Imaginemos que en 1995 alguien nos hubiera dicho que dos grupos de ingenieros estaban desarrollando una pieza crítica de infraestructura para la red, un softwaredel servidor red que gestionara todas las combinaciones de seguridad y pagos, realizara el mantenimiento de las páginas web y se ocupara de las funciones centrales de los sitios online. El primer grupo en hacer esto fue Microsoft, entonces la compañía de software más cotizada del mundo, con un cuasimonopolio sobre los sistemas operativos para ordenadores personales. El segundo grupo fue un puñado de ingenieros, académicos, aficionados y gente que trabajaba para compañías que no participaban de este proyecto (al que dedicaban su tiempo libre), que estaba desarrollando el software y cediéndolo mediante una licencia que permitía a cualquiera copiarlo, modificarlo y distribuirlo a su gusto. Quizá sea difícil, escribiendo en 2013, imaginar hasta qué punto habría sonado estúpida la pregunta «¿Quién va a ganar esta carrera?» a oídos de cualquier persona sensata en 1995. Y, sin embargo, el servidor web Apache, desarrollado como software libre y de código abierto o FOSS free and open-source software por el segundo grupo ha sido adoptado sistemáticamente por la mayoría de los sitios web en los últimos 18 años y a lo largo, por tanto, de dos ciclos de auge y de crisis. Microsoft se quedó en segundo lugar y a bastante distancia. Un tercer servidor web cada vez más extendido, nginx, también era un software libre y de código abierto. Los sistemas FOSS se han hecho un sitio en la plataforma de software. Mozilla Firefox ha logrado socavar el liderazgo del buscador de Microsoft Internet Explorer; cerca del 80% de los lenguajes de encriptado, como PHP, Ruby o Python, son libres, y el sistema operativo Linux, también FOSS, es el más empleado en aplicaciones de infraestructura, tales como parques de servidores, o de gama alta, como supercomputación. Además, se ha extendido a una variedad de dispositivos integrados, como descodificadores, y está en el núcleo del sistema operativo del teléfono móvil Android.
El software libre y de código abierto es un ejemplo de lo más ilustrativo, porque su éxito puede medirse en términos técnicos y su adopción es un claro indicador de mercado de su superioridad en muchos campos. Pero el éxito del software FOSS no es único. Si en febrero de 2001 alguien nos hubiera enseñado el nuevo proyecto de Jimmy Wales, que entonces consistía en 900 módulos ficticios o stubs en internet almacenados en una plataforma web que permitía a cualquiera escribir y editar, pero sin pagar por hacerlo, y generar un producto cuya propiedad intelectual no correspondía a nadie y le hubiera escuchado afirmar que en cinco días este producto sería comparado favorablemente con la Enciclopedia Británica por la prestigiosa revista científica Nature y que en menos de un década expulsaría del mercado a Encarta, de Microsoft, lo habríamos echado de la habitación entre carcajadas. Eppur si muove.
Wikipedia y el software libre de código abierto se han convertido en ejemplos seminales a la hora de explicar la notable transformación en la producción de organización de la información ocurrida en las dos últimas décadas. La dinámica de base está clara. Por primera vez desde la Revolución Industrial, las aportaciones más significativas a algunos de los sectores económicos más importantes de las economías más avanzadas del mundo se encuentran radicalmente distribuidas entre la población. Los recursos básicos de capital necesarios para estas actividades de producción económica —computación, comunicaciones, almacenamiento electrónico y, más recientemente, sensores— se han hecho ampliamente accesibles a las poblaciones de todos los países ricos, y también a las clases medias y ricas de economías emergentes. Lo que impedía a los entusiastas del automóvil competir con General Motors era sencillamente las barreras de costes que suponía la cadena de montaje. Se trata de un obstáculo que no impide a los desarrolladores de Wikipedia o software FOSS competir con la Enciclopedia Británica o Microsoft respectivamente. En los últimos 15 años hemos asistido a la aparición de una tercera modalidad de producción, que yo llamo «producción social». Me refiero a que las personas siempre han actuado por razones sociales, emocionales o ideológicas: hablar con otras personas, tomar fotografías, cantar, escribir, ayudarse a trasladar muebles o movilizarse por una causa común. La economía de información en red ha permitido que algunas de estas actividades, impulsadas por idénticas motivaciones, pasen de ser extremadamente importantes desde un punto social pero marginales desde el económico a ocupar un puesto significativo en el corazón mismo de las economías más avanzadas del mundo, en el corazón de los sectores de producción cultural y de información y, cada vez más, en el corazón de lo que significa ser ciudadano en una sociedad democrática.
La nueva viabilidad tecnológica de la producción social en general y más concretamente de la producción entre pares (esa clase de colaboración a gran escala de la cual Wikipedia es el ejemplo más notable) está interactuando con el elevado índice de cambio y con la creciente complejidad de la innovación de global y de los sistemas de producción.
A medida que aumentan la complejidad y la tasa de cambio, los modelos organizativos del siglo XX resultan demasiado lentos y rígidos para responder a su entorno, comprender sus limitaciones, experimentar con el cambio, adaptarse al mismo y adoptar las innovaciones que requiere.
Cada vez más en la teoría y en la práctica de los negocios estamos detectando un cambio hacia una serie de técnicas de innovación y producción abiertas, técnicas basadas en la idea de que nunca podemos dar por sentado que la persona o el recurso idóneos para una tarea determinada son ya empleados nuestros o individuos con los que tenemos ya una relación contractual bien definida. En lugar de ello, vemos cómo compañías y otras organizaciones adoptan nuevos modelos que permiten flujos más ágiles de información, talento, y proyectos entre organizaciones y dentro de estas dependiendo del grado de incertidumbre asociado a sus actividades. La producción social basada en los bienes comunes constituye la frontera exterior natural de estas estrategias abiertas, donde la experimentación en condiciones de incertidumbre extrema y alta complejidad puede hacerse sobre modelos que no requieren una fórmula de apropiación clara y, por tanto, permiten trabajar con tasas de fracaso muy elevadas.
