Comunicarse con otra persona puede llegar una ser una tarea extremadamente compleja. ¿Qué entendemos por comunicar? Seguramente si vamos al diccionario de la Real Academia Española encontraremos diferentes acepciones. Pero una lectura y una posterior reflexión en profundidad nos harán comprender que ninguna de las connotaciones que se nos ofrecen es suficiente para acotar el término y resolver cualquier tipo de ambigüedad.
Como docentes entendemos que comunicar exige un enorme esfuerzo de empatía. Ser capaz de ponerse en el lugar del otro y de comprender sus emociones. Parece fácil pero no lo es. Si a todo esto sumamos otras variables, como pueden ser una lengua diferente a la materna o diferentes costumbres culturales, el desafío comunicativo aparece en todo su “esplendor”.
Y, por si fuera poco, no debemos ni podemos olvidarnos de los nuevos canales comunicativos que, de forma hegemónica, empleamos en nuestra realidad cotidiana. Estos nuevos canales, como las redes sociales o aplicaciones móviles como WhatsApp, han moldeado nuestra forma de comunicarnos. Si hace diez años nos hubieran dicho que la mayor parte de nuestras conversaciones tendrían lugar a través de una pequeña pantalla móvil, nadie nos hubiera tomado en serio.
Las cifras pueden ayudarnos a comprender lo abrumador de la situación. Cada día 1.500 millones de usuarios envían 60.000 millones de mensajes de WhatsApp. Está omnipresente en todas las esferas de la vida, desde la personal a la profesional y ha generado unas necesidades desconocidas en épocas anteriores. ¿Quién no se ha enojado ante en envío de un mensaje y su confirmación con el doble tic azul sin recibir respuesta por parte de nuestro interlocutor?
¿Cómo nos comunicamos en el día a día?
Si dejamos a un lado los canales y nos centramos en los códigos, surge al auténtico dilema. ¿Es el lenguaje el mejor de todos los códigos? ¿Qué pasa con los códigos no lingüísticos? Quizás no sea ya un dilema como tal. El lenguaje verbal solo representa el 7% de todo el proceso comunicativo, dejando todo el peso de la comunicación al no verbal. Los gestos y nuestro lenguaje corporal nos delatan. Decimos una cosa pero nuestro cuerpo dice otra. Para aquellas personas que nos conocen bien es fácil detectar cuando no estamos diciendo la verdad. Nuestra expresión facial, el contacto visual o nuestro atuendo ayudan a comunicarnos.
¿Pero qué pasa cuando nos comunicamos con un interlocutor que no habla nuestra lengua y/o que pertenece a una cultura diferente? Pues que las reglas del juego cambian y que es muy probable que se cometan todo tipo de malentendidos. Conceptos como la diferencia entre el espacio personal íntimo y el social tan presentes en la cultura americana apenas tiene relevancia en nuestra cultura española. Otros como la cronémica (gestión del tiempo) o la háptica (contacto) pueden sonarnos a chino pero son pilares claves muy presentes en la comunicación en culturas como la asiática.
No hay que confundir el término “multiculturalismo”, que se refiere a la coexistencia de distintas culturas en el mismo espacio ya sea real o virtual, con el término “interculturalidad”. La interculturalidad se refiere a la relación que se establece entre dichas culturas. Como ciudadanos del siglo XXI es necesario que desarrollemos la “competencia intercultural”. Dicho término se refiere a la habilidad para negociar significados culturales y de actuar comunicativamente de una forma eficaz a las múltiples identidades de los participantes.
Una comunicación “eficaz” no significa que todo esté totalmente controlado y sin ambigüedades. Aspirar a ello sería una utopía, pues no existe la comunicación perfecta. Depende del conocimiento previo de los interlocutores así como de las interpretaciones que no son universales y que, para colmo, son anacrónicas pues varían en función del tiempo dentro de una misma cultura.
Retos y oportunidades
Para comunicarnos interculturalmente debemos ser conscientes de las dificultades que se nos pueden plantear. Para llegar a ser competentes es esencial desarrollar nuestra competencia cognitiva y emocional. La primera hace referencia a ser consciente no solo de nuestras características culturales y procesos comunicativos sino también de la otra cultura. Si nos comunicamos con un interlocutor de otra nacionalidad y cultura diferente, en nuestro caso a la española, es probable que nos perciba como muy directos e incluso rudos en el trato. Se debe a ese uso que hacemos de nuestra propia lengua y que para nosotros puede representar familiaridad y cercanía pero que para el desconocido puede ser un acto de descortesía. La segunda hace referencia a nuestra capacidad empática, a la motivación así como al deseo de conocer, aprender y romper con las barreras culturales para poder construir así nuestra propia identidad cultural.
