Este texto es el noveno capítulo de State of Power 2016 publicado por el Transnational Institute (TNI). Open Democracy y Paisaje Transversal publicar la edición en castellano del texto.
Pedro Kumamoto, un joven mexicano de 25 años, se convirtió en junio de 2015 en el primer diputado de México que accedió a su cargo sin pertenecer a un partido político. Su colectivo, Wikipolítica, surgido tras los desdoblamientos mexicanos de Occupy Wall Street, decidió intentar el salto a la política representativa, aprovechando la nueva ley que abría el camino a los candidatos independientes.
El primer lema electoral escogido por Wikipolítica tenía un fuerte peso urbano: «Ocupar la ciudad, habitar la política». Kumamoto y su equipo apostaron por recorrer puerta a puerta el territorio del distrito 10 (Estado de Jalisco), invocando la participación y la inclusión a una comunidad local. Siendo progresista y anti neoliberal, Pedro Kumamoto conquistó un distrito históricamente conservador que mostraba un profundo desencanto con los partidos políticos tradicionales. El propio Kumamoto asegura que “su labor como diputado se quiere apoyar mucho en la ciudad, en su caso Guadalajara y Zapopan, y en el territorio”.
El paisaje político de Jalisco que acompaña a la irrupción de la Wikipolítica de Pedro Kumamoto refuerza la importancia de lo urbano en el cambio de piel de dicho Estado: el Movimiento Ciudadano, un nuevo partido político, se alzó con el gobierno de 24 ayuntamientos. Las competencias legales de un diputado no siempre son suficientes para influir en la gestión urbana o la participación territorial. Pero Pedro Kumamoto va a activar laboratorios ciudadanos locales para trabajar su línea política desde el prisma municipal, desbordando sus propias competencias. Una de las prioridades de Wikipolitica en Jalisco es el encontrar espacios y metodologías para el diálogo político hiperlocal. Eli Parra, de la comisión de tecnología de Wikipolítica, resalta incluso la importancia de las conversaciones presenciales: “Conversar en persona, cara a cara, es un lujo imprescindible”. Al mismo tiempo, Eli Parra lanza preguntas al aire sobre cómo trasladar las condiciones y ambiente de la conversación presencial ideal al terreno digital: “Tecnológicamente, ¿cómo es la conversación grupal permanente vía mensajería instantánea de vanguardia?”.
Al otro lado del Atlántico, en España, nos encontramos la misma situación pero en dirección diferente: nuevos gobiernos municipales que también tienen la ambición de ir más allá de sus competencias. La explosión del denominado «municipalismo» español representa la cara más visible del creciente papel de las ciudades y de los gobiernos locales en el mundo. El proceso que el pasado mes de mayo conquistó a partir de frentes ciudadanos independientes el gobierno de ciudades tan relevantes como Madrid, Barcelona o Zaragoza, entre muchas otras, ha supuesto la mayor sorpresa política de las últimas décadas en España. El periodista británico Paul Mason considera que el municipalismo español está ya construyendo un nuevo modelo de ciudad basado en la inteligencia colectiva y la colaboración ciudadana que va a disputar la hegemonía al paradigma de la smart city de las grandes compañías neoliberales. El municipalismo español consiguió por un lado canalizar buena parte del espíritu y simbología del movimiento 15M – Indignados del año 2011 hacia la política representativa, su gran tabú. El municipalismo made in Spain se ha convertido de esa manera en el primer caso del ciclo de revueltas en red abierto por la Primavera Árabe en el que un movimiento ha superado el límite de rechazar la política representativa. Por otro lado, inspirándose en las formas de organización del 15M, el municipalismo se inventó el formato político «confluencia», que no es «una coalición ni una mera sopa de letras de partidos políticos y va más allá de la suma aritmética de las partes que las integran».
Sin embargo, hay un detalle de la breve gestión política de algunas de las confluencias españolas que no ha sido iluminado por los grandes medios de comunicación: la ambición de marcar la agenda en temas que exceden las competencias municipales. Cuando el nuevo gobierno de Ahora Madrid declara a la ciudad de Madrid zona libre de transgénicos, uniéndose a una red europea de 200 regiones y 4.500 autoridades locales, no es un acto inocuo. La red de ciudades para abrigar a refugiados insinuada por Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, pasó de ser un comentario viral en Facebook a una realidad a la que se sumaron muchas otras ciudades de Europa. Las competencias sobre determinados asuntos exceden lo municipal, pero las ciudades pueden activar mecanismos, encontrar brechas legales y, sobre todo, abrir una narrativa de resistencia y acción común. El caso de la crisis de los refugiados, en el que las ciudades han conseguido marcar el ritmo macro político de la Unión Europea, es un ejemplo vivo del potencial que tienen las ciudades en el inestable ecosistema macropolítico global
La ambición municipal del diputado mexicano Pedro Kumamoto y la vocación global de las confluencias que gobiernan las principales ciudades españolas son dos caras de la misma moneda: el papel creciente de las ciudades en los nuevos rumbos de gobernanza política. A su vez, ambos casos abren la posibilidad de una red global de ciudades orientadas al procomún, que pongan en cuestión el orden neoliberal. Lo hiperlocal se va reconectando poco a poco globalmente en un nuevo ecosistema planetario en el que las súper estructuras que representan a los Estados nación tienen cada vez menos influencia en la política. ¿Cuál debería ser el modelo de ciudad del siglo XXI? ¿Cuáles son los desafíos en un mundo en el que los Estados nación están diezmados por el orden económico global?
Una red de ciudades contra el Estado nación
En City of fears, city of hope (2003), Zygmunt Bauman reflexiona sobre la mixofobia (el miedo usado por las instituciones para inhibir el uso del espacio público) y la mixofilia (mezcla humana y cultural en las ciudades). Sin embargo, la principal conclusión del estudio es que los estados nación están en decadencia y que las ciudades son el principal espacio político de nuestra era. La crisis económica que desestabilizó la economía del planeta en el año 2008 llevó a algún premio Nobel de Economía como Joseph E. Stiglitz a augurar el fin del neoliberalismo y el resurgimiento de la inversión pública de los Estados. Sin embargo, ha ocurrido exactamente lo contrario. Los Estados se han limitado a alimentar la espiral de la deuda, a entregar recursos públicos al sistema bancario privado y reducir su tamaño. La capacidad de los Estados nación de incidir en su propia política económica ha continuado decreciendo desde el estallido de la crisis, mientras que las supra instituciones al servicio del neoliberalismo como la Troika financiera han ganado influencia. El resultado de las negociaciones del gobierno griego de Alexis Tsipras con la Troika confirmaba en parte la escasa capacidad de maniobra de los gobiernos nacionales frente al capital internacional.
En este contexto, autores como Benjamin Barber vaticinan un mundo más justo y equitativo si el mundo estuviera gobernado por alcaldes y alcaldesas. Sin embargo, las competencias jurídicas, como ya se ha apuntado, son en la mayoría de los casos insuficientes para alterar el orden político económico diseñado por el neoliberalismo global. Al mismo tiempo, los gobiernos municipales podrían conseguir imponer otra agenda política, pero con la ayuda y colaboración de los movimientos sociales y de una nueva ciudadanía empoderada que construye política fuera de las esferas tradicionales. ¿Cuál es pues el verdadero papel y/o potencial de las ciudades en el siglo XXI? Parte de la respuesta podría estar en la historia. En la antigüedad los fenicios, los griegos o los cartagineses producen redes de ciudades cuya organización no responde ni se refiere a la forma-estado. Lo mismo ocurriría con la red de ciudades italianas a partir del siglo XI, o con las ciudades hanseáticas, sin funcionarios ni ejército. Estas redes de ciudades no eran tanto Ciudades-Estado como Ciudades contra el Estado, en la medida misma en que su articulación les permitía inhibir la captura en el mosaico de Estado.
