por Alberto Quian
Lo crea o no, Lady Gaga es hacker. Lo descubrí en una revelación de San iGNUcius, patrón protector de los hackers. “Lady Gaga es hacker de ropa”, me dijo en una conversación. Imaginé entonces a la diva del pop sentada frente a un ordenador, programando compulsivamente, hackeando ropa inteligente… No había comprendido la revelación de San iGNUcius.
“Nosotros, los hackers, aún insistimos en que hack significa mucho más que aquello de romper la seguridad para el desarrollo informático”, continuó. Le pedí que me ilustrase con su conocimiento. Y con estas palabras me iluminó: “Lo que hace Lady Gaga con su ropa es emplear su inteligencia con un espíritu juguetón. Y si eres hacker, puedes apreciarlo como un hack. Porque ser hacker no solo significa que te gusta emplear tu inteligencia con espíritu juguetón, sino también probablemente que gozas viendo que otros lo hacen y cómo lo hacen, que disfrutas viendo sus logros”.
Yo mismo, me dijo, podría ser hacker, un hacker periodista, como también lo puede ser un matemático, por ejemplo.
San iGNUcius fue el último hacker del prestigioso y glorificado Massachusetts Institute of Technology (MIT), uno de los mayores centros de investigación y conocimiento científico y tecnológico del mundo, donde a finales de la década de 1950 y en la de 1960 surgió la primera generación hacker. Su nombre real es Richard Stallman, el padre y gurú del movimiento por el software libre, autor del término “copyleft” –la antítesis del copyright– e impulsor del sistema operativo GNU.
Si usted cree que el hacking es cosa exclusiva de programadores informáticos granujas, está equivocado. Y si piensa que los hackers son una amenaza para su seguridad y para la de todos nosotros, también yerra. Libérese de prejuicios. Los medios de masas le han mentido. Descarte interpretaciones reduccionistas sobre el hacking. Usted puede ser hacker. Lo crea o no, así es. Solo tiene que emplear su inteligencia con espíritu juguetón para resolver algo difícil, disfrutarlo, recrearse en esa labor –sea útil o no–, compartir su descubrimiento con el resto del mundo, revelar cómo lo hizo y dejar que otros lo prueben, lo modifiquen, lo mejoren y lo disfruten también. No importa si es en el mundo de la informática, del periodismo, de la ciencia, de la música, de la poesía o en la vida cotidiana. Explore los límites de lo posible con alegría. Estará hackeando.
No se confunda, los hackers no son los ciberdelincuentes que pueden asaltar su vida por la puerta trasera de su computadora, televisión inteligente o teléfono móvil (eso lo hacen empresas tecnológicas, gobiernos y malhechores con habilidades informáticas). Los hackers son personas tan dispares y sugestivas como la cantante Lady Gaga, Julian Assange (fundador de WikiLeaks), Tim Berners-Lee (científico computacional creador de la World Wide Web) o incluso tal vez usted mismo.
Pensar y resolver cómo coger seis palillos chinos, tres en cada mano, manipularlos individualmente sin que caiga ninguno y sostener una porción de comida tiene el valor de un hack; nada práctico, cierto, pero gratificante si se hace con alegría y pasión. Palabra de gurú hacker, la de Richard Stallman.
Pero aunque usted o yo podríamos ser hackers sin saber escribir una sola línea de código informático, es en la computación donde se halla el manantial de una revolución que, seis décadas después de su génesis, aún sigue en marcha.
De los pioneros del MIT en la década de 1960, hasta WikiLeaks y los Anonymous, la comunidad (y cultura) hacker ha vivido un intenso proceso evolutivo enganchado al desarrollo de la computación y de la Red de redes, gestado en los subterráneos de la informática, en el desarrollo de una ética hacker y en la articulación de nuevos métodos y mecanismos para la defensa de los derechos humanos, incluidos los principios básicos de esta nueva civilización: la información libre y el acceso universal al conocimiento como derecho humano.
