¿La perspectiva de la sustitución general del
trabajo humano por las tecnologías de la inteligencia artificial es solo
un gran bluf destinado a impedir la organización de los nuevos
proletarios del sector digital? Analizando los perfiles del digital
labor [trabajo digital], el sociólogo Antonio Casilli ha elaborado una
gran encuesta sobre el trabajo en el siglo XXI.
Seres humanos que roban el trabajo de los robots, inteligencia
artificial que es realmente artificial, un gran engaño tecnológico que
es un gigantesco truco de magia ideológico, un trabajo hasta tal punto
fragmentado que apenas se ve, “granjeros del clic”, “la parias
digitales, produsagers o proletarios del teclado…
Bienvenida al mundo del digital labor, que el sociólogo Antonio
Casilli renombra como trabajo del clic en una obra tan amplia como
rigurosa, construida como una encuesta basada tanto en las metamorfosis
del trabajo en este tiempo digital, como del mismo trabajo digital.
Un término que el libro de este investigador permite por otra parte
utilizar sin que se le pueda acusar de anglicismo ya que se trata, para
él, de estudiar el trabajo del dedo, sobre la pantalla o el ratón,
comparable con el trabajo manual, mientras que el digital labor es a
menudo confundido con el trabajo inmaterial. De ese modo se pone el
acento en el elemento físico, “el movimiento activo del digitus, el dedo
que sirve para contar, pero también que apunta, clica, apoya sobre el
botón”, por contraste con la inmovilidad abstracta del numerus, el
número en tanto que concepto matemático”, lo que para el investigador es
una forma de liberarnos “de una visión de lo numérico entendida
exclusivamente como un trabajo de expertos y de sabios”.
Al equiparar el título de su nuevo libro, En attendant les robots
(Esperando a los robots, ndt), con la célebre obra de Samuel Beckett,
Antonio Casilli nos sumerge en un mundo absurdo, en el que el saqueo del
trabajo y la inanidad de la condición humana están organizados por los
grandes grupos de la economía digital, que permiten multiplicar las
actividades creadoras de riquezas pero no de ingresos.
Ahora bien, el investigador aporta una tesis especialmente sugerente, que va contra las decenas de artículos que nos describen la inteligencia artificial (IA) como el porvenir de humanidad en general y del trabajo en particular. En efecto, según él, la mayor parte de las inteligencias artificiales se asemeja mucho al Turco mecánico descrito por Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia, en la que un enano, jorobado y jugador de ajedrez, manipulaba las piezas, dando la ilusión de que se trataba de una máquina mediante un juego de cuerdas y un espejo.
En materia de IA, los fallos de la innovación son en realidad
numerosos y deben ser constantemente paliados mediante un recurso
intensivo al trabajo humano para, a su vez, entrenar, enmarcar y
suministrar a las máquinas datos fiables y utilizables. Lo que conduce a
una situación en la que frecuentemente la IA muestra que no es otra
cosa que una “mezcla de becarios franceses y precarios malgaches”; justo
lo contrario a la extendida imagen tecnológica y futurista.
El investigador nos obliga así a entender la automatización bajo otro
ángulo: “Esta no supone la sustitución de trabajadores humanos por
inteligencias artificiales eficaces y precisas, sino por otros
trabajadores humanos: -ocultados, precarios y mal pagados”. En efecto,
para Casillo no son “las máquinas quienes hacen el trabajo de las
personas humanas, sino los humanos quienes se ven obligados a realizar
un digital labor para las máquinas”. Esto es particularmente cierto para
los vehículos autónomos cuya autonomía es en realidad muy relativa.
Para describir esta situación, Antonio Casillo llega hasta a hablar
de gran “bluf tecnológico”, de estrategia de “camelo”, incluso de “IA
Washing [lavado, ndt]”, tomando en especial el ejemplo de Google. En
efecto, mientras que se pueden leer decenas de artículos sobre las
teorías desarrolladas por Ray Kurzweil, escritor transhumanista y
empleado en Google, en los que propone trazar el camino de una IA fuerte
que obtenga resultados superiores a los sistemas biológicos, su patrón
se ha lanzado a una producción de masa de IA débil y “estrecha” que
utilizan ampliamente el digital labor de los “parias digitales”.
A pesar del hecho de que a instancias de Godot, la IA que reemplazará
al trabajo humano tiene el riesgo de no llegar nunca, sin embargo, se
sigue considerando al digital labor como transitorio, en la idea de que
“actualmente las máquinas tendrán necesidad de él para aprender a
prescindir del mismo mañana”.
Pues si en la actualidad está de moda esta tesis del “gran
reemplazamiento tecnológico”, el investigador demuestra que es menos en
razón de los avances de la tecnología que de los usos que permite. En
efecto, “la automatización, fantasma constantemente agitado por los
industriales, produce efectos desde el momento en que simplemente es
considerada: ejerce una constricción sobre los trabajadores e introduce
una verdadera disciplina en el trabajo. El trabajo se ve amenazado y mal
pagado y cada trabajador es potencialmente supernumerario”.
