El verano pasado, mi amiga Jessica Rosberger me envió un mensaje con una idea: “Creo que he encontrado algo”. Estábamos a punto de graduarnos en secundaria, habíamos pasado los últimos tres meses del último curso con clases online debido a la pandemia de coronavirus (COVID-19) y seguíamos las noticias de las protestas por la justicia racial en EE. UU. por el asesinato de George Floyd.
Una hora y media después, publicamos la idea de Jessica como una petición online en la que argumentábamos que el antiguo fiscal general de EE. UU. William Barr, quien se graduó de nuestra escuela secundaria y recibió el Premio de Exalumno Distinguido en 2011, había violado los valores fundamentales de la institución al participar en la expulsión violenta de los manifestantes de Lafayette Square en Washington, (EE. UU.), el 1 de junio de 2020. Esperábamos que nuestra petición animara al Consejo de Exalumnos de la escuela a reconsiderar el premio de Barr.
Jessica y yo lo coordinábamos todo a través de Google Docs, hablábamos por Zoom con los periodistas y exalumnos y compartíamos la petición en Instagram, Facebook y Twitter. En julio teníamos más de 8.700 firmas, una mención en un artículo de opinión en The Washington Post y una reunión virtual con el Consejo de Exalumnos.
Fue mi primera experiencia del poder de usar internet y las redes sociales como herramientas políticas. Lamentablemente, se trata de un sentimiento que todavía es demasiado extraño, incluso para mi generación: las opiniones de los jóvenes rara vez se consultan para los asuntos sociales o políticos, a pesar de que las plataformas digitales nos han brindado una voz y una forma de expresarnos con menos edad (el 81 % de los adolescentes de entre 13 y 17 años están activos actualmente en al menos un sitio de redes sociales). Eso puede deberse a la sensación de que nuestras opiniones no importan porque no podemos votar hasta que cumplamos 18 años. Pero la mayoría de nosotros podremos votar en las próximas elecciones presidenciales de 2024, o antes.
Las plataformas digitales tienen el potencial de redefinir el compromiso cívico y permitir que las opiniones tanto de los jóvenes como de las personas mayores tengan un papel más profundo en la formulación de políticas. Como mi generación se expresa online, los legisladores que están dando forma a nuestro futuro tendrán que descubrir la mejor manera de escuchar a nosotros, que viviremos en ese futuro. De lo contrario, el entusiasmo de los jóvenes por la política podría desaparecer. En un momento en el que nuestra confianza en el Gobierno se acerca a mínimos históricos, el futuro de la participación política está en juego.
La democracia digital
La idea de que la combinación de la tecnología y las nuevas generaciones está redefiniendo la política no es nueva; lo mismo sucedió con la radio y luego con la televisión. Pero las redes sociales, en particular, han traído unos cambios únicos y eso significa que mi generación tiene un papel clave para descubrir cómo se utilizan estas plataformas.
La forma en la que los jóvenes usan estas herramientas ya está cambiando las campañas políticas y la organización. Muchas ONG y otros grupos están reclutando a cada vez más jóvenes para puestos importantes dentro de sus organizaciones.
La clave para asegurarse de que los jóvenes sigan participando reside en incluirlos en más conversaciones políticas, según la directora del Laboratorio de Gobernanza de la Universidad de Nueva York y primera directora de innovación de Nueva Jersey (ambos en EE. UU.), Beth Simone Noveck. Ella dirige el proyecto CrowdLaw, que estudia las formas en las que los legisladores pueden usar tecnología para incorporar las opiniones de los ciudadanos, especialmente de los jóvenes, en el proceso legislativo. También dirige un programa de GovLab denominado ReinventED, que se centra en el uso de la tecnología para involucrar a los estudiantes, educadores y cuidadores, especialmente de las comunidades marginadas, en los esfuerzos por resolver algunos problemas educativos.
El trabajo realizado por ReinventED muestra que las prioridades de los estudiantes, incluso durante la pandemia, se inclinan hacia la resolución de problemas del mundo real y la mejora de las materias académicas no tradicionales. Los formuladores de políticas, por otro lado, están más preocupados por la salud pública y los planes de reapertura de las escuelas.