Principales rutas comerciales de la Liga Hanseática en el siglo XIII (fuente: Wikicommons / Flo Beck).
En el siglo XXI, los estados nación e instituciones suelen desplegar restricciones legales de todo tipo que agudizan la citada mixofobia. Sin embargo, las ciudades pueden fomentar la mixofilia desde el «adentro» (con medidas municipales) y desde «el afuera» (la ciudadanía actuando autónomamente). Los ayuntamientos pueden ser beligerantes contra los transgénicos (como Madrid), provocando un desplazamiento del tablero de juego: lo más importante no es hablar si los transgénicos son o no perjudiciales para la salud, sino cuestionar el capitalismo de las multinacionales transgénicas que causan devastaciones humanas y naturales en el proceso. Las ciudades, abanderando causas que exceden sus competencias, abren camino a nuevas políticas, leyes, prácticas, herramientas…. Las ciudades griegas que desobedeciendo a la Troika cancelando la tasa de electricidad son un buen ejemplo: forzaron un cambio (reformulación de este impuesto) con la llegada de Alexis Tsipras a la presidencia.
El libro La apuesta municipalista, toda una base teórica de las «confluencias» españolas, apostaba por «la política de lo cercano» frente al Estado. El libro flotaba sobre una intuición sobre el «afuera» global que existe desde el los estallidos sociales del año 2011: lo urbano podría ser la palanca del cambio. El concepto de Derecho a la Ciudad, formulado por Henry Lefebvre en 1968, llevaba unos años en boga: derecho al espacio urbano que nos pertenece. El marxista David Harvey, en sus últimas publicaciones, iba más allá de la Carta Mundial del Derecho a la Ciudad que surgió del Foro Social Mundial (FSM). Su libro Ciudades Rebeldes, publicado al calor de Occupy Wall Street, dio una vuelta de tuerca magistral: el derecho a la ciudad se transforma en un «derecho a modificar la ciudad de forma colectiva» y a «cambiarnos» en el proceso.
La calle global
El 2011 global, el año con mayor número de revueltas de los últimos tiempos, reconfiguró el espacio urbano como una nueva interfaz de acción y creación política. El formato acampada, exportado desde la Primavera Árabe al 15M español u Occupy Wall Street, desbordaba el formato «manifestación». La mismísima Saskia Sassen, que acuñó el paradigma de la «ciudad global» como urbe atravesada por los mercados financieros internacionales, adaptó su propia teoría tras la ocupación de la plaza Tahrir de El Cairo. Empezó a hablar de la “calle global”, un “espacio duro” donde “los que no tienen poder consiguen hacer la política”.
La mutación de la ciudad global a la calle global es una deseable agenda política para el planeta. La calle global (espacio físico y semántico) y las ciudades rebeldes (como remezcla combativa del derecho a la ciudad) se han convertido en horizontes narrativos del “afuera” global. De hecho, algunos de los estallidos sociales más relevantes de los últimos tiempos han tenido en lo urbano su causa inicial, como las revueltas del parque Gezi en Turquía, del Movimento Passe Livre (MPL) en Brasil o Gamonal (Burgos). Lo urbano también es la continuidad de muchas revueltas, como lo muestran el Parque Augusta (São Paulo), Can Batlló en Barcelona o la gestión comunal del Embrós Theater en Atenas. Lo urbano es el espacio de batalla de muchos movimientos contra el neoliberalismo. “Luchar por una ciudad habitable es una forma de disidencia”, apuntan en Temblor, brazo español del proyecto Radical Democracy: Reclaiming the Commons. De alguna manera, algunas de las ocupaciones de plazas de los últimos años funcionan como metáfora del modelo de ciudad por el que el heterogéneo afuera está luchando.
Durante la Acampada Sol de Madrid del 15M español, que se prolongó algunas semanas entre mayo y junio de 2011, surgió la herramienta digital Propongo, con la que cualquier persona podía realizar propuestas políticas. Aunque no existía ninguna institución o gobierno pendiente de dichas propuestas la herramienta digital, cuyo código fuente fue usado por el gobierno de Rio Grande do Sul (Brasil), visibilizaba el anhelo de democracia participativa de la sociedad. La ocupación del Parque Augusta de São Paulo, que tuvo lugar durante enero de 2015, supuso un intento serio de ir más allá de la lógica de lo «público» y de lo «privado» y colocó el procomún en el epicentro de la lucha. Un párrafo de los objetivos del Movimiento Parque Augusta destaca este punto: “Un parque público es un bien común, pertenece a la red social de la ciudad y no debe permanecer bajo intereses privados o especulativos”. Por otro lado, la ocupación del Gezi Park de Estambul de mayo-junio de 2013 luchó por los bienes comunes urbanos ensamblando «la auto-organización ciudadana y el deseo de democracia directa».
¿Qué lecciones pueden aprender los gobiernos locales de las revueltas que han sacudido durante los últimos años el planeta, especialmente aquellas que tuvieron ocupaciones o que luchaban por cuestiones urbanas? ¿Qué puntos en común tienen los protagonistas de dichas revueltas y los gobernantes de las ciudades? ¿Existe alguna posibilidad de agenda común? ¿Qué herramientas y metodologías participativas de los nuevos movimientos son extrapolables a los gobiernos locales?
Sistema operativo libre
El escritor Matthew Fuller y el urbanista Usman Haque, ambos británicos, investigan hace años la relación entre la denominada ética hacker y las ciudades. Inspirados en el movimiento copyleft que surgió con las revolucionarias cuatro libertades del software libre en 1984. Matthew y Usman intentaron crear una licencia para la construcción y diseño de ciudades de código abierto: el Urban Versioning System 1.0.1 (UVS). En el escrito los autores transforman el copyleft, que libera la copia y el reuso de un código, como la mejor herramienta para acabar con la arquitectura espectáculo, el urbanismo que trabaja con objetos de fórmula cerrada y el copyright que limita la colaboración ciudadana. Algunas de las frases de su manifiesto pretenden crear un nuevo horizonte de colaboración ciudadana a partir de la tecnología libre: “UVS reconoce que el mundo está construido por sus habitantes en cada momento”, “la gente llevará el diseño, de una forma colaborativa, en direcciones nunca imaginadas”, “sólo un modelo de construcción que es capaz de perder su trama es adecuado”. Si las cuatro libertades del software libre abrieron la puerta a la colaboración entre programadores informáticos y hackers de todo el mundo, el Urban Versioning System 1.0.1 podría incentivar otro tipo de ciudad basada en la colaboración, en información compartida y en prácticas colectivas.
El modelo de ciudad sugerido por Fuller y Haque estaría basado en una apertura del código de su sistema operativo, ya sea jurídico, arquitectónico o informacional (datos, contenido). El urbanista Doménico di Siena también teoriza sobre la ciudad de código abierto y considera vital pasar de modelos urbanos “basados en la creación de productos y servicios eficientes que nos obligan a un movimiento constante (y al consumo), a modelos basados en la gestión de la información y producción del conocimiento (autoorganización)”. La ciudad de código abierto choca de frente con el paradigma de la smart city basado de tecnología propietaria y vigilancia masiva, imperante hasta el día de hoy en el mundo. El ya mencionado artículo We can’t allow the tech giants to rule smart cities, del periodista Paul Mason, es un duro alegato contra el control tecnológico de las ciudades por parte de las grandes corporaciones. Mason intenta tejer una visión de una «smart city no neoliberal» que incorpore tres principios que no son bienvenidos en el mundo de las grandes compañías tecnológicas: apertura, participación democrática y una clara política de que los datos generados desde los servicios públicos sean públicos. Mason señala al nuevo gobierno municipal de Madrid, que ya ha puesto en marcha la web de democracia deliberativa Decide Madrid, como el modelo de democracia radical urbana basada en tecnología libre: «En lugar de ver la ciudad como un «sistema», para automatizar y controlar, la visión que está siendo meditada en la capital española concibe la ciudad como un «ecosistema» diverso de redes humanas incontrolables».
