La directora del Laboratorio Digital de la Sociedad Civil, del Stanford University Center on Philanthropy and Civil Society, y expositora del Congreso Futuro 2018 y del Foro Democracia 2050 –ambos eventos desarrollados en alianza con El Mostrador–, hace un recorrido por los pros y los contras de la democracia digital. Bernholz destaca que el sistema digital está aprendiendo “que las ‘herramientas de mercado de masas’, como las redes sociales Facebook o Twitter, pueden ser útiles, pero no son suficientes”. Son útiles porque llegan a muchas personas, pero “son peligrosas porque son espacios de propiedad empresarial, que utilizan los datos digitales para propósitos propios, los acumulan y los comparten con autoridades gubernamentales sin el consentimiento de las personas. Además, porque están algorítmicamente diseñadas en favor de un involucramiento individual, y no fomentando una discusión informada, el debate o la deliberación”.
La resignificación y ampliación de la democracia por medio del uso de las herramientas digitales, que ayudan a dinamizar y abren nuevas formas democráticas de participación, es un debate fundamental en medio de la era digital. Si hace unos años se hablaba sobre el impulso que le daban las redes sociales a los movimientos ciudadanos y lo relevante de estas para suscitar estallidos sociales –como los vividos en Chile a partir de 2011–, el debate hoy está centrado en la forma en que dichas herramientas masivas, o especialmente creadas para el mejoramiento de la participación y democracia en los países, pueden cambiar las lógicas de concentración del poder y dotar a la ciudadanía de un significativo empoderamiento.
Premisas que pueden parecer inalcanzables o estrechas si se habla en materia de democracia y real participación, ya que muchos afirman que la democratización de los espacios también pasa por la reconstrucción del tejido social y no solo basta con que el espacio institucional se abra a recibir proyectos de ley de iniciativa ciudadana o haga consultas vía online para definir ciertos temas, si estos finalmente no se ven materializados.
Una discusión abierta que hoy se debate arduamente entre quienes mantienen que la denominada democracia digital “llegó para quedarse” y las instituciones deben saber moldearse y adecuarse a una ciudadanía más activa y avanzada en dicha materia. Este nuevo modelo democrático abre otro debate, centrado en la autonomía de esta ciudadanía digitalizada, y que dice relación con la apertura de espacios de poder para las minorías no representadas, el peligro de la concentración y manipulación de datos que actualmente circulan en el mundo digital y la brecha de alfabetización digital que viven los ciudadanos de cada país, pero que también se observa entre distintos organismos institucionales y las naciones.
Estos conflictos, y la necesidad de avance en materia de democracia digital en el mundo y en nuestro país, son abordados y analizados por Lucy Bernholz, directora del Laboratorio Digital de la Sociedad Civil, del Stanford University Center on Philanthropy and Civil Society, expositora del Congreso Futuro 2018 y del Foro Democracia 2050.
En su sentido más básico, la democracia digital es definida como “el diseño de prácticas democráticas que tomen en cuenta las capacidades y límites, comunicacionales y organizacionales, de personas que se encuentran conectadas global y digitalmente”, explica la especialista en filantropía. Esto significa que la definición de dicha democracia excede a la concepción de Estado-Nación, pasando a incluir a organismos, agrupaciones y grupos sociales que intervienen, conviven y se comunican en este espacio digital.
Es por esta razón que la denominada democracia digital afecta al sistema político tradicional, desafía su organización, sus consensos y los equilibrios mundiales. Es más, se escapan a su legislación y quedan más allá de las reglas establecidas. “No poseemos aún un conjunto de prácticas o instituciones políticas globales capaces de lidiar con los problemas de gobernanza creados por estas herramientas (digitales). Por ejemplo, no existe una política global común acerca de la libertad de expresión. A pesar de que sí hay un derecho humano universal al respecto, la práctica de la libertad de expresión sigue gobernada por normas culturales y leyes nacionales”, destaca Bernholz.
Según la académica, en esta reglamentación del nuevo paradigma democrático digital se abren “tensiones periódicas” respecto de esta regulación, principalmente entre las leyes institucionalizadas en los países o empresas, y por las leyes sociales propias que va desarrollando “la ciudadanía que utiliza estos sistemas”.
-La democracia digital abre un espacio para el activismo, la participación de la ciudadanía, más allá de la votación en las urnas.
