En la soledad de aquella habitación minimalista (sinónimo de humilde), Pablo se quedó absorto con el mentón apoyado en la mano.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? -le preguntó, quizás a la sombra que la luz posterior proyectaba sobre parte de la pared que tenía frente al despacho.
Había razones para preguntárselo.
En la habitación de al lado estaba su mujer, y en la de enfrente, sus dos hijos. Tan cerca y tan lejos a la vez, encerrados cada uno en un universo distinto, únicamente comunicado por aquel minúsculo pasillo cuya luz siempre estaba apagada.
Habían pasado ya algo de tres décadas desde que se implantara la metodología descentralizada (EN) paulatinamente en todos y cada uno de los elementos que conforman la sociedad. Empezando, como no podría ser de otra manera, con las nuevas tecnologías.
La externalización del conocimiento, las nuevas corrientes educativas, la generalización de las interfaces conversacionales, el descubrimiento de los abusos de privacidad por parte de algunos países, que algunas de las grandes empresas del momento se basasen puramente en la intermediación, sin ofrecer bienes propios y la proliferación de una cultura apegada a la democratización tecnológica, sirvieron de catalizador para que en esa España del 2016 acabaran ganando las Convergencias de Podemos-IU.
Algo que Pablo había celebrado con precaución, amparado en que la suma de muchos pocos era mejor que el entorno que habían dejado atrás.
Se juntó además el hambre con las ganas de comer, y conforme la brecha tecnológica se iba abriendo cada vez más, quedó patente que la nueva élite social estaba formada por aquellos “bendecidos” por el conocimiento de la nueva era, por aquella clase media que apostaba por “el cambio“.
De nada sirvió que por aquel entonces Trump ganara las elecciones en EEUU, y que incluso acabase por declararle la guerra a Google, permitiendo a Amazon reinar con mano dura durante casi un par de décadas.
Lo que ni Amazon fue capaz de erradicar fue esa pretensión que desde el otro lado del charco terminó por imponerse: La de abandonar toda centralización posible y apostar por elementos que dependieran únicamente de uno mismo.
La sociedad descentralizada
Por la mente de Pablo pasaron fugazmente algunos de aquellos momentos vividos intentando configurar su nueva cámara IP, montando su propia nube,autogestionándose a golpe de script los recursos que en primera instancia él necesitaba para vivir, y en segunda, el resto de la familia.
También recordó, sin poder evitar que una sonrisa surgiera de entre su poblada barba, cómo en su Comunidad fueron pioneros en la implantación de un sistema de votación propio y en una plataforma de donaciones colectivas. Todo muy crowd, muy democrático. Y algo que acabó por trasladarse al resto de núcleos cercanos, que se propagó como la espuma en buena parte de la antigua UE.
El éxito de las Confluencias fue precisamente el de plantar la semilla a la destrucción del Sistema, en todas sus vertientes.
A fin de cuentas, en el momento en el que cada ciudadano tenía en su mano la capacidad de autorepresentarse, quedó patente que los políticos no eran necesarios. Que ya de paso, tampoco sus secretarios, ni los secretarios de los secretarios. Que la administración pública era un gasto absurdo. Y que con ello, el gobierno y la propia connotación de País, carecían de sentido.
¿En su ausencia? Primó lo que ciudadano de aquella época podría definir como un punto medio entre anarquía y comunismo.
La antigua sociedad europea se descentralizó en Comunidades, y estas gestionaron con mayor o menor acierto sus recursos, realizando movimientos únicamente cuando los votos así lo dictaban, uniéndose o separándose a Comunidades cercanas de manera democrática, conforme las nuevas generaciones,más “radicalizadas”, iban obteniendo derecho a voto.
Frente al estado absolutista de EEUU-Canadá, la mal llamada utopía europea dio sus frutos, y sus ciudadanos pudieron considerarse verdaderamente fuera del sistema capitalista.
Fue seguramente ese trueno que precede a la tormenta. Porque a partir de allí, las cosas empezaron a ir a peor.
La oscuridad del sueño europeo
La sonrisa de la cara de Pablo fue poco a poco enturbiándose hasta transformarse en un ceño fruncido. Le resultaba curiosamente imposible señalar el momento justo en el que todo se fue a la mierda.
En ese camino a la autosuficiencia, a la descentralización del sistema que durante siglos reinara en el mundo, seguramente obviamos que el hombre es terco por naturaleza y que para colmo tampoco es conformista.
El poder que ostentaban las Comunidades, con la suma de los muchos, se fue mermando conforme la sociedad empezó a querer ser cada vez más descentralizada, más individual.
El “yo me lo guiso, yo me lo como” llevado a su máxima se tradujo en la separación de las Comunidades en Núcleos Vecinales, para acabar en Núcleos Familiares, cuando no en simples Gestores Unitarios.
Aquella burocracia que habíamos dejado atrás con entusiasmo pareció de pronto ser más adecuada para los intereses del individuo, empujando a algunos a volver a las garras de la centralización de Amazon, liderada por la imagen inmortal de su fundador.
Para el resto, el mundo se fue paulatinamente empequeñeciendo, hasta el punto de volverse tan oscuro como en siglos pasados. Sin acceso a la información del resto de núcleos, con redes sociales de un solo individuo, con espacios de participación ciudadana sin usuarios,… Con la hegemonía individual como principio de vida, la sociedad europea desapareció, y los supervivientes volvieron a las guerras de antaño por levantar fronteras, cobrar absurdos impuestos por bienes como el sol y imponer tarifas de datos a precio de oro según el barrio por el que circulases.
Y lo peor de todo es que aquella suerte de ideario inicial estaba aún en el interior de cada uno.
Afortunadamente, las nuevas generaciones, de nuevo, más “radicalizadas”, apostarían con total seguridad por un escenario más a la americana, más conservador.
Entre todos ellos, de seguro, nacería el próximo emprendedor con una idea revolucionaria, que ayudase, política de privacidad en mano, a levantar nuevamente a la sociedad bajo una misma consigna, una misma bandera, una misma frontera,… y como no, una misma plataforma centralizada.
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En la soledad de aquella habitación minimalista (sinónimo de humilde), Pablo se quedó absorto con el mentón apoyado en la mano.
Había razones para preguntárselo.
En la habitación de al lado estaba su mujer, y en la de enfrente, sus dos hijos. Tan cerca y tan lejos a la vez, encerrados cada uno en un universo distinto, únicamente comunicado por aquel minúsculo pasillo cuya luz siempre estaba apagada.
Habían pasado ya algo de tres décadas desde que se implantara la metodología descentralizada (EN) paulatinamente en todos y cada uno de los elementos que conforman la sociedad. Empezando, como no podría ser de otra manera, con las nuevas tecnologías.
La externalización del conocimiento, las nuevas corrientes educativas, la generalización de las interfaces conversacionales, el descubrimiento de los abusos de privacidad por parte de algunos países, que algunas de las grandes empresas del momento se basasen puramente en la intermediación, sin ofrecer bienes propios y la proliferación de una cultura apegada a la democratización tecnológica, sirvieron de catalizador para que en esa España del 2016 acabaran ganando las Convergencias de Podemos-IU.
Algo que Pablo había celebrado con precaución, amparado en que la suma de muchos pocos era mejor que el entorno que habían dejado atrás.
Se juntó además el hambre con las ganas de comer, y conforme la brecha tecnológica se iba abriendo cada vez más, quedó patente que la nueva élite social estaba formada por aquellos “bendecidos” por el conocimiento de la nueva era, por aquella clase media que apostaba por “el cambio“.
De nada sirvió que por aquel entonces Trump ganara las elecciones en EEUU, y que incluso acabase por declararle la guerra a Google, permitiendo a Amazon reinar con mano dura durante casi un par de décadas.