Sin embargo, un estudio de la OCDE basado en 21 países en 2016 mostró
la sobreestimación de la posibilidad de automatizar las actuales
profesiones. Estimaba ciertamente que aproximadamente el 50% de las
tareas son susceptibles de verse considerablemente modificadas por la
automatización. No obstante, subrayaba que solo el 9% de los empleos
serían realmente susceptibles de ser eliminados por la introducción de
inteligencias artificiales y procesos automáticos.
Para Casilli, el capitalismo de las plataformas actuales “recurre
abundantemente al mismo truco que utilizaban los propietarios
manufactureros del pasado siglo: evacuar las variables sociales de un
proceso de innovación tecnológica para hacerle aparecer como una fase
necesaria de un progreso indefinido”. Y los robots “solo son en esta
operación los avatares cómodos de la voluntad de los propietarios de las
plataformas de obstaculizar la constitución de un movimiento de
oposición”.
En consecuencia, estima el investigador, “la automatización es ante
todo un espectáculo, una estrategia de distracción de la atención,
destinada a ocultar las decisiones empresariales que pretenden reducir
la parte relativa de los salarios (y más generalmente de la remuneración
de los factores productivos humanos) en relación con la remuneración de
los inversores”.
Como el horizonte de la completa automatización “aparece
inalcanzable, es legítimo interrogarse sobre la función ideológica de
ese escenario”, concluye el investigador, estimando que se construye una
visión del mundo y del trabajo en la que el “proletariado digital no
tendría necesidad de pensarse, de organizarse, ni de imaginar un
proyecto colectivo ya que no sería más que la porción residual de un
mundo del trabajo humano destinado a la desaparición”.
Sin duda, si el gran reemplazo tecnológico del trabajo no tendría
lugar, está claramente en marcha su gigantesco desplazamiento, a la vez
geográfico y numérico. En efecto “La inquietud contemporánea sobre la
desaparición del trabajo es un verdadero síntoma de la verdadera
transformación en marcha: su digitalización”, estima el sociólogo.
Esta digitalización de las tareas humanas empuja al extremo dos
tendencias profundas, “la estandarización y la externalización de las
tareas”. En efecto, “la especificidad de las tecnologías informacionales
actuales en relación con sus antecedentes industriales consiste en la
relación que mantienen con el espacio. Como la producción se puede
organizar en cualquier lugar, el lugar físico en el que se despliega la
automatización no es fijo, ni limitado al perímetro de la empresa”.
Este desplazamiento delega en realidad un “cierto número de tareas
productivas a no-trabajadores (o a trabajadores no remunerados y
reconocidos como tales”. Y las plataformas adoptan entonces un estilo
particular “de gestión de las actividades productivas, que consiste en
poner a trabajar a un número creciente de personas, pero situándolas
fuera del trabajo, ya que su figura se sitúa fuera de las modalidades
clásicas de la relación de empleo”.
El fenómeno que se describe conlos términos de digital labor se hace
“posible por dos dinámicas históricamente manifestadas: la
externalización del trabajo y su fragmentación”. Estas dos tendencias
han conocido puntos de partida y ritmos diferentes, pero “las
tecnologías de la información y de la comunicación las reconcilian”. De
forma que el “trabajador de las plataformas se encuentra aplastado entre
las proclamaciones de independencia y las condiciones materiales que le
exponen a bajas o inexistentes remuneraciones, a ritmos y a finalidades
heterodeterminadas, a una separación entre su gesto productivo y el
fruto de éste”.
Y es justamente porque está fragmentado, parcelado y externalizado,
que este trabajo “escapa a la categorías utilizas clásicamente para
analizarlo” y que “ya no reconocemos el trabajo que tenemos delante de
los ojos”,
Inflexible flexibilidad del trabajo a la carta
Para aprender a reconocer el trabajo en la época del capitalismo de
las plataformas y en la era de lo digital, Antonio Casillo propone
estudiar el digital labor como un “movimiento de organización en tareas
(tâcheronnisation) [no existe término equivalente en castellano; podría
traducirse por tareanización, ndt] y de organización en datos
(datafication) [no existe término equivalente en castellano, ndt] de las
actividades productivas humanas en la hora de la aplicación de las
soluciones de inteligencia artificial”.
A la vez que permanece lúcido sobre el hecho de que este tipo de
trabajo amalgama fenómenos diferenciados y “se sitúa en el cruce
complejo de formas de empleo no estándar, del freelancing, del trabajo a
destajo micro-remunerado, del amateurismo profesionalizado, de ocios
monetizados y de la producción más o menos visible de datos”. No se
trata pues, o no solamente, de un trabajo gratuito, sino de un
“continuum entre actividades no remuneradas, actividades mal pagadas y
actividades remuneradas de forma flexible”.
