El reciente torrente de anuncios de Google en su Google I/O con respecto a la incorporación de algoritmos de machine learning a todos sus productos para tratar de salir de su dilema del innovador deja patentemente claro que vamos a tener algoritmia generativa en todas partes queramos o no, y sobre todo, en la búsqueda.
Los motores de búsqueda, y Google, con un 92% de cuota de mercado, en particular, se han convertido en un elemento fundamental de la sociedad en que vivimos. Se calcula que cada segundo se producen 90,460 búsquedas en Google en todo el mundo, 5.4 millones de búsquedas por minuto. El siguiente motor de búsqueda por cuota de mercado es Bing, con un 2.69%, seguido por Yahoo!, Baidu, Yandex y DuckDuckGo.
Hasta ahora, los resultados de esas búsquedas eran variaciones más o menos sofisticadas o editorializadas de los famosos «diez enlaces azules» que Google popularizó en sus orígenes. Ahora, Google pretende que olvidemos los diez enlaces azules y que abracemos una nueva filosofía, la de un algoritmo que organiza la información para nosotros y nos devuelve los resultados de nuestra búsqueda en forma de un párrafo organizado y bien escrito. Nada que Bing no estuviese haciendo ya o que no puedas hacer con Perplexity.ai, que llevo ya varias semanas utilizando en mi smartphone para búsquedas rápidas, pero con una gran diferencia: Bing lo ofrecía a un porcentaje muy pequeño de usuarios, mientras lo que haga Google va a tener efecto sobre los usos y costumbres de toda la sociedad.
El banderazo de salida para que las búsquedas en Google utilicen algoritmia generativa va a provocar toda una serie de nuevas experiencias para los usuarios, con un problema fundamental: las bases sobre las que se asienta siguen siendo las mismas, los 6,940 millones de páginas que Google indexa en su base de datos siguen siendo las mismas, y las páginas de resultados, por tanto, siguen remitiendo al mismo tipo de cosas… solo que ahora, te las presentan en un cómodo párrafo bien escrito y convincente.
Para un académico, para una persona que sabe lo que busca o para alguien con un mínimo atisbo de pensamiento crítico, eso no es un problema. Esté en un listado ordenado de enlaces, en un párrafo en prosa o en verso, se supone al lector una cierta capacidad para separar el grano de la paja, para identificar aquello que «suena raro» o sospechoso, y para confirmar en búsquedas adicionales lo que pueda generar dudas antes de utilizarlo para lo que sea. Con una diferencia: en un listado de enlaces, había páginas en las que, simplemente, ya ni entrabas. Bastaba ver su titular, su snippet de texto o su URL, para directamente eliminarlas de la lista de consideración. Muchas veces era una especie de sexto sentido, de «no sé cómo definirlo, pero lo reconozco cuando lo veo«, como decía el juez Potter Stewart, pero directamente no hacías clic ahí.
Ahora, esa información que el algoritmo de Google te dejaba en un listado para que decidieses si hacías clic en ella o no, estará integrada en un texto correctamente escrito. Para algunos, todo es cuestión de leer con más atención. Pero para muchos otros, será simplemente cuestión de copiar y pegar, de compartir sin leer o de creer a pies juntillas «porque lo dice Google». Si lo que dice Google corresponde a una teoría de la conspiración, a las declaraciones viralizadas del lunático de turno o una alucinación del algoritmo generativo, buena suerte. Si por la razón que sea, una búsqueda en Google devuelve que eres lo que no eres, que estás casado con quien no lo estás o que piensas cosas que no piensas, buena suerte también.
Por el momento, Bard ya no tiene lista de espera, y ya está disponible en 180 países que no incluyen ni la Unión Europea, ni Canadá. Hace décadas, cuando querías saber algo se lo preguntabas a alguien que sabía del tema si lo tenías a mano, o te ibas a una biblioteca. Desde finales de los ’90, hicimos eso más fácil y ya solo tenías que teclearlo en una caja de búsqueda para que Google te diera una serie de sitios en los que mirarlo. Ahora, directamente te lo va a contar, sin más, y aunque te ponga más opciones debajo, me temo que serán pocos los que lleguen hasta ellas: serán como «la segunda página de Google, el mejor sitio para esconder un cadáver».
Si ya existían personas que tendían a quedarse sistemáticamente con el primer resultado de Google, dijese lo que dijese, y a interpretarlo como la verdad absoluta, veremos ahora qué pasa cuando esos casos aislados se conviertan en pandemia. Dado que seguimos sin vacunar a la población mundial mediante la inoculación de los anticuerpos que genera la educación, dado que cuestiones como el enseñar a buscar o a usar un smartphone siguen sin ser parte del curriculum educativo y las personas aprenden en función de las cosas que otros les cuentan a retales, mediante imágenes parciales más o menos distorsionadas, la sociedad está, en gran medida, indefensa ante esta enfermedad.
Veremos las consecuencias.