La tecnología no es algo predestinado. La posibilidad de la producción radicalmente distribuida de información, conocimientos y cultura está en continua competencia con otras tendencias fuertemente centralizadoras. La supervisión generalizada del comportamiento del consumidor y el desarrollo de la publicidad conductista buscan usar las tecnologías en red para lograr un control mucho mayor por parte de las compañías que son grandes depositarias de big data sobre los patrones de consumo y pago de los consumidores. A medida que el software libre se consolida, sus ventajas son reconocidas por las compañías y sus prácticas son adoptadas y sutilmente alteradas, de manera que se mitiguen algunos de los efectos más radicales que su aparición trajo consigo dentro de la organización industrial. La vigilancia gubernamental ha mejorado de forma radical en los últimos años y también apunta seriamente a un mayor control, en lugar de a una mayor descentralización, resultado de la adopción de una computación ubicua y en red. Es importante no leer este artículo como una utopía aspirante a predicción. Su objetivo es más bien perfilar uno de los varios futuros posibles; un futuro que es una representación razonable del pasado inmediato y de un panorama que podría, aunque no necesariamente, estabilizarse en los años venideros.
Información, redes y el procomún
La información es un producto económico de lo más inusual. Si una fábrica de muebles hace una silla y yo la quiero, puedo comprársela. Si otra persona también quiere la silla, entonces la fábrica tendrá que comprar más madera, gastar más energía cortándola y dándole forma y pagar a un carpintero para que haga la segunda unidad. Pero los productos de información no son así. Una vez Tolstói escribió Guerra y paz, ya daba igual si lo leían tres personas o un millón. Tolstói no necesitó pasar ni un segundo de más sentado a su mesa escribiendo el libro (aunque el editor del libro sí necesitará comprar más papel, etcétera). Lo mismo ocurre con el diseño de una bombilla o un manual de instrucciones para cirujanos sobre cómo lavarse las manos antes de una operación. Una vez alguien ha averiguado cómo hacer una cosa, cualquiera puede aprenderlo pagando solo el precio que supone duplicar: el coste de imprimir otro ejemplar del libro, el coste de seguir las instrucciones para hacer una bombilla. La información o innovación misma, una vez producidas, son, tal y como escribió el juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos Louis Brandeis hace un siglo, «libres como el aire para su uso común». Ahora bien, si artistas, inventores o escritores regalaran su trabajo, tendríamos que encontrar un sistema que les permitiera ganarse la vida, pues de lo contrario se morirían de hambre. La fórmula más extendida que tenemos hoy consiste en concederles derechos limitados sobre sus descubrimientos y creaciones en forma de patentes y copyrights. Los economistas saben desde hace tiempo —y así lo han establecido por escrito— que cuando se validan estos copyrights y patentes y los consumidores tienen que pagar por un libro o por una bombilla un precio superior a los simples costes de fabricación, emplearán esa información en una medida menor de la que sería socialmente eficiente a corto plazo. Esto es lo que en economía se llama el «problema del procomún». Pero, por lo general, estamos dispuestos a renunciar a parte de la eficiencia para asegurarnos de que los escritores e inventores se ganan la vida, y también tratamos de compensar la ineficiencia produciendo la información con ayuda económica del Gobierno, en concreto, y sobre todo subvencionando la investigación científica y académica y las artes.
En un entorno en red, la naturaleza peculiar de la información se traduce, sin embargo, en que, si hay un grupo de voluntarios que pueden juntarse y crear algo —un vídeo, una enciclopedia o un programa de software— sin tener que cobrar directamente por ello, habrán solucionado el problema del procomún de una manera que no les exige guardárselo y cobrar por usarlo.
Más importante que la disponibilidad de la información a un coste eficiente para los consumidores es su disponibilidad para futuros innovadores o creadores. La información ya existente es uno de los recursos más importantes usados en la creación de nuevos productos de información. Los reportajes de los periódicos se hacen a partir de nueva investigación sobre los artículos previamente escritos; los artículos académicos necesitan de aquellos que los precedieron. Libros, películas y música siempre están influidos por obras anteriores de las cuales incorporan elementos, ideas o referencias y siempre operan dentro de la misma conversación cultural. Y el software, quizá más que todo ello, es un campo definido por la innovación acumulativa.
Lo que la expansión de los ordenadores y la comunicaciones en red hicieron en la década de 1990 fue reducir el coste de comunicar y copiar a casi cero. Dado que la información en sí, una vez producida, es un bien público (su coste marginal es cero) y que para entonces había ya millones de personas que podían ocupar su tiempo de maneras socialmente divertidas, significativas o productivas y que también podían usar gigantescos depósitos de materiales existentes para crear sus propios nuevos productos, internet generó una nueva urgencia por reconocer el papel del procomún en la sociedad de mercado.
El procomún es una manera de asignar acceso y derecho de uso a recursos sin conceder a nadie el derecho a excluir a nadie.
Una calle de una ciudad es un procomún, ya que cualquiera que tenga un coche o una bicicleta puede circular por la calzada, y cualquiera que pueda caminar o use una silla de ruedas es libre de desplazarse por sus aceras. Ningún individuo ni compañía tiene el derecho a excluir a nadie o a cobrarle por el acceso a la misma. Desde calles y autopistas a canales marítimos y fluviales, grandes rutas de transporte acuático y ríos navegables, hasta conocimiento científico básico, algoritmos matemáticos e ideas… todos se han mantenido como bienes de uso común en las economías de mercado modernas porque proporcionan una gran libertad de acción a una amplia variedad de comportamientos productivos, tanto económicos como sociales.