Para clarificar las cosas, el investigador propone distinguir tres
tipos de actividades que se subsumen corrientemente bajo los términos de
digital labor. En primer lugar, el “digital labor por pedido”, que
reagrupa las actividades creadas por las aplicaciones de tipo Uber o
Deliveroo, cuyas prestaciones suministran no solo tareas manuales sino
que pasan también mucho tiempo produciendo datos.
Para Casilli, aunque en su origen la economía por pedido fue
asimilada a fenómenos diferentes, tales como la economía colaborativa,
la economía de reparto o la economía circular, en realidad se trata de
una actividad de otra naturaleza, marcada por la “inflexible
flexibilidad del trabajo por pedido”, que generaliza el trabajo atípico
más que abrir una nueva era a la autonomía humana.
A continuación el micro-trabajo, utilizado prioritariamente por las
pseudo-inteligencias artificiales que confían a micro-sirvientes lo que
era realizado por trabajadores regulares. El investigador utiliza el
ejemplo de un trabajo que ocuparía 20 años a un asalariado equipado de
un ordenador, un año entero a 20 asalariados en CDD [contrato de
duración determinada, ndt] o seis meses a 40 becarios y puede ser
realizado todavía de forma más rápida y barata gracias a la
fragmentación de las tareas.
La encarnación de este nuevo tipo de trabajo es el servicio de
Amazon, bautizado Turco Mecánico, gracias al cual la empresa puede, por
ejemplo, publicar un anuncio pidiendo a 500.000 personas que transcriban
dos líneas cada una. Tal servicio permite “reclutar a centenares de
miles de micro-sirvientes situados en todos los lugares del mundo para
filtrar vídeos, etiquetar fotos y transcribir documentos que las
máquinas no son capaces de realizar”.
Contrariamente a las plataformas de trabajo por pedido, en las que
los recientes conflictos sociales han permitido, puntualmente, hacer
reconocer la relación de sujeción entre el prestatario y las empresas
que organizan el trabajo en el siglo XXI, las reglas de gestión
algorítmica del trabajo y las condiciones de contractualización del
micro-trabajo oscurecen todavía aquí las pistas.
En efecto, en los “en los ecosistemas de micro-trabajo -escribe
Casilli-, la actividad de producción de valor se hace discreta y, debido
al estallido geográfico, los trabajadores no encuentran interlocutores
patronales frente a ellos, como en el caso de Uber y otros Deliveroo”.
Amazon encarna perfectamente el “papel de plataforma neutra, de útil
técnico de puesta en contacto que desintermedia el trabajo y desaparece
en tela de fondo”, como si fuera un “tercer beneficiario”.
En fin, el sociólogo distingue el “trabajo social en red” realizado
por cualquiera que alimenta en datos, por el uso que hace de internet,
los gigantes de la economía numérica. Antono Casilli da cuenta del
debate que opone, sobre el tema, a dos perspectivas representadas por
los “laboristas” y los “hedonistas”.
La primera “entiende la participación sobre los medios sociales como
una relación social relacionada con el trabajo y caracteriza la
apropiación por las grandes plataformas del valor que resulta como una
relación de explotación. La otra interpreta el produsage como la
expresión de una búsqueda de placer y una participación libremente
consentida en una nueva cultura del amateurismo y, a por ello, niega la
pertinencia misma de la noción de digital labor”.
Para Casilli, esta diferenciación se presenta, de forma demasiado
tajante, como un conflicto de obediencias, “en la que los dos campos se
acusan recíprocamente de ser, cada uno, una cábala de universitarios
marxistas o una emanación de la investigación industrial del sector de
lo numérico”. En una perspectiva próxima al marxismo, en el sentido en
que este último define como trabajo todo lo que fecunda al capital, el
investigador considera que “encerrando a sus usuarios en el papel de
amateurs felices y desinteresados, los medios sociales buscan también
mantener aparte uno de los elementos constitutivos de la dialéctica
entre trabajo y capital: la conflictualidad”.
Una posición que permanece discutida, incluso cuestionada, por otros
investigadores que trabajan sobre la economía numérica, especialmente
los que prefieren hablar de extracción de valor que de trabajo, en la
medida en que sigue siendo difícil medir el valor de un like o
considerar sus fotos de vacaciones en Facebook como trabajo, incluso
aunque ello contribuya a valorizar la empresa de Mark Zuckerberg.
El digital labor juega un perverso papel facilitando la explotación a distancia
Cualquiera que sea la extensión que se prefiera dar al perímetro del
digital labor, Antoine Casilli pone el dedo sobre varios efectos
importantes de la recomposición del trabajo en la era digital. El
primero consiste en el hecho de que “el recurso a la deslocalización con
el objetivo de una compresión de costes o de una racionalización de la
cartera de las sedes de una empresa no solo afecta exclusivamente a las
multinacionales. En lo sucesivo, el offshoring [externalización,
deslocalización, ndt] es un proceso en cascada”.
