Cada vez más colegios y universidades están anunciando ya la cancelación de la enseñanza presencial para lo que queda de curso, y su continuación mediante enseñanza online. La circunstancia no tendría, en el panorama actual de la tecnología, que ser especialmente problemática, si no fuera porque, en la práctica, sí que lo es, e implica que, en muchos casos, casi demos el año académico 2020 por perdido.
En realidad, no tendría que ser así. Aprender en una clase online no es imposible, pero sí complicado si no planteamos una serie de cambios de perspectiva fundamentales. ¿Por qué es un problema plantear que la enseñanza continúe a través de la red? Las razones son múltiples, y no resulta nada sencillo plantear soluciones inmediatas – lo que no quiere decir que no resulte muy importante intentar hacerlo. Las razones fundamentales son las siguientes:
- Alfabetización digital de los profesores: por mucho que la tecnología haya disminuido enormemente las barreras de entrada a la tecnología, la gran verdad es que utilizar una aplicación para impartir una clase online no requiere simplemente saber utilizarla, sino tener un dominio de la misma bastante exhaustivo. Desgraciadamente, muchos profesores son, en este sentido, auténticos fósiles antediluvianos. Pero incluso si tienen voluntad de aprender, cualquier problema que, en circunstancias normales, resolveríamos tras unos minutos de atención detallada o una consulta, se convierte, en el medio de una clase con veinte o treinta alumnos al otro lado, en un problema aparentemente insoluble, y que puede provocar el fracaso de toda la sesión. ¿Es posible formar a tus profesores? La buena noticia es que sí lo es, que se puede hacer relativamente rápido, y además, que puede hacerse sobre la misma herramienta que pretendes que utilicen con sus alumnos.
- Compromiso de los profesores: no es únicamente una cuestión de conocimientos, sino también de dedicación. Una clase online requiere mucho más trabajo, más atención y más dedicación que una presencial. Si incluye herramientas como foros asíncronos o grupos de mensajería instantánea, muy recomendables, también requiere bastante más tiempo, tanto de preparación como de impartición. O has obtenido un buen nivel de compromiso de tus profesores y se lo retribuyes adecuadamente, o la transición será complicada: no todo puede basarse en la buena voluntad.
- Alfabetización digital de los alumnos: ¿nativos digitales? No, los nativos digitales no existen. Esos mismos alumnos que dominan completamente Instagram y TikTok son, en muchas ocasiones, incapaces de llevar a cabo tareas tan sencillas como adjuntar un archivo a un correo electrónico, localizar una opción en un campus virtual o guardar un archivo con otro nombre.
- La Brecha Digital o el digital divide: por mucho que pensemos que hoy todo el mundo tiene un ordenador y un smartphone, según de qué niveles y de qué sitios hablemos, no debemos olvidar que hay hogares en los que no hay ordenador, en los que el ordenador es antediluviano, en el que no hay ni un mísero ADSL y se funciona con la conectividad de los móviles, o en donde los planes de datos se agotan el día diez de cada mes. Mantener sensibilidad con este tema es fundamental si no queremos generar exclusiones.
- Herramientas de software: para una clase online ideal, deberías tener acceso a herramientas que te permitan no solo generar un vídeo y compartir tu pantalla. Idealmente, deberías ver también las caras de tus alumnos, deberían poder «levantar la mano» virtualmente para participar, y deberían poder compartir también su pantalla o incluso, para algunas materias, darte temporalmente el control de su ordenador. Además, deberías complementarlas con herramientas de foros que posibiliten organizar en hilos una serie de preguntas, y que los alumnos puedan entrar a comentarlas, discutirlas o aportar información complementaria. Según cual sea tu materia, tienes que empezar planteándote cuál sería la metodología ideal para impartirla online, y después, buscar herramientas que te permitan acercarte lo más posible a ella. Nunca te plantees la educación online como un simple sustituto de la presencial en momento de crisis, sino como algo que puede incluso mejorar la experiencia y el aprendizaje.
- Hardware: un profesor que imparta clase online debería idealmente tener no solo un buen ordenador con una tarjeta gráfica potente que le permita mostrar múltiples ventanas de vídeo simultáneas, sino además, una conexión con buen ancho de banda y un monitor externo (o una televisión) en la que situar determinadas ventanas de la clase que está impartiendo. Si intentas situar en una sola pantalla una presentación, junto con las slides que vienen después, con las ventanas de tus alumnos, con otra de chat o de foro y con un guión de texto para organizarte, entenderás lo que quiero decir. Un monitor adicional grande es fundamental.
