Siempre ha habido una economía paralela a la del despilfarro ineficiente de recursos naturales y materias primas. Hace unas décadas, esta economía paralela afloró con la cultura del reciclaje. Posteriormente, en los últimos lustros, hemos visto emerger con fuerza conceptos como la economía circular. Pero lo cierto es que esta economía “consciente” de la necesidad de un consumo sostenible, de una manera u otra, siempre ha estado ahí.
En la época de nuestros abuelos, esta tendencia del pensamiento y del modo de vida ya tomaba forma con la costumbre de tratar de arreglarlo todo antes de comprar algo nuevo. Hay que decir que esto era en parte por la salud de la economía doméstica, pero también en parte por esa filosofía de vida que se reedita: como todo vuelve en esta vida (también en lo económico), estamos asistiendo en nuestros días a la moda vintage del “¿Se puede arreglar?”.
El reciclaje y la reutilización como filosofía de vida (y de economía)
Hace algunos años, ya les escribimos desde estas líneas acerca de lo ineficiente (y económicamente perjudicial) de ese tirar-y-comprar tan clásico entre los consumidores españoles, que en demasiados casos roza lo compulsivo. Lo hicimos en el artículo “La lacra económica del despilfarro de los ciudadanos o Cómo consumir de más contribuye al estancamiento durante lustros“.
Sin ahondar demasiado en el porqué de esta mentalidad nacional predominante, en este tema puede ser que uno de los motivos de este comportamiento esté tal vez en el poder adquisitivo medio español. Como sabemos, éste se sitúa sensiblemente y de forma tradicional muy por debajo de la media europea, y las implicaciones psicológico-económicas de ello pueden ir mucho más allá de lo evidente.
Aún a riesgo de que les pueda parecer a los más cautos algo rocambolesco, lo cierto es que, en la psicología humana, el sufrir la limitación económica marca. No poder comprar aquellos objetos de deseo, que sin embargo le vemos al vecino, se acaba traduciendo a menudo en un gasto muchas veces superfluo, o al menos que no nos podíamos permitir.
Y este gasto superfluo suele venir acompañado por el agravante de que el precario sufridor muchas veces cae en el querer aparentar, en el vivir por encima de sus posibilidades, y en la efímera sensación de felicidad que le reporta el sentirse capaz de gastar lo que en realidad no debe (o más bien: lo que acaba debiendo a los bancos).
De hecho, hay algunos índices macroeconómicos con poca difusión que se fundamentan en medir las pulgadas de los televisores de pantalla plana adquiridos por las clases más desfavorecidas. Si su tendencia es fuertemente alcista y por encima de la media, el indicador apunta a que se avecina una nueva crisis económica: cuando incluso el que menos puede comete excesos económicos (con la connivencia indispensable del crédito fácil), a menudo se está cayendo en el sobre-endeudamiento, lo cual indica que nos dirigimos hacia lo recursivamente inevitable ( y doloroso).
Pero este tirar-y-comprar realmente es una idiosincrasia típica española (no en exclusiva) que en Europa se traduce de forma tradicional exactamente en la tendencia opuesta. Son habituales (e incluso regulados por las administraciones locales) los mercadillos callejeros en los cuales, un día establecido al mes, cada vecino saca a la calle delante de su casa aquellos objetos que ya no le sirven o que ya se ha cansado de ellos, pero que sin embargo aún tienen vida útil (o decorativa).
Un servidor, cuando vivía en Alemania, en mi por entonces mentalidad típicamente española, le decía a mis amigos alemanes que estos mecadillos vecinales eran una buena idea para recuperar algo de dinero, una vez que un producto ya no nos sirve. Me contestaron que el dinero es lo de menos (de hecho los precios son irrisorios), que lo realmente importante es que alguien lo aproveche, y que no se malempleen nuevos recursos naturales, material primas, y energía en producir otro objeto nuevo, cuando lo que ya no te sirve a ti, a otros sí que les vale. Y me convencieron desde el minuto cero.