Nada como algunos ejemplos prácticos para entender el potencial del «código abierto» en entornos urbanos. La iniciativa independiente DCDCity-Aire Madrid es uno de los mejores ejemplos del rumbo que podrían tomar las ciudades a partir del imaginario y las prácticas del código abierto. DCDCity-Aire Madrid fue la primera aplicación del marco teórico práctico que planteó The Data Citizen Driven City, un proyecto gestado en el MediaLab Prado de Madrid. The Data Citizen Driven City proponía un tipo de recolección y gestión de datos por parte de los ciudadanos radicalmente diferente al modelo top down de las grandes corporaciones. En lugar de sensores implantados por las compañías tecnológicas y de una gestión de datos centralizada y no del todo abierta, el proyecto consideraba a cada ciudadano un productor en potencia de datos. Gracias a la proliferación de smartphones y a la profusión de tecnologías libres, cada ciudadano puede transformarse en un recolector de datos. Una simple placa de Arduino (hardware libre), conectada a un celular con sistema operativo Android, es suficiente para que un ciudadano recopile datos relacionados con el funcionamiento de la ciudad. De esta manera, una red descentralizada de ciudadanos se transformaría en la mejor alternativa a la red centralizada del modelo smart city del control tecnológico.
Imagen del proyecto The Data Citizens Driven Data (fuente: Sara Alvarellos)
El DCDCity-Aire Madrid, que se inspiró en el proyecto Air Quality Egg desarrollado en Nueva York y Ámsterdam, aspiraba a construir una comunidad entorno a la problemática de la calidad del aire en Madrid. Su método: la captación participativa de datos con tecnología libre de patentes. La génesis del proyecto refleja la importancia de la sinergia de lo público y de la autonomía ciudadana que activa procesos de forma independiente a los gobiernos. El apoyo de MediaLab Prado, un laboratorio financiado con dinero público, fue vital para el DCDCity-Aire Madrid. A parte de albergar la wiki del proyecto, el Medialab fue el espacio para construir una comunidad transversal, que también se reforzó desde iniciativas privadas, como el Internet Of Things Madrid Meetup. Durante una jornada de trabajo se elaboró un prototipo de Air Quality Egg (AQE) y se construyeron diez dispositivos que están a disposición de la ciudadanía en Media Lab Prado. Este primer prototipo, vinculado a la calidad del aire de Madrid, está ya en la biblioteca digital de prototipos de The Data Citizen Driven City. Los otros nueve prototipos tendrán que ver con otro tipo de datos relacionados con la ciudad.
El nuevo gobierno de Ahora Madrid podría aprovechar la inteligencia colectiva de una red ciudadana distribuida para construir un modelo alternativo de recolección de datos urbanos. El modelo de gestión de datos abiertos del municipalismo español podría sentar las bases para otras ciudades. De momento, el MediaLab Prado ya tiene el proyecto Commoning Data – Datos del Bien Común, para trabajar un nuevo modelo de datos abiertos que beneficie a la ciudadanía.
Incentivar un modelo tecnológico libre desde los gobiernos municipales, como está ocurriendo en las ciudades españolas gobernadas por confluencias, es vital para generar otro modelo y otra visión sobre las ciudades inteligentes. De hecho, la lógica del software libre, los repositorios de códigos informáticos compartidos y la cooperación en red de diferentes agentes facilitaron la expansión de candidaturas municipalistas que acabaron tomando el poder. Ahora Madrid, la fuerza que gobierna hoy en día la ciudad de Madrid, aprovechó por ejemplo el código fuente de la plataforma digital de Zaragoza en Común para elaborar su programa electoral de forma colaborativa. El código abierto forma parte del ADN de las candidaturas municipalistas de España. Ya desde el poder, estas confluencias están incentivando esa misma lógica de ciudades cooperantes que incentivan tecnología libre, prácticas orientadas al bien común y protocolos de acción colectiva. Decide Madrid, la plataforma de democracia deliberativa lanzada por Ahora Madrid, está ya siendo replicada, como veremos en detalle, por otras ciudades.
Sin embargo, para llegar a un modelo basado en la inteligencia ciudadana debemos abrir la definición de tecnología. Ted Nelson, uno de los pioneros de la cultura digital, aseguraba que “nuestro comportamiento social es el software y que nuestros cuerpos son el hardware“. El sistema operativo de una sociedad sería pues un conjunto de prácticas comunes y de relaciones humanas, no apenas un conjunto de plataformas digitales. El código abierto va más allá de la tecnología en sí misma. La ciudad de código abierto sintoniza con el concepto de ciudad relacional. El modelo de ciudad relacional propone el encuentro, la relación y el diálogo contra el modelo de vigilancia masiva y control centralizado de datos representado por la smart city. “La seguridad, en el modelo relacional, pasa sobre todo por recrear el lazo social. No vaciar la calle, sino todo lo contrario: repoblarla de relaciones de vecindad, de buena vecindad también entre desconocidos“. La ciudad relacional de código abierto estaría basada en las interacciones de los ciudadanos, en su cooperación, en la información compartida y en un espacio público apto para la convivencia y la colaboración. La ciudad relacional de código abierto debería aspirar a ser un código fuente que pueda ser modificado constantemente por la inteligencia colectiva.
La experiencia del Campo de Cebada de Madrid, un espacio autogestionado que cuenta con el apoyo legal del Ayuntamiento de la ciudad hace cinco años, es un buen ejemplo de ciudad relacional de código abierto. Si el DCDCity-Aire Madrid ejemplifica el camino para el código abierto desde la tecnología digital, el Campo de Cebada visualiza el imaginario y las prácticas de código abierto relacionadas al espacio físico. El Campo de Cebada ocupa un solar de 5.500 metros cuadrados en el que el Ayuntamiento debería haber construido un polideportivo en el año 2009. La crisis económica provocó que el Ayuntamiento dejara un espacio vacío en el centro de Madrid. Los vecinos acabaron transformando el solar en un espacio vecinal de encuentros, intervenciones y aprendizajes desde el año 2010. Residentes de todas las edades, padres de escuelas cercanas y colectivos de jóvenes arquitectos se reunieron bajo el nombre de El Campo de Cebada con el reto de mantener el uso comunitario del espacio mientras no empezaran las obras. El Ayuntamiento acabó firmando con los residentes y los actores sociales del territorio un convenio de cesión temporal de espacio. Dinamizado por colectivos de arquitectos y por las asambleas comunitarias surgidas durante el 15M de 2011, el Campo de Cebada se fue convirtiendo en todo un laboratorio social en el que la auto construcción de mobiliario con licencias copyleft, la permacultura y las actividades culturales auto gestionadas marcaban el día a día. En 2013, El Campo de Cebada ganó el prestigioso premio Golden Nica del festival Ars Electrónica, en la categoría de ‘comunidades digitales’. El hecho de que El Campo de Cebada, una iniciativa con un fortísimo componente territorial, fuera reconocido por su gestión de comunidades en Internet es un síntoma de una nueva era en la que las redes digitales y el territorio se funden en un nuevo espacio híbrido más democrático y participativo.
