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La distribución masiva de todo

Hace cientos de años, la agricultura hizo posible el exceso de producción, lo que llevó a la acumulación de bienes, a la concentración de la población en ciudades y a la extinción del cazador-recolector. Unos cientos de años más tarde, creamos un sistema para organizar el intercambio de servicios y productos a nivel abstracto: el dinero. La economía actual se basa en el flujo de dinero real y ficticio, con lo que se simplifica el valor de los activos, las habilidades, las personas, los recursos y casi todos los elementos de nuestra realidad. El dinero se ha convertido en un medio y un fin en sí mismo.

Si antaño la agricultura transformó de modo dramático la forma en que los seres humanos habitan el planeta, el monocultivo del dinero está amenazando hoy la vida misma. Nuestra economía presupone que tenemos a nuestra disposición un planeta ilimitado, para que podamos concentrarnos en un único objetivo: cultivar dinero – tanto dinero como seamos capaces. Lo que hace posible el monocultivo del dinero es, por un lado, el control sobre el acceso a la información (Internet está siendo secuestrado, por si no lo habíais notado) y, por otro, la concentración de los medios de producción: la energía, la agricultura y los objetos/herramientas que permiten a los seres humanos sobrevivir e interactuar con su hábitat. La gestión (secuestro) de activos físicos y recursos naturales se organiza a través de otras abstracciones: sistemas legales, leyes económicas y modelos respaldados por los gobiernos nacionales y las corporaciones. Si democratizáramos los medios de producción y los hiciéramos accesibles, y si poseyéramos y protegiéramos nuestra información digital, estaríamos desafiando los fundamentos mismos de las estructuras económicas, políticas y sociales que rigen en el mundo hoy.

Propósito, significado y propiedad son palabras clave a tener en cuenta al hablar del futuro. De lo que se trata no es, en realidad, ni de Realidad Virtual, ni de Inteligencia Artificial, ni de Lenguaje ML, ni de robótica, ni de computación cuántica, ni de automatización, ni de biología sintética. Lo que debemos preguntarnos es: ¿para qué y para quién son útiles estas tecnologías? ¿Quién decide qué hacer con ellas? ¿Y cuánto sabemos realmente acerca de ellas?

Estas son las preguntas que motivan a individuos, comunidades y organizaciones a colaborar para proponer y construir nuevas formas de poseer y usar la tecnología y ponerla al servicio de los seres humanos y del planeta, no sólo para sobrevivir, sino para coexistir en armonía con nuestros sistemas vivos. Esta es, al menos, la aspiración. Queremos inventar el futuro, no tanto para poder predecirlo, sino para hacerlo más accesible y para enfrentar los principales retos de nuestro tiempo, que son principalmente sociales y ambientales. En la red Fab Lab llevamos más de diez años investigando el papel de la tecnología en la sociedad, creando nuevos programas y diseñando proyectos destinados a desarrollar un nuevo modelo productivo y económico para la sociedad.

El primer Fab Lab fuera del MIT lo creó Mel King, hace más de una década, en el South End Technology Center (SETC) de Boston, en colaboración con el Center for Bits Atoms del  MIT. La visión que tenía Mel era la de usar la tecnología que podía ofrecer el laboratorio para recuperar la vida de un barrio que había estado sufriendo, durante décadas, los efectos de la segregación racial y la pobreza en beneficio del mercado inmobiliario. Algunas decenas de años antes, Jane Jacobs ya había advertido sobre las consecuencias nefastas del desarrollo urbano masivo, impulsado exclusivamente por motivos económicos, en Nueva York. Ella se enfrentó a Robert Moses en lo que resultó ser uno de los enfrentamientos más famosos de la historia del urbanismo, el activismo y la sociología. Jacobs defendió la idea de que las ciudades debían ser creadas por sus ciudadanos y que la tiranía del automóvil y las vías de circulación rápida, la eliminación de identidades comunitarias laboriosamente construidas durante generaciones, la dinámica del mercado y el progreso estaban matando el ADN de las ciudades. Los chavales del South End de Boston eran víctimas del nuevo modelo urbano que sigue impulsando hoy el desarrollo de las ciudades. La comunidad local y Mel decidieron actuar haciendo accesible la tecnología y poniéndola al servicio de la construcción del futuro de los chicos del barrio que se estaban quedando atrás porque no encajaban en el sistema educativo “normal”, y creando mecanismos para encontrar alternativas al tipo de trabajos que suelen encontrar los chavales negros y latinos. El SETC lleva operando 15 años, ofreciendo a los chavales de Boston talleres gratuitos y consejos para desarrollar su creatividad. El laboratorio de Mel ha inspirado a cientos de laboratorios en todo el mundo, en los que lo esencial es la dimensión social de la tecnología. A menudo oímos que los Fab Labs son elitistas, o demasiado centrados en el MIT, o incluso un lugar para aficionados a la informática, pero el mundo debería saber más sobre Mel King, el hombre que, desde hace 50 años, organiza almuerzos en su casa los domingos en los que la gente canta, discute y debate temas de la comunidad, o simplemente se reúnen para leer poesía.