Y tras el reciclaje, llegó el concepto de la economía circular
La siguiente parada en esa mentalidad tan europea de hacer la economía lo más eficiente y sostenible posible está en la economía circular. Hace tan sólo unos pocos meses, ya les hablamos del concepto y lo analizamos detalladamente para ustedes en “Estamos acabando con el planeta, ¿Hay solución? Sí, la economía circular“.
Les resumiré hoy simplemente que la economía circular se basa en la premisa que vemos en la naturaleza de que ningún subproducto, compuesto a residuo se desaprovecha. En el medio natural todo acaba tendiendo una segunda vida y función, y es aprovechado por otro ser vivo que nos sigue en la cadena trófica.
Realmente el concepto es complejo de poner en marcha a nivel del tejido económico-industrial en general, pero sin duda hay que innovar (y sobre todo proponérselo seriamente) para intentar al menos hacerlo en todos los casos que se pueda. Ganaríamos mucho, y los motivos van más allá de la mera sostenibilidad socioeconómica, puesto que, además, en bastantes casos la economía circular resulta muy rentable económicamente.
Pueden leer algunos claros ejemplos demostrativos al respecto en el enlace anterior. Y esa rentabilidad económica de la economía circular se basa mayormente en la obviedad de que un residuo a desechar es algo a menudo muy caro de tratar, mientras que un subproducto que a su vez es materia prima de otro proceso industrial es todo lo contrario: nos van a pagar por él.
Y ahora ya llega (o más bien vuelve) la filosofía del “¿Se puede arreglar?”
Ya les introduje también en el análisis de la economía circular al gran logro del capitalismo que supone que, hoy en día, podamos comprar una lavadora por 300 Euros (sin entrar en el espinoso tema de las condiciones laborales en los países en vías de desarrollo). Hace tan sólo unas décadas había que comprarla a plazos o ahorrar durante meses. Pero al mismo tiempo hoy por hoy también asistimos al sinsentido capitalista que supone que, muy a menudo, resulte más económico comprar una lavadora nueva que reparar la que ya se tiene.
Hace unas décadas es cierto que el coste sensiblemente superior de un electrodoméstico hacía que el ahorro estuviese en arreglarlo, pero no es menos cierto que la filosofía de vida era diferente, y que ante una averia lo primero que se pensaba era en arreglar un electrodoméstico al que podían quedarle varios lustros más de vida útil. Hoy en día lo que la mayoría hace ante una avería es automáticamente empezar a mirar el precio de un electrodoméstico nuevo, y gran parte de culpa la tiene también la obsolescencia programada: la vida útil se ha acortado mucho, y la reparación es más difícil amortizarla.
También es cierto que, por parte de los fabricantes, el problema no es sólo la terrible e injusta obsolescencia programada, también éstos desincentivan por norma general la reparación de sus productos frente a la compra de uno nuevo. Pero ya han empezado a aparecer corrientes socioeconómicas en contra de esta dañina tendencia, y que se están extendiendo como la pólvora.
A menudo estas corrientes ideológico-económicas se articulan en torno a grupos de voluntarios, convencidos de que la sosteniblidad socioeconómica va mucho más allá de generar crecimiento superfluo mediante el consumo compulsivo. Estos voluntarios pretenden enseñar a la gente y ayudarle a no tirar automáticamente todo objeto o electrodoméstico que se avería. Es el caso de uno de los ejemplos citados en el artículo del enlace anterior: el Reading Repair Cafe.
Este negocio es también un lugar de encuentro de los menos mañosos con los voluntarios de la filosofía del “repáralo-tú-mismo”. Aquí se dan cita técnicos especialistas, manitas, gente a la que no le gusta tirar por tirar, gente para la que gastar es un problema económico, y gente de todo tipo unida por la causa común de arreglar antes que tirar y comprar.
