El debate sobre el copyright de las comida es como las mareas, va y viene. Recuerdo haber leído sobre ello hace ya 10 años, en los foros gastronómicos de eGullet, cuando el chef Robin Wickens servía en su restaurante Interlude de Melbourne algunos platos “inspirados” en los de otros chefs de renombre internacionales.
La polémica de entonces saltó por una receta de Wylie Dufresne, del WD-50neoyorkino. En concreto unos tallarines de gambas, que suenan sencillos pero tienen su complejidad: las gambas se hacen puré usando la enzima tranglutaminasa, luego da forma a esa pasta para hacer los tallarines, finalmente se cocinan y se sirven con yogur ahumado, pimentón y algas nori.
Aquello desató una ola de críticas hacia Robin, a quien llegaron a tildar de fraude y que incluso llegó a escribir una carta a Dufresne para pedirle disculpas, quien a su vez no le dio más importancia al asunto. Es que la comida nunca tuvo copyright (ni siquiera algo tan original como una tarta de pizza) aunque hay quienes de vez en cuando intentan que así sea.
La ley y el copyright de la comida
Antes de meternos en harina, lo primero es ver qué dice la ley, en concreto la Ley de Propiedad Intelectual, que en su artículo 10 dice lo siguiente:
Son objeto de propiedad intelectual todas las creaciones originalesliterarias, artísticas o científicas expresadas por cualquier medio o soporte, tangible o intangible, actualmente conocido o que se invente en el futuro, comprendiéndose entre ellas:
- Los libros, folletos, impresos, epistolarios, escritos, discursos y alocuciones, conferencias, informes forenses, explicaciones de cátedra y cualesquiera otras obras de la misma naturaleza.
- Las composiciones musicales, con o sin letra.
- Las obras dramáticas y dramático-musicales, las coreografías, las pantomimas y, en general, las obras teatrales.
- Las obras cinematográficas y cualesquiera otras obras audiovisuales.
- Las esculturas y las obras de pintura, dibujo, grabado, litografía y las historietas gráficas, tebeos o comics, así como sus ensayos o bocetos y las demás obras plásticas, sean o no aplicadas.
- Los proyectos, planos, maquetas y diseños de obras arquitectónicas y de ingeniería.
- Los gráficos, mapas y diseños relativos a la topografía, la geografía y, en general, a la ciencia.
- Las obras fotográficas y las expresadas por procedimiento análogo a la fotografía.
- Los programas de ordenador.
La ley española no incluye a las recetas entre su lista de elementos con derecho a protección (aunque no las excluye explícitamente). Sin embargo, en esa línea es bastante clara la United States Copyright Office, que en una circular deja constancia de lo siguiente:
La Ley de Copyright no protege las listas de ingredientes, ya sea en recetas, etiquetas o fórmulas. Cuando una receta o fórmula se acompaña de una explicación del proceso o unas directrices, el texto de dichas indicaciones podría ser protegido, pero la receta o la fórmula en sí misma no.
En resumen, que las recetas no tienen copyright, pero sí los textos (e imágenes) que sirvan para explicarla e ilustrarla. Es decir, que cualquiera puede coger cualquier receta de cualquier libro, por muy original y única que sea la receta, cocinarla siguiendo las instrucciones, hacerle una foto, volver a redactar la explicación y publicarla de nuevo sin que se haya cometido infracción alguna.
Sí se cometería una infracción de derechos si se utilizara la misma imagen (protegida como obra fotográfica) y también si se copiara el texto (por ejemplo, el de presentación, pero no los ingredientes o el paso a paso) letra por letra (protegido como obra literaria).
Es por ello que, por ejemplo, Burger King y McDonald’s sirven dos hamburguesas que son primas hermanas (la Big King de dos pisos y la Big Mac) sin que estén en un pleito constante, o que las marcas blancas pueden replicar sin problema los productos estrella de otras marcas.
La jurisprudencia al respecto
Uno de los casos que mejor ilustran esta diferencia tuvo lugar hace 20 años, cuando Meredith Corp. denunció a Publications International Ltd. por haber utilizado hasta 22 recetas de su libro “Descubre a Dannon, 50 Maravillosas recetas con yogurt” en diferentes publicaciones.
Aunque los jueces reconocieron que la similaridad entre las recetas, sin llegar a ser idénticas, era obvia, fallaron a favor de Publications International, declarando que “las recetas no contenían ni la mínima expresión de creatividad y originalidad” que requiere la protección por copyright, pero sobre todo dejando claro que “las instrucciones de las recetas entran claramente en el tipo de materia que está específicamente excluida de la protección de copyright”.