Para mediados de la primera década del siglo XXI la información, el conocimiento y la producción cultural basadas en el procomún florecían. Gran parte de ellas eran de permiso implícito o expreso. Los desarrolladores informáticos en particular abrieron el camino con el software gratuito y de código abierto o FOSS. La principal innovación legal del FOSS era que el software siempre venía con una licencia que hacía legal que cualquiera lo cogiera y no solo lo usara, sino que también lo siguiera desarrollando y después lo devolviera mejorado como bien de uso común. Así, el FOSS se desarrolló en un mundo en el que todo el software nacía como propiedad exclusiva y proporcionó a los programadores la oportunidad de compartir su software con el mundo, de cederlo al procomún de los creadores desoftware. Desde finales de la década de 1990 se ha producido un potente movimiento entre los académicos para hacer lo mismo y cada vez son más las personas que comparten música, vídeos, fotografías y escritos online bajo la licencia de «dominio público», que toma la idea desarrollada en el FOSS y la lleva más allá delsoftware, a todos los productos de información que, de otro modo, estarían sujetos a derechos exclusivos. Más allá de las maneras concretas en que los usuarios crearon bienes de dominio público emitiendo licencias, hubo un enorme volumen de intercambio de información que se hizo sin que mediaran derechos formales algunos. La cultura de la remezcla fue el resultado de individuos que tomaban materiales, a menudo pero no exclusivamente, del mundo formal reglamentado por derechos de propiedad del entretenimiento y creaban sus propias versiones que, a su vez, otros remezclaban. Los permisos implícitos se combinaron con una cultura generalizada de intercambio abierto y una cada vez más intensa retórica de libre acceso y uso común favoreció que estas prácticas se adoptaran universalmente. Es importante señalar en este punto que cuando me refiero al auge de la producción basada en el procomún no estoy incluyendo los usos puramente consumistas, en particular el intercambio de archivos entre pares motivado solo por el deseo de consumir sin pagar. Si bien es cierto que estas prácticas se han condenado de manera desproporcionada a su coste real, no se consideran propiamente parte del auge de la producción basada en el procomún.
La adopción de prácticas basadas en bienes de uso común ha hecho posible un aumento a gran escala del número, tipo y diversidad de los actores participantes en la producción, antes que del consumo, información, conocimiento o cultura. A partir de finales del siglo XIX, una serie de tecnologías y prácticas organizativas se combinaron para inculcar a tres generaciones los hábitos de recepción pasiva. Con las imprentas mecánicas de gran capacidad y las innovaciones en composición automática, que dieron lugar a los periódicos de amplia circulación, profesionalizados y financiados mediante publicidad a finales del siglo XIX, primero, y con la radio y la cima de esta cultura mediática que es la televisión, después, los costes de ser productor de información crecieron, como lo hizo el rango de alcance de aquellos que estaban en situación de afrontar tales costes. Estos avances se vieron complementados por las industrias de la música grabada y el cine, que redujeron la demanda de capacidades musicales, narrativas y actorales ampliamente distribuidas (y menos hipercualificadas). Por espacio de tres generaciones, el público perdió la capacidad de hacer su propia música, jugar a sus propios juegos y actividades de ocio o de transmitir información y opiniones de manera local e informal, y la reemplazó con una creciente dependencia de un modelo de producción profesionalizado y en su mayor parte comercial: era la llamada «economía de la información industrial».
Lo que la expansión de la computación en red ha hecho es revertir las condiciones técnicas y materiales que condujeron a una estructura de producción altamente asimétrica.
Pero si toda la información existente entonces hubiera sido de propiedad exclusiva y si los individuos ahora convertidos en creadores y que hasta entonces habían sido un público pasivo no hubieran adoptado prácticas de intercambio generalizadas, recíprocas y promiscuas —es decir, el procomún—, el potencial de la tecnología sin duda se habría visto limitado. Solo aquellos con capacidad de empezar desde cero habrían sido capaces de hacer la transición de consumidor a productor, y gran parte de la cultura de remezclar, citar y administrar materiales para otros habría sido demasiado cara y los costes de transacción, demasiado elevados para que prosperara.
Producción entre pares
Una de las consecuencias más importantes de la producción basada en bienes de uso común fue el auge de la producción entre pares: compromisos colaborativos a gran escala por parte de grupos de individuos que unen fuerzas para producir artículos más complejos de los que habrían sido capaces de crear de manera individual. Wikipedia es el ejemplo más obvio y más conocido de producción entre pares, una comunidad autogestionada de miles de contribuyentes altamente comprometidos y decenas de miles de individuos con niveles de participación más modestos pero igualmente activos. Si bien representa solo una porción de la producción en red de bienes de uso común, la producción entre pares es la innovación organizativa más significativa de todas las surgidas de las prácticas sociales posibilitadas por internet. Desde el punto de vista de la organización, combina tres características centrales: (a) descentralización de la concepción y ejecución de problemas y soluciones; (b) aprovechamiento de motivaciones distintas; y (c) separación entre gobernanza y gestión, y propiedad y contrato. En primer lugar y a diferencia de las organizaciones tradicionales, la cuestión de qué personas deberían trabajar en qué proyectos, subproyectos y pasos intermedios no está determinada por una jerarquía institucional, sino por elecciones y debates entre los participantes. En segundo lugar, la producción entre pares permite que muchas personas distintas, con motivaciones diferentes, colaboren en proyectos compartidos. Esto es especialmente provechoso a la hora de abordar problemas cuyo valor social es elevado, pero cuya naturaleza impide presentarlos en un formato que permita la apropiación comercial, o porque el alcance y la diversidad de intereses humanos que buscan abarcar son demasiado grandes para que una única compañía se identifique y suministre un modelo de pago. En tercer lugar, la separación entre gestión y gobernanza, y contrato y propiedad, la convierte en un procomún. Incluso dentro de una organización o emprendimiento en red que sea una producción de comunidad entre pares, el hecho de que las aportaciones y los productos se traten como bienes de uso común permite que se den los dos factores antes mencionados, a saber, que individuos de motivaciones diversas actúen sobre los recursos y el proyecto y que lo hagan sin pedir autorización, porque no es necesario negociar derechos o contratos de propiedad.