Se produce así una nueva división internacional del trabajo ya que
las tareas menos nobles “son habitualmente delegadas en los países
asiáticos o africanos”, contribuyendo a que el digital labor sea muy
frecuentemente invisible “para los ojos europeos”. Esta situación de
hecho obliga a reactualizar el debate sobre las desigualdades Norte/Sur,
aún cuando Casilli no endosa los términos de neocolonialismo numérico
que circulan a veces para describir la actividad de los gigantes del
sector, aunque solo sea porque “los países del Norte no son los únicos
motores de la economía numérica” y que China, especialmente, forma parte
de los que explotan los nuevos servidores de lo numérico.
El segundo es la “nivelación por abajo de las condiciones de trabajo y
de remuneración a escala mundial” que el investigador muestra que
coincide con una recomposición importante del capitalismo globalizado en
este último decenio. En efecto, escribe, “el desarrollo de las
plataformas numéricas ha coincidido con la crisis de la deuda y la
crisis financiera de finales de los años 2000, marcada por un elevado
desempleo, una congelación de los salarios, un declive de las
protecciones sociales y una profundización de las desigualdades”.
El intento de hacer bajar todavía más el precio del trabajo mediante
las deslocalizaciones ha podido enfrentarse “a políticas disuasivas de
fiscalidad y a los costes de las inversiones necesarias para la apertura
de instalaciones físicas en terceros países”. Y las soluciones,
masivamente utilizadas durante los Treinta Gloriosos [se entiende con
este término al período de mayor desarrollo del capitalismo en los
países desarrollados, comprendido entre el final de la II Guerra
Mundial, 1945, y la crisis petrolera de 1973, ndt], de introducción de
la mano de obra extranjera, han caído “bajo el golpe de políticas
migratorias cada vez más draconianas”.
La plataformización ha supuesto pues “una salida a esta doble
constricción, al instaurar una libertad de circulación ‘virtual’ de la
mano de obra planetaria” y permitiendo “transferencias no presenciales
de poblaciones”. De hecho, “lejos de suavizar la dureza de las políticas
migratorias de los países americanos y europeos respecto a la mano de
obra inmigrada, el digital labor desempeña un papel perverso de
facilitador de una explotación a distancia”.
El investigador estima pues que para los “capitalistas de las
plataformas”, que hacen creer a los jóvenes occidentales que no tienen
más que practicar un ocio productor de valor y condenan a la precariedad
toda una parte de la fuerza de trabajo global, se trata de “fragilizar
el trabajo para mejor evacuarlo, a la vez como categoría conceptual y
como factor productivo a remunerar”.
¿Se puede, entonces, escapar de esta constatación tan desesperante
como inquietante? Casilli describe algunas iniciativas y luchas para el
reconocimiento de las yt los trabajadores de las plataformas, que se
anudan esencialmente alrededor de dos estrategias. Una se esfuerza de
ensanchar al digital labor las conquistas sociales que precedentemente
habían estado ligadas con el empleo, como han hecho algunos repartidores
de Deliveroo o chóferes de Uber, pero exige, estima, “tomar en
consideración la dimensión planetaria del digital labor”.
La otra, todavía emergente, se basa en repensar la relación “entre
usuarios-trabajadores e infraestructuras de colecta y tratamiento de
datos al criterio de la gobernanza de los comunes para concebir
modalidades nuevas de distribución de los recursos”. En el marco de esta
estrategia, sería posible “otra plataformización”, a la manera de
Coopify, cooperativa de trabajadores al pedido alternativo en
TaskRabbit, de AllBnB sustituto de AirBnB, o también de CoopCyicle que
los repartidores prefieren a Foodora.
Sin embargo, para Casilli, “ni el arsenal sindical ni la respuesta
liberal aportan solución satisfactoria al problema de la remuneración
del digital labor”. El investigador propone pues no escoger entre una y
otra estrategia sino, de forma más real, establecer un “ingreso social
numérico” que estaría basado en el impuesto y también sobre la
restitución a los comunes de lo que “se produce socialmente”.
Forzando a las plataformas actuales a renunciar a su opacidad y a su
voracidad, e inspirándose en la tradición mutualista, sería posible
pasar a modelos no depredadores de plataformas que entonces no tendrían
ninguna razón para agitar el espectro de la automatización para
disciplinar la fuerza de trabajo.
Para Casilli, estas plataformas renovadas cumplirían así su función
original: “La sustitución de la propiedad privada por la propiedad
social, sobrepasar el trabajo forzado por un trabajo sin coerción y
reemplazar los enclaustramientos por infraestructuras verdaderamente
comunes”.
Esperando la realización de este amplio programa es tiempo ya de
plantearse sobre la forma como firmamos ciegamente las famosas CGU, o
“Condiciones Generales de Utilización”, que muestran ser, en realidad,
contratos leoninos que fijan los marcos de nuestra alienación.