Obviamente, no es este el único caso que los juzgados han tenido que resolver al respecto, pero tampoco es que haya demasiada jurisprudencia al respecto. Eso sí,la resolución de todos los casos ha sido siempre la misma: las recetas no tienen copyright.
Así ocurrió este verano en la U.S. District Court del distrito de Puerto Rico. Norberto Colón había interpuesto una demanda civil contra South American Restaurant Corp. exigiendo una parte de los beneficios a la cadena por utilizar su receta de sándwich de pollo “Pechu Sandwich” que supuestamente inventó mientras trabajaba en una de las franquicias.
El juez fue, de nuevo, claro al respecto:
La corte ha determinado que un sándwich de pollo no se puede proteger mediante copyright. Ni la receta ni el nombre encajan en ninguna de las categorías establecidas. Una receta, o cualquier tipo de instrucciones, que describe una combinación de pollo, lechuga, tomate, queso y mayonesa en un bollo de pan para crear un sándwich es claramente una obra sin copyright.
¿Por qué hay interés en que las recetas tengan copyright?
Es fácil entender que, si bien nadie puede reclamar derechos de autor por un sándwich y otras recetas igual de prosaicas, puede haber grandes cocineros interesados en proteger su creaciones. A fin de cuentas, invierten mucho tiempo, dinero y energía en inventar nuevas técnicas que nos dejen con la boca abierta.
Con el objetivo de proteger estos trabajos, surgió hace unos años la revista International Journal of Gastronomy and Food Science, que presento Andoni Aduriz en Madrid Fusión 2012, y que contaba con el apoyo del Basque Culinary Center y de cocineros como René Redzepi o el ya mencionado Willy Dufresne.
Otro asunto aparte es el tema de las grandes marcas de alimentación, que pueden ver como en poco tiempo una marca blanca saca una réplica de su nuevo producto estrella, cuando han sido ellos quienes han asumido la inversión y los riesgos. En su caso, su única protección es registrar el nombre del producto como marca (tiene que ser suficientemente original) y tratar su receta y procesos como secreto industrial, que en caso de ser robada sí constituiría delito. Pero en ningún caso eso impide a otros intentar recrear esa receta por sus propios medios y comercializarla con otro nombre.
Sin embargo, son muchos los que defienden que la ausencia de copyright es lo que aumenta la innovación del sector, ya que cualquiera es libre de coger una receta y tratar de adaptarla, mejorarla o reinterpretarla, explorando nuevas posibilidades culinarias.
Es cierto que eso pueda dar lugar a casos como el de Robin Wickens y Wylie Dufresne, pero como el propio Dufresne reconoció en su momento a The Guardian, “muchas de las cosas que utilizamos en nuestro restaurante provienen de lo que aprendí en la cocina de Heston Blumenthal, aunque es cierto que no me imaginaría haciendo algo que se pudiera confundir por uno de sus platos”.
Así que no, la comida no tiene copyright y nunca lo tendrá, aunque como Wickens aprendió rápidamente, eso no quiere decir que copiando los platos de los grandes chefs seamos uno.
Imagen de portada | Boston Pizza
El debate sobre el copyright de las comida es como las mareas, va y viene. Recuerdo haber leído sobre ello hace ya 10 años, en los foros gastronómicos de eGullet, cuando el chef Robin Wickens servía en su restaurante Interlude de Melbourne algunos platos “inspirados” en los de otros chefs de renombre internacionales.
La polémica de entonces saltó por una receta de Wylie Dufresne, del WD-50neoyorkino. En concreto unos tallarines de gambas, que suenan sencillos pero tienen su complejidad: las gambas se hacen puré usando la enzima tranglutaminasa, luego da forma a esa pasta para hacer los tallarines, finalmente se cocinan y se sirven con yogur ahumado, pimentón y algas nori.
Aquello desató una ola de críticas hacia Robin, a quien llegaron a tildar de fraude y que incluso llegó a escribir una carta a Dufresne para pedirle disculpas, quien a su vez no le dio más importancia al asunto. Es que la comida nunca tuvo copyright (ni siquiera algo tan original como una tarta de pizza) aunque hay quienes de vez en cuando intentan que así sea.