-Sí, la capacidad de organizar a la gente para encontrarse en persona en asambleas, para usar herramientas diseñadas democráticamente para la deliberación y la toma de decisiones, y para documentar abusos a los derechos humanos y otras formas de violencia o intransigencia estatal. Lo que estamos aprendiendo es que las “herramientas de mercado de masas” como las redes sociales, Facebook o Twitter, pueden ser útiles, pero no son suficientes. Son útiles porque llegan a muchas personas. Son peligrosas porque son espacios de propiedad empresarial que utilizan los datos digitales para propósitos propios, los acumulan y los comparten con autoridades gubernamentales sin el consentimiento de las personas. Además, porque están algorítmicamente diseñadas en favor de un involucramiento individual, no fomentando una discusión informada, el debate o la deliberación.
-¿Es posible que la apertura a la democracia digital, sin propiciar mayores nexos entre la ciudadanía y los políticos, pueda ser un arma de doble filo para la proliferación de ideas antidemocráticas?
-Sí, absolutamente. Estos sistemas digitales son muy vulnerables al uso para propósitos antidemocráticos. Es muy sencillo manipular información, crear cuentas falsas y temas distractores, sitios de noticias e inflamar el odio o la violencia. Es muy difícil monitorear estos comportamientos globalmente en sistemas digitales. Tal monitoreo es usualmente tarea de los gobiernos, pero ahora también es responsabilidad de las corporaciones.
-En períodos electorales, o ante demandas específicas, la internet se ha visto invadida por la denominada posverdad, fake news, manejo de redes sociales a través de bots y la posible vulneración de las elecciones. ¿En qué deben avanzar los países para evitar este tipo de prácticas?
-Tenemos que poner atención en varios niveles. Los bots necesitan ser identificados tecnológicamente y por indicadores sociales. La gente debe entender cómo diferenciar un bot de una persona. Hay ciertas cosas que quizá deberíamos evitar que los bots fueran capaces de hacer; por ejemplo, difundir mensajes políticos antes de una elección. Los cambios deben provenir desde la tecnología, las leyes y el comportamiento humano.
-¿Es posible que en esta era, la democracia digital modifique principios básicos de la democracia, como la expresión libre, la asociación libre y el derecho a la privacidad?
-Creo más probable que se modifique la forma en que ejerzamos estos derechos y la manera en que los protejamos. Si la era digital efectivamente impugna nuestros derechos, entonces no es algo bueno, sino algo negativo y una directa amenaza a la democracia. Si modifica nuestra experiencia y forma de protegernos, entonces debemos actualizar estas formas (leyes, normas, tecnología) y trabajar de forma más dura para protegernos a nosotros mismos. Lo digital introduce, por lo demás, un nuevo derecho: aquel que es sobre nuestros datos digitales y sobre la información acerca de nosotros.
-¿Crees que este espacio es un reflejo de los tiempos y cambios que vive la sociedad civil? ¿Los países y Estados deben observar, analizar y estudiar la Big Data?
-La Big Data es una herramienta para la cual la sociedad debe prepararse. Debemos tener una mejor comprensión de un análisis científico apropiado, de las formas en que los datos son creados, de los tipos de sesgo que exacerban. También debemos ser capaces de comprender cómo los datos son analizados y por quiénes. Los datos que la sociedad civil acumula por sí misma deben ser gobernados como un recurso que refleje la misión y los valores de esta sociedad civil, que son el consentimiento, la apertura, la privacidad y el pluralismo.
-Finalmente, se habla de que la democracia digital ayuda a aumentar el rol fiscalizador de la ciudadanía, que le exige mayor transparencia a las instituciones públicas, privadas y a los políticos. ¿Es un uso de esta tecnología que se da en forma natural?
-Puede usarse de esta forma, y lo ha sido. Un ejemplo es el trabajo de Witness.org respecto a preparar a la gente en recopilar de forma segura videos y evidencia sobre ciertos abusos. Pero no es tan directo y simple solo porque ahora cualquiera tiene una cámara en su bolsillo. Se necesita que a la gente le importe, se necesita saber cómo juntar y utilizar estos datos de forma segura, éticamente y de manera efectiva. Es un recurso que necesitamos aprender a manejar para propósitos específicos y no solo para permitir que nuestros dispositivos nos empujen a comportarnos de la forma en que las corporaciones quieren que lo hagamos.
