¿Cuántos animales de cada especie llevó Moisés en el arca?
¿Ha contestado «ballena» a la primera pregunta y «dos» a la segunda? La mayoría de las personas sí… pese a saber que fue Noé y no Moisés quien construyó el arca en la historia bíblica.
Los psicólogos como yo llamamos a este fenómeno la ilusión de Moisés. Es solo un ejemplo que confirma que se nos da muy mal detectar errores fácticos en el mundo que nos rodea. Incluso cuando conocemos el dato correcto, muchas veces no nos damos cuenta de los fallos e incluso seguimos utilizando esa información incorrecta en otras situaciones.
La investigación de la psicología cognitiva demuestra que, por naturaleza, se nos da mal verificar la información y es muy difícil comparar cosas que leemos o escuchamos con lo que ya sabemos sobre un tema. En la denominada era de las noticias falsas, esta realidad tiene consecuencias importantes sobre la forma en que utilizamos el periodismo, las redes sociales y el resto de la información pública.
No percibir los errores
La ilusión de Moisés se ha estudiado de forma reiterada desde 1980. Sucede cuando se plantea una serie de preguntas y la conclusión fundamental es que, aunque sepamos la respuesta correcta, no nos damos cuenta del error y contestamos mal algunas preguntas.
En el primer estudio, el 80 % de los participantes no se dio cuenta del error incluido en la pregunta pese a que después respondió de forma correcta al interrogante “¿Quién fue el que metió a los animales en el arca?”. Esto se produjo pese a haber advertido a los participantes que algunas de las preguntas podían contener equivocaciones y haberles enseñado algún ejemplo de pregunta incorrecta.
La ilusión de Moisés demuestra lo que los psicólogos denominamos ignorancia del conocimiento: las personas tenemos conocimientos relevantes, pero fallamos al utilizarlos.
Una manera de trabajar sobre esa ignorancia del conocimiento es hacer que las personas lean historias ficticias que contienen datos verdaderos y falsos.
En una de las historias que hemos utilizado, mis compañeros y yo presentamos a un empleado temporal de un planetario. Algunos de los datos facilitados son correctos: “Por suerte, tuve que utilizar un traje espacial enorme y viejo. Supongo que encarnaba a alguien concreto, quizás Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna”. Otros datos eran incorrectos: “Primero tuve que hacer un repaso de todos los hechos astronómicos habituales, empezando por cómo funciona nuestro sistema solar, que Saturno es el planeta más grande, etc.”
Después, sometemos a los participantes a un test de cultura general con algunas preguntas nuevas (¿qué piedra preciosa es roja?) y algunas relacionadas con la información de la historia anterior (¿cuál es el planeta más grande del sistema solar?). Descubrimos de manera fidedigna los efectos positivos de leer los datos correctos en la historia: los participantes tienen más posibilidades de contestar de forma correcta la pregunta “¿Quién fue la primera persona en pisar la Luna?”. También observamos los efectos negativos de leer información errónea: los participantes tienen menos tendencia a recordar que Júpiter es el planeta más grande y más probabilidad de responder que es Saturno.
Estos efectos negativos de leer información falsa se producen incluso cuando ésta contradice de forma directa el conocimiento previo de las personas.
Para uno de nuestros estudios, mis compañeros y yo hicimos que los participantes realizasen un test de cultura general dos semanas antes de darles a leer las historias que les propusimos. De este modo, sabíamos qué datos conocía o desconocía cada persona. Aun así, los participantes interiorizaron datos falsos de las historias que leyeron después.
¿Se puede mejorar la identificación de la información incorrecta?
Con frecuencia no nos damos cuenta de los errores en nuestras lecturas y los usamos en situaciones posteriores. Pero, ¿qué podemos hacer para evitar la influencia de esos datos incorrectos?
La experiencia o el mayor conocimiento parecen ayudar, pero esto no resuelve el problema. Los estudiantes de posgrado de Biología sometidos a pruebas de este tipo trataron de responder preguntas tergiversadas como: “El agua contiene dos átomos de helio y ¿cuántos átomos de oxígeno?”, pero la probabilidad de que respondieran mal fue menor que la de los estudiantes de posgrado de Historia (el patrón se invierte en las preguntas sobre Historia).
Muchas de las intervenciones que mis compañeros y yo hemos realizado para intentar reducir la confianza de las personas en la información incorrecta han fracasado o incluso han sido contraproducentes. Inicialmente pensamos que los participantes tendrían más probabilidades de detectar errores si tenían más tiempo para procesar el texto. Por tanto, presentamos las historias en formato audiolibro y disminuimos el ritmo de presentación. Pero, en lugar de utilizar el tiempo adicional para detectar y evitar errores, fueron aún más propensos a usarlos en el test de cultura general posterior.
Después intentamos resaltar la información importante en rojo. Dijimos a los lectores que prestaran especial atención a ese color con la esperanza de que les ayudaría a darse cuenta y evitar los errores. En cambio, prestaron más atención a los mismos y, por tanto, fueron más propensos a repetirlos en la prueba posterior.