Más allá de una filosofía de consumo, es un derecho fundamental de los consumidores
La filosofía de estos equipos de voluntarios entran incluso en el terrreno pseudo-político, y abogan por reclamar el “derecho a reparar” de los consumidores. “Tú eres el propietario de esos productos. Tienes todo el derecho a coger un destornillador y ponerte a juguetear con él”. Pero esta aparentemente inocua actitud entra en confrontación, incluso legal, con las prácticas de compañías como John Deere.
El famoso fabricante de utillería y maquinaria agrícola, escudándose en patentes y leyes de copyright, prohíbe expresamente a sus clientes reparar por ellos mismos su propia maquinaria o acudir a terceros a hacerlo, aunque la hayan comprado y sea de su propiedad. Lo cual resulta inconcebible bajo uno de los principios más fundamentales del capitalismo: la propiedad privada.
Algunos ven el derecho a reparar como uno de los derechos fundamentales de los consumidores. Reclamar este derecho está en el ADN de otras iniciativas similares al Reading Repair Cafe anterior, como es el caso del Edinburgh Remakery, que pretende dar una segunda vida útil a nuestros productos. Como nos relataba el artículo de The Guardian, este negocio en la localidad británica de Leigh es un nuevo concepto híbrido de taller de reparaciones, tienda de segunda mano, y lugar de impartición de clases formativas en el arte de repararlo (casi) todo.
Como muestra de sus ideas más convencidas, y de su contribución desinteresada a la causa, , realizan las reparaciones en presencia de sus clientes. El motivo es poder explicarles paso a paso todo el proceso de reparación, para que éstos puedan aprender a hacerlo por sí mismos en posteriores ocasiones. Su objetivo final es extender su filosofía de vida y de consumo repsonsablemente sostenible.
Los resultados hablan por sí mismos
Y el hecho es que esta corriente del “repáralo tú mismo” es muy (pero que muy) contagiosa. Pero es que además esta filosofía de consumo resulta económicamente muy rentable, tanto para los voluntarios y negocios como para los que acuden a ellos y evitan comprar antes de tiempo. El establecimiento del Edinburgh Remakery, a pesar de sus modestos comienzos, ya factura la nada despreciable cantidad de 236.000 libras al año, y emplea a 11 personas de plantilla y a 10 autónomos.
Pero estos grupos de voluntarios no se conforman con acciones locales, sino que se están organizando en redes internacionales que van ganando adeptos y simpatizantes por doquier. Por ejemplo, Remakery ya está abriendo rápidamente sucursales en otras ciudades británicas, pero puede ambicionar incluso una fuerte expansión internacional: cuenta ya en su mano con 53 peticiones de grupos interesados en emprender negocios similares en países tan dispersos por todo el globo como son Estados Unidos, Nueva Zelanda, Canadá, Corea del Sur, Austria, Irlanda o Alemania entre otros.
Y aparte de su expansión y de su capacidad de hacer negocio propio, de forma desinteresada, Remakery asesora a estos emprendedores, e incluso les suministra versátiles kits de reparación que a ellos les ha costado tiempo y esfuerzo confeccionar. El objetivo no es otro que extender su filosofía de consumo, y que otros no tropiecen donde ellos ya tropezaron, facilitándoles la vida en pos de que consigan unos objetivos socioeconómicos comunes (y beneficiosos para toda la sociedad en su conjunto).
Pero el resultado más significativo de toda esta corriente, y que demuestra cómo estos voluntarios y negocios están poniendo su granito de arena para conseguir su fin último y principal, es el hecho de todas las toneladas de productos y electrodomésiticos que han evitado que acaben en los vertederos. El Remakery, con sus medios tan limitados, ha conseguido por sí solo evitar que nada menos que 205 toneladas de residuos no acaben de forma inmediata en los vertederos. Eso por no hablar del consumo ineficiente que habría supuesto sustituírlos innecesariamente y de forma prematura por nuevos productos, con su consiguiente gasto de recursos y energía.
