El país, una rara avis
para otras tantas convenciones internacionales (¿Cuántos kilómetros hay
entre Los Ángeles y San Francisco? ¿Cuántos acres ocupa El Pentágono?),
decidió mantenerse al margen. Sus leyes de copyright
disfrutaban de un largo recorrido. Los derechos de autor aparecen
someramente mencionados en su constitución, y desde principios del siglo
XIX toda obra quedaba protegida durante primero 14 y después 28 años, extendibles.
En 1886 Estados Unidos decidió mantenerse al margen de lo acordado en Berna y continuar con su propia legislación.
Su voluntario aislamiento pasó a mejor vida a mediados de los años
setenta, cuando el Congreso armonizó sus leyes en sintonía con la
Convención de Berna. Una década después, en 1988, pondría fin a un largo
siglo de excepcionalidad legal. Pero entre tanto, ¿qué hay de las obras
producidas entre 1886 y 1976?
Que han ido entrando en el dominio público a los 75 años de su
publicación original (el periodo se fue ampliando poco a poco). Ayer, 1
de enero de 2019, todas las obras lanzadas
en 1923 pasaron a ser patrimonio inmarcesible de la humanidad. Miles de
novelas, revistas, periódicos, películas, grabaciones musicales o
fotografías son, de la noche a la mañana, propiedad de todos. Sus
derechos de autor han pasado a mejor vida.
La culpa es de Mickey Mouse
Es un hito relevante: piezas como The World Crisis de Winston Churchill, Los Diez Mandamientos de Cecil B. DeMille o la adaptación teatral de El Retrato de Dorian Gray
imaginada por Theodore Pratt ya no requieren de permiso (y pago) para
ser reproducidas sobre cualquier soporte. El truco de la historia, sin
embargo, reside en lo extraño de las fechas: 1923 + 75 es igual a 1998. ¿Por qué las obras de entonces se están liberando veinte años más tarde?
La culpa es de Mickey Mouse.
En 1997 la gran industria audiovisual, al menos la que llevaba el
suficiente tiempo en funcionamiento, cayó en la cuenta de que un buen
puñado de sus creaciones de principios del siglo XX pasarían a dominio
público a principios del siglo XXI. La mayor parte de ellas no tenían
relevancia, dado que habían dejado de ser rentable hacía muchos años,
pero Mickey era otra historia. Su primera aparición (Steamboat Willie) databa de 1928. En 2004, ya sería de dominio público. Para Disney era un problema.
La compañía presionó y lobbeó a diversos políticos con éxito. Al año siguiente, el Congreso aprobaba una extensión
de dos décadas para los derechos de autor aún vigentes de todas las
obras producidas en suelo estadounidense. Virtualmente, Estados Unidos
aplazó veinte años la muerte natural de sus derechos de autor. Todas las
obras lanzadas entre 1923 y 1976, aproximadamente y descontando
excepciones, retrasarían su salida pública.
El peso de Mickey, aún muy rentable comercialmente para Disney,
provocó una rara sequía que se ha prolongado dos décadas. En 1997 todas
las publicaciones de 1922 dejaban de estar protegidas por los derechos
de autor (entre otras, el Ulysses de Joyce). Fue la última ocasión
en la que miles y miles de creaciones pasaban a formar parte del
patrimonio cultural. Durante los siguientes veinte años, prácticamente
nada (en EEUU) ha pasado al dominio público.
Hasta hoy.
Como se explica aquí,
las implicaciones son muy relevantes. En 1998 Internet no tenía el
carácter preponderante de hoy en día, y por tanto el acceso a las obras
era mucho más limitado. Ahora, el fin de los derechos de autor de
aquellas obras representa una bicoca para los editores de Wikipedia,
Google Books o todo aquel que desee reproducir, reeditar, inspirarse o
juguetear con un amplio abanico de creaciones, sin temer repercusiones
legales.
