Nos quejamos mucho de la invasión a nuestra privacidad que vivimos a diario al utilizar —aceptando sus términos, eso sí— los servicios de Google o Facebook, pero hay una empresa que opera “bajo el radar” y que según todos los expertos sabe mucho más de nosotros que esos dos gigantes.
Se trata de Palantir Technologies, valorada en 20.000 millones de dólares y fundada en 2004 por Peter Thiel y algunos exempleados de PayPal. La compañía ha convertido el espionaje en un arte, y sus armas no son las personas, sino los datos. Millones y millones de datos (no necesariamente ciertos) sobre ti y sobre mí.
De espiar a enemigos militares a espiarlo todo
La idea original de Palantir era la de asistir al Departamento de Defensa, al Pentágono y a la CIA en su ‘Guerra del Terror’ contra Irak. Puede que todo empezara así, pero los métodos de Palantir a la hora de recolectar información para luego analizarla y sacar ciertas conclusiones acabaron saliendo del ámbito militar.
No solo era posible sacar inferencias sobre posibles ataques terroristas a posiciones estadounidenses: aquellas mismas técnicas se acabaron utilizando en grandes empresas que como JP Morgan Chase & Co espiaban a sus propios empleados para saber si entre ellos había un mal uso de la información que tenían en su poder.
Aquella investigación acabó explotándole en las narices a la propia JP Morgan: Palantir acabó espiando a todos, incluidos aquellos altos directivos que habían contratado los servicios de la empresa. El caso jamás se difundió hasta ahora, cuando un reportaje de Bloomberg destapa la operativa de una empresa a la que es fácil temer por su poder.
El software de Palantir es implacable. Mezcla todo tipo de fuentes de información aparentemente no relacionadas entre sí: desde documentos financieros a reservas de viajes pasando por registros telefónicos o publicaciones en redes sociales. Todo vale cuando se trata de contrastar toda esa información, crear relaciones (“Amigo de”, “Vive con”, “Amante de”, “Propietario de”) y lograr sacar conclusiones singulares. Este diagrama es un ejemplo de lo que podría generarse a partir de Peter Thiel:
Fuente: Bloomberg.
El éxito de esas herramientas en el ámbito militar acabó haciendo que Palantir acabara trabajando también para organizaciones civiles y para empresas. El FBI les contrató para investigaciones criminales, y el Departamento de Seguridad Nacional lo hizo para seguir la pista a inmigrantes ilegales.
Mucha información, pero no necesariamente útil
Desde allí a JP Morgan, donde esas tareas se enturbiaron de tal forma que ninguno de los responsables aclara hasta dónde llegaron las investigaciones. Los pocos que comentan sobre el caso indican que el contrato se canceló porque no había dado los resultados esperados.
No es la única empresa que no ha acabado contenta con Palantir. En Bloomberg comentaban cómo acuerdos con compañías como Hershey Co., Coca-Cola, Nasdaq, American Express o Home Depot acabaron siendo cancelados antes o después: los resultados aparentemente no eran los esperados.
Para tratar de solucionarlo en Palantir están tratando de cambiar de modelo de negocio: de sus 2.000 empleados más o menos la mitad trabajan en las oficinas de los clientes, pero ahora quieren reducir ese porcentaje y automatizar esa recolección de datos a través de su nuevo desarrollo, llamado Foundry.
Que ese producto funcione o no aún está por ver, pero esos últimos fracasos con empresas que habían contratado sus servicios han provocado ciertas dudas sobre el futuro de Palantir: Morgan Stanley la valora actualmente en 6.000 millones de dólares, mientras que Fred Alger Management Inc., que invirtió en ella, estima esa valoración en 10.000 millones.
Desde Palantir somplemente indican que “sabemos que se puede abusar de una tecnología poderosa, e invertimos un montón de tiempo y energía asegurándonos de que nuestros productos se usan por las fuerzas del bien”.
La pregunta, claro, es qué es el bien, y para quién lo es. ¿Para el que pague más? Difícil de saber, sobre todo teniendo en cuenta que Thiel se ha hecho famoso por frases como “ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles” en su célebre y polémico ensayo para Cato Unbound.