La ley y el copyright de la comida
Antes de meternos en harina, lo primero es ver qué dice la ley, en concreto la Ley de Propiedad Intelectual, que en su artículo 10 dice lo siguiente:
La ley española no incluye a las recetas entre su lista de elementos con derecho a protección (aunque no las excluye explícitamente). Sin embargo, en esa línea es bastante clara la United States Copyright Office, que en una circular deja constancia de lo siguiente:
En resumen, que las recetas no tienen copyright, pero sí los textos (e imágenes) que sirvan para explicarla e ilustrarla. Es decir, que cualquiera puede coger cualquier receta de cualquier libro, por muy original y única que sea la receta, cocinarla siguiendo las instrucciones, hacerle una foto, volver a redactar la explicación y publicarla de nuevo sin que se haya cometido infracción alguna.
Sí se cometería una infracción de derechos si se utilizara la misma imagen (protegida como obra fotográfica) y también si se copiara el texto (por ejemplo, el de presentación, pero no los ingredientes o el paso a paso) letra por letra (protegido como obra literaria).
Es por ello que, por ejemplo, Burger King y McDonald’s sirven dos hamburguesas que son primas hermanas (la Big King de dos pisos y la Big Mac) sin que estén en un pleito constante, o que las marcas blancas pueden replicar sin problema los productos estrella de otras marcas.
La jurisprudencia al respecto
Uno de los casos que mejor ilustran esta diferencia tuvo lugar hace 20 años, cuando Meredith Corp. denunció a Publications International Ltd. por haber utilizado hasta 22 recetas de su libro “Descubre a Dannon, 50 Maravillosas recetas con yogurt” en diferentes publicaciones.
Aunque los jueces reconocieron que la similaridad entre las recetas, sin llegar a ser idénticas, era obvia, fallaron a favor de Publications International, declarando que “las recetas no contenían ni la mínima expresión de creatividad y originalidad” que requiere la protección por copyright, pero sobre todo dejando claro que “las instrucciones de las recetas entran claramente en el tipo de materia que está específicamente excluida de la protección de copyright”.
Obviamente, no es este el único caso que los juzgados han tenido que resolver al respecto, pero tampoco es que haya demasiada jurisprudencia al respecto. Eso sí,la resolución de todos los casos ha sido siempre la misma: las recetas no tienen copyright.
Así ocurrió este verano en la U.S. District Court del distrito de Puerto Rico. Norberto Colón había interpuesto una demanda civil contra South American Restaurant Corp. exigiendo una parte de los beneficios a la cadena por utilizar su receta de sándwich de pollo “Pechu Sandwich” que supuestamente inventó mientras trabajaba en una de las franquicias.
El juez fue, de nuevo, claro al respecto:
¿Por qué hay interés en que las recetas tengan copyright?
Es fácil entender que, si bien nadie puede reclamar derechos de autor por un sándwich y otras recetas igual de prosaicas, puede haber grandes cocineros interesados en proteger su creaciones. A fin de cuentas, invierten mucho tiempo, dinero y energía en inventar nuevas técnicas que nos dejen con la boca abierta.
Con el objetivo de proteger estos trabajos, surgió hace unos años la revista International Journal of Gastronomy and Food Science, que presento Andoni Aduriz en Madrid Fusión 2012, y que contaba con el apoyo del Basque Culinary Center y de cocineros como René Redzepi o el ya mencionado Willy Dufresne.
Otro asunto aparte es el tema de las grandes marcas de alimentación, que pueden ver como en poco tiempo una marca blanca saca una réplica de su nuevo producto estrella, cuando han sido ellos quienes han asumido la inversión y los riesgos. En su caso, su única protección es registrar el nombre del producto como marca (tiene que ser suficientemente original) y tratar su receta y procesos como secreto industrial, que en caso de ser robada sí constituiría delito. Pero en ningún caso eso impide a otros intentar recrear esa receta por sus propios medios y comercializarla con otro nombre.
Sin embargo, son muchos los que defienden que la ausencia de copyright es lo que aumenta la innovación del sector, ya que cualquiera es libre de coger una receta y tratar de adaptarla, mejorarla o reinterpretarla, explorando nuevas posibilidades culinarias.
Es cierto que eso pueda dar lugar a casos como el de Robin Wickens y Wylie Dufresne, pero como el propio Dufresne reconoció en su momento a The Guardian, “muchas de las cosas que utilizamos en nuestro restaurante provienen de lo que aprendí en la cocina de Heston Blumenthal, aunque es cierto que no me imaginaría haciendo algo que se pudiera confundir por uno de sus platos”.
Así que no, la comida no tiene copyright y nunca lo tendrá, aunque como Wickens aprendió rápidamente, eso no quiere decir que copiando los platos de los grandes chefs seamos uno.
Imagen de portada | Boston Pizza
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