Es importante tener en cuenta que incluso a los lectores «verificadores de información» se les escapan muchos errores e interiorizan datos falsos. Por ejemplo, en la tarea de detección frase por frase, los participantes descubrieron aproximadamente un 30% de los errores. Pero dado su conocimiento previo, deberían haber podido registrar al menos un 70%. Así que este tipo de lectura minuciosa sí que ayuda, pero a los lectores aún se les escapan muchos errores que utilizarán en el test posterior.
Las particularidades de la psicología hacen que se nos escapen errores
¿Por qué a los seres humanos se les da tan mal detectar errores e informaciones incorrectas? Los psicólogos creen que existen al menos dos motivos.
En primer lugar, las personas tienen una tendencia general a creer que las cosas son verdad (después de todo, la mayoría de las cosas que leemos o escuchamos son ciertas). De hecho, existen algunas pruebas que confirman que al principio procesamos cualquier declaración como cierta y que después se requiere un esfuerzo cognitivo para marcarlas en el cerebro como falsas.
En segundo lugar, las personas suelen aceptar afirmaciones siempre que se aproximen a la información correcta. Normalmente, la forma en la que hablamos contiene errores, pausas y repeticiones («Llevaba puesto un vestido azul… eh, quiero decir, negro, un vestido negro»). Y da la sensación de que para mantener una conversación, necesitamos dejarnos llevar: aceptar la información que es «lo suficientemente buena» y avanzar.
Pero las personas no se dejan engañar por esas ilusiones cuando las incorrecciones son muy obvias. Por ejemplo, no intentan contestar a la pregunta «¿cuántos animales de cada especie llevó Nixon en el arca?», ni creen que Plutón sea el planeta más grande después de haberlo leído en una historia ficticia.
Detectar y corregir información falsa es un trabajo difícil y requiere luchar contra la forma en la que nuestro cerebro la procesa. El pensamiento crítico por sí solo no nos salva. Nuestras particularidades psicológicas nos ponen en el riesgo de creer en la información incorrecta, la desinformación y la propaganda. Los verificadores profesionales ofrecen un servicio fundamental para encontrar errores a la vista de todo el mundo. Como tales, son una de nuestras mejores esperanzas para centrarnos en los errores y corregirlos antes de que los demás leamos o escuchemos datos falsos y los incorporemos a nuestro conocimiento del mundo.
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He aquí una prueba rápida:
¿Ha contestado «ballena» a la primera pregunta y «dos» a la segunda? La mayoría de las personas sí… pese a saber que fue Noé y no Moisés quien construyó el arca en la historia bíblica.
Los psicólogos como yo llamamos a este fenómeno la ilusión de Moisés. Es solo un ejemplo que confirma que se nos da muy mal detectar errores fácticos en el mundo que nos rodea. Incluso cuando conocemos el dato correcto, muchas veces no nos damos cuenta de los fallos e incluso seguimos utilizando esa información incorrecta en otras situaciones.
La investigación de la psicología cognitiva demuestra que, por naturaleza, se nos da mal verificar la información y es muy difícil comparar cosas que leemos o escuchamos con lo que ya sabemos sobre un tema. En la denominada era de las noticias falsas, esta realidad tiene consecuencias importantes sobre la forma en que utilizamos el periodismo, las redes sociales y el resto de la información pública.
No percibir los errores
La ilusión de Moisés se ha estudiado de forma reiterada desde 1980. Sucede cuando se plantea una serie de preguntas y la conclusión fundamental es que, aunque sepamos la respuesta correcta, no nos damos cuenta del error y contestamos mal algunas preguntas.
En el primer estudio, el 80 % de los participantes no se dio cuenta del error incluido en la pregunta pese a que después respondió de forma correcta al interrogante “¿Quién fue el que metió a los animales en el arca?”. Esto se produjo pese a haber advertido a los participantes que algunas de las preguntas podían contener equivocaciones y haberles enseñado algún ejemplo de pregunta incorrecta.
La ilusión de Moisés demuestra lo que los psicólogos denominamos ignorancia del conocimiento: las personas tenemos conocimientos relevantes, pero fallamos al utilizarlos.
Una manera de trabajar sobre esa ignorancia del conocimiento es hacer que las personas lean historias ficticias que contienen datos verdaderos y falsos.
En una de las historias que hemos utilizado, mis compañeros y yo presentamos a un empleado temporal de un planetario. Algunos de los datos facilitados son correctos: “Por suerte, tuve que utilizar un traje espacial enorme y viejo. Supongo que encarnaba a alguien concreto, quizás Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna”. Otros datos eran incorrectos: “Primero tuve que hacer un repaso de todos los hechos astronómicos habituales, empezando por cómo funciona nuestro sistema solar, que Saturno es el planeta más grande, etc.”