Lo que está por venir
Siguiendo a Mickey: en 2023 ya podrás lanzar tu propia línea de
juguetes inspirada en el primer Mickey de la historia. Eso sí, la ley es
clara: Disney seguirá poseyendo los derechos “trademark” del personaje, y tan sólo el Mickey específico de 1928 saldrá al dominio público. Su vestimenta, sus líneas gráficas (sin guantes) y sus características como personaje. Sucederá lo mismo con otros iconos del siglo XX como Batman o Superman.
La dinámica se repetirá año tras año, además, dado que el Congreso no parece tener
planes para seguir extendiendo el copyright (como hiciera en 1998). Al
año que viene entrarán en el dominio público las publicaciones de 1924;
al siguiente, las de 1925; y así sucesivamente hasta bien entrada la
década de los años setenta del siglo XXI. Durante ese periodo de tiempo
el grueso de la producción cultural del siglo XX pasará a ser propiedad
de todos.
Hablamos de un caudal inmenso de obras, publicadas en quizá el siglo
más revolucionario y convulso de la historia reciente del ser humano (y
en el país que lideró la industria cinematográfica y la música pop,
entre otros muchos sectores). Muchas de ellas puede que ya sean dominio
público. Como apuntan en The Atlantic, hasta 1963 las leyes estadounidenses obligaban a solicitar y registrar el copyright
para cualquier producto cultural lanzado al mercado. Es decir, los
derechos, al contrario que en el resto del mundo, no eran automáticos.
Se cree que el 90%
de las obras de los años veinte, por ejemplo, no cuentan con registro
conocido. Pero es una cuestión tramposa: a menudo es virtualmente
imposible saber si el copyright se solicitó o no, porque muchos
de los archivos que deberían acreditarlo se han perdido o no están
digitalizados. La única seguridad es la expiración legal de los
derechos, cosa que volverá a suceder a partir de ahora.
Dado que los derechos de autor se aplican en función del origen del
creador, el repentino caudal de obras liberadas al público es puramente
estadounidense. Berna establece que los derechos perviven durante toda la vida del autor, y cincuenta años después de su fallecimiento (para quien los posea). El tsunami
de obras libres publicadas en 1923 es único y extraordinario, y si no
estamos disfrutando ya de aquellas publicadas en 1943 es culpa de
Mickey.
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El país, una rara avis para otras tantas convenciones internacionales (¿Cuántos kilómetros hay entre Los Ángeles y San Francisco? ¿Cuántos acres ocupa El Pentágono?), decidió mantenerse al margen. Sus leyes de copyright disfrutaban de un largo recorrido. Los derechos de autor aparecen someramente mencionados en su constitución, y desde principios del siglo XIX toda obra quedaba protegida durante primero 14 y después 28 años, extendibles.
En 1886 Estados Unidos decidió mantenerse al margen de lo acordado en Berna y continuar con su propia legislación. Su voluntario aislamiento pasó a mejor vida a mediados de los años setenta, cuando el Congreso armonizó sus leyes en sintonía con la Convención de Berna. Una década después, en 1988, pondría fin a un largo siglo de excepcionalidad legal. Pero entre tanto, ¿qué hay de las obras producidas entre 1886 y 1976?
Que han ido entrando en el dominio público a los 75 años de su publicación original (el periodo se fue ampliando poco a poco). Ayer, 1 de enero de 2019, todas las obras lanzadas en 1923 pasaron a ser patrimonio inmarcesible de la humanidad. Miles de novelas, revistas, periódicos, películas, grabaciones musicales o fotografías son, de la noche a la mañana, propiedad de todos. Sus derechos de autor han pasado a mejor vida.
La culpa es de Mickey Mouse
Es un hito relevante: piezas como The World Crisis de Winston Churchill, Los Diez Mandamientos de Cecil B. DeMille o la adaptación teatral de El Retrato de Dorian Gray imaginada por Theodore Pratt ya no requieren de permiso (y pago) para ser reproducidas sobre cualquier soporte. El truco de la historia, sin embargo, reside en lo extraño de las fechas: 1923 + 75 es igual a 1998. ¿Por qué las obras de entonces se están liberando veinte años más tarde?
