Comenzó como una tímida máquina que buscaba imitar el lenguaje humano y terminó en una tecnología capaz de superar al humano en aspectos tan específicos como la lectura de labios, la identificación de tumores cancerígenos y hasta en darse vuelta el Super Mario.
Quizás los inicios de lo que conocemos como Inteligencia Artificial tienen sus orígenes en la mitología griega. Una de las versiones dice que el gigante de bronce llamado Talos, fue un autómata creado para defender la ciudad de Creta. Su misión era darle tres vueltas a la isla al día y, si detectaba algún extranjero o invasor, se metía al fuego hasta quedar rojo y después iba a abrazar a sus enemigos hasta calcinarlos.
O sea, un “robot” muy vivaracho.
Pero bueno, el tiempo ha pasado, la Inteligencia Artificial está de moda, pero aún no vemos robots gigantes de bronce protegiéndonos de los villanos. ¿Qué tanto hemos avanzado? ¿Para dónde vamos? ¿Tangananica o Tangananá?
Sus orígenes: ¿cómo darle inteligencia a un aparato?
Se podría decir que el papi de la IA fue Alan Turing. Sip, el mismo de la película El código Enigma, es decir, el mismo tipo que logró descifrar los mensajes que se enviaban los nazis durante la Segunda Guerra Mundial; el mismo que es conocido como el padre de la computación por sus grandes avances en la materia… y el mismo que fue químicamente castrado por ser homosexual (y que terminó muriendo por lo mismo).
Pues bien, en 1950 publicó un paper en donde analizó la capacidad de las máquinas para computar información y el vínculo que eso podría tener con lo que en ese entonces conocíamos como inteligencia. Fue la primera aproximación académica a lo que ahora conocemos como IA, solo que no usó esas palabras.
El término Inteligencia Artificial fue acuñado años más tarde por John McCarthy, un científico de computación, aunque lo importante es entender qué es lo que se esperaba de este concepto en esa fecha. La premisa era que existía la posibilidad de que las máquinas pudieran ser capaces de pensar por sí mismas, o que al menos los humanos no fuéramos capaces de diferenciar la “inteligencia” de una máquina con la de nosotros.
Para resolver esto, Alan creó el test de Turing. Básicamente, lo que quería hacer era comprobar que las máquinas podían ser inteligentes. ¿Y qué significa eso? Posibilitar una conversación entre un computador y alguien más, mientras una tercera persona observaba. La medición se daba en tanto ese tercero advertía o no cuál dialogante correspondía a la persona y cuál al computador.
En otras palabras, consistía en lograr que un computador imitara el lenguaje humano y, pese a que era el tema de moda en el mundo de la ciencia, los avances en la materia no prosperaron mucho durante la década de los ’60, debido a las limitaciones de la tecnología de ese entonces. Así que cada vez se habló menos del asunto… Hasta que llegaron los groovies ’80.
En esta década, la humanidad vio el nacimiento de la CPU (es decir, los computadores que tenemos ahora, pero mucho más grandes, lentos y con una capacidad de procesar información millones de veces más reducida que la actual). El tema de la IA volvió a estallar y la humanidad tenía toda su fe puesta en que finalmente se alcanzarían avances que revolucionarían la manera en la que vivimos.
Pero no fue así; las limitaciones económicas de la época hicieron que el tema nuevamente no prosperara.
¡A jugar!
Ya estábamos en la década de los ’90 y las cosas se pusieron, por así decirlo, lúdicas. En el ’97, un ENORME computador llamado Deep Blue fabricado por IBM, le ganó una partida de ajedrez al entonces campeón mundial de este deporte.
Para esto, lo que se hizo fue permitirle al computador calcular hasta un máximo de 20 movimientos posibles. ¿Cómo sabía Deep Blue qué jugada era mejor que otra? Pues a través de una serie de indicaciones escritas a mano previamente, aunque después estas fueron optimizadas cuando se analizaron miles de partidas jugadas. Es decir, fue aprendiendo solita a través de algo llamado Machine learning.
¿Qué tan inteligentes son las máquinas ahora?