Después, sometemos a los participantes a un test de cultura general con algunas preguntas nuevas (¿qué piedra preciosa es roja?) y algunas relacionadas con la información de la historia anterior (¿cuál es el planeta más grande del sistema solar?). Descubrimos de manera fidedigna los efectos positivos de leer los datos correctos en la historia: los participantes tienen más posibilidades de contestar de forma correcta la pregunta “¿Quién fue la primera persona en pisar la Luna?”. También observamos los efectos negativos de leer información errónea: los participantes tienen menos tendencia a recordar que Júpiter es el planeta más grande y más probabilidad de responder que es Saturno.
Estos efectos negativos de leer información falsa se producen incluso cuando ésta contradice de forma directa el conocimiento previo de las personas.
Para uno de nuestros estudios, mis compañeros y yo hicimos que los participantes realizasen un test de cultura general dos semanas antes de darles a leer las historias que les propusimos. De este modo, sabíamos qué datos conocía o desconocía cada persona. Aun así, los participantes interiorizaron datos falsos de las historias que leyeron después.
¿Se puede mejorar la identificación de la información incorrecta?
Con frecuencia no nos damos cuenta de los errores en nuestras lecturas y los usamos en situaciones posteriores. Pero, ¿qué podemos hacer para evitar la influencia de esos datos incorrectos?
La experiencia o el mayor conocimiento parecen ayudar, pero esto no resuelve el problema. Los estudiantes de posgrado de Biología sometidos a pruebas de este tipo trataron de responder preguntas tergiversadas como: “El agua contiene dos átomos de helio y ¿cuántos átomos de oxígeno?”, pero la probabilidad de que respondieran mal fue menor que la de los estudiantes de posgrado de Historia (el patrón se invierte en las preguntas sobre Historia).
Muchas de las intervenciones que mis compañeros y yo hemos realizado para intentar reducir la confianza de las personas en la información incorrecta han fracasado o incluso han sido contraproducentes. Inicialmente pensamos que los participantes tendrían más probabilidades de detectar errores si tenían más tiempo para procesar el texto. Por tanto, presentamos las historias en formato audiolibro y disminuimos el ritmo de presentación. Pero, en lugar de utilizar el tiempo adicional para detectar y evitar errores, fueron aún más propensos a usarlos en el test de cultura general posterior.
Después intentamos resaltar la información importante en rojo. Dijimos a los lectores que prestaran especial atención a ese color con la esperanza de que les ayudaría a darse cuenta y evitar los errores. En cambio, prestaron más atención a los mismos y, por tanto, fueron más propensos a repetirlos en la prueba posterior.
Lo único que parece ayudar es actuar como un verificador de información profesional. Cuando se les dice a los participantes que corrijan la historia y resalten cualquier declaración errónea, son menos propensos a interiorizar las incorrecciones. Se obtienen resultados similares cuando los participantes leen las historias frase a frase y deciden si en cada una de ellas hay algún error.
Es importante tener en cuenta que incluso a los lectores «verificadores de información» se les escapan muchos errores e interiorizan datos falsos. Por ejemplo, en la tarea de detección frase por frase, los participantes descubrieron aproximadamente un 30% de los errores. Pero dado su conocimiento previo, deberían haber podido registrar al menos un 70%. Así que este tipo de lectura minuciosa sí que ayuda, pero a los lectores aún se les escapan muchos errores que utilizarán en el test posterior.
Las particularidades de la psicología hacen que se nos escapen errores
¿Por qué a los seres humanos se les da tan mal detectar errores e informaciones incorrectas? Los psicólogos creen que existen al menos dos motivos.
En primer lugar, las personas tienen una tendencia general a creer que las cosas son verdad (después de todo, la mayoría de las cosas que leemos o escuchamos son ciertas). De hecho, existen algunas pruebas que confirman que al principio procesamos cualquier declaración como cierta y que después se requiere un esfuerzo cognitivo para marcarlas en el cerebro como falsas.
En segundo lugar, las personas suelen aceptar afirmaciones siempre que se aproximen a la información correcta. Normalmente, la forma en la que hablamos contiene errores, pausas y repeticiones («Llevaba puesto un vestido azul… eh, quiero decir, negro, un vestido negro»). Y da la sensación de que para mantener una conversación, necesitamos dejarnos llevar: aceptar la información que es «lo suficientemente buena» y avanzar.
Pero las personas no se dejan engañar por esas ilusiones cuando las incorrecciones son muy obvias. Por ejemplo, no intentan contestar a la pregunta «¿cuántos animales de cada especie llevó Nixon en el arca?», ni creen que Plutón sea el planeta más grande después de haberlo leído en una historia ficticia.
Detectar y corregir información falsa es un trabajo difícil y requiere luchar contra la forma en la que nuestro cerebro la procesa. El pensamiento crítico por sí solo no nos salva. Nuestras particularidades psicológicas nos ponen en el riesgo de creer en la información incorrecta, la desinformación y la propaganda. Los verificadores profesionales ofrecen un servicio fundamental para encontrar errores a la vista de todo el mundo. Como tales, son una de nuestras mejores esperanzas para centrarnos en los errores y corregirlos antes de que los demás leamos o escuchemos datos falsos y los incorporemos a nuestro conocimiento del mundo.
This article was originally published in English
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