Como recuerda Antonio Casilli, la plataforma de jobbing [trabajador a
destajo, ndt] de estudiante americano Sweeping o las de tareas
domésticas a pedido TaskRabbit llegan hasta a amenazar a sus usuarios
con la reclamación de indemnizaciones si presentan denuncias para exigir
la reclasificación de sus actividades o solicitar las cotizaciones
sociales no pagadas…
https://www.mediapart.fr/journal/culture-idees/100119/les-travailleurs-du-clic-nouveaux-proletaires-du-numerique
Fuente
¿La perspectiva de la sustitución general del trabajo humano por las tecnologías de la inteligencia artificial es solo un gran bluf destinado a impedir la organización de los nuevos proletarios del sector digital? Analizando los perfiles del digital labor [trabajo digital], el sociólogo Antonio Casilli ha elaborado una gran encuesta sobre el trabajo en el siglo XXI.
Seres humanos que roban el trabajo de los robots, inteligencia artificial que es realmente artificial, un gran engaño tecnológico que es un gigantesco truco de magia ideológico, un trabajo hasta tal punto fragmentado que apenas se ve, “granjeros del clic”, “la parias digitales, produsagers o proletarios del teclado…
Bienvenida al mundo del digital labor, que el sociólogo Antonio Casilli renombra como trabajo del clic en una obra tan amplia como rigurosa, construida como una encuesta basada tanto en las metamorfosis del trabajo en este tiempo digital, como del mismo trabajo digital.
Un término que el libro de este investigador permite por otra parte utilizar sin que se le pueda acusar de anglicismo ya que se trata, para él, de estudiar el trabajo del dedo, sobre la pantalla o el ratón, comparable con el trabajo manual, mientras que el digital labor es a menudo confundido con el trabajo inmaterial. De ese modo se pone el acento en el elemento físico, “el movimiento activo del digitus, el dedo que sirve para contar, pero también que apunta, clica, apoya sobre el botón”, por contraste con la inmovilidad abstracta del numerus, el número en tanto que concepto matemático”, lo que para el investigador es una forma de liberarnos “de una visión de lo numérico entendida exclusivamente como un trabajo de expertos y de sabios”.
Al equiparar el título de su nuevo libro, En attendant les robots (Esperando a los robots, ndt), con la célebre obra de Samuel Beckett, Antonio Casilli nos sumerge en un mundo absurdo, en el que el saqueo del trabajo y la inanidad de la condición humana están organizados por los grandes grupos de la economía digital, que permiten multiplicar las actividades creadoras de riquezas pero no de ingresos.
Ahora bien, el investigador aporta una tesis especialmente sugerente, que va contra las decenas de artículos que nos describen la inteligencia artificial (IA) como el porvenir de humanidad en general y del trabajo en particular. En efecto, según él, la mayor parte de las inteligencias artificiales se asemeja mucho al Turco mecánico descrito por Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia, en la que un enano, jorobado y jugador de ajedrez, manipulaba las piezas, dando la ilusión de que se trataba de una máquina mediante un juego de cuerdas y un espejo.
En materia de IA, los fallos de la innovación son en realidad numerosos y deben ser constantemente paliados mediante un recurso intensivo al trabajo humano para, a su vez, entrenar, enmarcar y suministrar a las máquinas datos fiables y utilizables. Lo que conduce a una situación en la que frecuentemente la IA muestra que no es otra cosa que una “mezcla de becarios franceses y precarios malgaches”; justo lo contrario a la extendida imagen tecnológica y futurista.
El investigador nos obliga así a entender la automatización bajo otro ángulo: “Esta no supone la sustitución de trabajadores humanos por inteligencias artificiales eficaces y precisas, sino por otros trabajadores humanos: -ocultados, precarios y mal pagados”. En efecto, para Casillo no son “las máquinas quienes hacen el trabajo de las personas humanas, sino los humanos quienes se ven obligados a realizar un digital labor para las máquinas”. Esto es particularmente cierto para los vehículos autónomos cuya autonomía es en realidad muy relativa.
Para describir esta situación, Antonio Casillo llega hasta a hablar de gran “bluf tecnológico”, de estrategia de “camelo”, incluso de “IA Washing [lavado, ndt]”, tomando en especial el ejemplo de Google. En efecto, mientras que se pueden leer decenas de artículos sobre las teorías desarrolladas por Ray Kurzweil, escritor transhumanista y empleado en Google, en los que propone trazar el camino de una IA fuerte que obtenga resultados superiores a los sistemas biológicos, su patrón se ha lanzado a una producción de masa de IA débil y “estrecha” que utilizan ampliamente el digital labor de los “parias digitales”.
A pesar del hecho de que a instancias de Godot, la IA que reemplazará al trabajo humano tiene el riesgo de no llegar nunca, sin embargo, se sigue considerando al digital labor como transitorio, en la idea de que “actualmente las máquinas tendrán necesidad de él para aprender a prescindir del mismo mañana”.