El Campo de Cebada también visibiliza problemas y límites de la auto gestión ciudadana. Para el funcionamiento del espacio, la comunidad tuvo que recurrir al crowdfunding y hasta el día de hoy no han conseguido recursos públicos del Ayuntamiento. A pesar del éxito de El Campo de Cebada, la práctica ha demostrado que es insuficiente garantizar legalmente prácticas orientadas al procomún (commons oriented, en inglés) si no se las dota de recursos públicos. El riesgo salta a la vista: la Big Society del británico David Camerono el proyecto gubernamental Holanda Participativa justifican la desaparición del Estado con el trabajo voluntario de los ciudadanos. La autogestión, las autonomías urbanas y la colaboración ciudadana, más que propiciar la desaparición de lo público, deberían incentivar resonancias mutuas entre lo público y la ciudadanía.
En Madrid, la llegada de Ahora Madrid al gobierno local ha abierto la puerta a una nueva gestión del bien común desde lo público. El proyecto independiente Los Madriles, un atlas de iniciativas vecinales que mapea cientos de proyectos de la ciudad, está siendo usado por el nuevo gobierno local para entender las dinámicas autónomas de Madrid. Además, en los presupuestos elaborados para el año 2016, introducen la gestión participativa de parte de los mismos por parte de los vecinos de los barrios. Por otro lado, el ayuntamiento de Madrid aprobó a finales del año 2015 un Marco Regulador de Cesión de Uso de Espacios a Entidades Sociales, que pondría en manos de la ciudadanía espacios y edificios públicos. La mezcla de cesión de recursos y espacios públicos y el respeto por la autonomía de los movimientos podría asentar un nuevo camino municipalista de ciudades contra el Estado y el neoliberalismo global imperante.
Encuentro Los Madriles en Matadero Madrid, altas de inicitavivas vecinales (fuente: VIC – Vivero de Iniciativas Ciudadanas)
Antonio Negri y Raúl Sánchez Cedillo, teóricos de lo común, trazan una sugerente relación entre ciudad y democracia: “Las formas de vida metropolitana son modos políticos y productivos. Haciendo que interactúen democracia y (re)producción de la ciudad tendremos la posibilidad de articular lo político”. Dicha relación entre ciudad y formas de vida metropolitanas con la democracia, colocan a los gobiernos locales en un tesitura especial y privilegiada. Por eso, además de usar la tecnología libre, cualquier Ayuntamiento que quiera construir una ciudad de código abierto tiene que reconocer y proteger las prácticas ciudadanas que reproducen el común: centros sociales, espacios auto-gestionados, red de huertos, redes de intercambio entre pares… El espacio público, que la ciudadanía ha transformado en un palco vivo, democrático y de código abierto, es metáfora y herramienta de la participación que los gobiernos necesitan. Para ello, las instituciones deben diseñar marcos jurídicos flexibles para proteger e incentivar el asociacionismo, el cooperativismo, los viveros de iniciativas ciudadanas, la autogestión y la cogestión de espacios y proyectos. Los gobiernos locales deben combinar la tecnología libre y código de prácticas humanas y relacionales.
Las dos caras de la ciudad de código abierto (las herramientas digitales libres y los territorios participativos) conforman un nuevo horizonte para la democracia radical. El repertorio participativo de la confluencia política Barcelona en Comú, que gobierna en la actualidad la ciudad de Barcelona, está siendo apuntado como uno de los modelos a ser replicados. “Su democracia radical viene de un conjunto de herramientas, técnicas, mecanismos y estructuras para generar políticas municipales desde abajo. Entre ellos hay varios niveles de asambleas (barriales, temáticas, coordinación, logística, medios, comunicación etc) y plataformas online (para comunicar, votar, trabajar)”. El papel de las confluencias españolas, fraguadas en las redes y las calles en una era en la que los movimientos sociales tradicionales no han marcado el ritmo del cambio, se antoja pues como uno de los más avanzados laboratorios democráticos del siglo XXI.
Replicabilidad global irreversible
El pasado 4 de diciembre, el ayuntamiento de la ciudad española de Oviedo, gobernado por la confluencia Somos Oviedo, presentó suplataforma digital de democracia directa y participativa. La plataforma de Oviedo fue una réplica de Decide Madrid, ya que la web lanzada por el ayuntamiento de Madrid hace unos meses estaba basada en software libre y tenía una licencia abierta. Pablo Soto, el concejal de participación del ayuntamiento de Madrid, que entró en streaming en el acto de presentación de la plataforma de Oviedo, aseguró que Decide Madrid “está siendo estudiada por otras ciudades como Barcelona, Zaragoza, La Coruña o Santiago de Compostela”. El hecho de que diferentes ciudades compartan el código de sus plataformas digitales rompe con la lógica de la tecnología propietaria de la smart city y con el paradigma de la ciudad marca, que pone a diferentes urbes a competir entre sí. El que ya ha sido bautizado como «intermunicipalismo» español pretende generar una red de «ciudades rebeldes del bien común» que compartan repositorios, herramientas, plataformas digitales y metodologías comunes. El intermunicipalismo asesta a su vez un duro golpe a la lógica de mercado, basada en vender el mismo producto tecnológico a diferentes ciudades.
El intermunicipalismo, comenzando por sus herramientas y plataformas tecnológicas compartidas, aspira a construir prácticas políticas irreversibles, para que no haya vuelta atrás en la democracia participativa. Una democracia participativa que encaja más con el postcapitalismo propugnado por Paul Mason o la economía del bien común que con el anti capitalismo clásico de los movimientos sociales tradicionales. “La geopolítica del común –escribe Daniel Vázquez en el prólogo del libro del Buen Conocer / FLOK Society, posiblemente la hoja de ruta de políticas públicas hacia el post capitalismo más completa– abre un nuevo frente en la batalla del capitalismo cognitivo y lo hace conectando códigos”. Que una ciudad como Madrid pueda compartir el código de sus estructuras digitales con cualquier ciudad del mundo, incluso con regiones o incluso Estados nación, revela una inspiradora nueva era de transnacionalismo en red tejido alrededor de bien común y de los códigos abiertos.
Un municipalismo transnacional podría reconfigurar las luchas de los movimientos sociales construir esta geopolítica del común contra el neoliberalismo. La palanca de cambio de gobiernos municipales conquistados con nuevas lógicas, como lo demuestra el caso español, le daría a la nueva reconfiguración de las luchas del común una nueva escalabilidad institucional. No es casualidad que algunas ciudades brasileñas (como Belo Horizonte o Río de Janeiro) o estadounidenses (a partir del movimiento Occupy Wall Street) estén estudiando cómo replicar el modelo de las confluencias españolas.
Por otro lado, las tesis del municipalismo libertario de Murray Boochin, vislumbraban ya en 1984 la posibilidad de una nueva red escalable de territorios: “Interconectar pueblos, barrios, pequeñas y grandes ciudades en redes confederales”. En la era digital, la confederación podría estar formada por ciudades contra o sin el Estado, interterritoriales y cooperativas, que vayan más allá de la bienintencionada Red Mundial de Ciudades y Gobiernos Locales y Regionales (UCLG), que se queda en el horizonte del Derecho a la Ciudad. Está en juego simultáneamente la vida de los barrios y la supervivencia de la participación democrática del mundo. El planeta/barrio intermunicipalista, ensamblado para siempre, puede convertirse en la nueva piedra angular del post capitalismo global. El primer paso es abrir el código de los gobiernos locales. Abrirlo para desbordar, para escalar hacia nuevas esferas de política pública, para tejer prácticas ciudadanas que hagan innecesario el neoliberalismo. Compartir códigos para reinventar la geopolítica global para conectar transnacionalmente el nuevo horizonte de la democracia radical.
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Este texto es el noveno capítulo de State of Power 2016 publicado por el Transnational Institute (TNI). Open Democracy y Paisaje Transversal publicar la edición en castellano del texto.
Pedro Kumamoto, un joven mexicano de 25 años, se convirtió en junio de 2015 en el primer diputado de México que accedió a su cargo sin pertenecer a un partido político. Su colectivo, Wikipolítica, surgido tras los desdoblamientos mexicanos de Occupy Wall Street, decidió intentar el salto a la política representativa, aprovechando la nueva ley que abría el camino a los candidatos independientes.
El primer lema electoral escogido por Wikipolítica tenía un fuerte peso urbano: «Ocupar la ciudad, habitar la política». Kumamoto y su equipo apostaron por recorrer puerta a puerta el territorio del distrito 10 (Estado de Jalisco), invocando la participación y la inclusión a una comunidad local. Siendo progresista y anti neoliberal, Pedro Kumamoto conquistó un distrito históricamente conservador que mostraba un profundo desencanto con los partidos políticos tradicionales. El propio Kumamoto asegura que “su labor como diputado se quiere apoyar mucho en la ciudad, en su caso Guadalajara y Zapopan, y en el territorio”.
El paisaje político de Jalisco que acompaña a la irrupción de la Wikipolítica de Pedro Kumamoto refuerza la importancia de lo urbano en el cambio de piel de dicho Estado: el Movimiento Ciudadano, un nuevo partido político, se alzó con el gobierno de 24 ayuntamientos. Las competencias legales de un diputado no siempre son suficientes para influir en la gestión urbana o la participación territorial. Pero Pedro Kumamoto va a activar laboratorios ciudadanos locales para trabajar su línea política desde el prisma municipal, desbordando sus propias competencias. Una de las prioridades de Wikipolitica en Jalisco es el encontrar espacios y metodologías para el diálogo político hiperlocal. Eli Parra, de la comisión de tecnología de Wikipolítica, resalta incluso la importancia de las conversaciones presenciales: “Conversar en persona, cara a cara, es un lujo imprescindible”. Al mismo tiempo, Eli Parra lanza preguntas al aire sobre cómo trasladar las condiciones y ambiente de la conversación presencial ideal al terreno digital: “Tecnológicamente, ¿cómo es la conversación grupal permanente vía mensajería instantánea de vanguardia?”.
Al otro lado del Atlántico, en España, nos encontramos la misma situación pero en dirección diferente: nuevos gobiernos municipales que también tienen la ambición de ir más allá de sus competencias. La explosión del denominado «municipalismo» español representa la cara más visible del creciente papel de las ciudades y de los gobiernos locales en el mundo. El proceso que el pasado mes de mayo conquistó a partir de frentes ciudadanos independientes el gobierno de ciudades tan relevantes como Madrid, Barcelona o Zaragoza, entre muchas otras, ha supuesto la mayor sorpresa política de las últimas décadas en España. El periodista británico Paul Mason considera que el municipalismo español está ya construyendo un nuevo modelo de ciudad basado en la inteligencia colectiva y la colaboración ciudadana que va a disputar la hegemonía al paradigma de la smart city de las grandes compañías neoliberales. El municipalismo español consiguió por un lado canalizar buena parte del espíritu y simbología del movimiento 15M – Indignados del año 2011 hacia la política representativa, su gran tabú. El municipalismo made in Spain se ha convertido de esa manera en el primer caso del ciclo de revueltas en red abierto por la Primavera Árabe en el que un movimiento ha superado el límite de rechazar la política representativa. Por otro lado, inspirándose en las formas de organización del 15M, el municipalismo se inventó el formato político «confluencia», que no es «una coalición ni una mera sopa de letras de partidos políticos y va más allá de la suma aritmética de las partes que las integran».
Sin embargo, hay un detalle de la breve gestión política de algunas de las confluencias españolas que no ha sido iluminado por los grandes medios de comunicación: la ambición de marcar la agenda en temas que exceden las competencias municipales. Cuando el nuevo gobierno de Ahora Madrid declara a la ciudad de Madrid zona libre de transgénicos, uniéndose a una red europea de 200 regiones y 4.500 autoridades locales, no es un acto inocuo. La red de ciudades para abrigar a refugiados insinuada por Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, pasó de ser un comentario viral en Facebook a una realidad a la que se sumaron muchas otras ciudades de Europa. Las competencias sobre determinados asuntos exceden lo municipal, pero las ciudades pueden activar mecanismos, encontrar brechas legales y, sobre todo, abrir una narrativa de resistencia y acción común. El caso de la crisis de los refugiados, en el que las ciudades han conseguido marcar el ritmo macro político de la Unión Europea, es un ejemplo vivo del potencial que tienen las ciudades en el inestable ecosistema macropolítico global
La ambición municipal del diputado mexicano Pedro Kumamoto y la vocación global de las confluencias que gobiernan las principales ciudades españolas son dos caras de la misma moneda: el papel creciente de las ciudades en los nuevos rumbos de gobernanza política. A su vez, ambos casos abren la posibilidad de una red global de ciudades orientadas al procomún, que pongan en cuestión el orden neoliberal. Lo hiperlocal se va reconectando poco a poco globalmente en un nuevo ecosistema planetario en el que las súper estructuras que representan a los Estados nación tienen cada vez menos influencia en la política. ¿Cuál debería ser el modelo de ciudad del siglo XXI? ¿Cuáles son los desafíos en un mundo en el que los Estados nación están diezmados por el orden económico global?
Una red de ciudades contra el Estado nación
En City of fears, city of hope (2003), Zygmunt Bauman reflexiona sobre la mixofobia (el miedo usado por las instituciones para inhibir el uso del espacio público) y la mixofilia (mezcla humana y cultural en las ciudades). Sin embargo, la principal conclusión del estudio es que los estados nación están en decadencia y que las ciudades son el principal espacio político de nuestra era. La crisis económica que desestabilizó la economía del planeta en el año 2008 llevó a algún premio Nobel de Economía como Joseph E. Stiglitz a augurar el fin del neoliberalismo y el resurgimiento de la inversión pública de los Estados. Sin embargo, ha ocurrido exactamente lo contrario. Los Estados se han limitado a alimentar la espiral de la deuda, a entregar recursos públicos al sistema bancario privado y reducir su tamaño. La capacidad de los Estados nación de incidir en su propia política económica ha continuado decreciendo desde el estallido de la crisis, mientras que las supra instituciones al servicio del neoliberalismo como la Troika financiera han ganado influencia. El resultado de las negociaciones del gobierno griego de Alexis Tsipras con la Troika confirmaba en parte la escasa capacidad de maniobra de los gobiernos nacionales frente al capital internacional.
En este contexto, autores como Benjamin Barber vaticinan un mundo más justo y equitativo si el mundo estuviera gobernado por alcaldes y alcaldesas. Sin embargo, las competencias jurídicas, como ya se ha apuntado, son en la mayoría de los casos insuficientes para alterar el orden político económico diseñado por el neoliberalismo global. Al mismo tiempo, los gobiernos municipales podrían conseguir imponer otra agenda política, pero con la ayuda y colaboración de los movimientos sociales y de una nueva ciudadanía empoderada que construye política fuera de las esferas tradicionales. ¿Cuál es pues el verdadero papel y/o potencial de las ciudades en el siglo XXI? Parte de la respuesta podría estar en la historia. En la antigüedad los fenicios, los griegos o los cartagineses producen redes de ciudades cuya organización no responde ni se refiere a la forma-estado. Lo mismo ocurriría con la red de ciudades italianas a partir del siglo XI, o con las ciudades hanseáticas, sin funcionarios ni ejército. Estas redes de ciudades no eran tanto Ciudades-Estado como Ciudades contra el Estado, en la medida misma en que su articulación les permitía inhibir la captura en el mosaico de Estado.