Desde el punto de vista funcional, estos factores hacen idóneas las prácticas de producción entre pares para el aprendizaje y la experimentación, la innovación y la adaptación a entornos rápidamente cambiantes, persistentemente inciertos y complejos. Dadas las elevadas tasas de innovación tecnológica y la alta diversidad de fuentes de incertidumbre que están caracterizando los mercados globales de principios del siglo XXI, las ventajas funcionales de la producción entre pares la han convertido en el modelo organizativo preferido en diversos ámbitos. Desde el software gratuito hasta el videoperiodismo, pasando por Wikipedia y la producción entre pares desempeña un papel más significativo en el entorno de la producción de información que el que predecían los modelos estándares en el cambio de siglo.
El modelo básico de producción entre pares se basa simplemente en minimizar los costes de transacción. Cualquier iniciativa de producción requiere la coordinación de individuos, recursos y proyectos. En un mercado clásico perfecto, los precios de cada uno de estos tres componentes desembocaban en un equilibrio. Una compañía que espera obtener un precio determinado por un proyecto podrá determinar cuánto se puede permitir pagar por los agentes y recursos necesarios para llevar a cabo dicho proyecto. El valor de los proyectos de la competencia, el valor de los distintos individuos y recursos necesarios para los proyectos de la competencia, determinarán el precio de transacción en el mercado de cualquier recurso o persona y a continuación determinará si, cuándo y con qué grado de calidad puede realizarse el proyecto en función del precio de mercado del producto final. La reputada teoría de Ronald Coase sobre empresas aducía que para algunos recursos, personas y proyectos, los costes de transacción —encontrar las personas y los recursos adecuados, contratarlos, superar los retrasos en las negociaciones, etcétera— serían tan altos que resultaría más eficiente que los gestores se limitaran a asignar personas y recursos a los proyectos, en lugar de organizar continuos concursos para conseguir hacer llegar más cantidad de papel a la impresora de la oficina de la tercera planta. Por eso existen las compañías.
Una vez uno comprende que el intercambio social también es un marco transaccional ampliamente utilizado para una gran variedad de bienes y servicios no merece la pena hacer extensiva la teoría clásica de los costes de transacción de las compañías a las redes de intercambio social. En un modelo de mercado para solucionar un problema de atasco de papel en la impresora de la tercera planta, la persona sentada a la mesa cuya impresa se ha estropeado encuentra una empresa de servicio técnico y le paga para que le arreglen la impresora. En un modelo jerárquico, resultaría más eficiente para el director nombrar a una persona encargada de la logística, la cual contrataría un equipo de apoyo técnico de una vez por todas y así no haría falta, cada vez que una persona tuviera un problema, llevar a cabo una búsqueda y una comparación de servicios posibles. En lugar de ello, la persona de la tercera planta con la impresora rota sabe que le basta con llamar al servicio técnico. En un modelo social transaccional, el problema se solucionaría en casa. La persona con la impresora rota recurre a un vecino experto en tecnologías y le pide ayuda, que este le da de buen grado. A la semana siguiente es posible que el primer vecino devuelva el favor al segundo regándole las plantas mientras está fuera en un simposio. No hay una razón sistemática por la que el modelo de costes de transacción no pueda aplicarse extensivamente al intercambio social que todos usamos a diario sin detenernos a pensarlo. Lo hemos utilizado desde hace tiempo para solucionar problemas económicos de carácter altamente localizado, desde el cuidado de los niños hasta la cocina, pasando por preocupaciones sobre protección social frente a trastornos menores e incluso cosas tan rutinarias como el traslado de muebles a corta distancia dentro de una casa o mudanzas entre hogares situados cerca uno del otro. Pero, para casi todos los problemas de importancia económica, las motivaciones eran demasiado débiles y los costes de transacción demasiado elevados para permitir que estas redes desempeñaran un papel económico de verdad significativo. La propagación de las comunicaciones en red y las propiedades únicas de la información en tanto bien económico hacen ese marco transaccional más ampliamente aplicable a problemas de producción económica más complejos de lo que lo era en los principios de la era industrial.
