Las historias que circulan por las redes sobre la inteligencia artificial (IA) son importantes, ya sean los impactantes relatos distópicos made in Hollywood, como las películas de Terminator, o las reacciones de la gente ante el “despido” de un robot girahamburguesas.
Estas historias tienen un gran impacto en el desarrollo de nuestra concepción de la tecnología y también desvelan facetas de nuestro conocimiento inconsciente sobre la inteligencia artificial. Reconocer el efecto de estas narraciones, ya sean ficciones o noticias reales, es cada vez más importante para el desarrollo. La forma en que reflexionamos sobre una tecnología puede abrir unas vías y cerrar otras.
El significado popular IA es muy diverso, pero actualmente hay un relato que se impone sobre los demás: el que se refiere a la dinámica entre amo y esclavo. Es una concepción tan generalizada que podría decirse que determina nuestra relación con la tecnología.
Este discurso amo-esclavo era muy frecuente en los viejos relatos de ciencia ficción sobre IA. En 1921, R.U.R. (Rossum’s Universal Robots), una obra teatral de Karel Čapek, nos dio a conocer al “robot” –androides humanoides fabricados con materiales orgánicos sintéticos– y ayudó a que el público moderno incorporara esa idea. Robot proviene de la palabra checa robota, que significa “trabajo forzado” o “siervo”. Por tanto, estos primeros robots fueron caracterizados de forma consciente como esclavos enfrentados a sus amos humanos.
Y así, el levantamiento de robots que describe R.U.R. influyó de forma clara en nuestro reiterado temor a un robopocalipsis, como reflejan otros relatos de ciencia ficción posteriores, como las películas de la franquicia Terminator, Matrix, la película Singularity, la novela Robopocalipsis, etcétera.
Pero la existencia del esclavo artificial como personaje de la ficción tiene sus raíces en relatos mitológicos muy anteriores. Pensemos en las doncellas doradas de Hefesto; en Talos, el gigante de bronce; en las cabezas de latón del oráculo descritas en la época medieval o en el Golem protector en la mística judía. También se encuentra en los ángeles y los demonios inteligentes convocados por los magos del siglo XVI, que utilizaban la lengua “enochiana”, un código de invocación que, si se usaba de forma incorrecta, tenía resultados fatales, ya que los convertiría en seres incontrolables.
En las décadas de los 20 y los 30, los robota perdieron el revestimiento de latón y bronce, pero en los anuncios de la época mantuvieron el brillo. Los dispositivos automáticos del futuro cercano que se mostraban entonces nos liberarían de las tareas del hogar y abrirían paso a una era dorada del tiempo libre, según aseguraban. En los años cincuenta, los anuncios incluso prometían nuevos esclavos:
En 1863, Abe Lincoln liberó a los esclavos. Pero en 1965, ¡la esclavitud volverá! Todos volveremos a tener esclavos personales, pero esta vez no organizaremos una guerra civil contra ellos. La esclavitud llegará para quedarse. No se alarme. Nos referimos a los “esclavos” robóticos.
Sirvientes tecnológicos
Décadas después, y con operarios automatizados que nos ahorran trabajo, nada ha cambiado. Todavía esperamos que la tecnología nos aporte sirvientes. De hecho, estamos tan acostumbrados a esta forma de servidumbre que la vemos incluso donde no existe. Sospechamos que hay automatización donde no la hay.
Veamos, como ejemplo, la siguiente interacción entre un cliente irreverente y un pobre hombre que solo intenta ganarse un salario de supervivencia:
Papa John –Brian, tu próxima entrega automática de pizza está programada para el 25 de febrero, sábado, a las 12.00pm. Para confirmar, escribe Sí. Para rechazarla, escribe NO. Escribe Ayuda para ayuda.
Cliente –Gracias Papa John, tío guapo. Te llamaré mi zorra de los carbohidratos.
PJ –Lo siento, no entendemos. Por favor, confirme o rechace.
C –Cuando hago el amor te imagino sin camiseta lanzando masa de pizza.
