, acabamos reforzando nuestro apoyo para no poner en peligro el esquema de valores que nos sirve de apoyo en la vida.
La única solución, según la experta, es proporcionar información que no cree incertidumbre. “Enriquecer y contrastar la información, así como ofrecer una explicación más amplia de las noticias, sería una forma efectiva de corregir la tendencia a creer lo que me dicen que crea”.
filtro burbuja y mentiras confortables
Esta necesidad de encontrarnos en un entorno ideológico amigable, con independencia de que se apoye en mentiras, está en la raíz del fenómeno descrito por el ciberactivista Eli Pariser en su libro El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos. Básicamente, lo que Pariser dice es que Internet ha hiper-segmentado la información de tal manera, en aras de la personalización, que ha creado burbujas en las que solo tienen cabida artículos que coinciden con nuestras preferencias.
Aquí se juntan el hambre con las ganas de comer pues, a nuestra necesidad de certidumbre ideológica se une el interés de las grandes compañías de internet por rentabilizar estos sesgos cognitivos apoyándose en la eficacia de sus algoritmos. Pariser señala que ”nuestro comportamiento en internet vale dinero: cada clic que generes es una mercancía, y cada movimiento de tu ratón puede subastarse en cuestión de microsegundos al mejor postor”.
Marc Argemí, doctor en Periodismo y autor de ‘El sentido del rumor’ (2017), señala que la polarización es un inconveniente para la convivencia y el pluralismo y trasciende la problemática de las redes: quizás las redes sociales nos están permitiendo documentar hasta qué punto vivimos en universos paralelos. La discrepancia es natural y hasta saludable, porque cada uno ve la realidad desde su perspectiva. Con la aportación de distintas perspectivas, el puzzle queda más completo.
“El problema no es este. Es llegar a una polarización tal que lo distinto no solo sea la opinión, sino la realidad sobre la que se opina. Una máxima del periodismo moderno sostenía que los hechos eran sagrados y las opiniones libres. Ahora estamos en la situación inversa: los hechos son libres y las opiniones sagradas”, concluye.
Por poner algún ejemplo, para los más de 7.800 estudiantes encuestados, la credibilidad de una noticia difundida en redes tiene más que ver con el detalle que proporciona o con el tamaño de la fotografía que con la fuente.
Al hilo de otro estudio que demostraba que las “fake news” se difunden más rápido que las noticias verdaderas en Twitter, investigadores de la Universidad de Indiana (Estados Unidos) publicaron una tribuna en Science en la que hicieron un llamamiento para luchar contra este tipo de noticias. Filippo Menczer, profesor de la Facultad de Informática e Ingeniería de esta universidad, es coautor de este artículo en el que se pide una investigación coordinada sobre las fuerzas sociales, psicológicas y tecnológicas que hay detrás de la información falsa. En su opinión, la difusión de noticias falsas ha atraído mucho la atención en el contexto político actual. Según Menczer, “En Estados Unidos, la polarización política ha causado una aversión hacia el ‘otro lado’, fomentando un entorno en el que estas noticias pueden atraer a una audiencia masiva”.
en este mundo traidor…
El problema es grave y hasta los políticos -que, con frecuencia, con los mayores impulsores de “fake news”- se han puesto nerviosos. Así, España ya cuenta con un organismo responsable de combatir las “fake news”. Se trata del Consejo Nacional de Ciberseguridad, creado en 2013 para reforzar la seguridad frente a ciberataques, y a que el Gobierno ha decidido encomendarle provisionalmente, mientras decide si se crea o no un organismo específico para este fin, la misión de detectar y contrarrestar las “campañas de desinformación”, incluidas por primera vez como amenaza en la Estrategia de Seguridad Nacional aprobada en diciembre de 2017.
Por concluir, decía el clásico que “en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”…y parece que lo clavó.
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“Nos mienten todos: los políticos, los medios de información, los abogados, los fontaneros, los taxistas, los… ¡Queremos saber la verdad!”. Esta frase, tan repetida en los bares, dista mucho de reflejar nuestra apetencia real por los hechos objetivos, ciertos, comprobados. Por lo que parece, según demuestran numerosos estudios, nos complace más una mentira confortable que una verdad incómoda, sobre todo si no se corresponde con nuestra ideología (quizás habría que decir emotividad) política. Quizás este factor es determinante a la hora de valorar el fulgurante éxito de las “fake news” o fenómenos como el filtro burbuja.