Fuente
La directora del Laboratorio Digital de la Sociedad Civil, del Stanford University Center on Philanthropy and Civil Society, y expositora del Congreso Futuro 2018 y del Foro Democracia 2050 –ambos eventos desarrollados en alianza con El Mostrador–, hace un recorrido por los pros y los contras de la democracia digital. Bernholz destaca que el sistema digital está aprendiendo “que las ‘herramientas de mercado de masas’, como las redes sociales Facebook o Twitter, pueden ser útiles, pero no son suficientes”. Son útiles porque llegan a muchas personas, pero “son peligrosas porque son espacios de propiedad empresarial, que utilizan los datos digitales para propósitos propios, los acumulan y los comparten con autoridades gubernamentales sin el consentimiento de las personas. Además, porque están algorítmicamente diseñadas en favor de un involucramiento individual, y no fomentando una discusión informada, el debate o la deliberación”.
La resignificación y ampliación de la democracia por medio del uso de las herramientas digitales, que ayudan a dinamizar y abren nuevas formas democráticas de participación, es un debate fundamental en medio de la era digital. Si hace unos años se hablaba sobre el impulso que le daban las redes sociales a los movimientos ciudadanos y lo relevante de estas para suscitar estallidos sociales –como los vividos en Chile a partir de 2011–, el debate hoy está centrado en la forma en que dichas herramientas masivas, o especialmente creadas para el mejoramiento de la participación y democracia en los países, pueden cambiar las lógicas de concentración del poder y dotar a la ciudadanía de un significativo empoderamiento.
Premisas que pueden parecer inalcanzables o estrechas si se habla en materia de democracia y real participación, ya que muchos afirman que la democratización de los espacios también pasa por la reconstrucción del tejido social y no solo basta con que el espacio institucional se abra a recibir proyectos de ley de iniciativa ciudadana o haga consultas vía online para definir ciertos temas, si estos finalmente no se ven materializados.
Una discusión abierta que hoy se debate arduamente entre quienes mantienen que la denominada democracia digital “llegó para quedarse” y las instituciones deben saber moldearse y adecuarse a una ciudadanía más activa y avanzada en dicha materia. Este nuevo modelo democrático abre otro debate, centrado en la autonomía de esta ciudadanía digitalizada, y que dice relación con la apertura de espacios de poder para las minorías no representadas, el peligro de la concentración y manipulación de datos que actualmente circulan en el mundo digital y la brecha de alfabetización digital que viven los ciudadanos de cada país, pero que también se observa entre distintos organismos institucionales y las naciones.
Estos conflictos, y la necesidad de avance en materia de democracia digital en el mundo y en nuestro país, son abordados y analizados por Lucy Bernholz, directora del Laboratorio Digital de la Sociedad Civil, del Stanford University Center on Philanthropy and Civil Society, expositora del Congreso Futuro 2018 y del Foro Democracia 2050.
En su sentido más básico, la democracia digital es definida como “el diseño de prácticas democráticas que tomen en cuenta las capacidades y límites, comunicacionales y organizacionales, de personas que se encuentran conectadas global y digitalmente”, explica la especialista en filantropía. Esto significa que la definición de dicha democracia excede a la concepción de Estado-Nación, pasando a incluir a organismos, agrupaciones y grupos sociales que intervienen, conviven y se comunican en este espacio digital.
Es por esta razón que la denominada democracia digital afecta al sistema político tradicional, desafía su organización, sus consensos y los equilibrios mundiales. Es más, se escapan a su legislación y quedan más allá de las reglas establecidas. “No poseemos aún un conjunto de prácticas o instituciones políticas globales capaces de lidiar con los problemas de gobernanza creados por estas herramientas (digitales). Por ejemplo, no existe una política global común acerca de la libertad de expresión. A pesar de que sí hay un derecho humano universal al respecto, la práctica de la libertad de expresión sigue gobernada por normas culturales y leyes nacionales”, destaca Bernholz.
Según la académica, en esta reglamentación del nuevo paradigma democrático digital se abren “tensiones periódicas” respecto de esta regulación, principalmente entre las leyes institucionalizadas en los países o empresas, y por las leyes sociales propias que va desarrollando “la ciudadanía que utiliza estos sistemas”.
-La democracia digital abre un espacio para el activismo, la participación de la ciudadanía, más allá de la votación en las urnas.