Principales rutas comerciales de la Liga Hanseática en el siglo XIII (fuente: Wikicommons / Flo Beck).
En el siglo XXI, los estados nación e instituciones suelen desplegar restricciones legales de todo tipo que agudizan la citada mixofobia. Sin embargo, las ciudades pueden fomentar la mixofilia desde el «adentro» (con medidas municipales) y desde «el afuera» (la ciudadanía actuando autónomamente). Los ayuntamientos pueden ser beligerantes contra los transgénicos (como Madrid), provocando un desplazamiento del tablero de juego: lo más importante no es hablar si los transgénicos son o no perjudiciales para la salud, sino cuestionar el capitalismo de las multinacionales transgénicas que causan devastaciones humanas y naturales en el proceso. Las ciudades, abanderando causas que exceden sus competencias, abren camino a nuevas políticas, leyes, prácticas, herramientas…. Las ciudades griegas que desobedeciendo a la Troika cancelando la tasa de electricidad son un buen ejemplo: forzaron un cambio (reformulación de este impuesto) con la llegada de Alexis Tsipras a la presidencia.
El libro La apuesta municipalista, toda una base teórica de las «confluencias» españolas, apostaba por «la política de lo cercano» frente al Estado. El libro flotaba sobre una intuición sobre el «afuera» global que existe desde el los estallidos sociales del año 2011: lo urbano podría ser la palanca del cambio. El concepto de Derecho a la Ciudad, formulado por Henry Lefebvre en 1968, llevaba unos años en boga: derecho al espacio urbano que nos pertenece. El marxista David Harvey, en sus últimas publicaciones, iba más allá de la Carta Mundial del Derecho a la Ciudad que surgió del Foro Social Mundial (FSM). Su libro Ciudades Rebeldes, publicado al calor de Occupy Wall Street, dio una vuelta de tuerca magistral: el derecho a la ciudad se transforma en un «derecho a modificar la ciudad de forma colectiva» y a «cambiarnos» en el proceso.
La calle global
El 2011 global, el año con mayor número de revueltas de los últimos tiempos, reconfiguró el espacio urbano como una nueva interfaz de acción y creación política. El formato acampada, exportado desde la Primavera Árabe al 15M español u Occupy Wall Street, desbordaba el formato «manifestación». La mismísima Saskia Sassen, que acuñó el paradigma de la «ciudad global» como urbe atravesada por los mercados financieros internacionales, adaptó su propia teoría tras la ocupación de la plaza Tahrir de El Cairo. Empezó a hablar de la “calle global”, un “espacio duro” donde “los que no tienen poder consiguen hacer la política”.
La mutación de la ciudad global a la calle global es una deseable agenda política para el planeta. La calle global (espacio físico y semántico) y las ciudades rebeldes (como remezcla combativa del derecho a la ciudad) se han convertido en horizontes narrativos del “afuera” global. De hecho, algunos de los estallidos sociales más relevantes de los últimos tiempos han tenido en lo urbano su causa inicial, como las revueltas del parque Gezi en Turquía, del Movimento Passe Livre (MPL) en Brasil o Gamonal (Burgos). Lo urbano también es la continuidad de muchas revueltas, como lo muestran el Parque Augusta (São Paulo), Can Batlló en Barcelona o la gestión comunal del Embrós Theater en Atenas. Lo urbano es el espacio de batalla de muchos movimientos contra el neoliberalismo. “Luchar por una ciudad habitable es una forma de disidencia”, apuntan en Temblor, brazo español del proyecto Radical Democracy: Reclaiming the Commons. De alguna manera, algunas de las ocupaciones de plazas de los últimos años funcionan como metáfora del modelo de ciudad por el que el heterogéneo afuera está luchando.
Durante la Acampada Sol de Madrid del 15M español, que se prolongó algunas semanas entre mayo y junio de 2011, surgió la herramienta digital Propongo, con la que cualquier persona podía realizar propuestas políticas. Aunque no existía ninguna institución o gobierno pendiente de dichas propuestas la herramienta digital, cuyo código fuente fue usado por el gobierno de Rio Grande do Sul (Brasil), visibilizaba el anhelo de democracia participativa de la sociedad. La ocupación del Parque Augusta de São Paulo, que tuvo lugar durante enero de 2015, supuso un intento serio de ir más allá de la lógica de lo «público» y de lo «privado» y colocó el procomún en el epicentro de la lucha. Un párrafo de los objetivos del Movimiento Parque Augusta destaca este punto: “Un parque público es un bien común, pertenece a la red social de la ciudad y no debe permanecer bajo intereses privados o especulativos”. Por otro lado, la ocupación del Gezi Park de Estambul de mayo-junio de 2013 luchó por los bienes comunes urbanos ensamblando «la auto-organización ciudadana y el deseo de democracia directa».
¿Qué lecciones pueden aprender los gobiernos locales de las revueltas que han sacudido durante los últimos años el planeta, especialmente aquellas que tuvieron ocupaciones o que luchaban por cuestiones urbanas? ¿Qué puntos en común tienen los protagonistas de dichas revueltas y los gobernantes de las ciudades? ¿Existe alguna posibilidad de agenda común? ¿Qué herramientas y metodologías participativas de los nuevos movimientos son extrapolables a los gobiernos locales?
Sistema operativo libre
El escritor Matthew Fuller y el urbanista Usman Haque, ambos británicos, investigan hace años la relación entre la denominada ética hacker y las ciudades. Inspirados en el movimiento copyleft que surgió con las revolucionarias cuatro libertades del software libre en 1984. Matthew y Usman intentaron crear una licencia para la construcción y diseño de ciudades de código abierto: el Urban Versioning System 1.0.1 (UVS). En el escrito los autores transforman el copyleft, que libera la copia y el reuso de un código, como la mejor herramienta para acabar con la arquitectura espectáculo, el urbanismo que trabaja con objetos de fórmula cerrada y el copyright que limita la colaboración ciudadana. Algunas de las frases de su manifiesto pretenden crear un nuevo horizonte de colaboración ciudadana a partir de la tecnología libre: “UVS reconoce que el mundo está construido por sus habitantes en cada momento”, “la gente llevará el diseño, de una forma colaborativa, en direcciones nunca imaginadas”, “sólo un modelo de construcción que es capaz de perder su trama es adecuado”. Si las cuatro libertades del software libre abrieron la puerta a la colaboración entre programadores informáticos y hackers de todo el mundo, el Urban Versioning System 1.0.1 podría incentivar otro tipo de ciudad basada en la colaboración, en información compartida y en prácticas colectivas.
El modelo de ciudad sugerido por Fuller y Haque estaría basado en una apertura del código de su sistema operativo, ya sea jurídico, arquitectónico o informacional (datos, contenido). El urbanista Doménico di Siena también teoriza sobre la ciudad de código abierto y considera vital pasar de modelos urbanos “basados en la creación de productos y servicios eficientes que nos obligan a un movimiento constante (y al consumo), a modelos basados en la gestión de la información y producción del conocimiento (autoorganización)”. La ciudad de código abierto choca de frente con el paradigma de la smart city basado de tecnología propietaria y vigilancia masiva, imperante hasta el día de hoy en el mundo. El ya mencionado artículo We can’t allow the tech giants to rule smart cities, del periodista Paul Mason, es un duro alegato contra el control tecnológico de las ciudades por parte de las grandes corporaciones. Mason intenta tejer una visión de una «smart city no neoliberal» que incorpore tres principios que no son bienvenidos en el mundo de las grandes compañías tecnológicas: apertura, participación democrática y una clara política de que los datos generados desde los servicios públicos sean públicos. Mason señala al nuevo gobierno municipal de Madrid, que ya ha puesto en marcha la web de democracia deliberativa Decide Madrid, como el modelo de democracia radical urbana basada en tecnología libre: «En lugar de ver la ciudad como un «sistema», para automatizar y controlar, la visión que está siendo meditada en la capital española concibe la ciudad como un «ecosistema» diverso de redes humanas incontrolables».
