El otro día escuchaba unas declaraciones del cantante español Manolo García que me causaron estupor: decía que vender música mp3 daba de comer a menos familias que vender discos físicos, así que proponía a la gente que continuara comprando discos físicos e, incluso, vinilos. Lo que no sé es por qué no propuso comprar, también, máquinas de escribir, carruajes de caballos… o, ya de paso, dedicarnos romper los telares mecánicos y las imprentas.
En un mítico capítulo de South Park en el que se discute el abuso que supone los derechos de autor y que en realidad solo beneficia económicamente a una minoría, los protagonistas deben visitar a un cantante de éxito que, debido a la piratería, ya no puede comprarse grifería de oro, como él quería.
Son muchos escritores, actores, músicos (generalmente de éxito) que protestan ante el nuevo paradigma de copia y distribución de contenidos que reducen los costes marginales casi a cero. No importa que, por ejemplo, el 90 % de todos los libros editados no fueran rentables para sus autores: lo que importa es que el 10 % privilegiado pueda continuar adquiriendo grifería de oro.
Esta forma de razonar, además, se ve agravada por otro factor: los autores de éxito consideran que sus grandes ingresos son simple consecuencia del ejercicio de su talento en el libre mercado.
En otras palabras: son ricos porque se merecen ser ricos, viven de ello porque merecen vivir de ello, es aceptable que un libro o un disco les permitía vivir sin trabajar durante uno o dos años para poder encomendarse durante ese tiempo a documentarse o prepararse para su nueva obra. Es decir, quede no existir tales emolumentos, tampoco existiría el arte (o más concretamente, sus nuevas y esperadas obras).
Pero un actor de Hollywood puede cobrar 20 millones de dólares por una producción no porque su trabajo o su talento cueste más que mil enfermeras trabajando un año entero, sino de resultas de una intrincada legislación sobre los derechos de propiedad intelectual. Un médico nunca podrá ser multimillonario pero un actor sí que puede serlo por razones legales, no otras.
Leyes que obliga a cumplir la policía, que convierte a la mayoría de usuarios de Internet en potenciales delincuentes. Leyes que convierten los derechos de autor y las patentes en monopolios concedidos por el Estado, cuyo origen procede del sistema feudal de gremios.
Imágenes | Pixabay
via
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El otro día escuchaba unas declaraciones del cantante español Manolo García que me causaron estupor: decía que vender música mp3 daba de comer a menos familias que vender discos físicos, así que proponía a la gente que continuara comprando discos físicos e, incluso, vinilos. Lo que no sé es por qué no propuso comprar, también, máquinas de escribir, carruajes de caballos… o, ya de paso, dedicarnos romper los telares mecánicos y las imprentas.
En un mítico capítulo de South Park en el que se discute el abuso que supone los derechos de autor y que en realidad solo beneficia económicamente a una minoría, los protagonistas deben visitar a un cantante de éxito que, debido a la piratería, ya no puede comprarse grifería de oro, como él quería.
Son muchos escritores, actores, músicos (generalmente de éxito) que protestan ante el nuevo paradigma de copia y distribución de contenidos que reducen los costes marginales casi a cero. No importa que, por ejemplo, el 90 % de todos los libros editados no fueran rentables para sus autores: lo que importa es que el 10 % privilegiado pueda continuar adquiriendo grifería de oro.
Esta forma de razonar, además, se ve agravada por otro factor: los autores de éxito consideran que sus grandes ingresos son simple consecuencia del ejercicio de su talento en el libre mercado.
En otras palabras: son ricos porque se merecen ser ricos, viven de ello porque merecen vivir de ello, es aceptable que un libro o un disco les permitía vivir sin trabajar durante uno o dos años para poder encomendarse durante ese tiempo a documentarse o prepararse para su nueva obra. Es decir, quede no existir tales emolumentos, tampoco existiría el arte (o más concretamente, sus nuevas y esperadas obras).
Pero un actor de Hollywood puede cobrar 20 millones de dólares por una producción no porque su trabajo o su talento cueste más que mil enfermeras trabajando un año entero, sino de resultas de una intrincada legislación sobre los derechos de propiedad intelectual. Un médico nunca podrá ser multimillonario pero un actor sí que puede serlo por razones legales, no otras.
Leyes que obliga a cumplir la policía, que convierte a la mayoría de usuarios de Internet en potenciales delincuentes. Leyes que convierten los derechos de autor y las patentes en monopolios concedidos por el Estado, cuyo origen procede del sistema feudal de gremios.
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