Pues si en la actualidad está de moda esta tesis del “gran reemplazamiento tecnológico”, el investigador demuestra que es menos en razón de los avances de la tecnología que de los usos que permite. En efecto, “la automatización, fantasma constantemente agitado por los industriales, produce efectos desde el momento en que simplemente es considerada: ejerce una constricción sobre los trabajadores e introduce una verdadera disciplina en el trabajo. El trabajo se ve amenazado y mal pagado y cada trabajador es potencialmente supernumerario”.
Sin embargo, un estudio de la OCDE basado en 21 países en 2016 mostró la sobreestimación de la posibilidad de automatizar las actuales profesiones. Estimaba ciertamente que aproximadamente el 50% de las tareas son susceptibles de verse considerablemente modificadas por la automatización. No obstante, subrayaba que solo el 9% de los empleos serían realmente susceptibles de ser eliminados por la introducción de inteligencias artificiales y procesos automáticos.
Para Casilli, el capitalismo de las plataformas actuales “recurre abundantemente al mismo truco que utilizaban los propietarios manufactureros del pasado siglo: evacuar las variables sociales de un proceso de innovación tecnológica para hacerle aparecer como una fase necesaria de un progreso indefinido”. Y los robots “solo son en esta operación los avatares cómodos de la voluntad de los propietarios de las plataformas de obstaculizar la constitución de un movimiento de oposición”.
En consecuencia, estima el investigador, “la automatización es ante todo un espectáculo, una estrategia de distracción de la atención, destinada a ocultar las decisiones empresariales que pretenden reducir la parte relativa de los salarios (y más generalmente de la remuneración de los factores productivos humanos) en relación con la remuneración de los inversores”.
Como el horizonte de la completa automatización “aparece inalcanzable, es legítimo interrogarse sobre la función ideológica de ese escenario”, concluye el investigador, estimando que se construye una visión del mundo y del trabajo en la que el “proletariado digital no tendría necesidad de pensarse, de organizarse, ni de imaginar un proyecto colectivo ya que no sería más que la porción residual de un mundo del trabajo humano destinado a la desaparición”.
Sin duda, si el gran reemplazo tecnológico del trabajo no tendría lugar, está claramente en marcha su gigantesco desplazamiento, a la vez geográfico y numérico. En efecto “La inquietud contemporánea sobre la desaparición del trabajo es un verdadero síntoma de la verdadera transformación en marcha: su digitalización”, estima el sociólogo.
Esta digitalización de las tareas humanas empuja al extremo dos tendencias profundas, “la estandarización y la externalización de las tareas”. En efecto, “la especificidad de las tecnologías informacionales actuales en relación con sus antecedentes industriales consiste en la relación que mantienen con el espacio. Como la producción se puede organizar en cualquier lugar, el lugar físico en el que se despliega la automatización no es fijo, ni limitado al perímetro de la empresa”.
Este desplazamiento delega en realidad un “cierto número de tareas productivas a no-trabajadores (o a trabajadores no remunerados y reconocidos como tales”. Y las plataformas adoptan entonces un estilo particular “de gestión de las actividades productivas, que consiste en poner a trabajar a un número creciente de personas, pero situándolas fuera del trabajo, ya que su figura se sitúa fuera de las modalidades clásicas de la relación de empleo”.
El fenómeno que se describe conlos términos de digital labor se hace “posible por dos dinámicas históricamente manifestadas: la externalización del trabajo y su fragmentación”. Estas dos tendencias han conocido puntos de partida y ritmos diferentes, pero “las tecnologías de la información y de la comunicación las reconcilian”. De forma que el “trabajador de las plataformas se encuentra aplastado entre las proclamaciones de independencia y las condiciones materiales que le exponen a bajas o inexistentes remuneraciones, a ritmos y a finalidades heterodeterminadas, a una separación entre su gesto productivo y el fruto de éste”.
Y es justamente porque está fragmentado, parcelado y externalizado, que este trabajo “escapa a la categorías utilizas clásicamente para analizarlo” y que “ya no reconocemos el trabajo que tenemos delante de los ojos”,
Inflexible flexibilidad del trabajo a la carta
Para aprender a reconocer el trabajo en la época del capitalismo de las plataformas y en la era de lo digital, Antonio Casillo propone estudiar el digital labor como un “movimiento de organización en tareas (tâcheronnisation) [no existe término equivalente en castellano; podría traducirse por tareanización, ndt] y de organización en datos (datafication) [no existe término equivalente en castellano, ndt] de las actividades productivas humanas en la hora de la aplicación de las soluciones de inteligencia artificial”.
A la vez que permanece lúcido sobre el hecho de que este tipo de trabajo amalgama fenómenos diferenciados y “se sitúa en el cruce complejo de formas de empleo no estándar, del freelancing, del trabajo a destajo micro-remunerado, del amateurismo profesionalizado, de ocios monetizados y de la producción más o menos visible de datos”. No se trata pues, o no solamente, de un trabajo gratuito, sino de un “continuum entre actividades no remuneradas, actividades mal pagadas y actividades remuneradas de forma flexible”.
