Cuando Jonathan Haidt les dijo a sus amigos que iba a estudiar psicología, su primera reacción fue “pero Jon, a ti no te importa lo suficiente la gente”.
Pensaban que era demasiado cerebral y abstracto como para ser psicólogo
clínico. Pero no era eso lo que tenía en mente, no quería hablar con la
gente de sus problemas, quería “descubrir cómo funcionaban”.
Hoy es uno de los psicólogos morales más conocidos del mundo. En un
momento en que el debate público y las democracias occidentales parecen
quebrarse bajo el peso de la polarización, de las noticias falsas y de
la crispación, la pregunta que ha hecho famoso a Haidt tiene cada vez
más actualidad: ¿cómo es posible que gente sensata acabe tan dividida? Hablamos con él por teléfono para saber más de su visión de la moralidad, la conversación y las redes sociales.
¿Por qué hay cosas que nos parecen bien y cosas que no?
Se publica estos días ‘La mente de los justos‘, el libro con el que Haidt trata de explicar al gran público cómo se forman los juicios morales. Es decir, por qué nos parece que algo está bien o está mal. Y la respuesta que nos da es sencilla, para Haidt ‘las intuiciones vienen primero y el razonamiento estratégico después‘
Imaginemos por un momento que el cerebro moral de las personas está formado por un enorme elefante (instintos, emociones e intuiciones) montado por un jinete (la razón).
Normalmente, tendemos a pensar que el jinete decide que hacemos, doma a
nuestra bestia interior y la pone a trabajar para cumplir esas
decisiones que hemos tomado. El psicólogo norteamericano no está de
acuerdo.
La razón, para él, no es un juez, un científico o un jefe: es un sirviente, un portavoz, un abogado.
Para Haidt, los seres humanos estamos dotados de una serie de
heurísticos morales que él llama intuiciones y que tomar decisiones
rápidamente. Una vez tomadas esas decisiones, las funciones cognitivas
buscan razones, motivos y argumentos.
O, al menos, ese es el proceso general. Haidt admite que los
razonamientos también podrían modificar los juicios morales. Sin
embargo, sostiene que esto último no ocurre demasiado (aunque como reconoce no hay mucha evidencia al respecto ni bajo su posición, ni bajo la de sus adversarios).
Lo que sí modula nuestros juicios morales es la sociedad. Para las
comunidades humanas han desarrollado un “conjunto de valores, virtudes,
normas, prácticas, identidades, instituciones, tecnologías […] que trabajan juntos para suprimir o regular el interés propio y hacer posible las sociedades cooperativas”. A eso lo llamaba ‘sistemas sociales’.
¿Por qué, entonces, no nos ponemos de acuerdo?
Pero esa no es la idea central del libro. Esa idea es la constatación
de que existían varios sistemas morales en Estados Unidos y no solo uno
como podíamos pensar. ¿Cómo era esto posible? Si todos teníamos una
serie de intuiciones de raigambre genética, ¿no debería de ser posible encontrar un solo sistema moral que nos unificase a todos?
Pues no. Haidt estudió a progresistas y conservadores y teorizó la existencia de varios “receptores gustativos de la moralidad”,
cinco fundamentos éticos que compartíamos todos los seres humanos de
una manera muy similar a los cinco grandes rasgos de personalidad. Como
en estos últimos, en los fundamentos morales existían diferencias
individuales.
De la misma forma que hay gente más extrovertida que otra o gente más
inestable emocionalmente hablando que otra, Haidt sostiene en el libro
que hay gente más proclive a cuidar de los otros, menos sincera, más leal, más subversiva y, por último, con un mayor sentido de lo sagrado.
Jugando con esos cinco ejes, Haidt descubrió que las diferencias entre ellos explicaban bastante bien las diferencias políticas
de EEUU. Los progresistas puntuaban alto en el eje del cuidado y la
equidad y bajo en el resto. Mientras tanto los conservadores puntuaban
alto en lealtad, autoridad y santidad. Aunque, eso sí, sus niveles en
cuidado y equidad eran también bastante altos (más que los de los
progresistas en los otros tres).