Ya llevamos casi 70 años hablando de la inteligencia artificial y todavía existe el debate respecto de si podemos realmente hablar de “inteligencia” o no. Después de todo, algunos creen que lo que denominamos AI en realidad se trata de la función de identificar patrones para reconocerlos después.
Eso significa que, por ejemplo, un computador capaz de identificar noticias y relacionarlas con otras, lo haría principalmente a partir de las palabras que encuentre por ahí. Es decir, si la primera noticia es sobre Donald Trump, quizás recomiende otras que hablen de Melania Trump, los inmigrantes, Estados Unidos, etc.
Pero si la noticia es sobre Turquía (Turkey en inglés), puede ser que sugiera noticias que hablen de pavos (que en inglés también se dice “turkey”). ¿Dejan de ser inteligentes las máquinas en esos casos? Según algunos, sí; según otros, no. Después de todo, el ser humano ha evolucionado durante millones de años para ser lo que somos ahora: organismos capaces de abstraerse de sí mismos y entender el mundo que los rodea.
Y, sin duda, los sistemas han ido mejorando. Por ejemplo, un sistema de IA inventado en Oxford “vio” durante horas las noticias de la BBC. ¿El resultado? Ahora puede leer los labios mejor que los humanos expertos en la materia. Sin embargo, eso se queda chico ante la enorme lista de cosas que la Inteligencia Artificial puede lograr actualmente:
– Transcribir discursos mejor que quienes se dedican a eso.
– Identificar respuestas a incógnitas en un mismo texto (como cuando le haces una pregunta a Google: ¿cuál es el ave más rápida del mundo?).
– Encontrar nuevos usos para medicamentos ya existentes.
– Superar a los doctores cuando se trata de encontrar tumores cancerígenos.
– Aplicar insecticidas de una manera mucho más eficiente.
– Anticipar protestas hasta cinco días antes de que ocurran.
– Restaurar a su forma original (o cerca por lo menos) las imágenes pixeladas.
– Predecir el resultado de los juicios sobre Derechos Humanos.
– Ser mejor que los humanos al jugar Super Mario.
¿Y qué se viene?
Prepárense para una frase cliché: el futuro es muy incierto. Pero es verdad. Cuando se trata de Inteligencia Artificial, solo existen dudas al proyectar lo que se viene. Hay posturas más pesimistas como la de Elon Musk, quien cree que tenemos que prepararnos para evitar que las máquinas terminen dominando al mundo.
Mientras, por otro lado está Mark Zuckerberg, quien cree que se vienen un montón de desarrollos positivos que mejorarán nuestra calidad de vida. Pero más allá de las apreciaciones de cómo sería un futuro en donde la IA está masificada, ¿qué podríamos esperar concretamente de esta tecnología?
Quizás lo más loco a lo que podríamos aspirar es a la “singularidad tecnológica”. Este concepto habla del punto en el que los desarrollos tecnológicos serán tan avanzados, que llegaremos a un momento en el que seguirán evolucionando por su propia cuenta. Es decir, que los computadores se transformen en sus propios desarrolladores.
Según Ray Kurzweil, director de ingeniería en Google y famoso por sus predicciones tecnológicas, la humanidad alcanzará la singularidad tecnológica el 2045, aunque para el 2029 estima que los computadores ya tendrán un nivel de inteligencia similar al humano. Además, cree que para el 2030 estaremos incrustándonos artefactos electrónicos en nuestro cerebro para mejorar funciones como la memoria.
En tanto, una encuesta hecha en 2011 a un grupo de expertos en Inteligencia Artificial, arrojó como resultado que para el 2050 se prevé que la IA permita a los computadores realizar cualquier función intelectual que podría hacer un humano. ¡Cualquiera!
Seremos espectadores de una revolución como pocas, que ya está en camino y es parte de nuestras vidas. Los seres humanos tendremos que resolver dilemas que irán mucho más allá de las cuestiones técnicas y de desarrollo, sino que nos involucrarán éticamente como sociedad. Iremos aprendiendo poco a poco aquello que nos es útil y descartando lo que, eventualmente, podría perjudicarnos. Idealmente y si actuamos con criterio, la inteligencia artificial podría ayudarnos a hacer de este planeta, un lugar bueno para vivir.
Fuene
Comenzó como una tímida máquina que buscaba imitar el lenguaje humano y terminó en una tecnología capaz de superar al humano en aspectos tan específicos como la lectura de labios, la identificación de tumores cancerígenos y hasta en darse vuelta el Super Mario.
Quizás los inicios de lo que conocemos como Inteligencia Artificial tienen sus orígenes en la mitología griega. Una de las versiones dice que el gigante de bronce llamado Talos, fue un autómata creado para defender la ciudad de Creta. Su misión era darle tres vueltas a la isla al día y, si detectaba algún extranjero o invasor, se metía al fuego hasta quedar rojo y después iba a abrazar a sus enemigos hasta calcinarlos.
O sea, un “robot” muy vivaracho.
Pero bueno, el tiempo ha pasado, la Inteligencia Artificial está de moda, pero aún no vemos robots gigantes de bronce protegiéndonos de los villanos. ¿Qué tanto hemos avanzado? ¿Para dónde vamos? ¿Tangananica o Tangananá?
Sus orígenes: ¿cómo darle inteligencia a un aparato?
Se podría decir que el papi de la IA fue Alan Turing. Sip, el mismo de la película El código Enigma, es decir, el mismo tipo que logró descifrar los mensajes que se enviaban los nazis durante la Segunda Guerra Mundial; el mismo que es conocido como el padre de la computación por sus grandes avances en la materia… y el mismo que fue químicamente castrado por ser homosexual (y que terminó muriendo por lo mismo).
Pues bien, en 1950 publicó un paper en donde analizó la capacidad de las máquinas para computar información y el vínculo que eso podría tener con lo que en ese entonces conocíamos como inteligencia. Fue la primera aproximación académica a lo que ahora conocemos como IA, solo que no usó esas palabras.
El término Inteligencia Artificial fue acuñado años más tarde por John McCarthy, un científico de computación, aunque lo importante es entender qué es lo que se esperaba de este concepto en esa fecha. La premisa era que existía la posibilidad de que las máquinas pudieran ser capaces de pensar por sí mismas, o que al menos los humanos no fuéramos capaces de diferenciar la “inteligencia” de una máquina con la de nosotros.
Para resolver esto, Alan creó el test de Turing. Básicamente, lo que quería hacer era comprobar que las máquinas podían ser inteligentes. ¿Y qué significa eso? Posibilitar una conversación entre un computador y alguien más, mientras una tercera persona observaba. La medición se daba en tanto ese tercero advertía o no cuál dialogante correspondía a la persona y cuál al computador.
En otras palabras, consistía en lograr que un computador imitara el lenguaje humano y, pese a que era el tema de moda en el mundo de la ciencia, los avances en la materia no prosperaron mucho durante la década de los ’60, debido a las limitaciones de la tecnología de ese entonces. Así que cada vez se habló menos del asunto… Hasta que llegaron los groovies ’80.
En esta década, la humanidad vio el nacimiento de la CPU (es decir, los computadores que tenemos ahora, pero mucho más grandes, lentos y con una capacidad de procesar información millones de veces más reducida que la actual). El tema de la IA volvió a estallar y la humanidad tenía toda su fe puesta en que finalmente se alcanzarían avances que revolucionarían la manera en la que vivimos.
Pero no fue así; las limitaciones económicas de la época hicieron que el tema nuevamente no prosperara.
¡A jugar!
Ya estábamos en la década de los ’90 y las cosas se pusieron, por así decirlo, lúdicas. En el ’97, un ENORME computador llamado Deep Blue fabricado por IBM, le ganó una partida de ajedrez al entonces campeón mundial de este deporte.
Para esto, lo que se hizo fue permitirle al computador calcular hasta un máximo de 20 movimientos posibles. ¿Cómo sabía Deep Blue qué jugada era mejor que otra? Pues a través de una serie de indicaciones escritas a mano previamente, aunque después estas fueron optimizadas cuando se analizaron miles de partidas jugadas. Es decir, fue aprendiendo solita a través de algo llamado Machine learning.
¿Qué tan inteligentes son las máquinas ahora?
