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Plataformas digitales y democracia

Las plataformas digitales son un instrumento para democratizar la participación porque superan las tiranías de espacio y tiempo tradicionales. Pero la mejora de la participación democrática tiene niveles de cumplimiento variados.

De unos años a esta parte, asistimos a la emergencia del poder relacional, de la transversalidad, de la participación. Este es el enclave que da sentido y protagonismo a la tecnopolítica, base sobre la cual se conceptualiza y se acoge una nueva visión de la democracia: más abierta, más directa, más interactiva. Un marco que supera la arquitectura cerrada sobre la que se han cimentado las praxis de gobernanza (cerradas, jerárquicas, unidireccionales…) en casi todos los ámbitos. Esta serie sobre El ecosistema de la democracia abierta busca analizar los distintos aspectos de esta transformación en marcha.

El impacto generado por las plataformas digitales en los últimos años afecta a todos los ámbitos y tipos de organización. Desde la producción al consumo, desde los partidos políticos a los movimientos sociales, desde la empresa a la Administración pública, los sindicatos, la universidad o los medios de comunicación de masas. La disrupción es transversal e intergeneracional. La autogestión por parte del usuario/a y la desintermediación son sin duda las grandes bazas comunes —al menos discursivamente— de todas ellas. Las personas, a través de la tecnología, tienen más capacidad para participar activamente en los procesos que se vinculan a una determinada actividad. Por ello, hablamos a menudo de las plataformas digitales como un instrumento para democratizar la participación, ya que estas superan las tiranías de espacio y tiempo tradicionales. De todas formas, si las analizamos con detalle y nos fijamos en las organizaciones que las promueven, nos daremos cuenta de que la mejora de la participación democrática tiene niveles de cumplimiento variados y enfoques con lógicas diametralmente distintas.

Cooperativismo y procomún digital

Fairmondo es un mercado virtual, similar a Amazon. Una observación rápida de esta plataforma de origen alemán puede no ser suficiente para mostrar la relevancia actual del proyecto, uno de los más paradigmáticos del cooperativismo de plataforma (conceptualizado y popularizado por Trebor Scholz y Nathan Schneider) o del cooperativismo abierto (conceptualizado por Michel Bauwens y la P2P Foundation). En realidad, Fairmondo es una cooperativa digital propiedad de los mismos usuarios que, además, son sus accionistas.

El ADN de la iniciativa es el código abierto, la innovación y la sociedad de los bienes comunes. Lanzada en 2013, una serie de campañas de microfinanciación, con cientos de miles de euros de capital recaudados, han permitido su desarrollo. A pesar de que la dimensión de la propuesta, con más de 12.000 miembros y dos millones de productos, es global, su lógica es local. Con esta determinación, Fairmondo se ha empezado a configurar como una federación de cooperativas locales en todos los países donde se inicia una organización. A diferencia de Amazon, la gobernanza democrática juega un papel clave en su funcionamiento.

A partir de este caso paradigmático, podemos observar distintas tipologías de plataformas tecnológicas que están determinadas, con frecuencia, por el modelo económico que promueven. En este sentido, podemos enlazar el papel de la tecnología como un espacio de interacción entre iguales (P2P) a la emergencia de la Economía Colaborativa. En cualquier caso, en la tentativa de hacer un análisis crítico, como señala Mayo Fuster, es fundamental preguntarse por el modelo de negocio (básicamente, para distinguir proyectos con o sin afán de lucro), el tipo de tecnología (de código abierto o cerrado; es decir, replicable democráticamente o no) y por el acceso al conocimiento generado (para observar si los datos son públicos o privados). En esta trilogía podemos situar una nueva capa: la gobernabilidad de la plataforma que, casi siempre, va intrínsecamente vinculada a la organización que la promueve. Por este motivo, nos parece imprescindible que, en el momento de situar el papel democratizador de una plataforma tecnológica, analicemos holísticamente su aproximación económica, social y política.

La revisión crítica de cada proyecto es especialmente pertinente en un campo de juego donde ya no solo la ciudadanía actúa como consumidora de productos o servicios, sino también como productora u ofreciendo sus propios bienes. En algunos casos, ya se ha denunciado el hecho de que algunas plataformas digitales generan precarización y desprotección laboral entre aquellos que ofrecen servicios por esta vía. La aplicación de Uber ejemplifica este riesgo. El impacto social comunitario derivado tampoco puede ser ajeno a la valoración en términos de democratización. En este sentido, un nuevo caso paradigmático como es Airbnb muestra el impacto, en términos de deslocalización ciudadana, que provoca su actividad. Es decir, más allá de observar a la plataforma como un instrumento para el intercambio de viviendas entre iguales, hay que analizar con detalle su uso real y su impacto social y económico.