Complejidad, incertidumbre e innovación abierta
El sencillo modelo de coste de transacciones entre iguales puede suplementarse con una visión más específica de la información y el aprendizaje que explique por qué la innovación distribuida, la creatividad o la resolución de problemas tendrían una ventaja de costes respecto a sistemas basados en la propiedad y la jerarquía. Una explicación más extensa requiere hablar de la manera en que aprenden las organizaciones. Tanto el control ejecutivo como la fijación del precio de transacción requieren que la descripción de recursos, de personas (es decir, de sus capacidades y disponibilidad para trabajar en un proyecto determinado durante un plazo de tiempo determinado) y de proyectos se haga en forma de unidades susceptibles de ser transmitidas mediante el sistema de comunicaciones que estos modelos organizativos representan. Los costes de organización y transacción asociados con una definición perfecta del precio o de la jerarquía necesaria para la gestión y la toma de decisiones teniendo en cuenta cada recurso potencial o persona que difiera de alguna manera de los demás en contexto y en tiempo requieren la abstracción, generalización y estandarización de las características de los recursos, las personas y los proyectos. Saber lo que Fulano y Mengano son capaces de hacer, dadas sus aficiones o el libro que leyeron la semana pasada, supone un abrumador problema de información para un sistema de gestión centralizado, y también extremadamente complejo para un sistema que necesita trasladar estas capacidades a precios estandarizados, es decir, a salarios pagados y exigidos. En lugar de ello, lo que observamos es que los mercados y las organizaciones realizan abstracciones a partir de particularidades de los individuos y de modestos recursos para establecer marcadores relativamente estables de clases o tipos de recursos, por ejemplo, fijar salarios basados en el nivel de estudios o la antigüedad en la empresa. En dicho proceso de abstracción, tanto las descripciones administrativas como los precios son lo que los tecnólogos que se ocupan de sistemas de comunicación llaman «medios disipativos»: el proceso de formalización extrae información de las características que tienen en el mundo real aquellos recursos y proyectos relevantes. La información perdida (o disipada), a su vez, genera sistemas cuyo funcionamiento depende de descartar precisamente esa información que lleva a los sistemas a rendir menos, para así poder asignar un conjunto más apropiado y depurado de recursos y agentes potenciales a proyectos mejor definidos.
Una economía global y de redes en la que se invierte muchísimo en innovación y en la que dicha innovación puede emplearse, por un lado, para competir en casi todos los ámbitos es una economía cuyas complejidad e incertidumbre crecen radicalmente y a gran velocidad.
La complejidad y la incertidumbre, a su vez, hacen el problema informacional de cuadrar personas, recursos y proyectos menos susceptible de ser solucionado mediante estrategias basadas en la jerarquía o en los precios. La complejidad y la incertidumbre generan presión tanto en los mercados neoclásicos como en los nuevos modelos institucionales de empresa porque las propiedades reales de los recursos, las personas y los proyectos son muy diversas y están altamente interconectadas; y las interacciones entre ellos son complejas, en el sentido de que diferencias mínimas en las condiciones iniciales o perturbaciones a lo largo del tiempo pueden alterar de modo significativo la calidad de las interacciones y de los resultados a nivel sistémico. Esta situación conduce al fenómeno llamado «dependencia del camino», tanto tecnológico como institucional. Es decir, el alejamiento de una práctica eficiente y efectiva puede persistir cuando se produce una ineficiencia observada sistemáticamente. La diversidad de matices existente en las cualidades de las personas, los proyectos y recursos, junto con las divergencias relativamente significativas que pueden darse debido a diferencias también sutiles en combinaciones de input o interacciones locales, hacen que sea imposible abstraer y generalizar el proceso y traducirlo en unidades de comunicación aptas para decisiones de tipo jerárquico o de precios sin que se produzca una pérdida significativa de información, de control y, en última instancia, de efectividad.
Nótese que el conocimiento y el aprendizaje en presencia de la complejidad y la incertidumbre aluden a algo más que a la noción clásica de innovación, a saber, a crear una manera nueva de hacer algo que antes era imposible hacer. Y, lo que es más importante aún, incluyen resolución de problemas o mejora iterativa en cómo se hace algo dada una ausencia persistente de conocimiento completo sobre el problema y su solución. Si crear la World Wide Web o un software de web modificable como Wiki era innovación basada en un modelo de procomún, la innovación organizativa de Wikipedia reside sobre todo en la resolución de problemas: cómo conservar y compatibilizar las contribuciones de calidad con una expansión potencialmente ilimitada, un problema que la Enciclopedia Británicano tuvo que resolver, precisamente debido a la pérdida de usuarios. Los contenidos generados por el usuario se acomodan mejor a la variedad de gustos que un sistema más centralizado; las selecciones de restaurantes u hoteles hechas por los usuarios solucionan un posible problema de complejidad de implementación mediante una gran diversidad de sitios que reseñar y una valoración de los gustos de aquellas personas que quieran probar los sitios. En cada caso el enfoque entre pares permitió a las organizaciones explorar un espacio de intereses y gustos altamente diversos que para organizaciones tradicionales habría resultado demasiado costoso explorar.
De acuerdo con este modelo, una parte crucial de la producción entre iguales se apoya en la importancia de esa clase de conocimiento que simplemente no se puede contratar o gestionar de manera adecuada: ya sea porque se trata de conocimiento tácito, ya porque la cantidad y diversidad de las personas que lo poseen y que deben participar en el proceso de implementación es demasiado grande como para contratarlas a todas. El conocimiento tácito es aquel que las personas poseen, pero de una manera que no pueden comunicar. Una vez uno aprende a montar en bicicleta, sabe cómo se hace. Sin embargo, si tuviera que sentarse y escribir un informe pormenorizado, quienes lo leyeran no aprenderían a montar en bicicleta. Cada vez resulta más obvio que el conocimiento tácito es un componente crítico de los sistemas humanos reales. Y la producción entre pares permite a las personas desplegar directamente su conocimiento tácito sin perder demasiado del mismo en el esfuerzo que supone trasladarlo a una forma comunicable (un esfuerzo tan fútil como intentar enseñar a montar en bicicleta escribiendo un informe), necesaria para tomar decisiones basadas en precios o en jerarquías. Allí donde el conocimiento es explícito, la barrera se reduce a un mero problema de costes de transacción. Un sistema que permite a agentes explorar su entorno en busca de problemas y soluciones, experimentar, aprender e iterar soluciones y también perfeccionar las mismas sin necesidad de formalizaciones intermedias que hagan posible y financien el proceso, resultará ventajoso frente a un sistema que requiera dichas formalizaciones; y esa ventaja aumentará a medida que aumenta la incertidumbre sobre el camino que se va a seguir, sobre quién está mejor posicionado para seguirlo y sobre qué tipo de enfoques resolutivos son más prometedores.