- Metodología de impartición: esta parte es importantísima. En muchas ocasiones, una clase presencial sigue siendo un profesor que llega a un aula y suelta un rollo para que sus alumnos tomen apuntes. Si la metodología es esa – que no debería serlo – es fundamental que no trates de replicarla en la red, porque no solo no funcionará, sino que pondrá claramente de manifiesto lo absurda que era. Una clase online no puede consistir en una persona soltando un rollo, porque los alumnos desconectarán en pocos minutos: si vas a hacer eso, pásales el documento, que lo lean ellos primero, y dedica el tiempo de clase a resolver las dudas que les hayan surgido, a profundizar a partir de lo que contaba el texto o a que presenten ellos lo que han aprendido. Pero sobre todo, plantéate otras metodologías más interactivas. Incluso aunque tu metodología en clases presenciales no sea especialmente interactiva, plantéate que en online, si quieres que tus alumnos aprendan, deberás esforzarte porque lo sea más, no menos.
- Experiencia del alumno: en los tiempos que vivimos, el alumno debería aprovechar este tipo de situaciones para desarrollar sus habilidades no solo en los temas que impartes, sino en el manejo de la interacción online (del mismo modo que una clase presencial debería servirle para desarrollar otras habilidades, como las de presentación, las de interacción, etc.) Como profesor, no tienes que ser más experto en el uso de las herramientas que tus alumnos, pero sí tienes que ser capaz de brindarles una experiencia de uso razonable y, sobre todo, conforme a sus expectativas. Eso no implica que no puedas buscar su colaboración o hacer experimentos – pero no todo puede ser un experimento constante. En un entorno nuevo, los alumnos necesitan referencias claras.
- Evaluación: si tu criterio principal de evaluación era un examen, la cuestión se volverá, como mínimo, compleja, y requerirá de herramientas especializadas que permitan controlar lo que el alumno hace o deja de hacer durante el mismo. Escribe el Washington Post. Si puedes – según a qué niveles, no es sencillo – deberías plantearte otras metodologías de evaluación diferentes o adicionales: trabajos individuales, en grupo, evaluación por pares, valorar la participación, presentaciones, etc.
La enseñanza online está aquí para quedarse: incluso aunque las medidas de confinamiento terminasen pronto, veremos como, durante una larga temporada, cualquier alumno con un simple catarro o gripe se ve obligado a quedarse en casa, porque después de una pandemia, nadie se encontrará cómodo sentado al lado de alguien que moquea, que tose o que estornuda. Aunque aplanemos la curva, seguramente seguirá habiendo casos de infección durante bastante tiempo. Habrá que esforzarse para ofrecer a los alumnos formas alternativas de seguir las clases desde su casa.
Si alguien cree que enseñar online es simplemente poner la cámara y contar lo mismo que contabas en clase, o subir una presentación y un documento sin más para después «poner deberes» a los alumnos, tiene un problema. Pero sobre todo, el problema lo tendrán los alumnos, porque esa no es manera de aprender, y el que estemos en situación de confinamiento no debería justificar que la calidad de la educación cayese hasta ese punto. El 2020 no debería convertirse en «el año en que perdimos un curso», sino en «el año que aprendimos (por fuerza) a dar clase online«. Podemos hacer mucho más y mucho mejor. Y como instituciones educativas o como profesores, deberíamos sentirnos, además, obligados a hacerlo.
Cada vez más colegios y universidades están anunciando ya la cancelación de la enseñanza presencial para lo que queda de curso, y su continuación mediante enseñanza online. La circunstancia no tendría, en el panorama actual de la tecnología, que ser especialmente problemática, si no fuera porque, en la práctica, sí que lo es, e implica que, en muchos casos, casi demos el año académico 2020 por perdido.
En realidad, no tendría que ser así. Aprender en una clase online no es imposible, pero sí complicado si no planteamos una serie de cambios de perspectiva fundamentales. ¿Por qué es un problema plantear que la enseñanza continúe a través de la red? Las razones son múltiples, y no resulta nada sencillo plantear soluciones inmediatas – lo que no quiere decir que no resulte muy importante intentar hacerlo. Las razones fundamentales son las siguientes:
La enseñanza online está aquí para quedarse: incluso aunque las medidas de confinamiento terminasen pronto, veremos como, durante una larga temporada, cualquier alumno con un simple catarro o gripe se ve obligado a quedarse en casa, porque después de una pandemia, nadie se encontrará cómodo sentado al lado de alguien que moquea, que tose o que estornuda. Aunque aplanemos la curva, seguramente seguirá habiendo casos de infección durante bastante tiempo. Habrá que esforzarse para ofrecer a los alumnos formas alternativas de seguir las clases desde su casa.
Si alguien cree que enseñar online es simplemente poner la cámara y contar lo mismo que contabas en clase, o subir una presentación y un documento sin más para después «poner deberes» a los alumnos, tiene un problema. Pero sobre todo, el problema lo tendrán los alumnos, porque esa no es manera de aprender, y el que estemos en situación de confinamiento no debería justificar que la calidad de la educación cayese hasta ese punto. El 2020 no debería convertirse en «el año en que perdimos un curso», sino en «el año que aprendimos (por fuerza) a dar clase online«. Podemos hacer mucho más y mucho mejor. Y como instituciones educativas o como profesores, deberíamos sentirnos, además, obligados a hacerlo.
Enrique Dans
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