En resumen, el cooperativismo de plataforma o el cooperativismo abierto, ya sea centrándose en la fuerza social de los valores cooperativistas o en la necesidad de reapropiación de los bienes comunes, apela a una revisión detallada y crítica de las plataformas digitales en el marco de su acción local. Esta aproximación se abstrae de los análisis globales del impacto de la tecnología que, a menudo, camuflan la réplica de modelos (con gran similitud a organizaciones verticales y jerárquicas) que generan entornos digitales poco democráticos.

La Teixidora, plataforma digital democrática

Una vez observados los riesgos de una valoración parcial del impacto de la tecnología y las claves para su análisis, volvamos al punto de partida: la democratización de la participación. Determinada la relevancia de la evaluación local de herramientas digitales globales, veamos ahora en el caso de la plataforma multimedia La Teixidora, que —por su caracterización— permite sintetizar los aspectos que configuran, a nuestro entender, la participación democrática.

Esta iniciativa, que se puso en marcha a principios de 2016 en Barcelona, organiza la estructura colaborativa, en tiempo real, con el objetivo de cartografiar el conocimiento distribuido generado en diferentes partes de la ciudad durante conferencias, encuentros, talleres y otros formatos de reuniones offline vinculados a la tecnopolítica y el procomún. Para ello, se apropia de varias herramientas (editor colaborativo, wiki, espacios de almacenamiento de contenidos…) de código abierto. Además, utiliza una licencia Creative Commons que, reconociendo la autoría, permite que cualquier persona pueda adaptar los contenidos, incluso utilizarlos comercialmente. Dos aplicaciones significativas ilustran el valor de sus funcionalidades, en torno a la democratización de la participación:

  1. La Teixidora cubrió, con la participación de unas veinte personas, el debate de Economies Col·laboratives Procomuns (marzo 2016) que, una vez clasificadas, fueron trasladadas a la plataforma Decidim Barcelona que ha sido utilizada para definir, a través de un amplio proceso participativo, el Plan de Acción Municipal del Ayuntamiento de la ciudad.
  2. Al mismo tiempo, la herramienta ha servido para el seguimiento de los quince equipos que han seguido el programa de desarrollo económico La Comunificadora, que tiene como objetivo promover proyectos de transformación social, incentivando, a su vez, el emprendimiento. A través de La Teixidora, las personas participantes han podido establecer un espacio de intercambio de conocimiento entre ellas, con los mentores, con los gestores públicos y con la ciudadanía en general. Los contenidos son abiertos y reutilizables.

En definitiva, ambos procesos, gracias a la plataforma, no solo nutren propuestas, sino que configuran un espacio de aprendizaje abierto. A su vez, cartografiando la participación, rinde cuentas de forma transparente, lo cual mejora la calidad democrática del proceso impulsado por la Administración Pública. Al mismo tiempo, la información y aprendizaje en torno a su uso está sirviendo para rediseñar la propia plataforma tecnológica y adecuarla a las necesidades de sus comunidades.

Como hemos podido observar, a pesar de que las plataformas digitales tienden a crear espacios de interacción, sin intermediación, su naturaleza y su acción las distingue enormemente. Por este motivo, es relevante crear instrumentos de análisis que permitan una revisión crítica y su correcta clasificación. En este sentido, como señala Matthieu Lietaert, en el debate sobre las distintas tipologías de plataformas digitales generadas en torno a la Economía Colaborativa, es clave mostrar cuál es la razón y el impacto de cada una de ellas. Las plataformas unicornio, de carácter corporativo, de código y licencias privativas, reproducen modelos socialmente injustos, mientras que las plataformas cooperativas o abiertas se sitúan en una búsqueda de espacios de transformación social y económica procomún.

Soberanía tecnológica

Las respuestas a estas preguntas: ¿qué impacto económico y social genera una plataforma digital?, ¿quién es el propietario del software y los datos que genera su utilización?, ¿quién la gobierna?, ¿cuál es la relación entre usuarios/as y propietarios? son relevantes en la discusión sobre el papel de la tecnología en un ecosistema democrático abierto. A nuestro entender, sin su consideración, tenemos el riesgo de proveernos de herramientas que reproducen modelos de intermediación y gobernanza jerárquicos y opacos. Por esta razón, como indica Bernardo Gutiérrez, es especialmente relevante el rumbo que han tomado algunas ciudades ―especialmente las llamadas «ciudades rebeldes»―, donde la reacción está siendo doble. Por un lado, se interpela al papel social y económico de los nuevos actores ―también a su modelo de gobernanza― y, por el otro, se promueven herramientas tecnológicas de participación intermunicipales.

No debería extrañarnos que en el contexto de una reivindicación de la autonomía de las ciudades, interconectadas en red, y con la voluntad de incrementar su capacidad de resiliencia, a partir de revindicar la recuperación de sus soberanías (valorando las fuentes y los suministradores de recursos de energía eléctrica o hídrica o la propia trazabilidad de los alimentos), la dimensión tecnológica represente una nueva capa inevitable a considerar en la era de la Sociedad Red, ecosistema que, como significa Manuel Castells, está redefiniendo las relaciones de poder.