-Sí, la capacidad de organizar a la gente para encontrarse en persona en asambleas, para usar herramientas diseñadas democráticamente para la deliberación y la toma de decisiones, y para documentar abusos a los derechos humanos y otras formas de violencia o intransigencia estatal. Lo que estamos aprendiendo es que las “herramientas de mercado de masas” como las redes sociales, Facebook o Twitter, pueden ser útiles, pero no son suficientes. Son útiles porque llegan a muchas personas. Son peligrosas porque son espacios de propiedad empresarial que utilizan los datos digitales para propósitos propios, los acumulan y los comparten con autoridades gubernamentales sin el consentimiento de las personas. Además, porque están algorítmicamente diseñadas en favor de un involucramiento individual, no fomentando una discusión informada, el debate o la deliberación.
-¿Es posible que la apertura a la democracia digital, sin propiciar mayores nexos entre la ciudadanía y los políticos, pueda ser un arma de doble filo para la proliferación de ideas antidemocráticas?
-Sí, absolutamente. Estos sistemas digitales son muy vulnerables al uso para propósitos antidemocráticos. Es muy sencillo manipular información, crear cuentas falsas y temas distractores, sitios de noticias e inflamar el odio o la violencia. Es muy difícil monitorear estos comportamientos globalmente en sistemas digitales. Tal monitoreo es usualmente tarea de los gobiernos, pero ahora también es responsabilidad de las corporaciones.
-En períodos electorales, o ante demandas específicas, la internet se ha visto invadida por la denominada posverdad, fake news, manejo de redes sociales a través de bots y la posible vulneración de las elecciones. ¿En qué deben avanzar los países para evitar este tipo de prácticas?
-Tenemos que poner atención en varios niveles. Los bots necesitan ser identificados tecnológicamente y por indicadores sociales. La gente debe entender cómo diferenciar un bot de una persona. Hay ciertas cosas que quizá deberíamos evitar que los bots fueran capaces de hacer; por ejemplo, difundir mensajes políticos antes de una elección. Los cambios deben provenir desde la tecnología, las leyes y el comportamiento humano.
-¿Es posible que en esta era, la democracia digital modifique principios básicos de la democracia, como la expresión libre, la asociación libre y el derecho a la privacidad?
-Creo más probable que se modifique la forma en que ejerzamos estos derechos y la manera en que los protejamos. Si la era digital efectivamente impugna nuestros derechos, entonces no es algo bueno, sino algo negativo y una directa amenaza a la democracia. Si modifica nuestra experiencia y forma de protegernos, entonces debemos actualizar estas formas (leyes, normas, tecnología) y trabajar de forma más dura para protegernos a nosotros mismos. Lo digital introduce, por lo demás, un nuevo derecho: aquel que es sobre nuestros datos digitales y sobre la información acerca de nosotros.
-¿Crees que este espacio es un reflejo de los tiempos y cambios que vive la sociedad civil? ¿Los países y Estados deben observar, analizar y estudiar la Big Data?
-La Big Data es una herramienta para la cual la sociedad debe prepararse. Debemos tener una mejor comprensión de un análisis científico apropiado, de las formas en que los datos son creados, de los tipos de sesgo que exacerban. También debemos ser capaces de comprender cómo los datos son analizados y por quiénes. Los datos que la sociedad civil acumula por sí misma deben ser gobernados como un recurso que refleje la misión y los valores de esta sociedad civil, que son el consentimiento, la apertura, la privacidad y el pluralismo.
-Finalmente, se habla de que la democracia digital ayuda a aumentar el rol fiscalizador de la ciudadanía, que le exige mayor transparencia a las instituciones públicas, privadas y a los políticos. ¿Es un uso de esta tecnología que se da en forma natural?
-Puede usarse de esta forma, y lo ha sido. Un ejemplo es el trabajo de Witness.org respecto a preparar a la gente en recopilar de forma segura videos y evidencia sobre ciertos abusos. Pero no es tan directo y simple solo porque ahora cualquiera tiene una cámara en su bolsillo. Se necesita que a la gente le importe, se necesita saber cómo juntar y utilizar estos datos de forma segura, éticamente y de manera efectiva. Es un recurso que necesitamos aprender a manejar para propósitos específicos y no solo para permitir que nuestros dispositivos nos empujen a comportarnos de la forma en que las corporaciones quieren que lo hagamos.
Fuente
Compartir esto: