Un par de artículos recientes señalan la arbitrariedad y el escaso valor
de la calificación «Amazon’s Choice» con la que la compañía
supuestamente distingue a los productos que constituyen una mejor
propuesta de valor en cada categoría, pero que, aparentemente, se otorga
de una manera arbitraria en función de algoritmos sesgados o muy
fáciles de manipular.
El crecimiento de Amazon ha convertido su página en un auténtico maremágnum de productos,
en la que cada día y en cada vez más categorías resulta más difícil
orientarse, hacer una elección racional o evitar caer en la llamada paradoja de la elección.
Ante esa hiperabundancia, la etiqueta Amazon’s Choice se convierte en
una manera de recomendar a los usuarios una serie de productos en cada
categoría, habitualmente productos que se encuentran en los almacenes de
la compañía, para así asegurar una rápida entrega, o a los que se
atribuye un umbral de calidad razonable. Lo más probable es que la
calificación se entregue en función de algún tipo de criterio
algorítmico a partir de unas características determinadas, pero la
compañía no ofrece información alguna en ese sentido más allá de
«productos de alta calificación y buen precio disponibles para envío
inmediato». Sin embargo, según las comparativas efectuadas, la etiqueta,
que provoca la decisión de compra de muchos usuarios, en realidad,
implica más bien poco, y no debería ser interpretada como un sinónimo de
calidad o de relación calidad/precio.
Amazon se ha convertido en un monstruo que acapara el 49% de todo el comercio electrónico de los Estados Unidos y en torno al 5% de todo el gasto en comercio minorista. Cada vez más, el comportamiento de la compañía es el de simular el modelo de negocio de la distribución física tradicional: vender cada vez más publicidad en sus páginas,
del mismo modo que los supermercados e hipermercados cobran a las
marcas por publicitarse con expositores o por aparecer en determinadas
posiciones del lineal.
¿Dónde está el problema de este tipo de
cuestiones? En algo tan delicado como la confianza del cliente. Si el
usuario que acude a Amazon buscando un producto determinado se
encuentra, primero, un aluvión de anuncios que pretenden que opte no por
la mejor marca sino por aquella que más paga, después con todo tipo de técnicas de posicionamiento igualmente arbitrarias,
y seguidamente observa de manera reiterada que la recomendación de la
propia tienda no garantiza en realidad nada, un número creciente de
usuarios podrían comenzar a optar por otros canales, que en este entorno
se encuentran, en muchos casos, a pocos clics de distancia. De hecho,
las relaciones de la compañía con determinados perfiles de usuarios ya
se encuentran fuertemente cuestionadas en primer lugar por sus irresponsables, agresivas e insostenibles prácticas de optimización fiscal, en segundo, por la comercialización de su tecnología de reconocimiento facial a gobiernos y autoridades, y en tercero, pero no menos importante, por su total insensibilidad con los aspectos medioambientales. En muchos sentidos, como dijo The Telegraph, la crisis de los 50 de Jeff Bezos puede costarnos el planeta.
Para la compañía con la valoración bursátil más elevada del mundo, que superó el billón de dólares de valoración el pasado abril (actualmente está por debajo de esa cifra) y que posee también, según algunos estudios, la marca más valiosa del mundo, este tipo de preocupaciones pueden parecer secundarias. Pero sin duda, son como tales elecciones muy malas, y marcan un muy mal camino.
Via
Un par de artículos recientes señalan la arbitrariedad y el escaso valor de la calificación «Amazon’s Choice» con la que la compañía supuestamente distingue a los productos que constituyen una mejor propuesta de valor en cada categoría, pero que, aparentemente, se otorga de una manera arbitraria en función de algoritmos sesgados o muy fáciles de manipular.
El crecimiento de Amazon ha convertido su página en un auténtico maremágnum de productos, en la que cada día y en cada vez más categorías resulta más difícil orientarse, hacer una elección racional o evitar caer en la llamada paradoja de la elección. Ante esa hiperabundancia, la etiqueta Amazon’s Choice se convierte en una manera de recomendar a los usuarios una serie de productos en cada categoría, habitualmente productos que se encuentran en los almacenes de la compañía, para así asegurar una rápida entrega, o a los que se atribuye un umbral de calidad razonable. Lo más probable es que la calificación se entregue en función de algún tipo de criterio algorítmico a partir de unas características determinadas, pero la compañía no ofrece información alguna en ese sentido más allá de «productos de alta calificación y buen precio disponibles para envío inmediato». Sin embargo, según las comparativas efectuadas, la etiqueta, que provoca la decisión de compra de muchos usuarios, en realidad, implica más bien poco, y no debería ser interpretada como un sinónimo de calidad o de relación calidad/precio.
Amazon se ha convertido en un monstruo que acapara el 49% de todo el comercio electrónico de los Estados Unidos y en torno al 5% de todo el gasto en comercio minorista. Cada vez más, el comportamiento de la compañía es el de simular el modelo de negocio de la distribución física tradicional: vender cada vez más publicidad en sus páginas, del mismo modo que los supermercados e hipermercados cobran a las marcas por publicitarse con expositores o por aparecer en determinadas posiciones del lineal.
¿Dónde está el problema de este tipo de cuestiones? En algo tan delicado como la confianza del cliente. Si el usuario que acude a Amazon buscando un producto determinado se encuentra, primero, un aluvión de anuncios que pretenden que opte no por la mejor marca sino por aquella que más paga, después con todo tipo de técnicas de posicionamiento igualmente arbitrarias, y seguidamente observa de manera reiterada que la recomendación de la propia tienda no garantiza en realidad nada, un número creciente de usuarios podrían comenzar a optar por otros canales, que en este entorno se encuentran, en muchos casos, a pocos clics de distancia. De hecho, las relaciones de la compañía con determinados perfiles de usuarios ya se encuentran fuertemente cuestionadas en primer lugar por sus irresponsables, agresivas e insostenibles prácticas de optimización fiscal, en segundo, por la comercialización de su tecnología de reconocimiento facial a gobiernos y autoridades, y en tercero, pero no menos importante, por su total insensibilidad con los aspectos medioambientales. En muchos sentidos, como dijo The Telegraph, la crisis de los 50 de Jeff Bezos puede costarnos el planeta.
Para la compañía con la valoración bursátil más elevada del mundo, que superó el billón de dólares de valoración el pasado abril (actualmente está por debajo de esa cifra) y que posee también, según algunos estudios, la marca más valiosa del mundo, este tipo de preocupaciones pueden parecer secundarias. Pero sin duda, son como tales elecciones muy malas, y marcan un muy mal camino.
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