“Si una noticia falsa muestra a nuestro partido en apuros, la identificamos como tal y recordamos sin problema lo que ocurrió realmente. En el caso de una noticia amañada que perjudique al partido de la competencia, no ponemos nada en duda. A veces hasta creemos recordar que los hechos fueron tal y como nos los están contando”, explica a SINC Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental en la Universidad de Deusto y directora del Laboratorio de Psicología Experimental.
Uno de los contextos más comunes donde estos sesgos ponen la zancadilla es la política. Hay veces que el sentimiento de pertenencia a un grupo es tan fuerte que consigue que nuestra cabeza funcione diferente ante un mismo dato. “Eso es mentira”, contestarían los votantes adscritos al partido perjudicado. “Evidentemente, es cierto”, suele ser la respuesta de los afines a la oposición.
errores del inconsciente
Con el objetivo de comprobar hasta qué punto actúan estos errores del inconsciente, Drew Westen, director de Psicología Clínica en Emory, lideró en 2006 un estudio con motivo de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2004. En el experimento, los votantes demócratas se enfrentaron a afirmaciones contradictorias de John Kerry y los republicanos, de George W. Bush. A la par, se les hizo una resonancia magnética funcional y los investigadores observaron que las partes del cerebro que se activaron en los votantes partidistas fueron las asociadas a la regulación de las emociones, no al razonamiento. No se trataba de una respuesta cerebral racional, sino emocional.
La necesidad de pertenecer a un grupo, en este caso político, podría explicar esta reacción y por qué las fuentes de información veraz no son motivo suficiente cuando los datos, o bien los proporciona el propio partido, o bien tratan aspectos negativos de este.
“Todos perseguimos metas sociales. Los partidos políticos permiten cubrir este tipo de objetivos y otras necesidades psicológicas”, declara a SINC Andrea Pereira, investigadora del Social and Organizational Psychology Institute de la Universidad de Leiden (Países Bajos). “Por otro lado, perseguimos la precisión, el conocimiento exacto sobre el mundo”.
“fake news” y sentido de pertenencia a un grupo
Investigaciones por neuroimágenes analizadas en un artículo de Pereira y Jan J. Ban Bavel, del Perception an Evaluation Laboratory en Nueva York, revelan que al proporcionar sentimiento de pertenencia y ayudar a la definición de uno mismo, la unión a una corriente política refuerza nuestra identidad.
Los expertos explican que en estos casos, interpretar información falsa como verdadera es el resultado de dar prioridad a la identidad e ideología frente a la precisión y fiabilidad. O dicho de otro modo, hay quienes prefieren las ideas que defiende un partido político por encima de la calidad de las fuentes de información.
Tal y como afirman en su artículo Van Bavel y Andrea Pereira, en los sistemas políticos dominados por dos grupos enfrentados, como el de EE UU, la intensidad de su influencia aumenta al crearse un sentimiento generalizado de un ‘nosotros’ contra ‘ellos’.
Un estudio publicado en Nature en 2015, llevado a cabo por Eytan Bakshy, Solomon Messing y Lada Adamic, científicos sociales de Facebook, ya señalaba que solo uno de cada cinco usuarios que se identificaban como progresistas consultaban enlaces que desafiaban su forma de pensar. Del lado conservador, lo mismo.
Precisamente las “fake news” se han convertido en uno de los grandes quebraderos de cabeza de Facebook en los últimos tiempos, por la inundación de noticias falsas que ha padecido la plataforma y su incapacidad para solucionar el problema.
Eli Periser, autor de El filtro burbuja.
La información de calidad no es suficiente
“Tener fuentes de información de calidad no nos resulta suficiente si pensamos que las personas que las producen pertenecen a un grupo distinto al nuestro”, explican Bavel y Andrea Pereira. “Puede que la oposición disponga de mejores escritores, periodistas y estándares editoriales, pero da igual. Dejamos de valorar estas garantías informativas y nos concentramos en lo que dice nuestro partido”.
Los votantes pueden experimentar disonancia cognitiva cuando se enfrentan a un fallo de su partido, explica Pereira. A veces, en lugar de cuestionar a nuestros líderes, acabamos reforzando nuestro apoyo para no poner en peligro el esquema de valores que nos sirve de apoyo en la vida.
La única solución, según la experta, es proporcionar información que no cree incertidumbre. “Enriquecer y contrastar la información, así como ofrecer una explicación más amplia de las noticias, sería una forma efectiva de corregir la tendencia a creer lo que me dicen que crea”.
filtro burbuja y mentiras confortables
Esta necesidad de encontrarnos en un entorno ideológico amigable, con independencia de que se apoye en mentiras, está en la raíz del fenómeno descrito por el ciberactivista Eli Pariser en su libro El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos. Básicamente, lo que Pariser dice es que Internet ha hiper-segmentado la información de tal manera, en aras de la personalización, que ha creado burbujas en las que solo tienen cabida artículos que coinciden con nuestras preferencias.