Imaginemos dos contextos con un punto de partida muy similar pero asíncronos en nuestra vida: dos viajes a EE.UU. El primero tiene lugar a los dieciséis años y nuestra finalidad es aprender el idioma, aunque básicamente estamos más interesados en vivir la experiencia que en el inglés. En el segundo contexto tenemos treinta años. Trabajamos para una multinacional y nos destina a una filial en dicho país. Obviamente, nuestra motivación será mucho mayor en el segundo caso, pues entran en juego otros factores como son el laboral, social, etc. Nos interesaremos por adaptarnos a dicha cultura para poder desarrollarnos profesionalmente y, cómo no, socialmente. Aceptaremos nuevas costumbres y dejaremos a un lado esa reticencia inicial marcada por expresiones del tipo “como en mi país, en ningún lado”.
El desarrollo de dichas competencias nos ayudará a comprender que conocemos otras culturas a partir de la posición etnocéntrica de nuestra propia cultura. Nos facilitarán evitar caer en los estereotipos que no son más que una simplificación de la realidad y en las falsas imágenes que creamos cuando no disponemos de suficiente información sobre un tema. Pensamos que en EE.UU. solo se comen hamburguesas, que en Alemania todos son rubios, que todos los asiáticos se parecen y mil y un tópicos más que inundan y confunden nuestra realidad cotidiana. Al carecer de esa información hacemos uso de los tópicos que no son otra cosa más que una interpretación socialmente aceptable pero que seguramente sea falsa. No es una cuestión banal pues hay que superar muchas dificultades. Podemos encontrarnos con posturas intransigentes, intereses de todo tipo (políticos, económicos etc.) así como una desinformación generalizada.
Solo siendo conscientes de las dificultades a las que nos podemos enfrentar mejoraremos nuestra competencia intercultural. Y para ello es requisito indispensable la motivación personal hacia el autoconocimiento de la propia cultura y el deseo por conocer la nueva.
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por Rubén Darío Alves López
Comunicarse con otra persona puede llegar una ser una tarea extremadamente compleja. ¿Qué entendemos por comunicar? Seguramente si vamos al diccionario de la Real Academia Española encontraremos diferentes acepciones. Pero una lectura y una posterior reflexión en profundidad nos harán comprender que ninguna de las connotaciones que se nos ofrecen es suficiente para acotar el término y resolver cualquier tipo de ambigüedad.
Como docentes entendemos que comunicar exige un enorme esfuerzo de empatía. Ser capaz de ponerse en el lugar del otro y de comprender sus emociones. Parece fácil pero no lo es. Si a todo esto sumamos otras variables, como pueden ser una lengua diferente a la materna o diferentes costumbres culturales, el desafío comunicativo aparece en todo su “esplendor”.
Y, por si fuera poco, no debemos ni podemos olvidarnos de los nuevos canales comunicativos que, de forma hegemónica, empleamos en nuestra realidad cotidiana. Estos nuevos canales, como las redes sociales o aplicaciones móviles como WhatsApp, han moldeado nuestra forma de comunicarnos. Si hace diez años nos hubieran dicho que la mayor parte de nuestras conversaciones tendrían lugar a través de una pequeña pantalla móvil, nadie nos hubiera tomado en serio.
Las cifras pueden ayudarnos a comprender lo abrumador de la situación. Cada día 1.500 millones de usuarios envían 60.000 millones de mensajes de WhatsApp. Está omnipresente en todas las esferas de la vida, desde la personal a la profesional y ha generado unas necesidades desconocidas en épocas anteriores. ¿Quién no se ha enojado ante en envío de un mensaje y su confirmación con el doble tic azul sin recibir respuesta por parte de nuestro interlocutor?
¿Cómo nos comunicamos en el día a día?
Si dejamos a un lado los canales y nos centramos en los códigos, surge al auténtico dilema. ¿Es el lenguaje el mejor de todos los códigos? ¿Qué pasa con los códigos no lingüísticos? Quizás no sea ya un dilema como tal. El lenguaje verbal solo representa el 7% de todo el proceso comunicativo, dejando todo el peso de la comunicación al no verbal. Los gestos y nuestro lenguaje corporal nos delatan. Decimos una cosa pero nuestro cuerpo dice otra. Para aquellas personas que nos conocen bien es fácil detectar cuando no estamos diciendo la verdad. Nuestra expresión facial, el contacto visual o nuestro atuendo ayudan a comunicarnos.