El reciente torrente de anuncios de Google en su Google I/O con respecto a la incorporación de algoritmos de machine learning a todos sus productos para tratar de salir de su dilema del innovador deja patentemente claro que vamos a tener algoritmia generativa en todas partes queramos o no, y sobre todo, en la búsqueda.
Los motores de búsqueda, y Google, con un 92% de cuota de mercado, en particular, se han convertido en un elemento fundamental de la sociedad en que vivimos. Se calcula que cada segundo se producen 90,460 búsquedas en Google en todo el mundo, 5.4 millones de búsquedas por minuto. El siguiente motor de búsqueda por cuota de mercado es Bing, con un 2.69%, seguido por Yahoo!, Baidu, Yandex y DuckDuckGo.
Hasta ahora, los resultados de esas búsquedas eran variaciones más o menos sofisticadas o editorializadas de los famosos «diez enlaces azules» que Google popularizó en sus orígenes. Ahora, Google pretende que olvidemos los diez enlaces azules y que abracemos una nueva filosofía, la de un algoritmo que organiza la información para nosotros y nos devuelve los resultados de nuestra búsqueda en forma de un párrafo organizado y bien escrito. Nada que Bing no estuviese haciendo ya o que no puedas hacer con Perplexity.ai, que llevo ya varias semanas utilizando en mi smartphone para búsquedas rápidas, pero con una gran diferencia: Bing lo ofrecía a un porcentaje muy pequeño de usuarios, mientras lo que haga Google va a tener efecto sobre los usos y costumbres de toda la sociedad.
El banderazo de salida para que las búsquedas en Google utilicen algoritmia generativa va a provocar toda una serie de nuevas experiencias para los usuarios, con un problema fundamental: las bases sobre las que se asienta siguen siendo las mismas, los 6,940 millones de páginas que Google indexa en su base de datos siguen siendo las mismas, y las páginas de resultados, por tanto, siguen remitiendo al mismo tipo de cosas… solo que ahora, te las presentan en un cómodo párrafo bien escrito y convincente.
Para un académico, para una persona que sabe lo que busca o para alguien con un mínimo atisbo de pensamiento crítico, eso no es un problema. Esté en un listado ordenado de enlaces, en un párrafo en prosa o en verso, se supone al lector una cierta capacidad para separar el grano de la paja, para identificar aquello que «suena raro» o sospechoso, y para confirmar en búsquedas adicionales lo que pueda generar dudas antes de utilizarlo para lo que sea. Con una diferencia: en un listado de enlaces, había páginas en las que, simplemente, ya ni entrabas. Bastaba ver su titular, su snippet de texto o su URL, para directamente eliminarlas de la lista de consideración. Muchas veces era una especie de sexto sentido, de «no sé cómo definirlo, pero lo reconozco cuando lo veo«, como decía el juez Potter Stewart, pero directamente no hacías clic ahí.
Ahora, esa información que el algoritmo de Google te dejaba en un listado para que decidieses si hacías clic en ella o no, estará integrada en un texto correctamente escrito. Para algunos, todo es cuestión de leer con más atención. Pero para muchos otros, será simplemente cuestión de copiar y pegar, de compartir sin leer o de creer a pies juntillas «porque lo dice Google». Si lo que dice Google corresponde a una teoría de la conspiración, a las declaraciones viralizadas del lunático de turno o una alucinación del algoritmo generativo, buena suerte. Si por la razón que sea, una búsqueda en Google devuelve que eres lo que no eres, que estás casado con quien no lo estás o que piensas cosas que no piensas, buena suerte también.
Por el momento, Bard ya no tiene lista de espera, y ya está disponible en 180 países que no incluyen ni la Unión Europea, ni Canadá. Hace décadas, cuando querías saber algo se lo preguntabas a alguien que sabía del tema si lo tenías a mano, o te ibas a una biblioteca. Desde finales de los ’90, hicimos eso más fácil y ya solo tenías que teclearlo en una caja de búsqueda para que Google te diera una serie de sitios en los que mirarlo. Ahora, directamente te lo va a contar, sin más, y aunque te ponga más opciones debajo, me temo que serán pocos los que lleguen hasta ellas: serán como «la segunda página de Google, el mejor sitio para esconder un cadáver».
Si ya existían personas que tendían a quedarse sistemáticamente con el primer resultado de Google, dijese lo que dijese, y a interpretarlo como la verdad absoluta, veremos ahora qué pasa cuando esos casos aislados se conviertan en pandemia. Dado que seguimos sin vacunar a la población mundial mediante la inoculación de los anticuerpos que genera la educación, dado que cuestiones como el enseñar a buscar o a usar un smartphone siguen sin ser parte del curriculum educativo y las personas aprenden en función de las cosas que otros les cuentan a retales, mediante imágenes parciales más o menos distorsionadas, la sociedad está, en gran medida, indefensa ante esta enfermedad.
Veremos las consecuencias.
Original
Compartir esto: