No sé muy bien cómo
introducir este texto, así que simplemente lo voy a lanzar: hoy, 29 de enero de
2019, The Guardian ha proclamado a Taylor Swift como un ícono de la
ciberseguridad. OK, la proclamación no tiene un carácter oficial y probablemente
es producto de a) un periodista intentando ser gracioso b) un periodista
intentando pasarse de listo y/o c) un periodista intentando obtener la mayor
cantidad de clics posibles sin esforzarse demasiado – todos motivos
perfectamente válidos, creo.
La nota (que se puede leer acá) habla respecto a lo extremadamente cuidadosa que es Swift con sus dispositivos y los datos que contienen, su temor a ser espiada a través del micrófono de su celular y de cómo Ed Sheeran tuvo que escuchar la colaboración que grabaron juntos en un iPhone que le fue enviado en un maletín con llave, por un tipo que se lo llevó inmediatamente después (?). Incluso se menciona la cuenta de Twitter @SwiftOnSecurity.
Así que, al parecer, a Taylor Swift le interesa proteger sus archivos personales y la privacidad de sus conversaciones y eso está muy bien. Sin embargo, lo que me parece más interesante es que la misma Taylor Swift instaló un sistema de reconocimiento facial en sus conciertos, sin informarle a los asistentes, muchos de los cuales son menores de edad (como informa el mismo Guardian acá).
Lo que me parece interesante de todo esto es como las nuevas tecnologías han incrementado dramáticamente la brecha económica en torno a la privacidad, donde los millonarios no solamente tienen los recursos para protegerse más efectivamente, sino que lo hacen a expensas de los derechos de los demás. ¿Sabías que Mark Zuckerberg compró las cuatro casas alrededor de su mansión como una forma de proteger su intimidad?
En una escala distinta, ese es precisamente el problema -por ejemplo- de las políticas que buscan implementar sistemas de reconocimiento biométrico en servicios públicos, como el transporte: se recopila y trata información personal sensible de forma desproporcionada y poco transparente, tan solo con la promesa de que no será utilizada de modos perjudiciales. Y nadie se dio cuenta de que mientras terminaban la frase, la base de datos se filtró y ahora cualquiera posee tu rostro. Y cambiarse el rostro no es fácil. Por su puesto, si tienes tu propio auto y no ocupas el transporte público, tienes una preocupación menos.
Pero la privacidad es un derecho para los millonarios y también para los demás mortales y es necesario defenderla.
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No sé muy bien cómo introducir este texto, así que simplemente lo voy a lanzar: hoy, 29 de enero de 2019, The Guardian ha proclamado a Taylor Swift como un ícono de la ciberseguridad. OK, la proclamación no tiene un carácter oficial y probablemente es producto de a) un periodista intentando ser gracioso b) un periodista intentando pasarse de listo y/o c) un periodista intentando obtener la mayor cantidad de clics posibles sin esforzarse demasiado – todos motivos perfectamente válidos, creo.
La nota (que se puede leer acá) habla respecto a lo extremadamente cuidadosa que es Swift con sus dispositivos y los datos que contienen, su temor a ser espiada a través del micrófono de su celular y de cómo Ed Sheeran tuvo que escuchar la colaboración que grabaron juntos en un iPhone que le fue enviado en un maletín con llave, por un tipo que se lo llevó inmediatamente después (?). Incluso se menciona la cuenta de Twitter @SwiftOnSecurity.
Así que, al parecer, a Taylor Swift le interesa proteger sus archivos personales y la privacidad de sus conversaciones y eso está muy bien. Sin embargo, lo que me parece más interesante es que la misma Taylor Swift instaló un sistema de reconocimiento facial en sus conciertos, sin informarle a los asistentes, muchos de los cuales son menores de edad (como informa el mismo Guardian acá).
Lo que me parece interesante de todo esto es como las nuevas tecnologías han incrementado dramáticamente la brecha económica en torno a la privacidad, donde los millonarios no solamente tienen los recursos para protegerse más efectivamente, sino que lo hacen a expensas de los derechos de los demás. ¿Sabías que Mark Zuckerberg compró las cuatro casas alrededor de su mansión como una forma de proteger su intimidad?
En una escala distinta, ese es precisamente el problema -por ejemplo- de las políticas que buscan implementar sistemas de reconocimiento biométrico en servicios públicos, como el transporte: se recopila y trata información personal sensible de forma desproporcionada y poco transparente, tan solo con la promesa de que no será utilizada de modos perjudiciales. Y nadie se dio cuenta de que mientras terminaban la frase, la base de datos se filtró y ahora cualquiera posee tu rostro. Y cambiarse el rostro no es fácil. Por su puesto, si tienes tu propio auto y no ocupas el transporte público, tienes una preocupación menos.
Pero la privacidad es un derecho para los millonarios y también para los demás mortales y es necesario defenderla.
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