Los robots pueden realizar actividades para nosotros imposibles o maravillosas, como caminar por la superficie de Marte, entrar paseando en entornos radioactivos o fabricar objetos en cuestión de segundos. Por contra, parece que las capacidades motrices no son lo suyo. Algo tan ‘sencillo’ para nosotros como caminar a ellos les resulta imposible. Un bebé lo hace mejor. ¿Por qué?
¿Qué es la paradoja de Moravec?
Estamos acostumbrados a las películas en las que los robots caminan
con la naturalidad de los humanos. Aunque Spot Mini (arriba), Handle
(abajo) y Atlas (en el siguiente apartado), los robots del laboratorio
Boston Dynamics, incluyan hasta flexibilidad felina, lo cierto es que cuesta programar en las máquinas movimientos que consideramos naturales.
Hace 30 años Hans Moravec, investigador en robótica, se dio cuenta de
este problema que aún no hemos solucionado. En su libro ‘Mind Children’
(1988) comentaba esto: “Comparativamente, es fácil conseguir que
las computadoras muestren capacidades similares a las de un humano
adulto en tests de inteligencia, y difícil o imposible lograr que posean
las habilidades perceptivas y motrices de un bebé de un año”.
Nos resulta fácil que un robot realice en segundos cálculos que un
contable no podría realizar en toda su vida. Incluso hemos conocido gente ‘desplazada’ por la tecnología, como Jessica Schvarzman.
Sin embargo, no podemos enseñarle a que se levante de la silla sin
caerse. Somos capaces de reproducir artificialmente lo que nos
diferencia de los animales, pero somos incapaces de hacer lo propio con
aquello que compartimos con ellos.
De hecho, el ejército estadounidense lleva con el programa M3
(Maximum Mobility and Manipulation) desde hace casi una década. Cada
año, EE.UU. invierte millones de dólares para conseguir que sus máquinas
‘agarren y gateen’ como los bebés. Prácticamente no hemos conseguido
nada.
¿Por qué a los robots les cuesta caminar?
Los animales, entre los cuales nos encontramos, son máquinas. Complejas máquinas biológicas repletas de sensores de todo tipo.
Piensa no ya en tu mano, considerada el punto más alto de la evolución
junto al cerebro, sino en una de tus piernas o brazos. Cada centímetro
cuadrado tiene decenas de miles de pequeños sensores de presión,
temperatura y humedad.
En otras palabras: salvo enfermedad, cualquier persona ‘sabe’ cuándo
está de pie o tumbado. También la temperatura a la que tiene expuesta la
piel o si alguien le está agarrando. Nuestro cerebro realiza, de un modo increíblemente eficiente, cálculos en base a los miles de receptores que tenemos localizados en el cuerpo.
Cuando caminamos, las plantas de nuestros pies informan al cerebro de
los diferentes niveles de presión a lo largo de toda la superficie. Es
así como calculamos la potencia con la que hay que saltar un charco o
subir de un salto los escalones de casa. Muy pocos robots han logrado
desarrollar habilidades similares, y aun así no pueden ser usados fuera
del laboratorio.
El Atlas que vemos arriba funciona bien en un entorno controlado, pero lo pasaría realmente mal en las calles de una ciudad. Que pueda mantener el equilibrio no significa que pueda caminar por las aceras con normalidad. Menos aún por el irregular campo. Andar va mucho más allá de no caerse, no digamos ya correr.
De momento, el cerebro humano tiene las de ganar gracias a un secreto biológico imprescindible para el equilibrio: un consumo de energía irrisorio
para la cantidad de cálculos que realizamos ‘sin pensar’. Los mismos
cálculos en un robot requieren que este esté conectado a la corriente,
una barrera que evidentemente las personas no tenemos.
Moravec, ¿para qué queremos que un robot camine?
El 11 de marzo de 2011, a raíz de un terremoto y tsunami en Japón, la
central de Fukushima I sufrió un accidente. Durante los primeros días,
hasta 800 brigadistas (humanos) trabajaron para devolver la electricidad
a la central, apagar los fuegos o enfriar las piscinas de los reactores
nucleares. Un trabajo de riesgo en el que fallecieron 70 personas y más
de una decena se expuso tanto a la radiación que las probabilidades de
desarrollar cáncer aumentaron considerablemente.
No pudimos usar robots porque aún no tienen la
destreza suficiente como para cerrar una manivela. Ponemos Fukushima I
por lo conocido que es, pero podemos ampliar el foco a incendios,
persecuciones, inundaciones, tornados, tiroteos, y hasta meteoritos… El día en que podamos usar robots para evitar poner humanos en peligro, sin duda lo haremos. De momento, la alternativa es el ciborguismo, con una fuerte oposición ética detrás.
En el vídeo de arriba podemos ver la última edición de Darpa Robotics Challenge
(2015) y lo que les pasa a los robots que tratan (sin éxito) de subir
escaleras o abrir puertas. Es evidente que Atlas es una excepción, pero
también que hace uso de una programación específica para cada tarea. No
es tan versátil como aparece en los vídeos de Boston Robotics, aunque
van por buen camino.
Los robots que vemos en el vídeo de Darpa son, al menos para 2015, los más desarrollados del mundo. La paradoja de Moravec
es implacable, de momento, y a las máquinas les va a costar bastante
caminar. Al menos si lo intentan como los humanos. Parece que usando neumáticos todo va sobre ruedas.