La culpa es de Mickey Mouse. En 1997 la gran industria audiovisual, al menos la que llevaba el suficiente tiempo en funcionamiento, cayó en la cuenta de que un buen puñado de sus creaciones de principios del siglo XX pasarían a dominio público a principios del siglo XXI. La mayor parte de ellas no tenían relevancia, dado que habían dejado de ser rentable hacía muchos años, pero Mickey era otra historia. Su primera aparición (Steamboat Willie) databa de 1928. En 2004, ya sería de dominio público. Para Disney era un problema.
La compañía presionó y lobbeó a diversos políticos con éxito. Al año siguiente, el Congreso aprobaba una extensión de dos décadas para los derechos de autor aún vigentes de todas las obras producidas en suelo estadounidense. Virtualmente, Estados Unidos aplazó veinte años la muerte natural de sus derechos de autor. Todas las obras lanzadas entre 1923 y 1976, aproximadamente y descontando excepciones, retrasarían su salida pública.
El peso de Mickey, aún muy rentable comercialmente para Disney, provocó una rara sequía que se ha prolongado dos décadas. En 1997 todas las publicaciones de 1922 dejaban de estar protegidas por los derechos de autor (entre otras, el Ulysses de Joyce). Fue la última ocasión en la que miles y miles de creaciones pasaban a formar parte del patrimonio cultural. Durante los siguientes veinte años, prácticamente nada (en EEUU) ha pasado al dominio público.
Hasta hoy.
Como se explica aquí, las implicaciones son muy relevantes. En 1998 Internet no tenía el carácter preponderante de hoy en día, y por tanto el acceso a las obras era mucho más limitado. Ahora, el fin de los derechos de autor de aquellas obras representa una bicoca para los editores de Wikipedia, Google Books o todo aquel que desee reproducir, reeditar, inspirarse o juguetear con un amplio abanico de creaciones, sin temer repercusiones legales.
Lo que está por venir
Siguiendo a Mickey: en 2023 ya podrás lanzar tu propia línea de juguetes inspirada en el primer Mickey de la historia. Eso sí, la ley es clara: Disney seguirá poseyendo los derechos “trademark” del personaje, y tan sólo el Mickey específico de 1928 saldrá al dominio público. Su vestimenta, sus líneas gráficas (sin guantes) y sus características como personaje. Sucederá lo mismo con otros iconos del siglo XX como Batman o Superman.
La dinámica se repetirá año tras año, además, dado que el Congreso no parece tener planes para seguir extendiendo el copyright (como hiciera en 1998). Al año que viene entrarán en el dominio público las publicaciones de 1924; al siguiente, las de 1925; y así sucesivamente hasta bien entrada la década de los años setenta del siglo XXI. Durante ese periodo de tiempo el grueso de la producción cultural del siglo XX pasará a ser propiedad de todos.
Hablamos de un caudal inmenso de obras, publicadas en quizá el siglo más revolucionario y convulso de la historia reciente del ser humano (y en el país que lideró la industria cinematográfica y la música pop, entre otros muchos sectores). Muchas de ellas puede que ya sean dominio público. Como apuntan en The Atlantic, hasta 1963 las leyes estadounidenses obligaban a solicitar y registrar el copyright para cualquier producto cultural lanzado al mercado. Es decir, los derechos, al contrario que en el resto del mundo, no eran automáticos.
Se cree que el 90% de las obras de los años veinte, por ejemplo, no cuentan con registro conocido. Pero es una cuestión tramposa: a menudo es virtualmente imposible saber si el copyright se solicitó o no, porque muchos de los archivos que deberían acreditarlo se han perdido o no están digitalizados. La única seguridad es la expiración legal de los derechos, cosa que volverá a suceder a partir de ahora.
Dado que los derechos de autor se aplican en función del origen del creador, el repentino caudal de obras liberadas al público es puramente estadounidense. Berna establece que los derechos perviven durante toda la vida del autor, y cincuenta años después de su fallecimiento (para quien los posea). El tsunami de obras libres publicadas en 1923 es único y extraordinario, y si no estamos disfrutando ya de aquellas publicadas en 1943 es culpa de Mickey.
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