Para clarificar las cosas, el investigador propone distinguir tres tipos de actividades que se subsumen corrientemente bajo los términos de digital labor. En primer lugar, el “digital labor por pedido”, que reagrupa las actividades creadas por las aplicaciones de tipo Uber o Deliveroo, cuyas prestaciones suministran no solo tareas manuales sino que pasan también mucho tiempo produciendo datos.
Para Casilli, aunque en su origen la economía por pedido fue asimilada a fenómenos diferentes, tales como la economía colaborativa, la economía de reparto o la economía circular, en realidad se trata de una actividad de otra naturaleza, marcada por la “inflexible flexibilidad del trabajo por pedido”, que generaliza el trabajo atípico más que abrir una nueva era a la autonomía humana.
A continuación el micro-trabajo, utilizado prioritariamente por las pseudo-inteligencias artificiales que confían a micro-sirvientes lo que era realizado por trabajadores regulares. El investigador utiliza el ejemplo de un trabajo que ocuparía 20 años a un asalariado equipado de un ordenador, un año entero a 20 asalariados en CDD [contrato de duración determinada, ndt] o seis meses a 40 becarios y puede ser realizado todavía de forma más rápida y barata gracias a la fragmentación de las tareas.
La encarnación de este nuevo tipo de trabajo es el servicio de Amazon, bautizado Turco Mecánico, gracias al cual la empresa puede, por ejemplo, publicar un anuncio pidiendo a 500.000 personas que transcriban dos líneas cada una. Tal servicio permite “reclutar a centenares de miles de micro-sirvientes situados en todos los lugares del mundo para filtrar vídeos, etiquetar fotos y transcribir documentos que las máquinas no son capaces de realizar”.
Contrariamente a las plataformas de trabajo por pedido, en las que los recientes conflictos sociales han permitido, puntualmente, hacer reconocer la relación de sujeción entre el prestatario y las empresas que organizan el trabajo en el siglo XXI, las reglas de gestión algorítmica del trabajo y las condiciones de contractualización del micro-trabajo oscurecen todavía aquí las pistas.
En efecto, en los “en los ecosistemas de micro-trabajo -escribe Casilli-, la actividad de producción de valor se hace discreta y, debido al estallido geográfico, los trabajadores no encuentran interlocutores patronales frente a ellos, como en el caso de Uber y otros Deliveroo”. Amazon encarna perfectamente el “papel de plataforma neutra, de útil técnico de puesta en contacto que desintermedia el trabajo y desaparece en tela de fondo”, como si fuera un “tercer beneficiario”.
En fin, el sociólogo distingue el “trabajo social en red” realizado por cualquiera que alimenta en datos, por el uso que hace de internet, los gigantes de la economía numérica. Antono Casilli da cuenta del debate que opone, sobre el tema, a dos perspectivas representadas por los “laboristas” y los “hedonistas”.
La primera “entiende la participación sobre los medios sociales como una relación social relacionada con el trabajo y caracteriza la apropiación por las grandes plataformas del valor que resulta como una relación de explotación. La otra interpreta el produsage como la expresión de una búsqueda de placer y una participación libremente consentida en una nueva cultura del amateurismo y, a por ello, niega la pertinencia misma de la noción de digital labor”.
Para Casilli, esta diferenciación se presenta, de forma demasiado tajante, como un conflicto de obediencias, “en la que los dos campos se acusan recíprocamente de ser, cada uno, una cábala de universitarios marxistas o una emanación de la investigación industrial del sector de lo numérico”. En una perspectiva próxima al marxismo, en el sentido en que este último define como trabajo todo lo que fecunda al capital, el investigador considera que “encerrando a sus usuarios en el papel de amateurs felices y desinteresados, los medios sociales buscan también mantener aparte uno de los elementos constitutivos de la dialéctica entre trabajo y capital: la conflictualidad”.
Una posición que permanece discutida, incluso cuestionada, por otros investigadores que trabajan sobre la economía numérica, especialmente los que prefieren hablar de extracción de valor que de trabajo, en la medida en que sigue siendo difícil medir el valor de un like o considerar sus fotos de vacaciones en Facebook como trabajo, incluso aunque ello contribuya a valorizar la empresa de Mark Zuckerberg.
El digital labor juega un perverso papel facilitando la explotación a distancia
Cualquiera que sea la extensión que se prefiera dar al perímetro del digital labor, Antoine Casilli pone el dedo sobre varios efectos importantes de la recomposición del trabajo en la era digital. El primero consiste en el hecho de que “el recurso a la deslocalización con el objetivo de una compresión de costes o de una racionalización de la cartera de las sedes de una empresa no solo afecta exclusivamente a las multinacionales. En lo sucesivo, el offshoring [externalización, deslocalización, ndt] es un proceso en cascada”.