Lo que ni Amazon fue capaz de erradicar fue esa pretensión que desde el otro lado del charco terminó por imponerse: La de abandonar toda centralización posible y apostar por elementos que dependieran únicamente de uno mismo.
La sociedad descentralizada
Por la mente de Pablo pasaron fugazmente algunos de aquellos momentos vividos intentando configurar su nueva cámara IP, montando su propia nube,autogestionándose a golpe de script los recursos que en primera instancia él necesitaba para vivir, y en segunda, el resto de la familia.
También recordó, sin poder evitar que una sonrisa surgiera de entre su poblada barba, cómo en su Comunidad fueron pioneros en la implantación de un sistema de votación propio y en una plataforma de donaciones colectivas. Todo muy crowd, muy democrático. Y algo que acabó por trasladarse al resto de núcleos cercanos, que se propagó como la espuma en buena parte de la antigua UE.
El éxito de las Confluencias fue precisamente el de plantar la semilla a la destrucción del Sistema, en todas sus vertientes.
A fin de cuentas, en el momento en el que cada ciudadano tenía en su mano la capacidad de autorepresentarse, quedó patente que los políticos no eran necesarios. Que ya de paso, tampoco sus secretarios, ni los secretarios de los secretarios. Que la administración pública era un gasto absurdo. Y que con ello, el gobierno y la propia connotación de País, carecían de sentido.
¿En su ausencia? Primó lo que ciudadano de aquella época podría definir como un punto medio entre anarquía y comunismo.
La antigua sociedad europea se descentralizó en Comunidades, y estas gestionaron con mayor o menor acierto sus recursos, realizando movimientos únicamente cuando los votos así lo dictaban, uniéndose o separándose a Comunidades cercanas de manera democrática, conforme las nuevas generaciones,más “radicalizadas”, iban obteniendo derecho a voto.
Frente al estado absolutista de EEUU-Canadá, la mal llamada utopía europea dio sus frutos, y sus ciudadanos pudieron considerarse verdaderamente fuera del sistema capitalista.
Fue seguramente ese trueno que precede a la tormenta. Porque a partir de allí, las cosas empezaron a ir a peor.
La oscuridad del sueño europeo
La sonrisa de la cara de Pablo fue poco a poco enturbiándose hasta transformarse en un ceño fruncido. Le resultaba curiosamente imposible señalar el momento justo en el que todo se fue a la mierda.
El poder que ostentaban las Comunidades, con la suma de los muchos, se fue mermando conforme la sociedad empezó a querer ser cada vez más descentralizada, más individual.
El “yo me lo guiso, yo me lo como” llevado a su máxima se tradujo en la separación de las Comunidades en Núcleos Vecinales, para acabar en Núcleos Familiares, cuando no en simples Gestores Unitarios.
Aquella burocracia que habíamos dejado atrás con entusiasmo pareció de pronto ser más adecuada para los intereses del individuo, empujando a algunos a volver a las garras de la centralización de Amazon, liderada por la imagen inmortal de su fundador.
Para el resto, el mundo se fue paulatinamente empequeñeciendo, hasta el punto de volverse tan oscuro como en siglos pasados. Sin acceso a la información del resto de núcleos, con redes sociales de un solo individuo, con espacios de participación ciudadana sin usuarios,… Con la hegemonía individual como principio de vida, la sociedad europea desapareció, y los supervivientes volvieron a las guerras de antaño por levantar fronteras, cobrar absurdos impuestos por bienes como el sol y imponer tarifas de datos a precio de oro según el barrio por el que circulases.
Y lo peor de todo es que aquella suerte de ideario inicial estaba aún en el interior de cada uno.
Afortunadamente, las nuevas generaciones, de nuevo, más “radicalizadas”, apostarían con total seguridad por un escenario más a la americana, más conservador.
Entre todos ellos, de seguro, nacería el próximo emprendedor con una idea revolucionaria, que ayudase, política de privacidad en mano, a levantar nuevamente a la sociedad bajo una misma consigna, una misma bandera, una misma frontera,… y como no, una misma plataforma centralizada.
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