por PATRICIA PÉREZ
Hace algunos días el diario inglés The Guardian dio a conocer que el ejecutivo jefe del servicio musical Spotify se disculpó con los usuarios en razón de los sustanciales cambios introducidos a la política de privacidad de la compañía. Al examinar las cerca de 4.000 palabras en que se vierte su política a este respecto, se menciona un amplio rango de situaciones a las que el usuario brinda su conformidad para la utilización de sus datos personales. Se señala por ejemplo, que la información puede ser usada para notificar a terceros vía e-mail, Facebook y otros servicios integrados que el usuario se ha unido a Spotify, sobre la actividad de sus perfiles, los contenidos que estos siguen o que la compañía piensa que por cualquier otro motivo pueden ser de su interés, pudiendo notificar acerca de esta actividad a otros usuarios. También se indica que se autoriza a compartir información con “proveedores de aplicaciones de terceros, tales como información geográfica detallada, sus preferencias musicales, configuración de datos técnicos, también con “prestadores de servicios y otros”, y las hipótesis de entrega de datos continúan en acápites sucesivos: “otros intercambios de información”, “preferencias”, “transmisión a otros países”, “vínculos”, “seguridad” (advirtiéndose que en ningún momento se garantiza la seguridad de la información del usuario), etc; y por cierto, casi al final, se menciona acerca de posibles modificaciones en la política de privacidad: “podemos realizar cambios en cualquier momento, de manera que le solicitamos visitar esta política de privacidad periódicamente. Cualquier cambio que consideremos importante le informaremos… el uso continuo que usted haga del servicio posteriormente, constituirá su aceptación de los cambios”.
Como buen contrato de adhesión que es, al final se lee “si no acepta estos términos, le pedimos no utilizar el servicio”.
Frente a esta circunstancia, cabe preguntarse cuántos servicios online hoy obtienen datos personales, de innegable valor pecuniario para diversos actores económicos (potenciales empleadores, aseguradores de salud, empresas de estudios de mercado, de venta de los más variados bienes y servicios, etcétera), a partir del consentimiento entregado por los usuarios tras interminables y confusas condiciones de privacidad.
Vale la pena pensar si, como en el ejemplo, verdaderamente se está dispuesto a entregar la información solicitada, que normalmente nunca es muy clara en cuanto a sus límites y respecto de la cual “la política” puede variar. Hay que sopesar “los pros y los contras” antes de marcar acepto. La privacidad es importante. Es cosa de preguntarle a los atribulados usuarios de Ashley Madison. Que poco sirvieron las medidas de seguridad en ese caso, está a la vista.
Hay quienes creen que no existe hoy, al parecer, mayor conciencia de la relevancia que pueden revestir los datos personales y por ello se subvaloran. Otros pensamos que esa conciencia se va alimentando y reforzando a partir de la reflexión serena y, en lo posible, desprejuiciada. Por una parte vivimos en un mundo cada vez más informatizado y más dependiente de la tecnología, pero por otra, la tecnología también puede llegar a invadirnos. Qué duda cabe que el acceso masivo que brinda internet a enormes fuentes de información ha democratizado el acceso a la misma, mejorando con ello la participación e incidencia ciudadanas. Sin embargo también hay un lado b. Ese conformado por pequeños átomos informativos que concordamos en entregar a un sin número de aplicaciones cuyo beneficio -aparentemente- excede su importe (particularmente aquellas que comienzan con versiones “freemium”).
Volviendo a nuestro ejemplo inicial, es necesario tener presente que de acuerdo lo dispuesto por el art 13 de la ley 19.628 sobre protección de la vida privada “el derecho de las personas a la información, modificación, cancelación o bloqueo de sus datos personales no puede ser limitado por medio de ningún acto o convención”.
Sin embargo, parece que vale la pena pensar si, como en el ejemplo, verdaderamente se está dispuesto a entregar la información solicitada, que normalmente nunca es muy clara en cuanto a sus límites y respecto de la cual “la política” puede variar. Hay que sopesar “los pros y los contras” antes de marcar acepto.