Se produce así una nueva división internacional del trabajo ya que las tareas menos nobles “son habitualmente delegadas en los países asiáticos o africanos”, contribuyendo a que el digital labor sea muy frecuentemente invisible “para los ojos europeos”. Esta situación de hecho obliga a reactualizar el debate sobre las desigualdades Norte/Sur, aún cuando Casilli no endosa los términos de neocolonialismo numérico que circulan a veces para describir la actividad de los gigantes del sector, aunque solo sea porque “los países del Norte no son los únicos motores de la economía numérica” y que China, especialmente, forma parte de los que explotan los nuevos servidores de lo numérico.
El segundo es la “nivelación por abajo de las condiciones de trabajo y de remuneración a escala mundial” que el investigador muestra que coincide con una recomposición importante del capitalismo globalizado en este último decenio. En efecto, escribe, “el desarrollo de las plataformas numéricas ha coincidido con la crisis de la deuda y la crisis financiera de finales de los años 2000, marcada por un elevado desempleo, una congelación de los salarios, un declive de las protecciones sociales y una profundización de las desigualdades”.
El intento de hacer bajar todavía más el precio del trabajo mediante las deslocalizaciones ha podido enfrentarse “a políticas disuasivas de fiscalidad y a los costes de las inversiones necesarias para la apertura de instalaciones físicas en terceros países”. Y las soluciones, masivamente utilizadas durante los Treinta Gloriosos [se entiende con este término al período de mayor desarrollo del capitalismo en los países desarrollados, comprendido entre el final de la II Guerra Mundial, 1945, y la crisis petrolera de 1973, ndt], de introducción de la mano de obra extranjera, han caído “bajo el golpe de políticas migratorias cada vez más draconianas”.
La plataformización ha supuesto pues “una salida a esta doble constricción, al instaurar una libertad de circulación ‘virtual’ de la mano de obra planetaria” y permitiendo “transferencias no presenciales de poblaciones”. De hecho, “lejos de suavizar la dureza de las políticas migratorias de los países americanos y europeos respecto a la mano de obra inmigrada, el digital labor desempeña un papel perverso de facilitador de una explotación a distancia”.
El investigador estima pues que para los “capitalistas de las plataformas”, que hacen creer a los jóvenes occidentales que no tienen más que practicar un ocio productor de valor y condenan a la precariedad toda una parte de la fuerza de trabajo global, se trata de “fragilizar el trabajo para mejor evacuarlo, a la vez como categoría conceptual y como factor productivo a remunerar”.
¿Se puede, entonces, escapar de esta constatación tan desesperante como inquietante? Casilli describe algunas iniciativas y luchas para el reconocimiento de las yt los trabajadores de las plataformas, que se anudan esencialmente alrededor de dos estrategias. Una se esfuerza de ensanchar al digital labor las conquistas sociales que precedentemente habían estado ligadas con el empleo, como han hecho algunos repartidores de Deliveroo o chóferes de Uber, pero exige, estima, “tomar en consideración la dimensión planetaria del digital labor”.
La otra, todavía emergente, se basa en repensar la relación “entre usuarios-trabajadores e infraestructuras de colecta y tratamiento de datos al criterio de la gobernanza de los comunes para concebir modalidades nuevas de distribución de los recursos”. En el marco de esta estrategia, sería posible “otra plataformización”, a la manera de Coopify, cooperativa de trabajadores al pedido alternativo en TaskRabbit, de AllBnB sustituto de AirBnB, o también de CoopCyicle que los repartidores prefieren a Foodora.
Sin embargo, para Casilli, “ni el arsenal sindical ni la respuesta liberal aportan solución satisfactoria al problema de la remuneración del digital labor”. El investigador propone pues no escoger entre una y otra estrategia sino, de forma más real, establecer un “ingreso social numérico” que estaría basado en el impuesto y también sobre la restitución a los comunes de lo que “se produce socialmente”.
Forzando a las plataformas actuales a renunciar a su opacidad y a su voracidad, e inspirándose en la tradición mutualista, sería posible pasar a modelos no depredadores de plataformas que entonces no tendrían ninguna razón para agitar el espectro de la automatización para disciplinar la fuerza de trabajo.
Para Casilli, estas plataformas renovadas cumplirían así su función original: “La sustitución de la propiedad privada por la propiedad social, sobrepasar el trabajo forzado por un trabajo sin coerción y reemplazar los enclaustramientos por infraestructuras verdaderamente comunes”.
Esperando la realización de este amplio programa es tiempo ya de plantearse sobre la forma como firmamos ciegamente las famosas CGU, o “Condiciones Generales de Utilización”, que muestran ser, en realidad, contratos leoninos que fijan los marcos de nuestra alienación.
Como recuerda Antonio Casilli, la plataforma de jobbing [trabajador a destajo, ndt] de estudiante americano Sweeping o las de tareas domésticas a pedido TaskRabbit llegan hasta a amenazar a sus usuarios con la reclamación de indemnizaciones si presentan denuncias para exigir la reclasificación de sus actividades o solicitar las cotizaciones sociales no pagadas…
https://www.mediapart.fr/journal/culture-idees/100119/les-travailleurs-du-clic-nouveaux-proletaires-du-numerique
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