De Palantir a Cambridge Analytica y tiro porque me toca
La actividad de Palantir enlaza directamente con la de Cambridge Analytica, la empresa que utilizó 87 millones de perfiles de Facebook para reforzar sus campañas de influencia políticas. Los datos fueron proporcionados por Alexander Kogan, pero según el New York Times un empleado de Palantir llamado Alfredas Chmieliauskas tuvo gran parte de responsabilidad de todo el escándalo.
Según esos informes, Chmieliauskas aconsejó a Christopher Wylie —el ex-empleado de Cambridge Analytica que destapó el escándalo— cómo podía conseguir esos datos, y según las propias declaraciones del empleado de Palantir, la idea de replicar un estudio psicométrico fue la que acabó permitiendo que Cambridge Analytica consiguiera esos datos.
Kogan replicó el experimento y vendió esos datos a la empresa por mucho menos dinero de lo que pedía el responsable del estudio original, Michal Kosinski, un investigador de la Universidad de Cambridge. Palantir niega cualquier relación comercial con Cambridge Analytica, y destaca que ese empleado trabajó con esta empresa en su tiempo libre.
Da miedo lo que saben de ti, pero más lo que creen saber
En 2009 Palantir comenzó a trabajar con el Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD), proporcionando un sistema llamado Gotham que establece relaciones entre personas que son sospechosas por haber cometido algún delito o que según el sistema podrían cometerlo en el futuro.
Ese desarrollo se utiliza para la llamada Operación Laser en la que el departamento incluye registros criminales, informes de libertad condicional, interrogatorios y datos de otras fuentes para alimentar un sistema que el LAPD califica como “ofensores crónicos”.
Esa lista se distribuye entre los usuarios del sistema, que detienen e interrogan a sospechosos frecuentemente con la excusa de cruzar la calle sin que haya un paso de cebra o con la de ponerles una multa. En cada uno de esos contactos, los oficiales de policía añaden más y más datos al sistema: matrículas de coche, identidades completas, descripciones físicas, etc.
Todos esos datos acaban formando esas célebres relaciones que pueden ayudar al sistema, ciertamente, pero que también invaden la privacidad de los ciudadanos y amenazan su propia seguridad. La regulación al respecto es deficiente, indican los expertos: invadir tu casa para buscar información sobre ti es ilegal, pero buscar en tu basura para recolectarla —un periodista intento hacer esto mismo con la basura de Mark Zuckerberg recientemente— no.
La analogía con esa invasión en búsquedas de información que se hacen en abierto con datos que publicas o que están disponibles de forma abierta es evidente, y aquí algunas sentencias comienzan a tomar en cuenta esa faceta. Es lo que ha hecho que por ejemplo los móviles de los sopechosos se conviertan en elementos importantes de una investigación que, eso sí, debe ser aprobada por la autoridad judicial.
En el caso del trabajo de LAPD con Palantir, las suspicacias aparecen rápidamente, y no tanto por lo que saben de nosotros como por lo que creen saber. Le ocurrió a un joven llamado Manuel Ríos, que había logrado esquivar a las bandas locales.
Eso no sirvió de mucho: la policía le interrogó mientras estaba hablando con un amigo, le fotografió y desde entonces formó parte de la lista de sospechosos, algo que ha hecho que le paren de forma frecuente para interrogarle nuevamente.
Lo que está haciendo la policía, como afirma una vecina de esa comunidad, es acercar a Ríos a las bandas, no alejarlo de ellas. Un ciberexperto de JPMorgan lo resumía bien:
El mundo cambió cuando quedó claro que todo el mundo podía ser atacado con Palantir. Las ideas perversas se volvieron triviales de implementar; todo el mundo es sospechoso, así que monitoreamos todo. Fue una sensación terrible.
Monitorizarlo todo y sacar conclusiones, sean o no acertadas. Ese parece el mundo en el que vivimos con una Palantir a la que nadie parece querer cuestionar, quizás precisamente por la información que la empresa tiene sobre todo el mundo. Palantir, insistimos, da miedo.