Para Haidt, la existencia de estos sistemas morales distintos (en el
libro señala algunos más) es lo que explicaría la división social y la
polarización política en Estados Unidos. ¿Podría explicar también las
divisiones que existen en las redes sociales? Es decir, ¿hemos
construido un internet que favorece el diálogo o uno que nos aleja de
él?
¿internet es una causa perdida?
“Estoy convencido de que la tecnología digital amplifica más los peores aspectos de la psicología moral humana
y amplifica la polarización hasta tal punto que personalmente estoy muy
preocupado por el futuro de las democracias liberales”, nos dice Haidt
desde su despacho en la Universidad de Nueva York mientras charlamos por
teléfono. “Nuestra psicología moral está diseñada para para ayudarnos a
mostrar nuestras virtudes a los demás y formar coaliciones” con
nuestros vecinos.
“Muchas de estas cosas funcionan a pequeña escala, pero cuando
conectamos digitalmente con miles de personas o más, las presiones sobre
cada persona se vuelven abrumadoras. Las personas en internet no son honestas sobre lo que les gusta o sobre lo que apoyan”.
“Todos estamos involucrados en un juego salvaje de gestión y
destrucción de reputaciones. Y esto tiene efectos terribles en nuestra
capacidad de aprender y crecer a partir de conversaciones”, concluye.
Pero, ¿Todo es malo? ¿No podemos construir una Internet mejor? “Sí, sí que es definitivamente posible diseñar una internet mejor. Primero, debe haber muchas más paredes y comunidades cerradas”. “Los grupos cerrados donde se conocen las identidades reales de cada uno son mucho más civiles [que los comentarios abiertos de Youtube]. Creo que internet tiene posibilidades de unir a las personas de manera positiva, pero tiene que asumir una visión honesta de la naturaleza humana”.
Ahí aparece la naturaleza humana. Es una idea clave en la recepción
de la obra de Haidt porque, aunque en el libro se habla de que “la
evolución puede ser rápida”, muchos de los que lo usan en público la ven
como algo inmutable. Al menos, esa es mi impresión. Le pregunto si no
cree que muchas personas están leyendo sus trabajos como una rendición.
Está claro que en su trabajo está la búsqueda de mejorar el debate, pero
mi impresión mucha gente usa (no del todo justificadamente) “La mente de los justos” como una confirmación de la derrota de la deliberación pública y de la imposibilidad de sociedades abiertas. “No, no es eso lo que veo en Estados Unidos”, me explica.
“En EEUU, la gente usa el libro en dos sentidos: en Washington lo
usan como una guía para manipular votantes. Pero en el resto del país,
recibo numerosas cartas de personas que dicen que el libro les ayudó a hablar por primera vez con miembros de su familia o personas de su círculo social más cercano”.
“¿Y cómo sabemos que todo esto no es sino una racionalización a
posteriori de sus propias intuiciones sobre el comportamiento de la
gente?”, le pregunto. “Esa es una buena pregunta y debería preguntarme
al respecto. Lo que ocurre es que, si mi teoría es correcta, entonces será muy difícil encontrar una respuesta“.
“Afortunadamente, mis críticos me obligan a preguntarme este tipo de
cuestiones. He tenido algunos buenos debates sobre muchos aspectos de
mis teorías”. “Pero tendrá una respuesta parcial”, insisto. “Quizás lo
que más me tranquiliza es el hecho de que las principales críticas vengan de los progresistas
porque mis sesgos vienen de ahí. Pero en realidad no puedo responder a
tú pregunta más que diciendo que yo soy un ser humano también”.
Cómo leer “La mente de los justos”
Desde mi punto de vista, ‘La mente de los justos’
es un libro enorme a la hora visualizar una idea sobre la que ha girado
toda la filosofía moral y política de los últimos 40 años: el “pluralismo razonable”.
Es decir, el hecho de que distintas visiones de lo que es una vida
buena existen y persisten entre personas libres. Es más, que hay una
democracia contemporánea (que respete los derechos humanos) debe asumir
que la existencia de distintas concepciones vitales no solo es razonable, sino que es deseable.