PJ –Tío, nuestro sistema automático aún no está configurado. Soy una persona real. Cobro el sueldo mínimo, por favor solo dime si quieres la pizza.
El primer repartidor de pizza le llevó una a Margarita de Saboya, reina de Italia, y esto fue, incluso a finales del siglo XIX, un acto feudal: un siervo sirviendo a una monarca. La conversación de arriba sugiere algo parecido. El papel del sirviente y la relación entre el amo y el esclavo se mantienen.
Esto se percibe también en los comportamientos previstos de los asistentes artificiales actuales, como el de Google, que “aprende sobre hábitos y actividades cotidianas y lleva a cabo actos de conversación para servirle”. Incluso existen sirvientes de IA que realizan funciones de carácter emocional, como Azuma Hikari, el asistente de IA japonés que manifiesta haber perdido a su amo cuando este se aleja.
Las relaciones de poder que conformaron la pirámide feudal, en una época en que a los seres artificiales se les llamaba ángeles, conforman ahora los sistemas capitalistas.
Jerarquías capitalistas
Esto parece contradecir los discursos de “disrupción” en marketing y relaciones públicas sobre la IA, en los que a menudo se describe la tecnología como una revolución que no solo afecta a nuestras vidas, sino también al propio capitalismo.
Los que difunden este discurso deberían prestar atención. Las anteriores formas de servidumbre propiciaron la existencia de un margen para la rebelión, incluso la alentaron, y también lo hace esta versión moderna.
Gracias a la publicidad, hemos convertido a la IA en la panacea que acabará con los trabajos más duros y desagradables, pero este relato aún genera temores porque entendemos la servidumbre como algo antiético para la conciencia.
En el mundo de la ciencia ficción vemos cómo esta tensión aparece una y otra vez, y la mayoría de los humanos fracasan mientras que las nuevas mentes de la IA se liberan.
Y así, en el mundo real se nos presentan dos alternativas: trabajar para que las máquinas sean cada vez más inteligentes o tener esclavos cada vez mejores.
Sea cual sea la vía elegida, es imprescindible estudiar los discursos actuales sobre la IA porque influyen en las decisiones que estamos tomando sobre su futuro.
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Las historias que circulan por las redes sobre la inteligencia artificial (IA) son importantes, ya sean los impactantes relatos distópicos made in Hollywood, como las películas de Terminator, o las reacciones de la gente ante el “despido” de un robot girahamburguesas.
Estas historias tienen un gran impacto en el desarrollo de nuestra concepción de la tecnología y también desvelan facetas de nuestro conocimiento inconsciente sobre la inteligencia artificial. Reconocer el efecto de estas narraciones, ya sean ficciones o noticias reales, es cada vez más importante para el desarrollo. La forma en que reflexionamos sobre una tecnología puede abrir unas vías y cerrar otras.
El significado popular IA es muy diverso, pero actualmente hay un relato que se impone sobre los demás: el que se refiere a la dinámica entre amo y esclavo. Es una concepción tan generalizada que podría decirse que determina nuestra relación con la tecnología.
Este discurso amo-esclavo era muy frecuente en los viejos relatos de ciencia ficción sobre IA. En 1921, R.U.R. (Rossum’s Universal Robots), una obra teatral de Karel Čapek, nos dio a conocer al “robot” –androides humanoides fabricados con materiales orgánicos sintéticos– y ayudó a que el público moderno incorporara esa idea. Robot proviene de la palabra checa robota, que significa “trabajo forzado” o “siervo”. Por tanto, estos primeros robots fueron caracterizados de forma consciente como esclavos enfrentados a sus amos humanos.
Y así, el levantamiento de robots que describe R.U.R. influyó de forma clara en nuestro reiterado temor a un robopocalipsis, como reflejan otros relatos de ciencia ficción posteriores, como las películas de la franquicia Terminator, Matrix, la película Singularity, la novela Robopocalipsis, etcétera.