Sin embargo, los “héroes de la revolución computacional” –como acertadamente los definió el periodista tecnológico Steven Levy en 1984, en su venerado libro Hackers, escandalosamente inédito en español– han tenido muy mala prensa y su nefasta reputación ha sido heredada por las nuevas generaciones que se han pasado al activismo ciberespacial, hasta tal punto, que “la prensa ha dramatizado la vulnerabilidad de la sociedad a las debilidades en seguridad informática agrupando vagamente fenómenos tan dispares como hacktivistas, terroristas y virus informáticos y biológicos”, como bien expresaron los profesores Tim Jordan y Paul Taylor en su ensayo Hacktivism and Cyberwars: Rebels with a cause? (2004), obra básica para entender el activismo hacker.
¿Qué es ser hacker?
Para entender qué es ser hacker debemos acudir a las fuentes primarias, a los medios creados por esta comunidad casi desde sus orígenes.
Entre los medios editados por los propios hackers sobresale la revista 2600: The Hacker Quarterly, nacida en 1984. En el año 2009, con motivo de su veinticinco aniversario, su editor, Eric Gordon Corley –más conocido por su seudónimo Emmanuel Goldstein (enigmático personaje clave en la novela 1984 de George Orwell del Estado totalitario y su sistema de control y vigilancia)– articuló el mayor tratado hacker jamás publicado: The Best of 2600: A Hacker Odyssey, tal vez la mayor fuente documental primaria que existe sobre técnicas de hacking, cultura hacker y los orígenes del hacktivismo.
En esta recopilación de artículos, Goldstein aclara: “Cualquier explorador decente debe tener un poco de espíritu hacker o acabará haciendo lo que hace todo el mundo y no descubrirá nada nuevo. Un buen periodista siempre debe dudar de lo que se le dice y pensar en maneras de evitar limitaciones para encontrar una historia decente. El espíritu hacker es una parte del espíritu humano y siempre lo ha sido”.
La estigmatización social de los hackers surge principalmente de las representaciones valorativas, dramatizadas, sensacionalistas y reduccionistas de los medios de comunicación de masas. En 1990, los sociólogos Gordon Meyer y Jim Thomas –autores de uno de los boletines de noticias en línea más famosos en la era pre-Internet y sus inicios, el Computer underground Digest (CuD), creado en 1990– ya nos alertaron en su artículo ‘The Baudy World of the Byte Bandit: A Postmodernist Interpretation of the Computer Underground’ de que la definición de los hackers que proporcionan los medios de masas y la falta de una comprensión clara de lo que significa verdaderamente ser hacker nos llevan a una errónea aplicación de esta etiqueta a todas las formas maliciosas de computación. Una identificación del delincuente informático con los hackers que Goldstein considera “despreciativa y un insulto a la amplia comunidad hacker, que está trabajando para hacer del mundo un lugar mejor para todos”.
En la transición de la década de 1980 a 1990 –cuando se iniciaron las primeras grandes redadas policiales contra hackers–, autores como Meyer y Thomas desafiaron la explicación maniquea difundida por los medios de que “los hackers pueden ser entendidos simplemente como profanadores de un orden económico y moral sagrado”. De su inmersión en los Bulletin Board Systems hackers (tablones de anuncios electrónicos, que fueron el germen de lo que hoy conocemos como redes sociales) se podía ya colegir que “en contra de su imagen mediática, los hackers evitan la destrucción deliberada de datos o causar daño alguno al sistema” y “su objetivo principal es la adquisición de conocimientos”. Ese es su delito, querer saber y querer compartirlo.
En esa época, el escritor Bruce Sterling –uno de los padres del cyberpunk–, describió en 1992 el hackingcomo “la determinación por hacer el acceso a las computadoras y a la información tan libres y abiertos como sea posible”.
Dos años antes, en 1990, el ciberlibertario John Perry Barlow –letrista del grupo de rock psicodélico Grateful Dead– había publicado el manifiesto Crime and Puzzlement, con el que se inauguró una nueva etapa que llevó a los hackers a implicarse de manera proactiva en el activismo. De este texto no solo emergió la primera institución hacker con fines políticos, la Electronic Frontier Foundation, sino también la razón fundamental para que Sterling publicase en 1992 su celebérrima obra The Hacker Crackdown: Law and Disorder on the Electronic Frontier, la primera exploración minuciosa sobre el conflicto político que subyace en las primeras grandes persecuciones, redadas y detenciones de hackers, y en el estrangulamiento de sus propios medios de comunicación, lo que contribuyó definitivamente a crear el caldo de cultivo para la resistencia y la desobediencia civil electrónicas en la década de 1990 con la aparición de los primeros grupos hacktivistas, de los que beben WikiLeaks o los Anonymous.
Para buscar la definición correcta de qué es ser hacker debemos evitar los diccionarios tradicionales –y, por supuesto, a los medios generalistas– y acudir al Jargon File, el diccionario de la comunidad hacker. El propio glosario, revisado y actualizado sucesivamente desde su creación, en 1975, aclara que los hackers son individuos con extraordinarias habilidades informáticas que desarrollan con pasión y entusiasmo, pero también cualquier experto o entusiasta en cualquier campo (“uno puede ser hacker de astronomía, por ejemplo”, se dice), o “aquel que disfruta el reto intelectual de superar o eludir creativamente limitaciones”. Así que, recuerde, usted podría ser hacker.
El Jargon File advierte de que debe usarse la palabra cracker –y no hacker– para aquellos que utilizan sus habilidades informáticas para causar daño y, en muchos casos, lucrarse. Pero si no le convence esta palabra para un titular, el periodista puede optar por escribir “delincuente informático”, por ejemplo, pero nunca debe usar la palabra hacker para hablar de aquellos que se introducen en sistemas ajenos con fines delictivos. Lo piden los hackers, pero también la Fundeu.
Hackers versus crackers
La criminalización de los hackers diseñada por el Estado-nación, diseminada por los medios de comunicación de masas e inoculada en la población se fundamenta en una arbitraria identificación de los miembros de esta comunidad como crackers, “los usuarios destructivos cuyo objetivo es crear virus e introducirse en otros sistemas”, como bien distinguió el filósofo finlandés Pekka Himanen en su ensayo La ética del hacker y el espíritu de la era de la información (2001), otra obra fundamental para ilustrarse.
A diferencia de los crackers, los hackers utilizan sus habilidades tecnológicas para resolver crisis en sus entornos por el bien común.
Según el Jargon File, el término cracker fue acuñado por los hackers en 1985 para defenderse del “mal uso periodístico” de la palabra hacker. Su utilización denota la repulsa de esta comunidad al robo y al vandalismo cracker. Esto no implica que los hackers se deban abstener de introducirse en sistemas sin permiso, pero siempre debe hacerse con un espíritu juguetón y curiosidad, y por razones justificadas que no conlleven destrucción o daño alguno. Por ejemplo, se justifica que un hacker se adentre en un sistema informático ajeno para demostrar sus fallas de seguridad, o que acceda a información confidencial de empresas o gobiernos para destapar abusos, casos de corrupción o cualquier irregularidad.
Pero los esfuerzos de los hackers por desligarse de los crackers han sido tan intensos y constantes como infructuosos. La lucha contra el poder institucionalizado ha sido hasta ahora en vano. Los medios de comunicación dominantes mantienen la palabra hacker asociada casi exclusivamente a delitos informáticos.
Eric S. Raymond, editor del Jargon File, explica en su obra How to Become a Hacker (2001) la diferencia con los crackers: “Los auténticos hackers […] no quieren tener nada que ver con ellos [los crackers]. Los auténticos hackers piensan en su mayoría que los crackers son perezosos, irresponsables y no muy brillantes, y objetan que ser capaz de romper la seguridad [de un sistema] te convierta en un hacker […]. La diferencia básica es esta: los hackers construyen cosas, los crackers las rompen”.
La obsesión por desligar a los hackers del ámbito criminal está presente en prácticamente toda la literatura de naturaleza hacker. Pero la ignorancia de la mayoría de los periodistas, o la manipulación de los medios de masas –o ambas cosas–, han causado un fraude semántico que mantiene por décadas la leyenda de que los hackers son, por definición (o por naturaleza), criminales.
“Mi delito es la curiosidad”
A los hackers no solo les ha preocupado clarificar las diferencias entre ellos y los auténticos delincuentes informáticos; la persecución policial y mediática a la que han sido sometidos también les empujó desde tiempos tempranos a denunciar con vehemencia abusos contra ellos.
El 8 de enero de 1986, uno de los hackers más reputados del mundo, Loyd Blankenship –más conocido por el pseudónimo The Mentor, miembro destacado de la segunda generación del grupo hacker estadounidense Legion of Doom–, publicó en la revista electrónica Phrack, tras una detención policial, un texto que se convirtió en uno de los manifiestos de culto y piedra angular para esta comunidad: The Conscience of a Hacker. Los tres últimos párrafos de esta breve apología evidencian la frustración que los mecanismos del sistema institucional generan en los hackers:
“Este mundo es nuestro… el mundo de los electrones y los interruptores, la belleza del baudio. Utilizamos un servicio ya existente sin pagar que podría haber sido más barato si no fuese por esos especuladores insaciables. Y nos llamáis delincuentes. Exploramos… y nos llamáis delincuentes. Buscamos ampliar nuestros conocimientos… y nos llamáis delincuentes. Existimos sin color de piel, ni nacionalidad, ni religión… y vosotros nos llamáis delincuentes. Construís bombas atómicas, hacéis la guerra, asesináis, estafáis y nos mentís tratando de hacernos creer que es por nuestro bien, y aún nos tratáis como delincuentes.
Sí, soy un delincuente. Mi delito es la curiosidad. Mi delito es juzgar a la gente por lo que dice y por lo que piensa, no por lo que parece. Mi delito es ser más inteligente que vosotros, algo que nunca me perdonaréis.
Soy un hacker, y este es mi manifiesto. Podéis parar a este individuo, pero no a todos… después de todo, somos todos iguales”.
En este sentido, el fundador y editor de la revista 2600 se pregunta: “¿Cuántas personas más serán sometidas a un castigo cruel e inusual porque se atrevieron a explorar algo que entidades poderosas querían mantener en secreto?”.
Piense en Julian Assange, fundador de WikiLeaks, detenido por conseguir y publicar documentos secretos que nos mostraron las tropelías del Ejército estadounidense en las guerras de Irak y Afganistán; o en Edward Snowden, huido de Estados Unidos por mostrar al mundo cómo nos vigilan a todos.
Recuerde, quienes asaltan su vida por puertas traseras no son hackers, sino gobiernos; quienes dejan puertas traseras abiertas en su teléfono móvil son empresas tecnológicas; los hackers denuncian a quienes lo hacen. No extraña, por lo tanto, que la criminalización de esta comunidad haya sido alentada fundamentalmente por la autoridad.
Simbólico y probatorio es el discurso que el por entonces presidente estadounidense Bill Clinton leyó el 22 de enero de 1999 en la Academia Nacional de Ciencias en Washington DC, titulado ‘Keeping America Secure for the 21st Century’. En su perorata, Clinton identificó a los hackers como una nueva amenaza ciberterrorista para la seguridad nacional equiparable a la del terrorismo, en general, y a la del bioterrorismo, en particular.
El primer presidente estadounidense de la era Internet no solo robusteció la ya pintoresca y normalizada estrategia de criminalización de la cultura hacker que identifica cualquier delito informático con esta, sino que también declaró formalmente la guerra a los hackers como enemigos del Estado, a la vez que asentó las bases de una nueva Red de redes controlada y vigilada, con el pretexto de la seguridad nacional y pública. La idea de una Internet libre se mantendría solo viva en el terreno de los ideales hackers.
Seis décadas de logros y hazañas no han bastado para que esta comunidad sea respetada; todo lo contrario, sigue siendo sistemáticamente mancillada, particularmente por medios de comunicación de masas, que han generalizado y globalizado el término hacker como sinónimo de delincuente informático y potencial terrorista, obviando o ignorando que a los hackers debemos la existencia de Internet, la World Wide Web, el software y hardware libres, Linux, el RSS, WordPress, Wikipedia, Reddit, Bitcoin, navegadores como Mozilla Firefox o TOR, las licencias copyleft y creative commons, el movimiento por la ciencia abierta e incluso los masificados productos de empresas hoy tan antitéticas a la ética hacker como Apple, Microsoft o Facebook, cuyos fundadores formaron una vez parte de la comunidad hacker.
Hackear no es algo malo, no es un acto destructivo, todo lo contrario; hackear, en su sentido genuino, significa progreso. Los hackers informáticos han contribuido de manera decisiva al desarrollo tecnológico y los hacktivistas han empujado al hacking al terreno político para defender la libertad de expresión y el libre acceso al conocimiento, por eso no se entiende que sean mancillados por periodistas.
Así que cuando lea un titular en prensa en el que se use la palabra hacker como sinónimo de delincuente, recuerde, le están mintiendo.
por Alberto Quian
Lo crea o no, Lady Gaga es hacker. Lo descubrí en una revelación de San iGNUcius, patrón protector de los hackers. “Lady Gaga es hacker de ropa”, me dijo en una conversación. Imaginé entonces a la diva del pop sentada frente a un ordenador, programando compulsivamente, hackeando ropa inteligente… No había comprendido la revelación de San iGNUcius.
“Nosotros, los hackers, aún insistimos en que hack significa mucho más que aquello de romper la seguridad para el desarrollo informático”, continuó. Le pedí que me ilustrase con su conocimiento. Y con estas palabras me iluminó: “Lo que hace Lady Gaga con su ropa es emplear su inteligencia con un espíritu juguetón. Y si eres hacker, puedes apreciarlo como un hack. Porque ser hacker no solo significa que te gusta emplear tu inteligencia con espíritu juguetón, sino también probablemente que gozas viendo que otros lo hacen y cómo lo hacen, que disfrutas viendo sus logros”.
Yo mismo, me dijo, podría ser hacker, un hacker periodista, como también lo puede ser un matemático, por ejemplo.
San iGNUcius fue el último hacker del prestigioso y glorificado Massachusetts Institute of Technology (MIT), uno de los mayores centros de investigación y conocimiento científico y tecnológico del mundo, donde a finales de la década de 1950 y en la de 1960 surgió la primera generación hacker. Su nombre real es Richard Stallman, el padre y gurú del movimiento por el software libre, autor del término “copyleft” –la antítesis del copyright– e impulsor del sistema operativo GNU.
Si usted cree que el hacking es cosa exclusiva de programadores informáticos granujas, está equivocado. Y si piensa que los hackers son una amenaza para su seguridad y para la de todos nosotros, también yerra. Libérese de prejuicios. Los medios de masas le han mentido. Descarte interpretaciones reduccionistas sobre el hacking. Usted puede ser hacker. Lo crea o no, así es. Solo tiene que emplear su inteligencia con espíritu juguetón para resolver algo difícil, disfrutarlo, recrearse en esa labor –sea útil o no–, compartir su descubrimiento con el resto del mundo, revelar cómo lo hizo y dejar que otros lo prueben, lo modifiquen, lo mejoren y lo disfruten también. No importa si es en el mundo de la informática, del periodismo, de la ciencia, de la música, de la poesía o en la vida cotidiana. Explore los límites de lo posible con alegría. Estará hackeando.
No se confunda, los hackers no son los ciberdelincuentes que pueden asaltar su vida por la puerta trasera de su computadora, televisión inteligente o teléfono móvil (eso lo hacen empresas tecnológicas, gobiernos y malhechores con habilidades informáticas). Los hackers son personas tan dispares y sugestivas como la cantante Lady Gaga, Julian Assange (fundador de WikiLeaks), Tim Berners-Lee (científico computacional creador de la World Wide Web) o incluso tal vez usted mismo.
Pensar y resolver cómo coger seis palillos chinos, tres en cada mano, manipularlos individualmente sin que caiga ninguno y sostener una porción de comida tiene el valor de un hack; nada práctico, cierto, pero gratificante si se hace con alegría y pasión. Palabra de gurú hacker, la de Richard Stallman.
Pero aunque usted o yo podríamos ser hackers sin saber escribir una sola línea de código informático, es en la computación donde se halla el manantial de una revolución que, seis décadas después de su génesis, aún sigue en marcha.
De los pioneros del MIT en la década de 1960, hasta WikiLeaks y los Anonymous, la comunidad (y cultura) hacker ha vivido un intenso proceso evolutivo enganchado al desarrollo de la computación y de la Red de redes, gestado en los subterráneos de la informática, en el desarrollo de una ética hacker y en la articulación de nuevos métodos y mecanismos para la defensa de los derechos humanos, incluidos los principios básicos de esta nueva civilización: la información libre y el acceso universal al conocimiento como derecho humano.
Sin embargo, los “héroes de la revolución computacional” –como acertadamente los definió el periodista tecnológico Steven Levy en 1984, en su venerado libro Hackers, escandalosamente inédito en español– han tenido muy mala prensa y su nefasta reputación ha sido heredada por las nuevas generaciones que se han pasado al activismo ciberespacial, hasta tal punto, que “la prensa ha dramatizado la vulnerabilidad de la sociedad a las debilidades en seguridad informática agrupando vagamente fenómenos tan dispares como hacktivistas, terroristas y virus informáticos y biológicos”, como bien expresaron los profesores Tim Jordan y Paul Taylor en su ensayo Hacktivism and Cyberwars: Rebels with a cause? (2004), obra básica para entender el activismo hacker.
¿Qué es ser hacker?
Para entender qué es ser hacker debemos acudir a las fuentes primarias, a los medios creados por esta comunidad casi desde sus orígenes.
Entre los medios editados por los propios hackers sobresale la revista 2600: The Hacker Quarterly, nacida en 1984. En el año 2009, con motivo de su veinticinco aniversario, su editor, Eric Gordon Corley –más conocido por su seudónimo Emmanuel Goldstein (enigmático personaje clave en la novela 1984 de George Orwell del Estado totalitario y su sistema de control y vigilancia)– articuló el mayor tratado hacker jamás publicado: The Best of 2600: A Hacker Odyssey, tal vez la mayor fuente documental primaria que existe sobre técnicas de hacking, cultura hacker y los orígenes del hacktivismo.
En esta recopilación de artículos, Goldstein aclara: “Cualquier explorador decente debe tener un poco de espíritu hacker o acabará haciendo lo que hace todo el mundo y no descubrirá nada nuevo. Un buen periodista siempre debe dudar de lo que se le dice y pensar en maneras de evitar limitaciones para encontrar una historia decente. El espíritu hacker es una parte del espíritu humano y siempre lo ha sido”.
La estigmatización social de los hackers surge principalmente de las representaciones valorativas, dramatizadas, sensacionalistas y reduccionistas de los medios de comunicación de masas. En 1990, los sociólogos Gordon Meyer y Jim Thomas –autores de uno de los boletines de noticias en línea más famosos en la era pre-Internet y sus inicios, el Computer underground Digest (CuD), creado en 1990– ya nos alertaron en su artículo ‘The Baudy World of the Byte Bandit: A Postmodernist Interpretation of the Computer Underground’ de que la definición de los hackers que proporcionan los medios de masas y la falta de una comprensión clara de lo que significa verdaderamente ser hacker nos llevan a una errónea aplicación de esta etiqueta a todas las formas maliciosas de computación. Una identificación del delincuente informático con los hackers que Goldstein considera “despreciativa y un insulto a la amplia comunidad hacker, que está trabajando para hacer del mundo un lugar mejor para todos”.
En la transición de la década de 1980 a 1990 –cuando se iniciaron las primeras grandes redadas policiales contra hackers–, autores como Meyer y Thomas desafiaron la explicación maniquea difundida por los medios de que “los hackers pueden ser entendidos simplemente como profanadores de un orden económico y moral sagrado”. De su inmersión en los Bulletin Board Systems hackers (tablones de anuncios electrónicos, que fueron el germen de lo que hoy conocemos como redes sociales) se podía ya colegir que “en contra de su imagen mediática, los hackers evitan la destrucción deliberada de datos o causar daño alguno al sistema” y “su objetivo principal es la adquisición de conocimientos”. Ese es su delito, querer saber y querer compartirlo.
En esa época, el escritor Bruce Sterling –uno de los padres del cyberpunk–, describió en 1992 el hackingcomo “la determinación por hacer el acceso a las computadoras y a la información tan libres y abiertos como sea posible”.
Dos años antes, en 1990, el ciberlibertario John Perry Barlow –letrista del grupo de rock psicodélico Grateful Dead– había publicado el manifiesto Crime and Puzzlement, con el que se inauguró una nueva etapa que llevó a los hackers a implicarse de manera proactiva en el activismo. De este texto no solo emergió la primera institución hacker con fines políticos, la Electronic Frontier Foundation, sino también la razón fundamental para que Sterling publicase en 1992 su celebérrima obra The Hacker Crackdown: Law and Disorder on the Electronic Frontier, la primera exploración minuciosa sobre el conflicto político que subyace en las primeras grandes persecuciones, redadas y detenciones de hackers, y en el estrangulamiento de sus propios medios de comunicación, lo que contribuyó definitivamente a crear el caldo de cultivo para la resistencia y la desobediencia civil electrónicas en la década de 1990 con la aparición de los primeros grupos hacktivistas, de los que beben WikiLeaks o los Anonymous.
Para buscar la definición correcta de qué es ser hacker debemos evitar los diccionarios tradicionales –y, por supuesto, a los medios generalistas– y acudir al Jargon File, el diccionario de la comunidad hacker. El propio glosario, revisado y actualizado sucesivamente desde su creación, en 1975, aclara que los hackers son individuos con extraordinarias habilidades informáticas que desarrollan con pasión y entusiasmo, pero también cualquier experto o entusiasta en cualquier campo (“uno puede ser hacker de astronomía, por ejemplo”, se dice), o “aquel que disfruta el reto intelectual de superar o eludir creativamente limitaciones”. Así que, recuerde, usted podría ser hacker.
El Jargon File advierte de que debe usarse la palabra cracker –y no hacker– para aquellos que utilizan sus habilidades informáticas para causar daño y, en muchos casos, lucrarse. Pero si no le convence esta palabra para un titular, el periodista puede optar por escribir “delincuente informático”, por ejemplo, pero nunca debe usar la palabra hacker para hablar de aquellos que se introducen en sistemas ajenos con fines delictivos. Lo piden los hackers, pero también la Fundeu.
Hackers versus crackers
La criminalización de los hackers diseñada por el Estado-nación, diseminada por los medios de comunicación de masas e inoculada en la población se fundamenta en una arbitraria identificación de los miembros de esta comunidad como crackers, “los usuarios destructivos cuyo objetivo es crear virus e introducirse en otros sistemas”, como bien distinguió el filósofo finlandés Pekka Himanen en su ensayo La ética del hacker y el espíritu de la era de la información (2001), otra obra fundamental para ilustrarse.
A diferencia de los crackers, los hackers utilizan sus habilidades tecnológicas para resolver crisis en sus entornos por el bien común.
Según el Jargon File, el término cracker fue acuñado por los hackers en 1985 para defenderse del “mal uso periodístico” de la palabra hacker. Su utilización denota la repulsa de esta comunidad al robo y al vandalismo cracker. Esto no implica que los hackers se deban abstener de introducirse en sistemas sin permiso, pero siempre debe hacerse con un espíritu juguetón y curiosidad, y por razones justificadas que no conlleven destrucción o daño alguno. Por ejemplo, se justifica que un hacker se adentre en un sistema informático ajeno para demostrar sus fallas de seguridad, o que acceda a información confidencial de empresas o gobiernos para destapar abusos, casos de corrupción o cualquier irregularidad.
Pero los esfuerzos de los hackers por desligarse de los crackers han sido tan intensos y constantes como infructuosos. La lucha contra el poder institucionalizado ha sido hasta ahora en vano. Los medios de comunicación dominantes mantienen la palabra hacker asociada casi exclusivamente a delitos informáticos.
Eric S. Raymond, editor del Jargon File, explica en su obra How to Become a Hacker (2001) la diferencia con los crackers: “Los auténticos hackers […] no quieren tener nada que ver con ellos [los crackers]. Los auténticos hackers piensan en su mayoría que los crackers son perezosos, irresponsables y no muy brillantes, y objetan que ser capaz de romper la seguridad [de un sistema] te convierta en un hacker […]. La diferencia básica es esta: los hackers construyen cosas, los crackers las rompen”.
La obsesión por desligar a los hackers del ámbito criminal está presente en prácticamente toda la literatura de naturaleza hacker. Pero la ignorancia de la mayoría de los periodistas, o la manipulación de los medios de masas –o ambas cosas–, han causado un fraude semántico que mantiene por décadas la leyenda de que los hackers son, por definición (o por naturaleza), criminales.
“Mi delito es la curiosidad”
A los hackers no solo les ha preocupado clarificar las diferencias entre ellos y los auténticos delincuentes informáticos; la persecución policial y mediática a la que han sido sometidos también les empujó desde tiempos tempranos a denunciar con vehemencia abusos contra ellos.