Noveck detalla: “Las personas que más conocen la educación, principalmente los alumnos y los profesores y, en menor medida, los padres de esos alumnos, rara vez o nunca se consultan sobre cómo diseñamos nuestras escuelas. Mi esperanza es que al usar herramientas como esta y destacar lo que realmente le importa a la gente, eso ayude a cambiar la dirección en la que nos estamos enfocando”.
Sin embargo, las plataformas digitales pueden ser un arma de doble filo. Es posible que la participación en distintos movimientos online no se traduzca en un compromiso offline; algunos expertos advierten que podría tener el efecto contrario. “En las redes sociales, se puede obtener un montón de interés, a veces muchísima actividad, porque es muy fácil sentir que se ha participado con solo hacer clic en un enlace, retuiteando algo o usando un hashtag. Lo que no está claro es si las redes sociales ayudarán o dañarán la capacidad de los activistas para mantener sus intereses en una campaña de cambio a largo plazo”, afirma el profesor de sociología en Williams College (EE. UU.) Nicholas Carr.
En cambio, el resultado puede ser el “slacktivismo“, el término acuñado durante el auge de internet para la práctica de apoyar públicamente una causa mediante formas que requieren poco esfuerzo, a menudo para quedar bien. “Eso puede disminuir o incluso degradar la seriedad del discurso político de una manera que puede obstaculizar nuestra capacidad para resolver grandes problemas”, explica Carr.
No obstante, las personas que participan en este activismo de imagen sí que difunden mensajes políticos, resalta el estudiante del penúltimo curso de la Universidad de Stanford (EE. UU.) William Golub, que trabajó como voluntario el año pasado con el equipo de mensajes de texto en la campaña presidencial de Joe Biden. Y añade: “Creo que, por supuesto que hay personas que simplemente publican algo en redes sociales y así acaban la cadena, pero muchas no habrían hecho nada de eso en absoluto”.
Mantener el compromiso
Después de reunirnos con el consejo de exalumnos en julio pasado, pasaron meses y Jessica y yo no habíamos recibido ninguna noticia sobre el premio de Barr. Frustradas, publicamos una carta abierta al consejo en Medium a principios de septiembre. El consejo respondió dos días después con una comunicación pública indicando que compartiría su decisión en cuanto su informe escrito estuviera completo.
El informe, publicado dos meses después, decía: “Finalmente, no recomendaríamos revocar el premio otorgado al entonces fiscal general Barr en 2011″. (Barr ocupó el cargo de 1991 a 1993, y nuevamente de 2019 a 2020). El consejo explicó que esta decisión se basó en la opinión de la comunidad, en el “complejo” proceso de revocación y los precedentes, y la falta de “información indiscutible disponible” con respecto a su participación en Lafayette Square.
Fue terrible. Me parecía como si el consejo, cuyo miembro más joven se graduó de nuestra escuela en 2002, hubiera desestimado nuestros esfuerzos.
Pero ahora puedo ver que nuestro trabajo no fue en vano. El periódico dirigido por estudiantes de nuestra escuela publicó un análisis detallado del informe, amonestando al Consejo por su decisión. Jessica y yo recibimos correos electrónicos de antiguos profesores, asegurándonos que nuestra petición había provocado debates en sus aulas sobre varios temas que iban desde las acciones de Barr hasta el compromiso político en general. Y el Consejo se puso en contacto con Jessica y conmigo directamente para darnos las gracias “por asumir un papel activo en los asuntos de los exalumnos y por la dedicación, como exalumnas, al legado de la escuela”.
Aunque la decisión final no fue la que esperaba, esa experiencia me enseñó que mi voz es tan importante como las voces de personas más mayores y que la tecnología puede ayudar a que se me escuche. Pero la gente debe estar dispuesta a escuchar.
*Kiara Royer es estudiante de historia y ciencias políticas de segundo año en el Williams College (EE. UU.)