Si bien en el conjunto del total de residuos generados por un país su (des)contribución no es ni residual, lo cierto es que supone un meritorio triunfo dadas las condiciones tan modestas en las que estos voluntarios y negocios realizan su actividad. En lo que debemos pensar es en las cifras que esta filosofía de consumo arrojaría en caso de que se generalizase en nuestras socioeconomías.
Aunque claro, en algunos países en concreto, entre los que debemos incluir lamentablemente a España, además de la mentalidad de la gente, tendrían que cambiar también muchas otras cosas para que la sociedad pudiese seguir esta corriente socioeconómica. La realidad hiper-regulatoria y fiscalizadora del país hacen que, poner una tela y vender cuatro cachivaches por dos duros (o más bien euros), pueda acarrearle a usted una elevada multa por parte de los agentes municipales, ya que usted carece de licencia de venta. O que ser voluntario y ayudar desinteresadamente con una reparación por una cantidad simbólica a un ciudadano concienciado le obligue a darse de alta como autónomo, con la elevada cuota que eso conlleva en nuestro país.
Para finalizar con el análisis de hoy, les dejaré simplemente con una reflexión. Piense usted si con sus compras semanales está buscando una efímera e instantánea felicidad consistente simplistamente en consumir objetos físicos. Porque comprar está bien siempre que sea necesario y nos reporte algo, pero debe usted pensar en que hay numerosos estudios de investigación que arrojan como resultado el hecho de que “consumir” experiencias enriquecedoras (a poder ser con los suyos) hace a los seres humanos mucho más felices en el largo plazo.
Ya saben que en estas líneas consideramos que la autocrítica es una capacidad fundamental en las personas, y como demostración de ello les dejamos planteándoles la pregunta de si consumen ustedes para vivir, o si por el contrario viven para consumir. Tanto la respuesta como lo adecuado de cada opción se los dejamos a ustedes y su capacidad de autocrítica, y las consecuencias de la opción del consumo innecesario se quedan para todos. En este tema, deberíamos tener una mentalidad mucho más europea.
Fuente
Siempre ha habido una economía paralela a la del despilfarro ineficiente de recursos naturales y materias primas. Hace unas décadas, esta economía paralela afloró con la cultura del reciclaje. Posteriormente, en los últimos lustros, hemos visto emerger con fuerza conceptos como la economía circular. Pero lo cierto es que esta economía “consciente” de la necesidad de un consumo sostenible, de una manera u otra, siempre ha estado ahí.
En la época de nuestros abuelos, esta tendencia del pensamiento y del modo de vida ya tomaba forma con la costumbre de tratar de arreglarlo todo antes de comprar algo nuevo. Hay que decir que esto era en parte por la salud de la economía doméstica, pero también en parte por esa filosofía de vida que se reedita: como todo vuelve en esta vida (también en lo económico), estamos asistiendo en nuestros días a la moda vintage del “¿Se puede arreglar?”.
El reciclaje y la reutilización como filosofía de vida (y de economía)
Hace algunos años, ya les escribimos desde estas líneas acerca de lo ineficiente (y económicamente perjudicial) de ese tirar-y-comprar tan clásico entre los consumidores españoles, que en demasiados casos roza lo compulsivo. Lo hicimos en el artículo “La lacra económica del despilfarro de los ciudadanos o Cómo consumir de más contribuye al estancamiento durante lustros“.
Sin ahondar demasiado en el porqué de esta mentalidad nacional predominante, en este tema puede ser que uno de los motivos de este comportamiento esté tal vez en el poder adquisitivo medio español. Como sabemos, éste se sitúa sensiblemente y de forma tradicional muy por debajo de la media europea, y las implicaciones psicológico-económicas de ello pueden ir mucho más allá de lo evidente.
Aún a riesgo de que les pueda parecer a los más cautos algo rocambolesco, lo cierto es que, en la psicología humana, el sufrir la limitación económica marca. No poder comprar aquellos objetos de deseo, que sin embargo le vemos al vecino, se acaba traduciendo a menudo en un gasto muchas veces superfluo, o al menos que no nos podíamos permitir.