El 8 de enero de 1986, uno de los hackers más reputados del mundo, Loyd Blankenship –más conocido por el pseudónimo The Mentor, miembro destacado de la segunda generación del grupo hacker estadounidense Legion of Doom–, publicó en la revista electrónica Phrack, tras una detención policial, un texto que se convirtió en uno de los manifiestos de culto y piedra angular para esta comunidad: The Conscience of a Hacker. Los tres últimos párrafos de esta breve apología evidencian la frustración que los mecanismos del sistema institucional generan en los hackers:
“Este mundo es nuestro… el mundo de los electrones y los interruptores, la belleza del baudio. Utilizamos un servicio ya existente sin pagar que podría haber sido más barato si no fuese por esos especuladores insaciables. Y nos llamáis delincuentes. Exploramos… y nos llamáis delincuentes. Buscamos ampliar nuestros conocimientos… y nos llamáis delincuentes. Existimos sin color de piel, ni nacionalidad, ni religión… y vosotros nos llamáis delincuentes. Construís bombas atómicas, hacéis la guerra, asesináis, estafáis y nos mentís tratando de hacernos creer que es por nuestro bien, y aún nos tratáis como delincuentes.
Sí, soy un delincuente. Mi delito es la curiosidad. Mi delito es juzgar a la gente por lo que dice y por lo que piensa, no por lo que parece. Mi delito es ser más inteligente que vosotros, algo que nunca me perdonaréis.
Soy un hacker, y este es mi manifiesto. Podéis parar a este individuo, pero no a todos… después de todo, somos todos iguales”.
En este sentido, el fundador y editor de la revista 2600 se pregunta: “¿Cuántas personas más serán sometidas a un castigo cruel e inusual porque se atrevieron a explorar algo que entidades poderosas querían mantener en secreto?”.
Piense en Julian Assange, fundador de WikiLeaks, detenido por conseguir y publicar documentos secretos que nos mostraron las tropelías del Ejército estadounidense en las guerras de Irak y Afganistán; o en Edward Snowden, huido de Estados Unidos por mostrar al mundo cómo nos vigilan a todos.
Recuerde, quienes asaltan su vida por puertas traseras no son hackers, sino gobiernos; quienes dejan puertas traseras abiertas en su teléfono móvil son empresas tecnológicas; los hackers denuncian a quienes lo hacen. No extraña, por lo tanto, que la criminalización de esta comunidad haya sido alentada fundamentalmente por la autoridad.
Simbólico y probatorio es el discurso que el por entonces presidente estadounidense Bill Clinton leyó el 22 de enero de 1999 en la Academia Nacional de Ciencias en Washington DC, titulado ‘Keeping America Secure for the 21st Century’. En su perorata, Clinton identificó a los hackers como una nueva amenaza ciberterrorista para la seguridad nacional equiparable a la del terrorismo, en general, y a la del bioterrorismo, en particular.
El primer presidente estadounidense de la era Internet no solo robusteció la ya pintoresca y normalizada estrategia de criminalización de la cultura hacker que identifica cualquier delito informático con esta, sino que también declaró formalmente la guerra a los hackers como enemigos del Estado, a la vez que asentó las bases de una nueva Red de redes controlada y vigilada, con el pretexto de la seguridad nacional y pública. La idea de una Internet libre se mantendría solo viva en el terreno de los ideales hackers.
Seis décadas de logros y hazañas no han bastado para que esta comunidad sea respetada; todo lo contrario, sigue siendo sistemáticamente mancillada, particularmente por medios de comunicación de masas, que han generalizado y globalizado el término hacker como sinónimo de delincuente informático y potencial terrorista, obviando o ignorando que a los hackers debemos la existencia de Internet, la World Wide Web, el software y hardware libres, Linux, el RSS, WordPress, Wikipedia, Reddit, Bitcoin, navegadores como Mozilla Firefox o TOR, las licencias copyleft y creative commons, el movimiento por la ciencia abierta e incluso los masificados productos de empresas hoy tan antitéticas a la ética hacker como Apple, Microsoft o Facebook, cuyos fundadores formaron una vez parte de la comunidad hacker.
Hackear no es algo malo, no es un acto destructivo, todo lo contrario; hackear, en su sentido genuino, significa progreso. Los hackers informáticos han contribuido de manera decisiva al desarrollo tecnológico y los hacktivistas han empujado al hacking al terreno político para defender la libertad de expresión y el libre acceso al conocimiento, por eso no se entiende que sean mancillados por periodistas.
Así que cuando lea un titular en prensa en el que se use la palabra hacker como sinónimo de delincuente, recuerde, le están mintiendo.
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