Leía el otro día que en 2050 se calcula que habrá más plástico que peces en los mares, y que el 99% de las aves marinas habrán tenido este material en su aparato digestivo.
El tema va escalando casi sin que nadie levante la voz. O más bien, sin que cale en el conocimiento de las mayoría de ciudadanos. En 1950, con una población de 2.500 millones de habitantes, el mundo produjo 1,5 millones de toneladas de plástico; el pasado año, con una población de más de 7 mil millones, se produjeron 300 millones de toneladas (ES).
Y éste es uno más de los catalizadores del cambio climático. Ese mismo que muchos aún niegan, pese a que recientemente más de 15.000 científicos de 184 países distintos hayan expuesto públicamente datos que lo confirman (ES).
Un problema que ataca precisamente a nuestro instinto más necesario: el de la supervivencia.
¿Y sabe qué es lo peor? Que el plástico en los océanos ni siquiera es el mayor de nuestros problemas.
¿Qué cuál es? Una de las sustancias más presentes en nuestro día a día: El monóxido de dihidrógeno.
Hablaban de ello estos días por Xataka (ES), haciéndose eco de varios acercamientos recientes llevados a cabo en diferentes países con el fin de intentar prohibir su venta.
Hablamos de una sustancia que, como recogían en el paper “Dihydrogen Monoxide Research Divison” (EN/PDF) de la Universidad de California, es el principal causante de la desertización y la erosión del suelo, de cientos de muertes diarias por inhalación, quemaduras (algunas mortales) y hasta necrosis.
¿Cómo es posible que un problema tan serio haya pasado desapercibido en muchas culturas? Por una sencilla razón: el monóxido de dihidrógeno no es más que el nombre científico que se le da al agua (H2O).
Los riesgos de los “monóxidos de dihidrógeno”
A este punto quería llegar.
Todo lo que he dicho anteriormente es verdad. El agua es sin lugar a dudas uno de los principales detonadores del cambio climático. Es el principal elemento causante de la desertización y la erosión del suelo. Y además, cada día mata a cientos de personas por inhalación, quemaduras y necrosis, entre otros muchos otros efectos nocivos que de ella se desprenden.
El quid de la cuestión es que además de ser uno de los principales detonadores, también es uno de sus principales afectados, y tiene la particularidad de ser necesaria para la vida tal y como la conocemos.
El hoax del monóxido de dihidrógeno ha calado tan hondo en el colectivo que en 1997 un niño de 14 años consiguió en EEUU que con un 86% de votos, el agua fuera prohibida en su instituto. Un año más tarde, un diputado australiano lanzaría una propuesta legislativa para prohibirla en todo el país. Se llegó incluso a acusar en 2002 a la empresa de aguas de Atlanta de incluir en la misma ese “peligroso” monóxido de dihidrógeno. La página de la Wikipedia (EN) dedicada a tamaño bulo atesora un buen número de casos que de seguro le harán explotar la cabeza.
Y es, por todo ello, un ejemplo perfecto de cómo funcionan las noticias falsas.
Ya expliqué en su día los métodos que países como Rusia o China utilizan para hacer creíble la propapanda en pleno siglo XXI. Mientras unos se basan en crear situaciones claramente inverosímiles (abducciones extraterrestres, fantasmas…) que ayudan a bajar el listón de lo que el ciudadano puede llegar a considerar realidad, dotando entonces de más peso cualquier bulo conspirativo, los otros se apoyan en una maquinaria censora sin precedentes y un control del discurso más tradicional, a lo George Orwell pero basado en el más puro positivismo (todo lo que rodea al gobierno y la nación son noticias buenas).
En este último año hemos visto cómo parte de todo ese aprendizaje se ha trasladado a la creación de campañas masivas de noticias falsas apoyadas por la cada vez más hegemónica figura de los canales de descubrimiento digitales. Es decir, Facebook, Google y Twitter, principalmente.
Sobre esto último he dedicado ya más de medio centenar de artículos, pero quiero que se quede principalmente con dos:
- ¿Cuánto cuesta manipular la intención de voto o criminalizar a alguien?: Un estudio de campo de las estrategias de creación de este tipo de campañas, cada vez más asequibles para alguien con una base de recursos mínima, y que ha estado permitiendo pervertir los sistemas democráticos de occidente como nunca antes en la historia de la democracia habíamos experimentado.
- El uso de las mecánicas de propaganda digital como arma de intimidación: Esas mismas herramientas que a veces se utilizan para propagar una idea entre el colectivo, otras sirven precisamente para apagar las voces críticas de aquellos que hemos decidido sacar a la luz dichas campañas. De nuevo, el uso de herramientas masivas que, en base al más puro desbordamiento, tan pronto sirven para difundir un contenido como para apagarlo.
Y en todos estos casos el funcionamiento es exactamente el mismo: Partir de hechos reales, darles una vuelta de tuerca, y transformar una realidad en otra realidad cuya conclusión es pura falacia.
Samsung puede sortear un nuevo móvil, pero esa página de Facebook donde están realizando el sorteo no es de Samsung. WhatsApp pasa a ser gratuito porque su modelo de negocio es traficar con nuestros datos, pero si el día de mañana vuelve a ser de pago, tranquilo, que por muchos copia y pega que haga de un texto en sus canales le tocará pagar igualmente.
La cuestión con la que quiero que se vaya es justo esa: Que los bulos en Internet (y en cualquier otro lado) siempre parten de una base real, y que bien ejecutados podrían hasta pasar por reales. Por ello, precisamente, entre los 6 mandamientos de cualquier campaña de ingeniería social está el uso de argumentos de autoridad, de reciprocidad, de la importancia de la consistencia…
No hay nada, nada, que se deje a la imaginación de la víctima si no es porque interesa. Como decía el mismo Leonardo Dicaprio en Inception (ES):
“Una idea es como un virus. Resistente. Altamente contagiosa. La más pequeña semilla de una idea puede crecer. Necesitas la versión más simple de la idea para que crezca naturalmente en la mente de tu sujeto. Es un arte muy sutil”
Ahí está el truco al que se aferra esta industria. En plantar la semillita, repartirla entre un número crítico de víctimas, y esperar a que germine. En permitir el surgimiento de nuevas cepas (inclusive si reman a contracorriente de lo buscado), para que el ecosistema informativo final esté tan sumamente difuso que algo a priori tan absurdo como que el agua es malo, que los separatismos van a traer mayor riqueza al pueblo, que la mejor manera de aumentar nuestra seguridad es a costa de perder privacidad, acabe por calar en el colectivo.
Fuente
Leía el otro día que en 2050 se calcula que habrá más plástico que peces en los mares, y que el 99% de las aves marinas habrán tenido este material en su aparato digestivo.
El tema va escalando casi sin que nadie levante la voz. O más bien, sin que cale en el conocimiento de las mayoría de ciudadanos. En 1950, con una población de 2.500 millones de habitantes, el mundo produjo 1,5 millones de toneladas de plástico; el pasado año, con una población de más de 7 mil millones, se produjeron 300 millones de toneladas (ES).
Y éste es uno más de los catalizadores del cambio climático. Ese mismo que muchos aún niegan, pese a que recientemente más de 15.000 científicos de 184 países distintos hayan expuesto públicamente datos que lo confirman (ES).
Un problema que ataca precisamente a nuestro instinto más necesario: el de la supervivencia.
¿Y sabe qué es lo peor? Que el plástico en los océanos ni siquiera es el mayor de nuestros problemas.
¿Qué cuál es? Una de las sustancias más presentes en nuestro día a día: El monóxido de dihidrógeno.
Hablaban de ello estos días por Xataka (ES), haciéndose eco de varios acercamientos recientes llevados a cabo en diferentes países con el fin de intentar prohibir su venta.