Nada como algunos ejemplos prácticos para entender el potencial del «código abierto» en entornos urbanos. La iniciativa independiente DCDCity-Aire Madrid es uno de los mejores ejemplos del rumbo que podrían tomar las ciudades a partir del imaginario y las prácticas del código abierto. DCDCity-Aire Madrid fue la primera aplicación del marco teórico práctico que planteó The Data Citizen Driven City, un proyecto gestado en el MediaLab Prado de Madrid. The Data Citizen Driven City proponía un tipo de recolección y gestión de datos por parte de los ciudadanos radicalmente diferente al modelo top down de las grandes corporaciones. En lugar de sensores implantados por las compañías tecnológicas y de una gestión de datos centralizada y no del todo abierta, el proyecto consideraba a cada ciudadano un productor en potencia de datos. Gracias a la proliferación de smartphones y a la profusión de tecnologías libres, cada ciudadano puede transformarse en un recolector de datos. Una simple placa de Arduino (hardware libre), conectada a un celular con sistema operativo Android, es suficiente para que un ciudadano recopile datos relacionados con el funcionamiento de la ciudad. De esta manera, una red descentralizada de ciudadanos se transformaría en la mejor alternativa a la red centralizada del modelo smart city del control tecnológico.
Imagen del proyecto The Data Citizens Driven Data (fuente: Sara Alvarellos)
El DCDCity-Aire Madrid, que se inspiró en el proyecto Air Quality Egg desarrollado en Nueva York y Ámsterdam, aspiraba a construir una comunidad entorno a la problemática de la calidad del aire en Madrid. Su método: la captación participativa de datos con tecnología libre de patentes. La génesis del proyecto refleja la importancia de la sinergia de lo público y de la autonomía ciudadana que activa procesos de forma independiente a los gobiernos. El apoyo de MediaLab Prado, un laboratorio financiado con dinero público, fue vital para el DCDCity-Aire Madrid. A parte de albergar la wiki del proyecto, el Medialab fue el espacio para construir una comunidad transversal, que también se reforzó desde iniciativas privadas, como el Internet Of Things Madrid Meetup. Durante una jornada de trabajo se elaboró un prototipo de Air Quality Egg (AQE) y se construyeron diez dispositivos que están a disposición de la ciudadanía en Media Lab Prado. Este primer prototipo, vinculado a la calidad del aire de Madrid, está ya en la biblioteca digital de prototipos de The Data Citizen Driven City. Los otros nueve prototipos tendrán que ver con otro tipo de datos relacionados con la ciudad.
El nuevo gobierno de Ahora Madrid podría aprovechar la inteligencia colectiva de una red ciudadana distribuida para construir un modelo alternativo de recolección de datos urbanos. El modelo de gestión de datos abiertos del municipalismo español podría sentar las bases para otras ciudades. De momento, el MediaLab Prado ya tiene el proyecto Commoning Data – Datos del Bien Común, para trabajar un nuevo modelo de datos abiertos que beneficie a la ciudadanía.
Incentivar un modelo tecnológico libre desde los gobiernos municipales, como está ocurriendo en las ciudades españolas gobernadas por confluencias, es vital para generar otro modelo y otra visión sobre las ciudades inteligentes. De hecho, la lógica del software libre, los repositorios de códigos informáticos compartidos y la cooperación en red de diferentes agentes facilitaron la expansión de candidaturas municipalistas que acabaron tomando el poder. Ahora Madrid, la fuerza que gobierna hoy en día la ciudad de Madrid, aprovechó por ejemplo el código fuente de la plataforma digital de Zaragoza en Común para elaborar su programa electoral de forma colaborativa. El código abierto forma parte del ADN de las candidaturas municipalistas de España. Ya desde el poder, estas confluencias están incentivando esa misma lógica de ciudades cooperantes que incentivan tecnología libre, prácticas orientadas al bien común y protocolos de acción colectiva. Decide Madrid, la plataforma de democracia deliberativa lanzada por Ahora Madrid, está ya siendo replicada, como veremos en detalle, por otras ciudades.
Sin embargo, para llegar a un modelo basado en la inteligencia ciudadana debemos abrir la definición de tecnología. Ted Nelson, uno de los pioneros de la cultura digital, aseguraba que “nuestro comportamiento social es el software y que nuestros cuerpos son el hardware“. El sistema operativo de una sociedad sería pues un conjunto de prácticas comunes y de relaciones humanas, no apenas un conjunto de plataformas digitales. El código abierto va más allá de la tecnología en sí misma. La ciudad de código abierto sintoniza con el concepto de ciudad relacional. El modelo de ciudad relacional propone el encuentro, la relación y el diálogo contra el modelo de vigilancia masiva y control centralizado de datos representado por la smart city. “La seguridad, en el modelo relacional, pasa sobre todo por recrear el lazo social. No vaciar la calle, sino todo lo contrario: repoblarla de relaciones de vecindad, de buena vecindad también entre desconocidos“. La ciudad relacional de código abierto estaría basada en las interacciones de los ciudadanos, en su cooperación, en la información compartida y en un espacio público apto para la convivencia y la colaboración. La ciudad relacional de código abierto debería aspirar a ser un código fuente que pueda ser modificado constantemente por la inteligencia colectiva.
La experiencia del Campo de Cebada de Madrid, un espacio autogestionado que cuenta con el apoyo legal del Ayuntamiento de la ciudad hace cinco años, es un buen ejemplo de ciudad relacional de código abierto. Si el DCDCity-Aire Madrid ejemplifica el camino para el código abierto desde la tecnología digital, el Campo de Cebada visualiza el imaginario y las prácticas de código abierto relacionadas al espacio físico. El Campo de Cebada ocupa un solar de 5.500 metros cuadrados en el que el Ayuntamiento debería haber construido un polideportivo en el año 2009. La crisis económica provocó que el Ayuntamiento dejara un espacio vacío en el centro de Madrid. Los vecinos acabaron transformando el solar en un espacio vecinal de encuentros, intervenciones y aprendizajes desde el año 2010. Residentes de todas las edades, padres de escuelas cercanas y colectivos de jóvenes arquitectos se reunieron bajo el nombre de El Campo de Cebada con el reto de mantener el uso comunitario del espacio mientras no empezaran las obras. El Ayuntamiento acabó firmando con los residentes y los actores sociales del territorio un convenio de cesión temporal de espacio. Dinamizado por colectivos de arquitectos y por las asambleas comunitarias surgidas durante el 15M de 2011, el Campo de Cebada se fue convirtiendo en todo un laboratorio social en el que la auto construcción de mobiliario con licencias copyleft, la permacultura y las actividades culturales auto gestionadas marcaban el día a día. En 2013, El Campo de Cebada ganó el prestigioso premio Golden Nica del festival Ars Electrónica, en la categoría de ‘comunidades digitales’. El hecho de que El Campo de Cebada, una iniciativa con un fortísimo componente territorial, fuera reconocido por su gestión de comunidades en Internet es un síntoma de una nueva era en la que las redes digitales y el territorio se funden en un nuevo espacio híbrido más democrático y participativo.