Pero la existencia del esclavo artificial como personaje de la ficción tiene sus raíces en relatos mitológicos muy anteriores. Pensemos en las doncellas doradas de Hefesto; en Talos, el gigante de bronce; en las cabezas de latón del oráculo descritas en la época medieval o en el Golem protector en la mística judía. También se encuentra en los ángeles y los demonios inteligentes convocados por los magos del siglo XVI, que utilizaban la lengua “enochiana”, un código de invocación que, si se usaba de forma incorrecta, tenía resultados fatales, ya que los convertiría en seres incontrolables.
En las décadas de los 20 y los 30, los robota perdieron el revestimiento de latón y bronce, pero en los anuncios de la época mantuvieron el brillo. Los dispositivos automáticos del futuro cercano que se mostraban entonces nos liberarían de las tareas del hogar y abrirían paso a una era dorada del tiempo libre, según aseguraban. En los años cincuenta, los anuncios incluso prometían nuevos esclavos:
En 1863, Abe Lincoln liberó a los esclavos. Pero en 1965, ¡la esclavitud volverá! Todos volveremos a tener esclavos personales, pero esta vez no organizaremos una guerra civil contra ellos. La esclavitud llegará para quedarse. No se alarme. Nos referimos a los “esclavos” robóticos.
Sirvientes tecnológicos
Décadas después, y con operarios automatizados que nos ahorran trabajo, nada ha cambiado. Todavía esperamos que la tecnología nos aporte sirvientes. De hecho, estamos tan acostumbrados a esta forma de servidumbre que la vemos incluso donde no existe. Sospechamos que hay automatización donde no la hay.
Veamos, como ejemplo, la siguiente interacción entre un cliente irreverente y un pobre hombre que solo intenta ganarse un salario de supervivencia:
El primer repartidor de pizza le llevó una a Margarita de Saboya, reina de Italia, y esto fue, incluso a finales del siglo XIX, un acto feudal: un siervo sirviendo a una monarca. La conversación de arriba sugiere algo parecido. El papel del sirviente y la relación entre el amo y el esclavo se mantienen.
Esto se percibe también en los comportamientos previstos de los asistentes artificiales actuales, como el de Google, que “aprende sobre hábitos y actividades cotidianas y lleva a cabo actos de conversación para servirle”. Incluso existen sirvientes de IA que realizan funciones de carácter emocional, como Azuma Hikari, el asistente de IA japonés que manifiesta haber perdido a su amo cuando este se aleja.
Las relaciones de poder que conformaron la pirámide feudal, en una época en que a los seres artificiales se les llamaba ángeles, conforman ahora los sistemas capitalistas.
Jerarquías capitalistas
Esto parece contradecir los discursos de “disrupción” en marketing y relaciones públicas sobre la IA, en los que a menudo se describe la tecnología como una revolución que no solo afecta a nuestras vidas, sino también al propio capitalismo.
Los que difunden este discurso deberían prestar atención. Las anteriores formas de servidumbre propiciaron la existencia de un margen para la rebelión, incluso la alentaron, y también lo hace esta versión moderna.
Gracias a la publicidad, hemos convertido a la IA en la panacea que acabará con los trabajos más duros y desagradables, pero este relato aún genera temores porque entendemos la servidumbre como algo antiético para la conciencia.
En el mundo de la ciencia ficción vemos cómo esta tensión aparece una y otra vez, y la mayoría de los humanos fracasan mientras que las nuevas mentes de la IA se liberan.
Y así, en el mundo real se nos presentan dos alternativas: trabajar para que las máquinas sean cada vez más inteligentes o tener esclavos cada vez mejores.
Sigue sin estar claro cómo se resolverá esa tensión. Algunos creen claro que los robots deberían ser esclavos, «sirvientes de los que somos sus dueños», mientras que otros ya están estudiando cuestiones como los derechos de los robots.
Sea cual sea la vía elegida, es imprescindible estudiar los discursos actuales sobre la IA porque influyen en las decisiones que estamos tomando sobre su futuro.
This article was originally published in English
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