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Nos quejamos mucho de la invasión a nuestra privacidad que vivimos a diario al utilizar —aceptando sus términos, eso sí— los servicios de Google o Facebook, pero hay una empresa que opera “bajo el radar” y que según todos los expertos sabe mucho más de nosotros que esos dos gigantes.
Se trata de Palantir Technologies, valorada en 20.000 millones de dólares y fundada en 2004 por Peter Thiel y algunos exempleados de PayPal. La compañía ha convertido el espionaje en un arte, y sus armas no son las personas, sino los datos. Millones y millones de datos (no necesariamente ciertos) sobre ti y sobre mí.
De espiar a enemigos militares a espiarlo todo
La idea original de Palantir era la de asistir al Departamento de Defensa, al Pentágono y a la CIA en su ‘Guerra del Terror’ contra Irak. Puede que todo empezara así, pero los métodos de Palantir a la hora de recolectar información para luego analizarla y sacar ciertas conclusiones acabaron saliendo del ámbito militar.
No solo era posible sacar inferencias sobre posibles ataques terroristas a posiciones estadounidenses: aquellas mismas técnicas se acabaron utilizando en grandes empresas que como JP Morgan Chase & Co espiaban a sus propios empleados para saber si entre ellos había un mal uso de la información que tenían en su poder.
Aquella investigación acabó explotándole en las narices a la propia JP Morgan: Palantir acabó espiando a todos, incluidos aquellos altos directivos que habían contratado los servicios de la empresa. El caso jamás se difundió hasta ahora, cuando un reportaje de Bloomberg destapa la operativa de una empresa a la que es fácil temer por su poder.
El software de Palantir es implacable. Mezcla todo tipo de fuentes de información aparentemente no relacionadas entre sí: desde documentos financieros a reservas de viajes pasando por registros telefónicos o publicaciones en redes sociales. Todo vale cuando se trata de contrastar toda esa información, crear relaciones (“Amigo de”, “Vive con”, “Amante de”, “Propietario de”) y lograr sacar conclusiones singulares. Este diagrama es un ejemplo de lo que podría generarse a partir de Peter Thiel:
El éxito de esas herramientas en el ámbito militar acabó haciendo que Palantir acabara trabajando también para organizaciones civiles y para empresas. El FBI les contrató para investigaciones criminales, y el Departamento de Seguridad Nacional lo hizo para seguir la pista a inmigrantes ilegales.
Mucha información, pero no necesariamente útil
Desde allí a JP Morgan, donde esas tareas se enturbiaron de tal forma que ninguno de los responsables aclara hasta dónde llegaron las investigaciones. Los pocos que comentan sobre el caso indican que el contrato se canceló porque no había dado los resultados esperados.
No es la única empresa que no ha acabado contenta con Palantir. En Bloomberg comentaban cómo acuerdos con compañías como Hershey Co., Coca-Cola, Nasdaq, American Express o Home Depot acabaron siendo cancelados antes o después: los resultados aparentemente no eran los esperados.
Para tratar de solucionarlo en Palantir están tratando de cambiar de modelo de negocio: de sus 2.000 empleados más o menos la mitad trabajan en las oficinas de los clientes, pero ahora quieren reducir ese porcentaje y automatizar esa recolección de datos a través de su nuevo desarrollo, llamado Foundry.
Que ese producto funcione o no aún está por ver, pero esos últimos fracasos con empresas que habían contratado sus servicios han provocado ciertas dudas sobre el futuro de Palantir: Morgan Stanley la valora actualmente en 6.000 millones de dólares, mientras que Fred Alger Management Inc., que invirtió en ella, estima esa valoración en 10.000 millones.
Desde Palantir somplemente indican que “sabemos que se puede abusar de una tecnología poderosa, e invertimos un montón de tiempo y energía asegurándonos de que nuestros productos se usan por las fuerzas del bien”.
