Un tema interesante.
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La Economía del Bien Común se podría llamar de una forma igualmente correcta la economía del sentido común, ya que coloca a los seres humanos y a todos los seres vivos, así como el éxito de las relaciones entre ellos, en el centro del sistema económico. Transfiere así los valores de hoy en día, ya válidos de relación y constitución/organización al mercado, obligando a los actores económicos a que se comporten y organicen de forma humana, cooperativa, solidaria, ecológica y democrática. En definitiva, se trata de aplicar un concepto recogido en la gran mayoría de las constituciones occidentales: la economía debe servir el bien común.
A estas alturas, y visto lo visto, cualquiera se habrá dado cuenta que el capitalismo es un sistema pernicioso, diseñado para favorecer unos cuantos en detrimento de muchos otros, que conlleva crisis sistémicas, más o menos regulares, y nos conduce, indubitablemente, a la destrucción de los recursos naturales de nuestro planeta. También habrá comprobado que, los gobiernos, que esperan ser re-elegidos cada 4 ó 5 años, no van a tomar las decisiones estructurales que en realidad son necesarias para responder a la naturaleza del problema. Ya sea porque no sirve sus derechos electoralista (y, en muchos casos, personales), o porque no saben como hacerlo.
Independientemente de la razón, en la Era del gran desarrollo tecnológico, seguimos viviendo “de y para” la acumulación de dinero lo que no sólo es contraproducente, como profundamente injusto y stressante. Reflexionemos un momento en el dicho “tanto tienes tanto vales”. ¿Es alguien considerado como “buena persona” por el mero hecho de tener mucho dinero? O una empresa cuyos beneficios monetarios sean demenciales, ¿nos dice eso si esa empresa explota a sus trabajadores? O si ¿usa mano de obra infantil? En el caso de un país, ¿es un PIB elevado sinónimo de cumplimiento de los derechos humanos? ¿De que ese país vive en democracia? Pues no.
En Octubre del 2010 Christian Felber, conjuntamente con un grupo de empresas austriacas, han diseñado un sistema económico con el objetivo de adaptar la economía real capitalista (donde priman valores como el afán de lucro y la competencia) a los principios constitucionales. ¿Como? Tal como lo explica Christian “la economía del bien común se debe regir por una serie de principios básicos que representan valores humanos: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad, generosidad y compasión, entre otros, y aquellas empresas que les guíen esos principios y valores deben obtener ventajas legales que les permitan sobrevivir a los valores del lucro y la competencia actuales. Lo dicho antes: sentido común.
Para que se pueda aplicar y medir el grado de implicación de cada empresa, han creado la Matriz del Bien Común (una serie de pautas a aplicar por las empresas) y el Balance del Bien Común (un sistema de medición de la aplicación de la matriz). Estas dos herramientas permitirán determinar que empresas deben obtener (o cuáles no) beneficios fiscales y a los consumidores, nos permitirá elegir a quién “premiar” esta conducta consumiendo sus productos, o hasta colaborando con ellas.
Pero no se queda por aquí. La Economía del Bien Común es una palanca de cambio a nivel económico, político y social, “de abajo hacía arriba”. Devolver el poder al pueblo (ese, ¡el soberano!) haciéndolo participe en el cambio. A nivel económico los Campos de Energía (ver post “¿Quiénes somos?”) promueven y desarrollan las orientaciones concretas hacia el bien común, aplicables a empresas, administraciones, asociaciones y resto de organizaciones de diferente tamaño, forma legal y titularidad; a nivel político los CE promueven desde la participación ciudadana, cambios en las leyes para hacerlas compatibles con su orientación al bien común; a nivel social los CE toman la iniciativa de concienciación social hacia un cambio de sistema. Y ¿qué son los Campos de Energía? Lo puede ser cualquiera, pero lo mejor sería que fuéramos ¡todos!
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La Economía del Bien Común se podría llamar de una forma igualmente correcta la economía del sentido común, ya que coloca a los seres humanos y a todos los seres vivos, así como el éxito de las relaciones entre ellos, en el centro del sistema económico. Transfiere así los valores de hoy en día, ya válidos de relación y constitución/organización al mercado, obligando a los actores económicos a que se comporten y organicen de forma humana, cooperativa, solidaria, ecológica y democrática. En definitiva, se trata de aplicar un concepto recogido en la gran mayoría de las constituciones occidentales: la economía debe servir el bien común.
A estas alturas, y visto lo visto, cualquiera se habrá dado cuenta que el capitalismo es un sistema pernicioso, diseñado para favorecer unos cuantos en detrimento de muchos otros, que conlleva crisis sistémicas, más o menos regulares, y nos conduce, indubitablemente, a la destrucción de los recursos naturales de nuestro planeta. También habrá comprobado que, los gobiernos, que esperan ser re-elegidos cada 4 ó 5 años, no van a tomar las decisiones estructurales que en realidad son necesarias para responder a la naturaleza del problema. Ya sea porque no sirve sus derechos electoralista (y, en muchos casos, personales), o porque no saben como hacerlo.
Independientemente de la razón, en la Era del gran desarrollo tecnológico, seguimos viviendo “de y para” la acumulación de dinero lo que no sólo es contraproducente, como profundamente injusto y stressante. Reflexionemos un momento en el dicho “tanto tienes tanto vales”. ¿Es alguien considerado como “buena persona” por el mero hecho de tener mucho dinero? O una empresa cuyos beneficios monetarios sean demenciales, ¿nos dice eso si esa empresa explota a sus trabajadores? O si ¿usa mano de obra infantil? En el caso de un país, ¿es un PIB elevado sinónimo de cumplimiento de los derechos humanos? ¿De que ese país vive en democracia? Pues no.
En Octubre del 2010 Christian Felber, conjuntamente con un grupo de empresas austriacas, han diseñado un sistema económico con el objetivo de adaptar la economía real capitalista (donde priman valores como el afán de lucro y la competencia) a los principios constitucionales. ¿Como? Tal como lo explica Christian “la economía del bien común se debe regir por una serie de principios básicos que representan valores humanos: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad, generosidad y compasión, entre otros, y aquellas empresas que les guíen esos principios y valores deben obtener ventajas legales que les permitan sobrevivir a los valores del lucro y la competencia actuales. Lo dicho antes: sentido común.
Para que se pueda aplicar y medir el grado de implicación de cada empresa, han creado la Matriz del Bien Común (una serie de pautas a aplicar por las empresas) y el Balance del Bien Común (un sistema de medición de la aplicación de la matriz). Estas dos herramientas permitirán determinar que empresas deben obtener (o cuáles no) beneficios fiscales y a los consumidores, nos permitirá elegir a quién “premiar” esta conducta consumiendo sus productos, o hasta colaborando con ellas.
Pero no se queda por aquí. La Economía del Bien Común es una palanca de cambio a nivel económico, político y social, “de abajo hacía arriba”. Devolver el poder al pueblo (ese, ¡el soberano!) haciéndolo participe en el cambio. A nivel económico los Campos de Energía (ver post “¿Quiénes somos?”) promueven y desarrollan las orientaciones concretas hacia el bien común, aplicables a empresas, administraciones, asociaciones y resto de organizaciones de diferente tamaño, forma legal y titularidad; a nivel político los CE promueven desde la participación ciudadana, cambios en las leyes para hacerlas compatibles con su orientación al bien común; a nivel social los CE toman la iniciativa de concienciación social hacia un cambio de sistema. Y ¿qué son los Campos de Energía? Lo puede ser cualquiera, pero lo mejor sería que fuéramos ¡todos!
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