Y este gasto superfluo suele venir acompañado por el agravante de que el precario sufridor muchas veces cae en el querer aparentar, en el vivir por encima de sus posibilidades, y en la efímera sensación de felicidad que le reporta el sentirse capaz de gastar lo que en realidad no debe (o más bien: lo que acaba debiendo a los bancos).
De hecho, hay algunos índices macroeconómicos con poca difusión que se fundamentan en medir las pulgadas de los televisores de pantalla plana adquiridos por las clases más desfavorecidas. Si su tendencia es fuertemente alcista y por encima de la media, el indicador apunta a que se avecina una nueva crisis económica: cuando incluso el que menos puede comete excesos económicos (con la connivencia indispensable del crédito fácil), a menudo se está cayendo en el sobre-endeudamiento, lo cual indica que nos dirigimos hacia lo recursivamente inevitable ( y doloroso).
Pero este tirar-y-comprar realmente es una idiosincrasia típica española (no en exclusiva) que en Europa se traduce de forma tradicional exactamente en la tendencia opuesta. Son habituales (e incluso regulados por las administraciones locales) los mercadillos callejeros en los cuales, un día establecido al mes, cada vecino saca a la calle delante de su casa aquellos objetos que ya no le sirven o que ya se ha cansado de ellos, pero que sin embargo aún tienen vida útil (o decorativa).
Un servidor, cuando vivía en Alemania, en mi por entonces mentalidad típicamente española, le decía a mis amigos alemanes que estos mecadillos vecinales eran una buena idea para recuperar algo de dinero, una vez que un producto ya no nos sirve. Me contestaron que el dinero es lo de menos (de hecho los precios son irrisorios), que lo realmente importante es que alguien lo aproveche, y que no se malempleen nuevos recursos naturales, material primas, y energía en producir otro objeto nuevo, cuando lo que ya no te sirve a ti, a otros sí que les vale. Y me convencieron desde el minuto cero.
Y tras el reciclaje, llegó el concepto de la economía circular
La siguiente parada en esa mentalidad tan europea de hacer la economía lo más eficiente y sostenible posible está en la economía circular. Hace tan sólo unos pocos meses, ya les hablamos del concepto y lo analizamos detalladamente para ustedes en “Estamos acabando con el planeta, ¿Hay solución? Sí, la economía circular“.
Les resumiré hoy simplemente que la economía circular se basa en la premisa que vemos en la naturaleza de que ningún subproducto, compuesto a residuo se desaprovecha. En el medio natural todo acaba tendiendo una segunda vida y función, y es aprovechado por otro ser vivo que nos sigue en la cadena trófica.
Realmente el concepto es complejo de poner en marcha a nivel del tejido económico-industrial en general, pero sin duda hay que innovar (y sobre todo proponérselo seriamente) para intentar al menos hacerlo en todos los casos que se pueda. Ganaríamos mucho, y los motivos van más allá de la mera sostenibilidad socioeconómica, puesto que, además, en bastantes casos la economía circular resulta muy rentable económicamente.
Pueden leer algunos claros ejemplos demostrativos al respecto en el enlace anterior. Y esa rentabilidad económica de la economía circular se basa mayormente en la obviedad de que un residuo a desechar es algo a menudo muy caro de tratar, mientras que un subproducto que a su vez es materia prima de otro proceso industrial es todo lo contrario: nos van a pagar por él.
Y ahora ya llega (o más bien vuelve) la filosofía del “¿Se puede arreglar?”
Ya les introduje también en el análisis de la economía circular al gran logro del capitalismo que supone que, hoy en día, podamos comprar una lavadora por 300 Euros (sin entrar en el espinoso tema de las condiciones laborales en los países en vías de desarrollo). Hace tan sólo unas décadas había que comprarla a plazos o ahorrar durante meses. Pero al mismo tiempo hoy por hoy también asistimos al sinsentido capitalista que supone que, muy a menudo, resulte más económico comprar una lavadora nueva que reparar la que ya se tiene.
