por Enrique Dans
Popcorn Time, la elegante aplicación para ver películas creada por hackers argentinos que “es tan buena que asusta” según la revista Time, cierra sus puertas y se despide con una espléndida carta de muy recomendable lectura debido a que sus creadores argentinos “necesitan seguir con sus vidas” y porque “enfrentarse a una industria tan tradicional y tratar de revolucionar un mercado tan grande tiene sus costos asociados que ninguna persona merece pagar”, pero resucita automáticamente en GitHub.
Una aplicación que ofrecía un sistema de visualización de películas en streaming mejor incluso en cuanto a usabilidad que el ofrecido por Netflix pero utilizando YTS, una página de indexación de archivos torrent, y que escaló masivamente en popularidad al ser mencionada en todos los blogs y páginas más conocidos en en curso de una semana. La aplicación, desarrollada en tan solo un par de semanas, se define como un experimento abierto para aprender y compartir, en el que “ninguno de los desarrolladores ganaba dinero” y no había “ni publicidad, ni cuentas premium, ni cuotas de suscripción, ni nada de nada”.
Una vez más, se evidencia la realidad: existe una enorme demanda insatisfecha de personas que quieren acceder a películas cuando son estrenadas y en las condiciones que estimen oportunas, como desde su casa y en zapatillas, y que seguramente estarían dispuestas a pagar una cuota por ello, en lugar de tener que soportar las ridículas restricciones que la industria plantea. Los problemas de esa industria no se deben a los usuarios, ni a la tecnología, ni a los hackers, ni a nada por el estilo: se deben únicamente a su patente estupidez. Están generados por ellos mismos, por sus ridículas pretensiones de que “las cosas son así y nada puede cambiarlas”, por sus absurdamente limitadas ideas de “la distribución funciona de esta manera y si pretendes hacerla de otra, es que no tienes ni idea”.
El inmovilismo y la obstinación no merecen la protección de nadie. Los políticos que supuestamente representan al pueblo no tienen ningún tipo de sacrosanto deber de proteger a industrias empeñadas en no ser viables, en no adaptarse al entorno. El cine no está en peligro, y no va a desaparecer: lo que están en peligro son los parásitos que pretenden pretenden vivir de un sistema que condena a su distribución a desarrollarse mediante métodos del siglo pasado.
Como experimento, ha valido la pena. Enhorabuena, Pochoclín 🙂
por Enrique Dans
Popcorn Time, la elegante aplicación para ver películas creada por hackers argentinos que “es tan buena que asusta” según la revista Time, cierra sus puertas y se despide con una espléndida carta de muy recomendable lectura debido a que sus creadores argentinos “necesitan seguir con sus vidas” y porque “enfrentarse a una industria tan tradicional y tratar de revolucionar un mercado tan grande tiene sus costos asociados que ninguna persona merece pagar”, pero resucita automáticamente en GitHub.
Una aplicación que ofrecía un sistema de visualización de películas en streaming mejor incluso en cuanto a usabilidad que el ofrecido por Netflix pero utilizando YTS, una página de indexación de archivos torrent, y que escaló masivamente en popularidad al ser mencionada en todos los blogs y páginas más conocidos en en curso de una semana. La aplicación, desarrollada en tan solo un par de semanas, se define como un experimento abierto para aprender y compartir, en el que “ninguno de los desarrolladores ganaba dinero” y no había “ni publicidad, ni cuentas premium, ni cuotas de suscripción, ni nada de nada”.
Una vez más, se evidencia la realidad: existe una enorme demanda insatisfecha de personas que quieren acceder a películas cuando son estrenadas y en las condiciones que estimen oportunas, como desde su casa y en zapatillas, y que seguramente estarían dispuestas a pagar una cuota por ello, en lugar de tener que soportar las ridículas restricciones que la industria plantea. Los problemas de esa industria no se deben a los usuarios, ni a la tecnología, ni a los hackers, ni a nada por el estilo: se deben únicamente a su patente estupidez. Están generados por ellos mismos, por sus ridículas pretensiones de que “las cosas son así y nada puede cambiarlas”, por sus absurdamente limitadas ideas de “la distribución funciona de esta manera y si pretendes hacerla de otra, es que no tienes ni idea”.
El inmovilismo y la obstinación no merecen la protección de nadie. Los políticos que supuestamente representan al pueblo no tienen ningún tipo de sacrosanto deber de proteger a industrias empeñadas en no ser viables, en no adaptarse al entorno. El cine no está en peligro, y no va a desaparecer: lo que están en peligro son los parásitos que pretenden pretenden vivir de un sistema que condena a su distribución a desarrollarse mediante métodos del siglo pasado.
Como experimento, ha valido la pena. Enhorabuena, Pochoclín 🙂
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