Sesión de co-creación de Maker District con actores/partes interesadas del Poblenou. El proyecto apunta a apoyar el ecosistema local para permitir la transición hacia un barrio productivo utilizando las nuevas tecnologías.

Pero, ¿puede un Fab Lab ayudar a reconstruir comunidades y atraer nuevas oportunidades económicas? Fab Lab Barcelona, el primer Fab Lab de Europa, abrió sus puertas hace 10 años en el Poblenou, ​​un barrio postindustrial con una fuerte historia manufacturera y sindical al que se conocía como el Manchester de Cataluña. La comunidad local ha venido sufriendo las consecuencias del proceso de desindustrialización que azotó casi todas las ciudades durante el último cuarto del siglo XX y de la devastadora crisis económica que, entre otras cosas, ha puesto en entredicho el plan de renovación urbana 22 @ (que puso en marcha el Ayuntamiento de Barcelona para estimular la inversión inmobiliaria en la zona). La crisis de 2008 redujo drásticamente las opciones de inversión de capital en Barcelona, ​​y el mercado inmobiliario de Poblenou no creció como se esperaba, a pesar de que algunas facultades y departamentos universitarios sí se desplazaron a la zona, al igual que algunas grandes corporaciones inmunes a la crisis. Luego, el barrio empezó a acoger nuevas industrias creativas – estudios de diseño, pequeñas escuelas de arquitectura y diseño, empresas de producción digital – que, junto con galerías de arte y edificios ocupados, empezaron a crear una nueva identidad de barrio, como ocurre en Brooklyn, Wynwood o Mitte, motivando las correspondientes cuestiones relacionadas con la gentrificación.

Poblenou se está convirtiendo en un ecosistema en el que diferentes iniciativas le están dando una nueva identidad, no planificada, surgida como resultado de la crisis económica, pero también de la obsolescencia de la planificación urbana tradicional. El barrio tiene ahora una asociación de iniciativa privada (Poblenou Urban District) que agrupa a la mayoría de estas industrias creativas, mantiene el flujo de comunicación entre sus miembros, organiza eventos y promueve el potencial del área en la ciudad y más allá. En Poblenou, Fab Lab Barcelona y Fab City encontraron el contexto perfecto para establecerse y trabajar en el futuro de la tecnología y su potencial impacto social. En Poblenou, el recién lanzado Maker District (como parte integrante del Plan Digital de Barcelona) está buscando ahora añadir una nueva capa a la dinámica existente  en el barrio.

El Maker District ha sido concebido como un proceso colaborativo y de co-creación cuyo objetivo es llevar a cabo, junto con la comunidad local y una red global, la visión del proyecto Fab City creando un espacio de experimentación para diseñar, construir, probar e iterar nuevas formas de gobernanza, comercio y producción a nivel local (el barrio) utilizando tecnologías avanzadas para acelerar el proceso de conseguir ciudades más resistentes e inclusivas. A escala de la ciudad, Fab Lab Barcelona lidera el desarrollo de la red pública de Fab Labs: asesora al Ayuntamiento en la construcción de la primera capa de infraestructuras de la Ciudad Fab, tal y como se describe en el Libro Blanco del proyecto. Los recién llamados Ateneus de Fabricació tendrán entonces que escoger entre dos modelos operativos: a) ser burocratizados por la maquinaria del Ayuntamiento, o b) convertirse en una fuerza de vanguardia para la innovación en materia de políticas públicas. Por ahora, esta pregunta queda todavía sin respuesta.

Más allá de la intervención pública en el ecosistema de la innovación en Barcelona, ​​las iniciativas privadas han ido floreciendo y creando oportunidades de negocio adicionales a las del movimiento maker, tanto en Barcelona como en Cataluña, a través de espacios como Makers of Barcelona, TEB (muy similar al SETC de Boston), Tinkerers Lab, Beach Lab, Green Fab Lab – por nombrar sólo algunos. Estos espacios hacen accesible la tecnología a las personas de distintas maneras, conectándola con actividades de trabajo colaborativo, iniciativas de acción social o programas educativos. Aquí hay un modelo interesante a explorar, que hemos propuesto a diferentes administraciones públicas, la de la colaboración público-privada para la creación de nuevos laboratorios: en lugar de que el Ayuntamiento trate de concentrar la innovación y gaste millones de euros en nuevos edificios, menos del 30% de esa inversión podría dirigirse a iniciativas privadas que ya existen en la ciudad. Estas iniciativas, a cambio, podrían ofrecer programas de formación abiertos y talleres gratuitos, ayudando a abordar el problema del desempleo a través de la enseñanza de nuevas capacidades.

La inversión pública y privada en nuevas tecnologías de producción digital en Barcelona está adquiriendo una dimensión más amplia con la aparición de la Industria 4.0, que tiene como objetivo digitalizar los procesos de fabricación a gran escala. La industria 4.0 se equipara erróneamente al  Internet de las Cosas y la impresión 3D, que son algunas de las tecnologías emergentes llamadas a complementar los procesos de producción. La nueva industrialización de las ciudades debe mirar más allá de la visión tecno-céntrica e invertir en acercar la tecnología a las personas. A la vez, las industrias deben abandonar el enfoque económico del tradicional modelo extractivo, que las convierte en “tomadoras” en lugar de “facilitadoras” para seguir siendo relevantes en un contexto de producción distribuida. Por otra parte, el sector público podría tal vez experimentar con modelos menos controlados para fomentar nuevas formas de negocio, empleo e innovación, sin tener que gastarse millones en infraestructuras, compitiendo con iniciativas privadas. En este sentido, el gobierno catalán ha lanzado la iniciativa CatLabs para concebir mecanismos que permitan la creación de un ecosistema territorialmente más extenso, entendiendo la idea de “laboratorio” como una forma permanente de operar. En nuestro mundo en constante cambio, la innovación no es una opción: es una necesidad – para mejorar lo que hacemos y cómo lo hacemos y tener un papel que desempeñar en el contexto de la economía líquida.

Barcelona tiene un ecosistema único que puede servir de prototipo para nuevas formas de producción en las ciudades, algo que también está sucediendo en París, Santiago, Amsterdam, Shenzhen o Detroit, o en países como Bhután y Georgia, todos ellos lugares que han adoptado y replicado con sabor local la Ciudad Fab, conectada en red como parte de una comunidad global empeñada en construir un nuevo modelo productivo y económico para el futuro. Con el surgimiento de nuevas formas de hacer política en el contexto de la llamada democracia líquida, podríamos estar ante un interesante punto de inflexión para la gobernanza de las ciudades, acostumbradas a una fuerte presencia de lo público en casi todos los sectores, sólo desafiada por los gobiernos centrales o las grandes corporaciones. En una nueva iteración de la democracia, la participación no debe limitarse a dar una opinión o a delegar el poder a representantes elegidos, sino que debe crear y co-construir barrios y ciudades. El riesgo aquí es que, con las luchas de poder a alto nivel (ciudad, región, país, corporaciones), a los demás actores (ciudadanos, comunidades, pequeñas empresas) no les quede otra que navegar en aguas inciertas, con reglas de juego cambiantes, además de con la personalización del poder. A falta de infraestructuras institucionales que permitan nuevos modelos productivos de ciudad, corremos el riesgo de repetir los mismos errores que la actual economía extractiva impulsada por el mercado. Pero tenemos la oportunidad de probar nuevas formas de gobernanza, con todos los actores implicados, de manera justa y transparente, utilizando las tecnologías que pueden hacer posible la transición hacia una nueva economía – la transición hacia la distribución masiva de todo (incluida la democracia, la participación, la responsabilidad y la gobernanza).

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