Hace unas décadas es cierto que el coste sensiblemente superior de un electrodoméstico hacía que el ahorro estuviese en arreglarlo, pero no es menos cierto que la filosofía de vida era diferente, y que ante una averia lo primero que se pensaba era en arreglar un electrodoméstico al que podían quedarle varios lustros más de vida útil. Hoy en día lo que la mayoría hace ante una avería es automáticamente empezar a mirar el precio de un electrodoméstico nuevo, y gran parte de culpa la tiene también la obsolescencia programada: la vida útil se ha acortado mucho, y la reparación es más difícil amortizarla.
También es cierto que, por parte de los fabricantes, el problema no es sólo la terrible e injusta obsolescencia programada, también éstos desincentivan por norma general la reparación de sus productos frente a la compra de uno nuevo. Pero ya han empezado a aparecer corrientes socioeconómicas en contra de esta dañina tendencia, y que se están extendiendo como la pólvora.
A menudo estas corrientes ideológico-económicas se articulan en torno a grupos de voluntarios, convencidos de que la sosteniblidad socioeconómica va mucho más allá de generar crecimiento superfluo mediante el consumo compulsivo. Estos voluntarios pretenden enseñar a la gente y ayudarle a no tirar automáticamente todo objeto o electrodoméstico que se avería. Es el caso de uno de los ejemplos citados en el artículo del enlace anterior: el Reading Repair Cafe.
Este negocio es también un lugar de encuentro de los menos mañosos con los voluntarios de la filosofía del “repáralo-tú-mismo”. Aquí se dan cita técnicos especialistas, manitas, gente a la que no le gusta tirar por tirar, gente para la que gastar es un problema económico, y gente de todo tipo unida por la causa común de arreglar antes que tirar y comprar.
Más allá de una filosofía de consumo, es un derecho fundamental de los consumidores
La filosofía de estos equipos de voluntarios entran incluso en el terrreno pseudo-político, y abogan por reclamar el “derecho a reparar” de los consumidores. “Tú eres el propietario de esos productos. Tienes todo el derecho a coger un destornillador y ponerte a juguetear con él”. Pero esta aparentemente inocua actitud entra en confrontación, incluso legal, con las prácticas de compañías como John Deere.
El famoso fabricante de utillería y maquinaria agrícola, escudándose en patentes y leyes de copyright, prohíbe expresamente a sus clientes reparar por ellos mismos su propia maquinaria o acudir a terceros a hacerlo, aunque la hayan comprado y sea de su propiedad. Lo cual resulta inconcebible bajo uno de los principios más fundamentales del capitalismo: la propiedad privada.
Algunos ven el derecho a reparar como uno de los derechos fundamentales de los consumidores. Reclamar este derecho está en el ADN de otras iniciativas similares al Reading Repair Cafe anterior, como es el caso del Edinburgh Remakery, que pretende dar una segunda vida útil a nuestros productos. Como nos relataba el artículo de The Guardian, este negocio en la localidad británica de Leigh es un nuevo concepto híbrido de taller de reparaciones, tienda de segunda mano, y lugar de impartición de clases formativas en el arte de repararlo (casi) todo.
Como muestra de sus ideas más convencidas, y de su contribución desinteresada a la causa, , realizan las reparaciones en presencia de sus clientes. El motivo es poder explicarles paso a paso todo el proceso de reparación, para que éstos puedan aprender a hacerlo por sí mismos en posteriores ocasiones. Su objetivo final es extender su filosofía de vida y de consumo repsonsablemente sostenible.
Los resultados hablan por sí mismos
Y el hecho es que esta corriente del “repáralo tú mismo” es muy (pero que muy) contagiosa. Pero es que además esta filosofía de consumo resulta económicamente muy rentable, tanto para los voluntarios y negocios como para los que acuden a ellos y evitan comprar antes de tiempo. El establecimiento del Edinburgh Remakery, a pesar de sus modestos comienzos, ya factura la nada despreciable cantidad de 236.000 libras al año, y emplea a 11 personas de plantilla y a 10 autónomos.