¿Pero qué pasa cuando nos comunicamos con un interlocutor que no habla nuestra lengua y/o que pertenece a una cultura diferente? Pues que las reglas del juego cambian y que es muy probable que se cometan todo tipo de malentendidos. Conceptos como la diferencia entre el espacio personal íntimo y el social tan presentes en la cultura americana apenas tiene relevancia en nuestra cultura española. Otros como la cronémica (gestión del tiempo) o la háptica (contacto) pueden sonarnos a chino pero son pilares claves muy presentes en la comunicación en culturas como la asiática.
No hay que confundir el término “multiculturalismo”, que se refiere a la coexistencia de distintas culturas en el mismo espacio ya sea real o virtual, con el término “interculturalidad”. La interculturalidad se refiere a la relación que se establece entre dichas culturas. Como ciudadanos del siglo XXI es necesario que desarrollemos la “competencia intercultural”. Dicho término se refiere a la habilidad para negociar significados culturales y de actuar comunicativamente de una forma eficaz a las múltiples identidades de los participantes.
Una comunicación “eficaz” no significa que todo esté totalmente controlado y sin ambigüedades. Aspirar a ello sería una utopía, pues no existe la comunicación perfecta. Depende del conocimiento previo de los interlocutores así como de las interpretaciones que no son universales y que, para colmo, son anacrónicas pues varían en función del tiempo dentro de una misma cultura.
Retos y oportunidades
Para comunicarnos interculturalmente debemos ser conscientes de las dificultades que se nos pueden plantear. Para llegar a ser competentes es esencial desarrollar nuestra competencia cognitiva y emocional. La primera hace referencia a ser consciente no solo de nuestras características culturales y procesos comunicativos sino también de la otra cultura. Si nos comunicamos con un interlocutor de otra nacionalidad y cultura diferente, en nuestro caso a la española, es probable que nos perciba como muy directos e incluso rudos en el trato. Se debe a ese uso que hacemos de nuestra propia lengua y que para nosotros puede representar familiaridad y cercanía pero que para el desconocido puede ser un acto de descortesía. La segunda hace referencia a nuestra capacidad empática, a la motivación así como al deseo de conocer, aprender y romper con las barreras culturales para poder construir así nuestra propia identidad cultural.
Imaginemos dos contextos con un punto de partida muy similar pero asíncronos en nuestra vida: dos viajes a EE.UU. El primero tiene lugar a los dieciséis años y nuestra finalidad es aprender el idioma, aunque básicamente estamos más interesados en vivir la experiencia que en el inglés. En el segundo contexto tenemos treinta años. Trabajamos para una multinacional y nos destina a una filial en dicho país. Obviamente, nuestra motivación será mucho mayor en el segundo caso, pues entran en juego otros factores como son el laboral, social, etc. Nos interesaremos por adaptarnos a dicha cultura para poder desarrollarnos profesionalmente y, cómo no, socialmente. Aceptaremos nuevas costumbres y dejaremos a un lado esa reticencia inicial marcada por expresiones del tipo “como en mi país, en ningún lado”.
El desarrollo de dichas competencias nos ayudará a comprender que conocemos otras culturas a partir de la posición etnocéntrica de nuestra propia cultura. Nos facilitarán evitar caer en los estereotipos que no son más que una simplificación de la realidad y en las falsas imágenes que creamos cuando no disponemos de suficiente información sobre un tema. Pensamos que en EE.UU. solo se comen hamburguesas, que en Alemania todos son rubios, que todos los asiáticos se parecen y mil y un tópicos más que inundan y confunden nuestra realidad cotidiana. Al carecer de esa información hacemos uso de los tópicos que no son otra cosa más que una interpretación socialmente aceptable pero que seguramente sea falsa. No es una cuestión banal pues hay que superar muchas dificultades. Podemos encontrarnos con posturas intransigentes, intereses de todo tipo (políticos, económicos etc.) así como una desinformación generalizada.
Solo siendo conscientes de las dificultades a las que nos podemos enfrentar mejoraremos nuestra competencia intercultural. Y para ello es requisito indispensable la motivación personal hacia el autoconocimiento de la propia cultura y el deseo por conocer la nueva.
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