Esto puede parecer una obviedad. Al fin y al cabo, es un hecho
sociológico constataba en todas las sociedades occidentales, pero es
algo que nos cuesta asumir. Y cuando lo hacemos suele persistir cierta desconfianza, condescendencia o superioridad.
Hagan el experimento mental, piensen en cualquier colectivo étnico
minoritario y su forma de vida: la aceptamos, pero a menudo nos cuesta
hacerlo.
Ahí el ensayo de Haidt fue muy importante. Presenta un caso persuasivo en favor de ese pluralismo razonable
y de la necesidad de manejarlo (sobre todo, para aquellos que más
obstinadamente reúsan aceptar ese pluralismo). Convincente, bien escrito
y lleno de metáforas muy poderosas, pero con algunos problemas. Uno de
ellos es la falta de atención que presta a los debates éticos
contemporáneos, pero más allá de eso ‘La mente de los justos’ hoy por
hoy no se puede considerar otra cosa que un libro desactualizado.
El detalle que quizás lo deja más claro está en la página 81. En una
nota al pie, el autor habla de un libro de Joshua Greene “de próxima
publicación” y, en la bibliografía, aparece con el nombre de ‘The Moral
Mind and How to Use it’. Si no me equivoco, el libro finalmente se llamó
‘Moral Tribes’ y se publicó en 2013. Doce meses después de la publicación del libro de Haidt y seis años antes de la edición española.
Es una anécdota, pero da buena cuenta de la naturaleza de los campos
de la psicologías moral y la psicología evolucionista: áreas en
efervescencia y constante cambio que, además, fueron atropelladas (junto
con el resto de la psicología social) por ese tren desbocado que
llamamos ‘crisis de la replicación’.
Es decir, lo sensato es no prestar demasiada atención a los detalles
empíricos, a los experimentos y a las explicaciones evolutivas. En estos
años la teoría de los fundamentos morales de Haidt ha recibidonumerosas críticas
y, aunque ha salido indemne de muchas de ellas, está lejos (muy lejos)
de considerarse como algo especialmente consensuado entre especialistas.
No está de más recordarlo.”La mente de los justos” es hoy una introducción para pensar la moralidad de otra forma, no un manual para comprender el estado actual de esa investigación.
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Cuando Jonathan Haidt les dijo a sus amigos que iba a estudiar psicología, su primera reacción fue “pero Jon, a ti no te importa lo suficiente la gente”. Pensaban que era demasiado cerebral y abstracto como para ser psicólogo clínico. Pero no era eso lo que tenía en mente, no quería hablar con la gente de sus problemas, quería “descubrir cómo funcionaban”.
Hoy es uno de los psicólogos morales más conocidos del mundo. En un momento en que el debate público y las democracias occidentales parecen quebrarse bajo el peso de la polarización, de las noticias falsas y de la crispación, la pregunta que ha hecho famoso a Haidt tiene cada vez más actualidad: ¿cómo es posible que gente sensata acabe tan dividida? Hablamos con él por teléfono para saber más de su visión de la moralidad, la conversación y las redes sociales.
¿Por qué hay cosas que nos parecen bien y cosas que no?
Se publica estos días ‘La mente de los justos‘, el libro con el que Haidt trata de explicar al gran público cómo se forman los juicios morales. Es decir, por qué nos parece que algo está bien o está mal. Y la respuesta que nos da es sencilla, para Haidt ‘las intuiciones vienen primero y el razonamiento estratégico después‘
Imaginemos por un momento que el cerebro moral de las personas está formado por un enorme elefante (instintos, emociones e intuiciones) montado por un jinete (la razón). Normalmente, tendemos a pensar que el jinete decide que hacemos, doma a nuestra bestia interior y la pone a trabajar para cumplir esas decisiones que hemos tomado. El psicólogo norteamericano no está de acuerdo.
La razón, para él, no es un juez, un científico o un jefe: es un sirviente, un portavoz, un abogado. Para Haidt, los seres humanos estamos dotados de una serie de heurísticos morales que él llama intuiciones y que tomar decisiones rápidamente. Una vez tomadas esas decisiones, las funciones cognitivas buscan razones, motivos y argumentos.
