por Kristov Cerda
Hace algunos días, uno de los genios políticos de la derecha chilena puso en circulación la idea de que la demanda por una educación gratuita y de calidad resulta falsa al considerar que poseemos, gracias a la Internet, una educación accesible (prácticamente gratis) y con contenidos de calidad suficiente para fines formativos. Esta idea, si bien apunta a un tema relevante: el rol de las nuevas tecnologías en la educación, está profundamente errada tanto en su finalidad cuanto en lo que intenta implicar.
Es innegable que el potencial educativo de Internet y las nuevas tecnologías no ha sido adecuadamente explorado por el sistema educativo chileno, lo que resulta paradójico al considerar el enorme rol que estas tecnologías poseen en nuestra vida cotidiana, hasta el punto de ubicar a Chile como el primer país latinoamericano en conectividad (IGC Huawei 2017). Este hito, sin embargo, no dice nada del uso efectivo que le damos a las tecnologías, del control que el Estado y las empresas poseen sobre ellas, de la imposibilidad de acceder a muchas fuentes de información de calidad porque son de pago, del exiguo nivel de alfabetización informática de la mayoría de la población chilena, la calidad y el costo de las conexiones, la falta de seguridad o privacidad de los equipos y las redes sociales, etc.
En la situación, hasta ahora utópica, de que todos los chilenos tuviésemos acceso gratuito, seguro y con ancho de banda decente a Internet, ello no nos asegura que cada persona posea las habilidades básicas para –por ejemplo- saber dónde buscar y cómo separar la información relevante de la basura en la web. Tampoco aseguraría que pudiese comprender esa información a través de la lectura o que pudiese utilizar software libre que requiera de habilidades fundamentales de pensamiento lógico o crítico. Y precisamente este tipo de habilidades son las que proporciona una educación de calidad. En otras palabras, si bien Internet puede llegar a ser una gran herramienta para mejorar la educación chilena, la mejoría que se demanda es anterior (lógica, cronológica y estructuralmente) a la implementación de esta u otras tecnologías en las aulas.
Ahora bien, proponer la Internet como una solución a la demanda social por una educación gratuita y de calidad no es sólo un slogan desafortunado porque desconoce lo que acabamos de mencionar, sino una consigna políticamente perversa porque intenta usar una idea legítima: “el acceso libre a Internet mejora exponencialmente nuestras oportunidades educativas” para acallar una cuestión perentoria: “la educación es un derecho que nos ha sido alienado en un bien de consumo y esta alienación ha conducido a un sistema educativo que no garantiza la movilidad social ni el desarrollo económico, sino todo lo contrario”. Primero debemos resolver el problema urgente de la Educación en Chile; en esta solución las nuevas tecnologías probablemente tendrán un lugar preponderante, pero creer que ellas son la respuesta al problema educativo es tan miope como creer que tenemos más amigos verdaderos por la cantidad de suscriptores que nos siguen en redes sociales.
por Kristov Cerda
Hace algunos días, uno de los genios políticos de la derecha chilena puso en circulación la idea de que la demanda por una educación gratuita y de calidad resulta falsa al considerar que poseemos, gracias a la Internet, una educación accesible (prácticamente gratis) y con contenidos de calidad suficiente para fines formativos. Esta idea, si bien apunta a un tema relevante: el rol de las nuevas tecnologías en la educación, está profundamente errada tanto en su finalidad cuanto en lo que intenta implicar.
Es innegable que el potencial educativo de Internet y las nuevas tecnologías no ha sido adecuadamente explorado por el sistema educativo chileno, lo que resulta paradójico al considerar el enorme rol que estas tecnologías poseen en nuestra vida cotidiana, hasta el punto de ubicar a Chile como el primer país latinoamericano en conectividad (IGC Huawei 2017). Este hito, sin embargo, no dice nada del uso efectivo que le damos a las tecnologías, del control que el Estado y las empresas poseen sobre ellas, de la imposibilidad de acceder a muchas fuentes de información de calidad porque son de pago, del exiguo nivel de alfabetización informática de la mayoría de la población chilena, la calidad y el costo de las conexiones, la falta de seguridad o privacidad de los equipos y las redes sociales, etc.
En la situación, hasta ahora utópica, de que todos los chilenos tuviésemos acceso gratuito, seguro y con ancho de banda decente a Internet, ello no nos asegura que cada persona posea las habilidades básicas para –por ejemplo- saber dónde buscar y cómo separar la información relevante de la basura en la web. Tampoco aseguraría que pudiese comprender esa información a través de la lectura o que pudiese utilizar software libre que requiera de habilidades fundamentales de pensamiento lógico o crítico. Y precisamente este tipo de habilidades son las que proporciona una educación de calidad. En otras palabras, si bien Internet puede llegar a ser una gran herramienta para mejorar la educación chilena, la mejoría que se demanda es anterior (lógica, cronológica y estructuralmente) a la implementación de esta u otras tecnologías en las aulas.
Ahora bien, proponer la Internet como una solución a la demanda social por una educación gratuita y de calidad no es sólo un slogan desafortunado porque desconoce lo que acabamos de mencionar, sino una consigna políticamente perversa porque intenta usar una idea legítima: “el acceso libre a Internet mejora exponencialmente nuestras oportunidades educativas” para acallar una cuestión perentoria: “la educación es un derecho que nos ha sido alienado en un bien de consumo y esta alienación ha conducido a un sistema educativo que no garantiza la movilidad social ni el desarrollo económico, sino todo lo contrario”. Primero debemos resolver el problema urgente de la Educación en Chile; en esta solución las nuevas tecnologías probablemente tendrán un lugar preponderante, pero creer que ellas son la respuesta al problema educativo es tan miope como creer que tenemos más amigos verdaderos por la cantidad de suscriptores que nos siguen en redes sociales.
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