Ya llevamos casi 70 años hablando de la inteligencia artificial y todavía existe el debate respecto de si podemos realmente hablar de “inteligencia” o no. Después de todo, algunos creen que lo que denominamos AI en realidad se trata de la función de identificar patrones para reconocerlos después.
Eso significa que, por ejemplo, un computador capaz de identificar noticias y relacionarlas con otras, lo haría principalmente a partir de las palabras que encuentre por ahí. Es decir, si la primera noticia es sobre Donald Trump, quizás recomiende otras que hablen de Melania Trump, los inmigrantes, Estados Unidos, etc.
Pero si la noticia es sobre Turquía (Turkey en inglés), puede ser que sugiera noticias que hablen de pavos (que en inglés también se dice “turkey”). ¿Dejan de ser inteligentes las máquinas en esos casos? Según algunos, sí; según otros, no. Después de todo, el ser humano ha evolucionado durante millones de años para ser lo que somos ahora: organismos capaces de abstraerse de sí mismos y entender el mundo que los rodea.
Y, sin duda, los sistemas han ido mejorando. Por ejemplo, un sistema de IA inventado en Oxford “vio” durante horas las noticias de la BBC. ¿El resultado? Ahora puede leer los labios mejor que los humanos expertos en la materia. Sin embargo, eso se queda chico ante la enorme lista de cosas que la Inteligencia Artificial puede lograr actualmente:
– Transcribir discursos mejor que quienes se dedican a eso.
– Identificar respuestas a incógnitas en un mismo texto (como cuando le haces una pregunta a Google: ¿cuál es el ave más rápida del mundo?).
– Encontrar nuevos usos para medicamentos ya existentes.
– Superar a los doctores cuando se trata de encontrar tumores cancerígenos.
– Aplicar insecticidas de una manera mucho más eficiente.
– Anticipar protestas hasta cinco días antes de que ocurran.
– Restaurar a su forma original (o cerca por lo menos) las imágenes pixeladas.
– Predecir el resultado de los juicios sobre Derechos Humanos.
– Ser mejor que los humanos al jugar Super Mario.
¿Y qué se viene?
Prepárense para una frase cliché: el futuro es muy incierto. Pero es verdad. Cuando se trata de Inteligencia Artificial, solo existen dudas al proyectar lo que se viene. Hay posturas más pesimistas como la de Elon Musk, quien cree que tenemos que prepararnos para evitar que las máquinas terminen dominando al mundo.
Mientras, por otro lado está Mark Zuckerberg, quien cree que se vienen un montón de desarrollos positivos que mejorarán nuestra calidad de vida. Pero más allá de las apreciaciones de cómo sería un futuro en donde la IA está masificada, ¿qué podríamos esperar concretamente de esta tecnología?
Quizás lo más loco a lo que podríamos aspirar es a la “singularidad tecnológica”. Este concepto habla del punto en el que los desarrollos tecnológicos serán tan avanzados, que llegaremos a un momento en el que seguirán evolucionando por su propia cuenta. Es decir, que los computadores se transformen en sus propios desarrolladores.
Según Ray Kurzweil, director de ingeniería en Google y famoso por sus predicciones tecnológicas, la humanidad alcanzará la singularidad tecnológica el 2045, aunque para el 2029 estima que los computadores ya tendrán un nivel de inteligencia similar al humano. Además, cree que para el 2030 estaremos incrustándonos artefactos electrónicos en nuestro cerebro para mejorar funciones como la memoria.
En tanto, una encuesta hecha en 2011 a un grupo de expertos en Inteligencia Artificial, arrojó como resultado que para el 2050 se prevé que la IA permita a los computadores realizar cualquier función intelectual que podría hacer un humano. ¡Cualquiera!
Seremos espectadores de una revolución como pocas, que ya está en camino y es parte de nuestras vidas. Los seres humanos tendremos que resolver dilemas que irán mucho más allá de las cuestiones técnicas y de desarrollo, sino que nos involucrarán éticamente como sociedad. Iremos aprendiendo poco a poco aquello que nos es útil y descartando lo que, eventualmente, podría perjudicarnos. Idealmente y si actuamos con criterio, la inteligencia artificial podría ayudarnos a hacer de este planeta, un lugar bueno para vivir.
Fuene
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