El Campo de Cebada también visibiliza problemas y límites de la auto gestión ciudadana. Para el funcionamiento del espacio, la comunidad tuvo que recurrir al crowdfunding y hasta el día de hoy no han conseguido recursos públicos del Ayuntamiento. A pesar del éxito de El Campo de Cebada, la práctica ha demostrado que es insuficiente garantizar legalmente prácticas orientadas al procomún (commons oriented, en inglés) si no se las dota de recursos públicos. El riesgo salta a la vista: la Big Society del británico David Camerono el proyecto gubernamental Holanda Participativa justifican la desaparición del Estado con el trabajo voluntario de los ciudadanos. La autogestión, las autonomías urbanas y la colaboración ciudadana, más que propiciar la desaparición de lo público, deberían incentivar resonancias mutuas entre lo público y la ciudadanía.
En Madrid, la llegada de Ahora Madrid al gobierno local ha abierto la puerta a una nueva gestión del bien común desde lo público. El proyecto independiente Los Madriles, un atlas de iniciativas vecinales que mapea cientos de proyectos de la ciudad, está siendo usado por el nuevo gobierno local para entender las dinámicas autónomas de Madrid. Además, en los presupuestos elaborados para el año 2016, introducen la gestión participativa de parte de los mismos por parte de los vecinos de los barrios. Por otro lado, el ayuntamiento de Madrid aprobó a finales del año 2015 un Marco Regulador de Cesión de Uso de Espacios a Entidades Sociales, que pondría en manos de la ciudadanía espacios y edificios públicos. La mezcla de cesión de recursos y espacios públicos y el respeto por la autonomía de los movimientos podría asentar un nuevo camino municipalista de ciudades contra el Estado y el neoliberalismo global imperante.
Encuentro Los Madriles en Matadero Madrid, altas de inicitavivas vecinales (fuente: VIC – Vivero de Iniciativas Ciudadanas)
Antonio Negri y Raúl Sánchez Cedillo, teóricos de lo común, trazan una sugerente relación entre ciudad y democracia: “Las formas de vida metropolitana son modos políticos y productivos. Haciendo que interactúen democracia y (re)producción de la ciudad tendremos la posibilidad de articular lo político”. Dicha relación entre ciudad y formas de vida metropolitanas con la democracia, colocan a los gobiernos locales en un tesitura especial y privilegiada. Por eso, además de usar la tecnología libre, cualquier Ayuntamiento que quiera construir una ciudad de código abierto tiene que reconocer y proteger las prácticas ciudadanas que reproducen el común: centros sociales, espacios auto-gestionados, red de huertos, redes de intercambio entre pares… El espacio público, que la ciudadanía ha transformado en un palco vivo, democrático y de código abierto, es metáfora y herramienta de la participación que los gobiernos necesitan. Para ello, las instituciones deben diseñar marcos jurídicos flexibles para proteger e incentivar el asociacionismo, el cooperativismo, los viveros de iniciativas ciudadanas, la autogestión y la cogestión de espacios y proyectos. Los gobiernos locales deben combinar la tecnología libre y código de prácticas humanas y relacionales.
Las dos caras de la ciudad de código abierto (las herramientas digitales libres y los territorios participativos) conforman un nuevo horizonte para la democracia radical. El repertorio participativo de la confluencia política Barcelona en Comú, que gobierna en la actualidad la ciudad de Barcelona, está siendo apuntado como uno de los modelos a ser replicados. “Su democracia radical viene de un conjunto de herramientas, técnicas, mecanismos y estructuras para generar políticas municipales desde abajo. Entre ellos hay varios niveles de asambleas (barriales, temáticas, coordinación, logística, medios, comunicación etc) y plataformas online (para comunicar, votar, trabajar)”. El papel de las confluencias españolas, fraguadas en las redes y las calles en una era en la que los movimientos sociales tradicionales no han marcado el ritmo del cambio, se antoja pues como uno de los más avanzados laboratorios democráticos del siglo XXI.
Replicabilidad global irreversible
El pasado 4 de diciembre, el ayuntamiento de la ciudad española de Oviedo, gobernado por la confluencia Somos Oviedo, presentó suplataforma digital de democracia directa y participativa. La plataforma de Oviedo fue una réplica de Decide Madrid, ya que la web lanzada por el ayuntamiento de Madrid hace unos meses estaba basada en software libre y tenía una licencia abierta. Pablo Soto, el concejal de participación del ayuntamiento de Madrid, que entró en streaming en el acto de presentación de la plataforma de Oviedo, aseguró que Decide Madrid “está siendo estudiada por otras ciudades como Barcelona, Zaragoza, La Coruña o Santiago de Compostela”. El hecho de que diferentes ciudades compartan el código de sus plataformas digitales rompe con la lógica de la tecnología propietaria de la smart city y con el paradigma de la ciudad marca, que pone a diferentes urbes a competir entre sí. El que ya ha sido bautizado como «intermunicipalismo» español pretende generar una red de «ciudades rebeldes del bien común» que compartan repositorios, herramientas, plataformas digitales y metodologías comunes. El intermunicipalismo asesta a su vez un duro golpe a la lógica de mercado, basada en vender el mismo producto tecnológico a diferentes ciudades.
El intermunicipalismo, comenzando por sus herramientas y plataformas tecnológicas compartidas, aspira a construir prácticas políticas irreversibles, para que no haya vuelta atrás en la democracia participativa. Una democracia participativa que encaja más con el postcapitalismo propugnado por Paul Mason o la economía del bien común que con el anti capitalismo clásico de los movimientos sociales tradicionales. “La geopolítica del común –escribe Daniel Vázquez en el prólogo del libro del Buen Conocer / FLOK Society, posiblemente la hoja de ruta de políticas públicas hacia el post capitalismo más completa– abre un nuevo frente en la batalla del capitalismo cognitivo y lo hace conectando códigos”. Que una ciudad como Madrid pueda compartir el código de sus estructuras digitales con cualquier ciudad del mundo, incluso con regiones o incluso Estados nación, revela una inspiradora nueva era de transnacionalismo en red tejido alrededor de bien común y de los códigos abiertos.
Un municipalismo transnacional podría reconfigurar las luchas de los movimientos sociales construir esta geopolítica del común contra el neoliberalismo. La palanca de cambio de gobiernos municipales conquistados con nuevas lógicas, como lo demuestra el caso español, le daría a la nueva reconfiguración de las luchas del común una nueva escalabilidad institucional. No es casualidad que algunas ciudades brasileñas (como Belo Horizonte o Río de Janeiro) o estadounidenses (a partir del movimiento Occupy Wall Street) estén estudiando cómo replicar el modelo de las confluencias españolas.
Por otro lado, las tesis del municipalismo libertario de Murray Boochin, vislumbraban ya en 1984 la posibilidad de una nueva red escalable de territorios: “Interconectar pueblos, barrios, pequeñas y grandes ciudades en redes confederales”. En la era digital, la confederación podría estar formada por ciudades contra o sin el Estado, interterritoriales y cooperativas, que vayan más allá de la bienintencionada Red Mundial de Ciudades y Gobiernos Locales y Regionales (UCLG), que se queda en el horizonte del Derecho a la Ciudad. Está en juego simultáneamente la vida de los barrios y la supervivencia de la participación democrática del mundo. El planeta/barrio intermunicipalista, ensamblado para siempre, puede convertirse en la nueva piedra angular del post capitalismo global. El primer paso es abrir el código de los gobiernos locales. Abrirlo para desbordar, para escalar hacia nuevas esferas de política pública, para tejer prácticas ciudadanas que hagan innecesario el neoliberalismo. Compartir códigos para reinventar la geopolítica global para conectar transnacionalmente el nuevo horizonte de la democracia radical.
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