El verano pasado, mi amiga Jessica Rosberger me envió un mensaje con una idea: “Creo que he encontrado algo”. Estábamos a punto de graduarnos en secundaria, habíamos pasado los últimos tres meses del último curso con clases online debido a la pandemia de coronavirus (COVID-19) y seguíamos las noticias de las protestas por la justicia racial en EE. UU. por el asesinato de George Floyd.
Una hora y media después, publicamos la idea de Jessica como una petición online en la que argumentábamos que el antiguo fiscal general de EE. UU. William Barr, quien se graduó de nuestra escuela secundaria y recibió el Premio de Exalumno Distinguido en 2011, había violado los valores fundamentales de la institución al participar en la expulsión violenta de los manifestantes de Lafayette Square en Washington, (EE. UU.), el 1 de junio de 2020. Esperábamos que nuestra petición animara al Consejo de Exalumnos de la escuela a reconsiderar el premio de Barr.
Jessica y yo lo coordinábamos todo a través de Google Docs, hablábamos por Zoom con los periodistas y exalumnos y compartíamos la petición en Instagram, Facebook y Twitter. En julio teníamos más de 8.700 firmas, una mención en un artículo de opinión en The Washington Post y una reunión virtual con el Consejo de Exalumnos.
Fue mi primera experiencia del poder de usar internet y las redes sociales como herramientas políticas. Lamentablemente, se trata de un sentimiento que todavía es demasiado extraño, incluso para mi generación: las opiniones de los jóvenes rara vez se consultan para los asuntos sociales o políticos, a pesar de que las plataformas digitales nos han brindado una voz y una forma de expresarnos con menos edad (el 81 % de los adolescentes de entre 13 y 17 años están activos actualmente en al menos un sitio de redes sociales). Eso puede deberse a la sensación de que nuestras opiniones no importan porque no podemos votar hasta que cumplamos 18 años. Pero la mayoría de nosotros podremos votar en las próximas elecciones presidenciales de 2024, o antes.
Las plataformas digitales tienen el potencial de redefinir el compromiso cívico y permitir que las opiniones tanto de los jóvenes como de las personas mayores tengan un papel más profundo en la formulación de políticas. Como mi generación se expresa online, los legisladores que están dando forma a nuestro futuro tendrán que descubrir la mejor manera de escuchar a nosotros, que viviremos en ese futuro. De lo contrario, el entusiasmo de los jóvenes por la política podría desaparecer. En un momento en el que nuestra confianza en el Gobierno se acerca a mínimos históricos, el futuro de la participación política está en juego.
La democracia digital
La idea de que la combinación de la tecnología y las nuevas generaciones está redefiniendo la política no es nueva; lo mismo sucedió con la radio y luego con la televisión. Pero las redes sociales, en particular, han traído unos cambios únicos y eso significa que mi generación tiene un papel clave para descubrir cómo se utilizan estas plataformas.
La forma en la que los jóvenes usan estas herramientas ya está cambiando las campañas políticas y la organización. Muchas ONG y otros grupos están reclutando a cada vez más jóvenes para puestos importantes dentro de sus organizaciones.
La clave para asegurarse de que los jóvenes sigan participando reside en incluirlos en más conversaciones políticas, según la directora del Laboratorio de Gobernanza de la Universidad de Nueva York y primera directora de innovación de Nueva Jersey (ambos en EE. UU.), Beth Simone Noveck. Ella dirige el proyecto CrowdLaw, que estudia las formas en las que los legisladores pueden usar tecnología para incorporar las opiniones de los ciudadanos, especialmente de los jóvenes, en el proceso legislativo. También dirige un programa de GovLab denominado ReinventED, que se centra en el uso de la tecnología para involucrar a los estudiantes, educadores y cuidadores, especialmente de las comunidades marginadas, en los esfuerzos por resolver algunos problemas educativos.
El trabajo realizado por ReinventED muestra que las prioridades de los estudiantes, incluso durante la pandemia, se inclinan hacia la resolución de problemas del mundo real y la mejora de las materias académicas no tradicionales. Los formuladores de políticas, por otro lado, están más preocupados por la salud pública y los planes de reapertura de las escuelas.