La privacidad es importante. Es cosa de preguntarle a los atribulados usuarios de Ashley Madison. Que poco sirvieron las medidas de seguridad en ese caso, está a la vista.
por PATRICIA PÉREZ
Hace algunos días el diario inglés The Guardian dio a conocer que el ejecutivo jefe del servicio musical Spotify se disculpó con los usuarios en razón de los sustanciales cambios introducidos a la política de privacidad de la compañía. Al examinar las cerca de 4.000 palabras en que se vierte su política a este respecto, se menciona un amplio rango de situaciones a las que el usuario brinda su conformidad para la utilización de sus datos personales. Se señala por ejemplo, que la información puede ser usada para notificar a terceros vía e-mail, Facebook y otros servicios integrados que el usuario se ha unido a Spotify, sobre la actividad de sus perfiles, los contenidos que estos siguen o que la compañía piensa que por cualquier otro motivo pueden ser de su interés, pudiendo notificar acerca de esta actividad a otros usuarios. También se indica que se autoriza a compartir información con “proveedores de aplicaciones de terceros, tales como información geográfica detallada, sus preferencias musicales, configuración de datos técnicos, también con “prestadores de servicios y otros”, y las hipótesis de entrega de datos continúan en acápites sucesivos: “otros intercambios de información”, “preferencias”, “transmisión a otros países”, “vínculos”, “seguridad” (advirtiéndose que en ningún momento se garantiza la seguridad de la información del usuario), etc; y por cierto, casi al final, se menciona acerca de posibles modificaciones en la política de privacidad: “podemos realizar cambios en cualquier momento, de manera que le solicitamos visitar esta política de privacidad periódicamente. Cualquier cambio que consideremos importante le informaremos… el uso continuo que usted haga del servicio posteriormente, constituirá su aceptación de los cambios”.
Como buen contrato de adhesión que es, al final se lee “si no acepta estos términos, le pedimos no utilizar el servicio”.
Frente a esta circunstancia, cabe preguntarse cuántos servicios online hoy obtienen datos personales, de innegable valor pecuniario para diversos actores económicos (potenciales empleadores, aseguradores de salud, empresas de estudios de mercado, de venta de los más variados bienes y servicios, etcétera), a partir del consentimiento entregado por los usuarios tras interminables y confusas condiciones de privacidad.
Hay quienes creen que no existe hoy, al parecer, mayor conciencia de la relevancia que pueden revestir los datos personales y por ello se subvaloran. Otros pensamos que esa conciencia se va alimentando y reforzando a partir de la reflexión serena y, en lo posible, desprejuiciada. Por una parte vivimos en un mundo cada vez más informatizado y más dependiente de la tecnología, pero por otra, la tecnología también puede llegar a invadirnos. Qué duda cabe que el acceso masivo que brinda internet a enormes fuentes de información ha democratizado el acceso a la misma, mejorando con ello la participación e incidencia ciudadanas. Sin embargo también hay un lado b. Ese conformado por pequeños átomos informativos que concordamos en entregar a un sin número de aplicaciones cuyo beneficio -aparentemente- excede su importe (particularmente aquellas que comienzan con versiones “freemium”).
Volviendo a nuestro ejemplo inicial, es necesario tener presente que de acuerdo lo dispuesto por el art 13 de la ley 19.628 sobre protección de la vida privada “el derecho de las personas a la información, modificación, cancelación o bloqueo de sus datos personales no puede ser limitado por medio de ningún acto o convención”.
Sin embargo, parece que vale la pena pensar si, como en el ejemplo, verdaderamente se está dispuesto a entregar la información solicitada, que normalmente nunca es muy clara en cuanto a sus límites y respecto de la cual “la política” puede variar. Hay que sopesar “los pros y los contras” antes de marcar acepto.
La privacidad es importante. Es cosa de preguntarle a los atribulados usuarios de Ashley Madison. Que poco sirvieron las medidas de seguridad en ese caso, está a la vista.
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