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Los robots pueden realizar actividades para nosotros imposibles o maravillosas, como caminar por la superficie de Marte, entrar paseando en entornos radioactivos o fabricar objetos en cuestión de segundos. Por contra, parece que las capacidades motrices no son lo suyo. Algo tan ‘sencillo’ para nosotros como caminar a ellos les resulta imposible. Un bebé lo hace mejor. ¿Por qué?
¿Qué es la paradoja de Moravec?
Estamos acostumbrados a las películas en las que los robots caminan con la naturalidad de los humanos. Aunque Spot Mini (arriba), Handle (abajo) y Atlas (en el siguiente apartado), los robots del laboratorio Boston Dynamics, incluyan hasta flexibilidad felina, lo cierto es que cuesta programar en las máquinas movimientos que consideramos naturales.
Hace 30 años Hans Moravec, investigador en robótica, se dio cuenta de este problema que aún no hemos solucionado. En su libro ‘Mind Children’ (1988) comentaba esto: “Comparativamente, es fácil conseguir que las computadoras muestren capacidades similares a las de un humano adulto en tests de inteligencia, y difícil o imposible lograr que posean las habilidades perceptivas y motrices de un bebé de un año”.
Nos resulta fácil que un robot realice en segundos cálculos que un contable no podría realizar en toda su vida. Incluso hemos conocido gente ‘desplazada’ por la tecnología, como Jessica Schvarzman. Sin embargo, no podemos enseñarle a que se levante de la silla sin caerse. Somos capaces de reproducir artificialmente lo que nos diferencia de los animales, pero somos incapaces de hacer lo propio con aquello que compartimos con ellos.
De hecho, el ejército estadounidense lleva con el programa M3 (Maximum Mobility and Manipulation) desde hace casi una década. Cada año, EE.UU. invierte millones de dólares para conseguir que sus máquinas ‘agarren y gateen’ como los bebés. Prácticamente no hemos conseguido nada.
¿Por qué a los robots les cuesta caminar?
Los animales, entre los cuales nos encontramos, son máquinas. Complejas máquinas biológicas repletas de sensores de todo tipo. Piensa no ya en tu mano, considerada el punto más alto de la evolución junto al cerebro, sino en una de tus piernas o brazos. Cada centímetro cuadrado tiene decenas de miles de pequeños sensores de presión, temperatura y humedad.
En otras palabras: salvo enfermedad, cualquier persona ‘sabe’ cuándo está de pie o tumbado. También la temperatura a la que tiene expuesta la piel o si alguien le está agarrando. Nuestro cerebro realiza, de un modo increíblemente eficiente, cálculos en base a los miles de receptores que tenemos localizados en el cuerpo.
Cuando caminamos, las plantas de nuestros pies informan al cerebro de los diferentes niveles de presión a lo largo de toda la superficie. Es así como calculamos la potencia con la que hay que saltar un charco o subir de un salto los escalones de casa. Muy pocos robots han logrado desarrollar habilidades similares, y aun así no pueden ser usados fuera del laboratorio.
El Atlas que vemos arriba funciona bien en un entorno controlado, pero lo pasaría realmente mal en las calles de una ciudad. Que pueda mantener el equilibrio no significa que pueda caminar por las aceras con normalidad. Menos aún por el irregular campo. Andar va mucho más allá de no caerse, no digamos ya correr.
De momento, el cerebro humano tiene las de ganar gracias a un secreto biológico imprescindible para el equilibrio: un consumo de energía irrisorio para la cantidad de cálculos que realizamos ‘sin pensar’. Los mismos cálculos en un robot requieren que este esté conectado a la corriente, una barrera que evidentemente las personas no tenemos.
Moravec, ¿para qué queremos que un robot camine?
El 11 de marzo de 2011, a raíz de un terremoto y tsunami en Japón, la central de Fukushima I sufrió un accidente. Durante los primeros días, hasta 800 brigadistas (humanos) trabajaron para devolver la electricidad a la central, apagar los fuegos o enfriar las piscinas de los reactores nucleares. Un trabajo de riesgo en el que fallecieron 70 personas y más de una decena se expuso tanto a la radiación que las probabilidades de desarrollar cáncer aumentaron considerablemente.
No pudimos usar robots porque aún no tienen la destreza suficiente como para cerrar una manivela. Ponemos Fukushima I por lo conocido que es, pero podemos ampliar el foco a incendios, persecuciones, inundaciones, tornados, tiroteos, y hasta meteoritos… El día en que podamos usar robots para evitar poner humanos en peligro, sin duda lo haremos. De momento, la alternativa es el ciborguismo, con una fuerte oposición ética detrás.
En el vídeo de arriba podemos ver la última edición de Darpa Robotics Challenge (2015) y lo que les pasa a los robots que tratan (sin éxito) de subir escaleras o abrir puertas. Es evidente que Atlas es una excepción, pero también que hace uso de una programación específica para cada tarea. No es tan versátil como aparece en los vídeos de Boston Robotics, aunque van por buen camino.
Los robots que vemos en el vídeo de Darpa son, al menos para 2015, los más desarrollados del mundo. La paradoja de Moravec es implacable, de momento, y a las máquinas les va a costar bastante caminar. Al menos si lo intentan como los humanos. Parece que usando neumáticos todo va sobre ruedas.
Imágenes | iStock/PhonlamaiPhoto, iStock/Ociacia
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