Hablamos de una sustancia que, como recogían en el paper “Dihydrogen Monoxide Research Divison” (EN/PDF) de la Universidad de California, es el principal causante de la desertización y la erosión del suelo, de cientos de muertes diarias por inhalación, quemaduras (algunas mortales) y hasta necrosis.
¿Cómo es posible que un problema tan serio haya pasado desapercibido en muchas culturas? Por una sencilla razón: el monóxido de dihidrógeno no es más que el nombre científico que se le da al agua (H2O).
Los riesgos de los “monóxidos de dihidrógeno”
A este punto quería llegar.
Todo lo que he dicho anteriormente es verdad. El agua es sin lugar a dudas uno de los principales detonadores del cambio climático. Es el principal elemento causante de la desertización y la erosión del suelo. Y además, cada día mata a cientos de personas por inhalación, quemaduras y necrosis, entre otros muchos otros efectos nocivos que de ella se desprenden.
El quid de la cuestión es que además de ser uno de los principales detonadores, también es uno de sus principales afectados, y tiene la particularidad de ser necesaria para la vida tal y como la conocemos.
El hoax del monóxido de dihidrógeno ha calado tan hondo en el colectivo que en 1997 un niño de 14 años consiguió en EEUU que con un 86% de votos, el agua fuera prohibida en su instituto. Un año más tarde, un diputado australiano lanzaría una propuesta legislativa para prohibirla en todo el país. Se llegó incluso a acusar en 2002 a la empresa de aguas de Atlanta de incluir en la misma ese “peligroso” monóxido de dihidrógeno. La página de la Wikipedia (EN) dedicada a tamaño bulo atesora un buen número de casos que de seguro le harán explotar la cabeza.
Y es, por todo ello, un ejemplo perfecto de cómo funcionan las noticias falsas.
Ya expliqué en su día los métodos que países como Rusia o China utilizan para hacer creíble la propapanda en pleno siglo XXI. Mientras unos se basan en crear situaciones claramente inverosímiles (abducciones extraterrestres, fantasmas…) que ayudan a bajar el listón de lo que el ciudadano puede llegar a considerar realidad, dotando entonces de más peso cualquier bulo conspirativo, los otros se apoyan en una maquinaria censora sin precedentes y un control del discurso más tradicional, a lo George Orwell pero basado en el más puro positivismo (todo lo que rodea al gobierno y la nación son noticias buenas).
En este último año hemos visto cómo parte de todo ese aprendizaje se ha trasladado a la creación de campañas masivas de noticias falsas apoyadas por la cada vez más hegemónica figura de los canales de descubrimiento digitales. Es decir, Facebook, Google y Twitter, principalmente.
Sobre esto último he dedicado ya más de medio centenar de artículos, pero quiero que se quede principalmente con dos:
Y en todos estos casos el funcionamiento es exactamente el mismo: Partir de hechos reales, darles una vuelta de tuerca, y transformar una realidad en otra realidad cuya conclusión es pura falacia.
La cuestión con la que quiero que se vaya es justo esa: Que los bulos en Internet (y en cualquier otro lado) siempre parten de una base real, y que bien ejecutados podrían hasta pasar por reales. Por ello, precisamente, entre los 6 mandamientos de cualquier campaña de ingeniería social está el uso de argumentos de autoridad, de reciprocidad, de la importancia de la consistencia…
No hay nada, nada, que se deje a la imaginación de la víctima si no es porque interesa. Como decía el mismo Leonardo Dicaprio en Inception (ES):
Ahí está el truco al que se aferra esta industria. En plantar la semillita, repartirla entre un número crítico de víctimas, y esperar a que germine. En permitir el surgimiento de nuevas cepas (inclusive si reman a contracorriente de lo buscado), para que el ecosistema informativo final esté tan sumamente difuso que algo a priori tan absurdo como que el agua es malo, que los separatismos van a traer mayor riqueza al pueblo, que la mejor manera de aumentar nuestra seguridad es a costa de perder privacidad, acabe por calar en el colectivo.
Fuente
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