Noveck detalla: “Las personas que más conocen la educación, principalmente los alumnos y los profesores y, en menor medida, los padres de esos alumnos, rara vez o nunca se consultan sobre cómo diseñamos nuestras escuelas. Mi esperanza es que al usar herramientas como esta y destacar lo que realmente le importa a la gente, eso ayude a cambiar la dirección en la que nos estamos enfocando”.
Sin embargo, las plataformas digitales pueden ser un arma de doble filo. Es posible que la participación en distintos movimientos online no se traduzca en un compromiso offline; algunos expertos advierten que podría tener el efecto contrario. “En las redes sociales, se puede obtener un montón de interés, a veces muchísima actividad, porque es muy fácil sentir que se ha participado con solo hacer clic en un enlace, retuiteando algo o usando un hashtag. Lo que no está claro es si las redes sociales ayudarán o dañarán la capacidad de los activistas para mantener sus intereses en una campaña de cambio a largo plazo”, afirma el profesor de sociología en Williams College (EE. UU.) Nicholas Carr.
En cambio, el resultado puede ser el “slacktivismo“, el término acuñado durante el auge de internet para la práctica de apoyar públicamente una causa mediante formas que requieren poco esfuerzo, a menudo para quedar bien. “Eso puede disminuir o incluso degradar la seriedad del discurso político de una manera que puede obstaculizar nuestra capacidad para resolver grandes problemas”, explica Carr.
No obstante, las personas que participan en este activismo de imagen sí que difunden mensajes políticos, resalta el estudiante del penúltimo curso de la Universidad de Stanford (EE. UU.) William Golub, que trabajó como voluntario el año pasado con el equipo de mensajes de texto en la campaña presidencial de Joe Biden. Y añade: “Creo que, por supuesto que hay personas que simplemente publican algo en redes sociales y así acaban la cadena, pero muchas no habrían hecho nada de eso en absoluto”.
Mantener el compromiso
Después de reunirnos con el consejo de exalumnos en julio pasado, pasaron meses y Jessica y yo no habíamos recibido ninguna noticia sobre el premio de Barr. Frustradas, publicamos una carta abierta al consejo en Medium a principios de septiembre. El consejo respondió dos días después con una comunicación pública indicando que compartiría su decisión en cuanto su informe escrito estuviera completo.
El informe, publicado dos meses después, decía: “Finalmente, no recomendaríamos revocar el premio otorgado al entonces fiscal general Barr en 2011″. (Barr ocupó el cargo de 1991 a 1993, y nuevamente de 2019 a 2020). El consejo explicó que esta decisión se basó en la opinión de la comunidad, en el “complejo” proceso de revocación y los precedentes, y la falta de “información indiscutible disponible” con respecto a su participación en Lafayette Square.
Fue terrible. Me parecía como si el consejo, cuyo miembro más joven se graduó de nuestra escuela en 2002, hubiera desestimado nuestros esfuerzos.
Pero ahora puedo ver que nuestro trabajo no fue en vano. El periódico dirigido por estudiantes de nuestra escuela publicó un análisis detallado del informe, amonestando al Consejo por su decisión. Jessica y yo recibimos correos electrónicos de antiguos profesores, asegurándonos que nuestra petición había provocado debates en sus aulas sobre varios temas que iban desde las acciones de Barr hasta el compromiso político en general. Y el Consejo se puso en contacto con Jessica y conmigo directamente para darnos las gracias “por asumir un papel activo en los asuntos de los exalumnos y por la dedicación, como exalumnas, al legado de la escuela”.
Aunque la decisión final no fue la que esperaba, esa experiencia me enseñó que mi voz es tan importante como las voces de personas más mayores y que la tecnología puede ayudar a que se me escuche. Pero la gente debe estar dispuesta a escuchar.
*Kiara Royer es estudiante de historia y ciencias políticas de segundo año en el Williams College (EE. UU.)
MIT Technology Review ES
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