La pregunta, claro, es qué es el bien, y para quién lo es. ¿Para el que pague más? Difícil de saber, sobre todo teniendo en cuenta que Thiel se ha hecho famoso por frases como “ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles” en su célebre y polémico ensayo para Cato Unbound.
De Palantir a Cambridge Analytica y tiro porque me toca
La actividad de Palantir enlaza directamente con la de Cambridge Analytica, la empresa que utilizó 87 millones de perfiles de Facebook para reforzar sus campañas de influencia políticas. Los datos fueron proporcionados por Alexander Kogan, pero según el New York Times un empleado de Palantir llamado Alfredas Chmieliauskas tuvo gran parte de responsabilidad de todo el escándalo.
Según esos informes, Chmieliauskas aconsejó a Christopher Wylie —el ex-empleado de Cambridge Analytica que destapó el escándalo— cómo podía conseguir esos datos, y según las propias declaraciones del empleado de Palantir, la idea de replicar un estudio psicométrico fue la que acabó permitiendo que Cambridge Analytica consiguiera esos datos.
Kogan replicó el experimento y vendió esos datos a la empresa por mucho menos dinero de lo que pedía el responsable del estudio original, Michal Kosinski, un investigador de la Universidad de Cambridge. Palantir niega cualquier relación comercial con Cambridge Analytica, y destaca que ese empleado trabajó con esta empresa en su tiempo libre.
Da miedo lo que saben de ti, pero más lo que creen saber
En 2009 Palantir comenzó a trabajar con el Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD), proporcionando un sistema llamado Gotham que establece relaciones entre personas que son sospechosas por haber cometido algún delito o que según el sistema podrían cometerlo en el futuro.
Ese desarrollo se utiliza para la llamada Operación Laser en la que el departamento incluye registros criminales, informes de libertad condicional, interrogatorios y datos de otras fuentes para alimentar un sistema que el LAPD califica como “ofensores crónicos”.
Esa lista se distribuye entre los usuarios del sistema, que detienen e interrogan a sospechosos frecuentemente con la excusa de cruzar la calle sin que haya un paso de cebra o con la de ponerles una multa. En cada uno de esos contactos, los oficiales de policía añaden más y más datos al sistema: matrículas de coche, identidades completas, descripciones físicas, etc.
Todos esos datos acaban formando esas célebres relaciones que pueden ayudar al sistema, ciertamente, pero que también invaden la privacidad de los ciudadanos y amenazan su propia seguridad. La regulación al respecto es deficiente, indican los expertos: invadir tu casa para buscar información sobre ti es ilegal, pero buscar en tu basura para recolectarla —un periodista intento hacer esto mismo con la basura de Mark Zuckerberg recientemente— no.
La analogía con esa invasión en búsquedas de información que se hacen en abierto con datos que publicas o que están disponibles de forma abierta es evidente, y aquí algunas sentencias comienzan a tomar en cuenta esa faceta. Es lo que ha hecho que por ejemplo los móviles de los sopechosos se conviertan en elementos importantes de una investigación que, eso sí, debe ser aprobada por la autoridad judicial.
En el caso del trabajo de LAPD con Palantir, las suspicacias aparecen rápidamente, y no tanto por lo que saben de nosotros como por lo que creen saber. Le ocurrió a un joven llamado Manuel Ríos, que había logrado esquivar a las bandas locales.
Eso no sirvió de mucho: la policía le interrogó mientras estaba hablando con un amigo, le fotografió y desde entonces formó parte de la lista de sospechosos, algo que ha hecho que le paren de forma frecuente para interrogarle nuevamente.
Lo que está haciendo la policía, como afirma una vecina de esa comunidad, es acercar a Ríos a las bandas, no alejarlo de ellas. Un ciberexperto de JPMorgan lo resumía bien:
Monitorizarlo todo y sacar conclusiones, sean o no acertadas. Ese parece el mundo en el que vivimos con una Palantir a la que nadie parece querer cuestionar, quizás precisamente por la información que la empresa tiene sobre todo el mundo. Palantir, insistimos, da miedo.
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