Aquí se juntan el hambre con las ganas de comer pues, a nuestra necesidad de certidumbre ideológica se une el interés de las grandes compañías de internet por rentabilizar estos sesgos cognitivos apoyándose en la eficacia de sus algoritmos. Pariser señala que ”nuestro comportamiento en internet vale dinero: cada clic que generes es una mercancía, y cada movimiento de tu ratón puede subastarse en cuestión de microsegundos al mejor postor”.
el eco de nuestros pensamientos
Así empezamos a construir nuestra burbuja, una habitación cerrada en la que nos gusta escuchar el eco de nuestros propios pensamientos.
Marc Argemí, doctor en Periodismo y autor de ‘El sentido del rumor’ (2017), señala que la polarización es un inconveniente para la convivencia y el pluralismo y trasciende la problemática de las redes: quizás las redes sociales nos están permitiendo documentar hasta qué punto vivimos en universos paralelos. La discrepancia es natural y hasta saludable, porque cada uno ve la realidad desde su perspectiva. Con la aportación de distintas perspectivas, el puzzle queda más completo.
“El problema no es este. Es llegar a una polarización tal que lo distinto no solo sea la opinión, sino la realidad sobre la que se opina. Una máxima del periodismo moderno sostenía que los hechos eran sagrados y las opiniones libres. Ahora estamos en la situación inversa: los hechos son libres y las opiniones sagradas”, concluye.
En Nobbot entrevistamos a Julio Montes, creador junto a Clara Jiménez de Maldita.es, un proyecto periodístico independiente cuyo fin es dotar a los lectores de “herramientas para que no te la cuelen”, y se lamentaba de la extraordinaria dificultad a la hora de controlar las noticias falsas que llegan por WhatsApp o Facebook. “En Twitter es más fácil combatirlo, pero en Facebook son muros donde no puedes entrar para decir que algo es mentira, explica.
“fake news” que prenden como la pólvora en redes
La sombra de sospecha sobre las redes e internet, impulsada a menudo desde la política y –curiosamente, porque necesitan a esas redes para mejorar sus audiencias- desde unos medios de comunicación tradicionales en crisis de identidad, encuentra apoyo en estudios como el de la Universidad de Standford. En él, se llega a la conclusión de que la mayoría de los jóvenes no son capaces de distinguir entre noticias falsas y verdaderas, y tampoco detectan si un contenido es de pago –“branded content”- aunque figure etiquetado como tal.
Por poner algún ejemplo, para los más de 7.800 estudiantes encuestados, la credibilidad de una noticia difundida en redes tiene más que ver con el detalle que proporciona o con el tamaño de la fotografía que con la fuente.
Al hilo de otro estudio que demostraba que las “fake news” se difunden más rápido que las noticias verdaderas en Twitter, investigadores de la Universidad de Indiana (Estados Unidos) publicaron una tribuna en Science en la que hicieron un llamamiento para luchar contra este tipo de noticias. Filippo Menczer, profesor de la Facultad de Informática e Ingeniería de esta universidad, es coautor de este artículo en el que se pide una investigación coordinada sobre las fuerzas sociales, psicológicas y tecnológicas que hay detrás de la información falsa. En su opinión, la difusión de noticias falsas ha atraído mucho la atención en el contexto político actual. Según Menczer, “En Estados Unidos, la polarización política ha causado una aversión hacia el ‘otro lado’, fomentando un entorno en el que estas noticias pueden atraer a una audiencia masiva”.
en este mundo traidor…
El problema es grave y hasta los políticos -que, con frecuencia, con los mayores impulsores de “fake news”- se han puesto nerviosos. Así, España ya cuenta con un organismo responsable de combatir las “fake news”. Se trata del Consejo Nacional de Ciberseguridad, creado en 2013 para reforzar la seguridad frente a ciberataques, y a que el Gobierno ha decidido encomendarle provisionalmente, mientras decide si se crea o no un organismo específico para este fin, la misión de detectar y contrarrestar las “campañas de desinformación”, incluidas por primera vez como amenaza en la Estrategia de Seguridad Nacional aprobada en diciembre de 2017.
Por concluir, decía el clásico que “en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”…y parece que lo clavó.
Imagen: Pixabay
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