O, al menos, ese es el proceso general. Haidt admite que los razonamientos también podrían modificar los juicios morales. Sin embargo, sostiene que esto último no ocurre demasiado (aunque como reconoce no hay mucha evidencia al respecto ni bajo su posición, ni bajo la de sus adversarios).
Lo que sí modula nuestros juicios morales es la sociedad. Para las comunidades humanas han desarrollado un “conjunto de valores, virtudes, normas, prácticas, identidades, instituciones, tecnologías […] que trabajan juntos para suprimir o regular el interés propio y hacer posible las sociedades cooperativas”. A eso lo llamaba ‘sistemas sociales’.
¿Por qué, entonces, no nos ponemos de acuerdo?
Pero esa no es la idea central del libro. Esa idea es la constatación de que existían varios sistemas morales en Estados Unidos y no solo uno como podíamos pensar. ¿Cómo era esto posible? Si todos teníamos una serie de intuiciones de raigambre genética, ¿no debería de ser posible encontrar un solo sistema moral que nos unificase a todos?
Pues no. Haidt estudió a progresistas y conservadores y teorizó la existencia de varios “receptores gustativos de la moralidad”, cinco fundamentos éticos que compartíamos todos los seres humanos de una manera muy similar a los cinco grandes rasgos de personalidad. Como en estos últimos, en los fundamentos morales existían diferencias individuales.
De la misma forma que hay gente más extrovertida que otra o gente más inestable emocionalmente hablando que otra, Haidt sostiene en el libro que hay gente más proclive a cuidar de los otros, menos sincera, más leal, más subversiva y, por último, con un mayor sentido de lo sagrado.
Jugando con esos cinco ejes, Haidt descubrió que las diferencias entre ellos explicaban bastante bien las diferencias políticas de EEUU. Los progresistas puntuaban alto en el eje del cuidado y la equidad y bajo en el resto. Mientras tanto los conservadores puntuaban alto en lealtad, autoridad y santidad. Aunque, eso sí, sus niveles en cuidado y equidad eran también bastante altos (más que los de los progresistas en los otros tres).
Para Haidt, la existencia de estos sistemas morales distintos (en el libro señala algunos más) es lo que explicaría la división social y la polarización política en Estados Unidos. ¿Podría explicar también las divisiones que existen en las redes sociales? Es decir, ¿hemos construido un internet que favorece el diálogo o uno que nos aleja de él?
¿internet es una causa perdida?
“Estoy convencido de que la tecnología digital amplifica más los peores aspectos de la psicología moral humana y amplifica la polarización hasta tal punto que personalmente estoy muy preocupado por el futuro de las democracias liberales”, nos dice Haidt desde su despacho en la Universidad de Nueva York mientras charlamos por teléfono. “Nuestra psicología moral está diseñada para para ayudarnos a mostrar nuestras virtudes a los demás y formar coaliciones” con nuestros vecinos.
“Muchas de estas cosas funcionan a pequeña escala, pero cuando conectamos digitalmente con miles de personas o más, las presiones sobre cada persona se vuelven abrumadoras. Las personas en internet no son honestas sobre lo que les gusta o sobre lo que apoyan”. “Todos estamos involucrados en un juego salvaje de gestión y destrucción de reputaciones. Y esto tiene efectos terribles en nuestra capacidad de aprender y crecer a partir de conversaciones”, concluye.
Pero, ¿Todo es malo? ¿No podemos construir una Internet mejor? “Sí, sí que es definitivamente posible diseñar una internet mejor. Primero, debe haber muchas más paredes y comunidades cerradas”. “Los grupos cerrados donde se conocen las identidades reales de cada uno son mucho más civiles [que los comentarios abiertos de Youtube]. Creo que internet tiene posibilidades de unir a las personas de manera positiva, pero tiene que asumir una visión honesta de la naturaleza humana”.