Pero estos grupos de voluntarios no se conforman con acciones locales, sino que se están organizando en redes internacionales que van ganando adeptos y simpatizantes por doquier. Por ejemplo, Remakery ya está abriendo rápidamente sucursales en otras ciudades británicas, pero puede ambicionar incluso una fuerte expansión internacional: cuenta ya en su mano con 53 peticiones de grupos interesados en emprender negocios similares en países tan dispersos por todo el globo como son Estados Unidos, Nueva Zelanda, Canadá, Corea del Sur, Austria, Irlanda o Alemania entre otros.
Y aparte de su expansión y de su capacidad de hacer negocio propio, de forma desinteresada, Remakery asesora a estos emprendedores, e incluso les suministra versátiles kits de reparación que a ellos les ha costado tiempo y esfuerzo confeccionar. El objetivo no es otro que extender su filosofía de consumo, y que otros no tropiecen donde ellos ya tropezaron, facilitándoles la vida en pos de que consigan unos objetivos socioeconómicos comunes (y beneficiosos para toda la sociedad en su conjunto).
Pero el resultado más significativo de toda esta corriente, y que demuestra cómo estos voluntarios y negocios están poniendo su granito de arena para conseguir su fin último y principal, es el hecho de todas las toneladas de productos y electrodomésiticos que han evitado que acaben en los vertederos. El Remakery, con sus medios tan limitados, ha conseguido por sí solo evitar que nada menos que 205 toneladas de residuos no acaben de forma inmediata en los vertederos. Eso por no hablar del consumo ineficiente que habría supuesto sustituírlos innecesariamente y de forma prematura por nuevos productos, con su consiguiente gasto de recursos y energía.
Si bien en el conjunto del total de residuos generados por un país su (des)contribución no es ni residual, lo cierto es que supone un meritorio triunfo dadas las condiciones tan modestas en las que estos voluntarios y negocios realizan su actividad. En lo que debemos pensar es en las cifras que esta filosofía de consumo arrojaría en caso de que se generalizase en nuestras socioeconomías.
Aunque claro, en algunos países en concreto, entre los que debemos incluir lamentablemente a España, además de la mentalidad de la gente, tendrían que cambiar también muchas otras cosas para que la sociedad pudiese seguir esta corriente socioeconómica. La realidad hiper-regulatoria y fiscalizadora del país hacen que, poner una tela y vender cuatro cachivaches por dos duros (o más bien euros), pueda acarrearle a usted una elevada multa por parte de los agentes municipales, ya que usted carece de licencia de venta. O que ser voluntario y ayudar desinteresadamente con una reparación por una cantidad simbólica a un ciudadano concienciado le obligue a darse de alta como autónomo, con la elevada cuota que eso conlleva en nuestro país.
Para finalizar con el análisis de hoy, les dejaré simplemente con una reflexión. Piense usted si con sus compras semanales está buscando una efímera e instantánea felicidad consistente simplistamente en consumir objetos físicos. Porque comprar está bien siempre que sea necesario y nos reporte algo, pero debe usted pensar en que hay numerosos estudios de investigación que arrojan como resultado el hecho de que “consumir” experiencias enriquecedoras (a poder ser con los suyos) hace a los seres humanos mucho más felices en el largo plazo.
Ya saben que en estas líneas consideramos que la autocrítica es una capacidad fundamental en las personas, y como demostración de ello les dejamos planteándoles la pregunta de si consumen ustedes para vivir, o si por el contrario viven para consumir. Tanto la respuesta como lo adecuado de cada opción se los dejamos a ustedes y su capacidad de autocrítica, y las consecuencias de la opción del consumo innecesario se quedan para todos. En este tema, deberíamos tener una mentalidad mucho más europea.
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