Ahí aparece la naturaleza humana. Es una idea clave en la recepción de la obra de Haidt porque, aunque en el libro se habla de que “la evolución puede ser rápida”, muchos de los que lo usan en público la ven como algo inmutable. Al menos, esa es mi impresión. Le pregunto si no cree que muchas personas están leyendo sus trabajos como una rendición. Está claro que en su trabajo está la búsqueda de mejorar el debate, pero mi impresión mucha gente usa (no del todo justificadamente) “La mente de los justos” como una confirmación de la derrota de la deliberación pública y de la imposibilidad de sociedades abiertas. “No, no es eso lo que veo en Estados Unidos”, me explica.
“En EEUU, la gente usa el libro en dos sentidos: en Washington lo usan como una guía para manipular votantes. Pero en el resto del país, recibo numerosas cartas de personas que dicen que el libro les ayudó a hablar por primera vez con miembros de su familia o personas de su círculo social más cercano”.
“¿Y cómo sabemos que todo esto no es sino una racionalización a posteriori de sus propias intuiciones sobre el comportamiento de la gente?”, le pregunto. “Esa es una buena pregunta y debería preguntarme al respecto. Lo que ocurre es que, si mi teoría es correcta, entonces será muy difícil encontrar una respuesta“.
“Afortunadamente, mis críticos me obligan a preguntarme este tipo de cuestiones. He tenido algunos buenos debates sobre muchos aspectos de mis teorías”. “Pero tendrá una respuesta parcial”, insisto. “Quizás lo que más me tranquiliza es el hecho de que las principales críticas vengan de los progresistas porque mis sesgos vienen de ahí. Pero en realidad no puedo responder a tú pregunta más que diciendo que yo soy un ser humano también”.
Cómo leer “La mente de los justos”
Desde mi punto de vista, ‘La mente de los justos’ es un libro enorme a la hora visualizar una idea sobre la que ha girado toda la filosofía moral y política de los últimos 40 años: el “pluralismo razonable”. Es decir, el hecho de que distintas visiones de lo que es una vida buena existen y persisten entre personas libres. Es más, que hay una democracia contemporánea (que respete los derechos humanos) debe asumir que la existencia de distintas concepciones vitales no solo es razonable, sino que es deseable.
Esto puede parecer una obviedad. Al fin y al cabo, es un hecho sociológico constataba en todas las sociedades occidentales, pero es algo que nos cuesta asumir. Y cuando lo hacemos suele persistir cierta desconfianza, condescendencia o superioridad. Hagan el experimento mental, piensen en cualquier colectivo étnico minoritario y su forma de vida: la aceptamos, pero a menudo nos cuesta hacerlo.
Ahí el ensayo de Haidt fue muy importante. Presenta un caso persuasivo en favor de ese pluralismo razonable y de la necesidad de manejarlo (sobre todo, para aquellos que más obstinadamente reúsan aceptar ese pluralismo). Convincente, bien escrito y lleno de metáforas muy poderosas, pero con algunos problemas. Uno de ellos es la falta de atención que presta a los debates éticos contemporáneos, pero más allá de eso ‘La mente de los justos’ hoy por hoy no se puede considerar otra cosa que un libro desactualizado.
El detalle que quizás lo deja más claro está en la página 81. En una nota al pie, el autor habla de un libro de Joshua Greene “de próxima publicación” y, en la bibliografía, aparece con el nombre de ‘The Moral Mind and How to Use it’. Si no me equivoco, el libro finalmente se llamó ‘Moral Tribes’ y se publicó en 2013. Doce meses después de la publicación del libro de Haidt y seis años antes de la edición española.
Es una anécdota, pero da buena cuenta de la naturaleza de los campos de la psicologías moral y la psicología evolucionista: áreas en efervescencia y constante cambio que, además, fueron atropelladas (junto con el resto de la psicología social) por ese tren desbocado que llamamos ‘crisis de la replicación’.
Es decir, lo sensato es no prestar demasiada atención a los detalles empíricos, a los experimentos y a las explicaciones evolutivas. En estos años la teoría de los fundamentos morales de Haidt ha recibido numerosas críticas y, aunque ha salido indemne de muchas de ellas, está lejos (muy lejos) de considerarse como algo especialmente consensuado entre especialistas. No está de más recordarlo.”La mente de los justos” es hoy una introducción para pensar la moralidad de otra forma, no un manual para comprender el estado actual de esa investigación.
Imagen | Miller Center
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