De una manera más general, la producción entre pares, sobre todo cuando se basa en bienes de uso común, es decir, en privilegios de acceso simétrico (con o sin reglas de uso) al recurso sin necesidad de transacciones permite: (a) diversidad de personas con independencia de la afiliación organizativa o de su vínculo propietario o contractual con un recurso o un proyecto determinados; (b) evaluar y reevaluar de forma dinámica los recursos, proyectos y colaboradores potenciales disponibles; y (c) asignarse proyectos y colaboraciones. Confiando todos estos elementos de la organización de un proyecto a la dinámica de autoasignación, la producción entre pares se sobrepone a la naturaleza disipativa de los mercados y las burocracias, ya sean empresariales o gubernamentales. Allí donde los requerimientos de capital físico de un proyecto son muy bajos o se pueden satisfacer utilizando dotaciones de capital distribuido preexistente (como ordenadores de propiedad personal), donde el proyecto es susceptible de modularizarse para una producción incremental llevada a cabo por participantes diversos y donde la diversidad sale beneficiada de reclutar una amplia gama de experiencia, talento, perspicacia y creatividad en cuanto a innovación, calidad, rapidez o precisión a la hora de adecuar los productos a la demanda, la producción entre pares puede florecer y superar en rendimiento a mercados y jerarquías.
Los beneficios obvios de la producción entre pares la han llevado a ser adoptada por compañías y otras organizaciones más tradicionales, incluidos gobiernos. En un estudio, por ejemplo, Josh Lerner y Mark Schankerman (2010) documentaron que el 40% de las empresas de software comercial también desarrollan alguna clase de software libre. En otro libro, Charles Schweik y Robert English (2012) exponen las motivaciones institucionales tanto de empresas como de gobiernos para adoptar estos modelos. En estos casos el acceso a un cuerpo de desarrolladores diversos y la naturaleza abierta de los estándares pesa más, para estas organizaciones, que el coste que les supone no ser propietarios. Pero los efectos van más allá del software. Compañías como Yelp o TripAdvisor prosperaron frente a competidores más consolidados de su sector —críticos gastronómicos y guías de viaje, respectivamente— construyendo sofisticadas plataformas que permitían a una variedad mucho más amplia de no profesionales identificar y reseñar los productos de su interés. De nuevo, en ambos casos, las compañías que construyeron plataformas para la producción entre pares rindieron más que aquellas que adoptaron enfoques más tradicionales, jerárquicos y contractuales.
La producción basada en el procomún y la producción entre pares son ejemplos de una mayor amplitud de estrategias abiertas que se benefician de la libertad de operar típica de estos dos enfoques, renunciando a la jerarquía y al sistema de propiedad individual que muchas organizaciones tradicionales se esfuerzan por conservar. Algunas compañías recurren cada vez más a las competiciones y a los premios. Tenemos, por ejemplo, el uso que hace Pfizer del sistema InnoCentive para diversificar la clase de personas que trabajan solucionando sus problemas sin tener que ceder el control propietario o contractual del proyecto. El modelo de premio permite a una compañía especificar con mayor o menor precisión el problema que está tratando de resolver y colocarlo en una plataforma que gestiona la competición y que permite que cualquier persona de cualquier parte aporte soluciones. La compañía conserva la prerrogativa de elegir su solución preferida y retiene el control, a la vez que paga a alguien que está dispuesto a trabajar con el problema y que lo hace con éxito. Este enfoque ofrece a las compañías el beneficio fundamental de permitirles, cuando detectan un problema determinado, atraer a un individuo, al que nunca habrían podido identificar dentro de sus propias redes, para que trabaje en la resolución del mismo. Aquí a lo único que la compañía renuncia es al poder diagnóstico de tener a muchas personas distintas examinando el espacio de recursos y proyectos en el que está situada, a identificar el potencial para un nuevo proyecto o a detectar un problema que todavía no sabe que tiene. Para lograr todo eso serían necesarias unas estrategias diferentes y todavía más abiertas.
Otra elección estratégica a la que se enfrentan cada vez más compañías es la participación o no en redes empresariales que comparten prácticas innovadoras abiertas y colaborativas. La «innovación abierta y colaborativa» es una expresión que describe un conjunto de prácticas de producción que llevan desarrollándose por un tiempo en el seno de varias empresas en mercados diversos de productos complejos y ricos en innovación. Estas prácticas comparten con la producción entre iguales la idea de que es improbable que las personas más inteligentes e idóneas para resolver un problema dado trabajen en una única empresa, la empresa que se enfrenta al problema, y que los modelos de innovación y resolución de problemas que permiten a personas diversas, de entornos diversos, colaborar en un problema obtendrán mejores resultados que los modelos de producción según los cuales la compañía es una frontera rígida y no se permite la colaboración basada en la idoneidad de un individuo para la tarea, en lugar de en un contrato de trabajo o en los derechos de propiedad de un problema. Las compañías pueden compartir empleados, diseños y asignar trabajadores a proyectos concretos de larga duración. Es probable que dentro del proyecto compartan propiedad intelectual y también que a menudo adopten modelos de estándares abiertos que garanticen que nadie pueda desertar del acuerdo de colaboración. Los especialistas en leyes Ronald Gilson, Charles Sabel y Robert Scott han documentado cómo estos enfoques han producido modelos contractuales más flexibles y abiertos que los contratos de proveedores típicos del pasado, una flexibilidad que reproduce algunas de las ventajas de la producción entre pares y la producción basada en el procomún, y que elimina por completo cualquier estorbo de tipo contractual. Las prácticas abiertas y colaborativas en redes empresariales se benefician de las ventajas de la naturaleza completamente abierta al mundo asociada a la producción entre pares o a los sistemas de premio a cambio de renunciar a contar con un conjunto de personas, recursos y proyectos más manejables con los que trabajar.
Un último modelo abierto que combina el procomún con la propiedad es aquel que encontramos en la frontera entre los mundos académico y de negocios. Se trata del modelo ejemplificado por Silicon Valley, Cambridge, Massachusetts y muchos de los denominados «centros de innovación» deliberadamente establecidos cerca de universidades. A uno de los lados de esta frontera entre los mundos académico y empresarial tenemos el modelo académico, que permite invertir en innovación altamente incierta en los márgenes mismos de la ciencia. El nivel de incertidumbre y beneficios sociales es tal que la financiación inicial para los proyectos proviene del Gobierno y no se prevé su aplicación comercial inmediata. La economía académica, basada en el estatus, la financiación pública y las normas de publicación y presentación de la ciencia académica contribuyen tanto a la experimentación como a la amplia divulgación de los resultados de las investigaciones en términos que permiten a otros trabajar a partir de ellas y desarrollarlas. Es la interfaz del procomún. Este, al menos, es el modelo idealizado, uno que, vista la reducción de los presupuestos para investigación y el creciente énfasis de las universidades en los beneficios de la tecnología, se antoja en este momento lejos de la realidad. Al otro lado de la frontera están las empresas inversoras: pequeñas, ágiles y de alta disponibilidad. Estas permiten modelos de inversión de alto riesgo y elevados beneficios en los que se puede experimentar, hacer prototipos, adoptar y fracasar o crecer a un ritmo mucho más rápido que el de las empresas más tradicionales. También proporcionan una membrana de interacción para académicos y aspirantes a académicos, estudiantes de doctorado o recién doctorados que dejan el mundo académico para conocer el sistema de mercado y al revés. Algunas de las compañías de gran tamaño basadas en este modelo, como Microsoft, Google o Yahoo, han creado centros de investigación que parecen hacer honor al ideal académico de la libre exploración, al menos en el mismo grado en que lo hacen los programas universitarios con mayores limitaciones presupuestarias; y cada vez son más las colaboraciones dentro de esta membrana. Estos modelos, en mayor medida en el ámbito de las tecnologías de la información y en menor medida en el de la biotecnología, presentan una fidelidad muy superior al concepto del procomún (con publicaciones abiertas y libre intercambio entre individuos sin relaciones contractuales de por medio) que los modelos abiertos y colaborativos; a cambio pierden control y gobernabilidad.
Lo que es importante entender sobre estos modelos es que todos ellos son estrategias diversas para abordar en esencia la misma clase de desafíos producto de la complejidad y la incertidumbre. Todos marcan distintos puntos en una solución espacial que opta por la gobernabilidad, la efectividad y una relación ágil entre inversión y producto, así como por procesos que faciliten la experimentación, la libertad de operar sin trabas y sin necesidad de permiso y el aprovechamiento de motivaciones diversas, sobre todo aquellas que no requieren traducirse en términos monetarios y que son en sí mismas disipativas.
Las prácticas basadas en el procomún y la innovación abierta proporcionan libertad para actuar sobre los desafíos extremos que lleva consigo planificar en condiciones de incertidumbre y complejidad. Proporcionan un modelo evolutivo, caracterizado por la repetida experimentación, el fracaso frente a la supervivencia y la adaptación efectiva antes que en enfoques más tradicionales e ingenieriles a la hora de construir sistemas óptimos con respuestas bien articuladas a un cambio satisfactorio y razonablemente predecible. Dicho modelo se basa en la experimentación y la adaptación a un entorno cambiante y muy incierto haciendo hincapié en la innovación, la flexibilidad y la robustez por encima de la eficiencia.
Hace una década Wikipedia y el software libre eran vistos en los círculos de la economía mayoritaria como meras curiosidades. Cualquiera que siga pensando en ellas en estos términos en este momento, en la segunda década del siglo XXI, corre un riesgo importante. Su éxito presenta un desafío fundamental en nuestra manera de pensar en los conceptos de propiedad y contrato, una teoría de la organización y gestión vigente en los últimos 150 años. Comprender por qué han triunfado y cuáles son sus fortalezas y debilidades se ha convertido en algo indispensable para cualquiera interesado en modelos de organización en una economía de información en red.
Imaginemos que en 1995 alguien nos hubiera dicho que dos grupos de ingenieros estaban desarrollando una pieza crítica de infraestructura para la red, un softwaredel servidor red que gestionara todas las combinaciones de seguridad y pagos, realizara el mantenimiento de las páginas web y se ocupara de las funciones centrales de los sitios online. El primer grupo en hacer esto fue Microsoft, entonces la compañía de software más cotizada del mundo, con un cuasimonopolio sobre los sistemas operativos para ordenadores personales. El segundo grupo fue un puñado de ingenieros, académicos, aficionados y gente que trabajaba para compañías que no participaban de este proyecto (al que dedicaban su tiempo libre), que estaba desarrollando el software y cediéndolo mediante una licencia que permitía a cualquiera copiarlo, modificarlo y distribuirlo a su gusto. Quizá sea difícil, escribiendo en 2013, imaginar hasta qué punto habría sonado estúpida la pregunta «¿Quién va a ganar esta carrera?» a oídos de cualquier persona sensata en 1995. Y, sin embargo, el servidor web Apache, desarrollado como software libre y de código abierto o FOSS free and open-source software por el segundo grupo ha sido adoptado sistemáticamente por la mayoría de los sitios web en los últimos 18 años y a lo largo, por tanto, de dos ciclos de auge y de crisis. Microsoft se quedó en segundo lugar y a bastante distancia. Un tercer servidor web cada vez más extendido, nginx, también era un software libre y de código abierto. Los sistemas FOSS se han hecho un sitio en la plataforma de software. Mozilla Firefox ha logrado socavar el liderazgo del buscador de Microsoft Internet Explorer; cerca del 80% de los lenguajes de encriptado, como PHP, Ruby o Python, son libres, y el sistema operativo Linux, también FOSS, es el más empleado en aplicaciones de infraestructura, tales como parques de servidores, o de gama alta, como supercomputación. Además, se ha extendido a una variedad de dispositivos integrados, como descodificadores, y está en el núcleo del sistema operativo del teléfono móvil Android.
El software libre y de código abierto es un ejemplo de lo más ilustrativo, porque su éxito puede medirse en términos técnicos y su adopción es un claro indicador de mercado de su superioridad en muchos campos. Pero el éxito del software FOSS no es único. Si en febrero de 2001 alguien nos hubiera enseñado el nuevo proyecto de Jimmy Wales, que entonces consistía en 900 módulos ficticios o stubs en internet almacenados en una plataforma web que permitía a cualquiera escribir y editar, pero sin pagar por hacerlo, y generar un producto cuya propiedad intelectual no correspondía a nadie y le hubiera escuchado afirmar que en cinco días este producto sería comparado favorablemente con la Enciclopedia Británica por la prestigiosa revista científica Nature y que en menos de un década expulsaría del mercado a Encarta, de Microsoft, lo habríamos echado de la habitación entre carcajadas. Eppur si muove.
Wikipedia y el software libre de código abierto se han convertido en ejemplos seminales a la hora de explicar la notable transformación en la producción de organización de la información ocurrida en las dos últimas décadas. La dinámica de base está clara. Por primera vez desde la Revolución Industrial, las aportaciones más significativas a algunos de los sectores económicos más importantes de las economías más avanzadas del mundo se encuentran radicalmente distribuidas entre la población. Los recursos básicos de capital necesarios para estas actividades de producción económica —computación, comunicaciones, almacenamiento electrónico y, más recientemente, sensores— se han hecho ampliamente accesibles a las poblaciones de todos los países ricos, y también a las clases medias y ricas de economías emergentes. Lo que impedía a los entusiastas del automóvil competir con General Motors era sencillamente las barreras de costes que suponía la cadena de montaje. Se trata de un obstáculo que no impide a los desarrolladores de Wikipedia o software FOSS competir con la Enciclopedia Británica o Microsoft respectivamente. En los últimos 15 años hemos asistido a la aparición de una tercera modalidad de producción, que yo llamo «producción social». Me refiero a que las personas siempre han actuado por razones sociales, emocionales o ideológicas: hablar con otras personas, tomar fotografías, cantar, escribir, ayudarse a trasladar muebles o movilizarse por una causa común. La economía de información en red ha permitido que algunas de estas actividades, impulsadas por idénticas motivaciones, pasen de ser extremadamente importantes desde un punto social pero marginales desde el económico a ocupar un puesto significativo en el corazón mismo de las economías más avanzadas del mundo, en el corazón de los sectores de producción cultural y de información y, cada vez más, en el corazón de lo que significa ser ciudadano en una sociedad democrática.
La nueva viabilidad tecnológica de la producción social en general y más concretamente de la producción entre pares (esa clase de colaboración a gran escala de la cual Wikipedia es el ejemplo más notable) está interactuando con el elevado índice de cambio y con la creciente complejidad de la innovación de global y de los sistemas de producción.
A medida que aumentan la complejidad y la tasa de cambio, los modelos organizativos del siglo XX resultan demasiado lentos y rígidos para responder a su entorno, comprender sus limitaciones, experimentar con el cambio, adaptarse al mismo y adoptar las innovaciones que requiere.
Cada vez más en la teoría y en la práctica de los negocios estamos detectando un cambio hacia una serie de técnicas de innovación y producción abiertas, técnicas basadas en la idea de que nunca podemos dar por sentado que la persona o el recurso idóneos para una tarea determinada son ya empleados nuestros o individuos con los que tenemos ya una relación contractual bien definida. En lugar de ello, vemos cómo compañías y otras organizaciones adoptan nuevos modelos que permiten flujos más ágiles de información, talento, y proyectos entre organizaciones y dentro de estas dependiendo del grado de incertidumbre asociado a sus actividades. La producción social basada en los bienes comunes constituye la frontera exterior natural de estas estrategias abiertas, donde la experimentación en condiciones de incertidumbre extrema y alta complejidad puede hacerse sobre modelos que no requieren una fórmula de apropiación clara y, por tanto, permiten trabajar con tasas de fracaso muy elevadas.
La tecnología no es algo predestinado. La posibilidad de la producción radicalmente distribuida de información, conocimientos y cultura está en continua competencia con otras tendencias fuertemente centralizadoras. La supervisión generalizada del comportamiento del consumidor y el desarrollo de la publicidad conductista buscan usar las tecnologías en red para lograr un control mucho mayor por parte de las compañías que son grandes depositarias de big data sobre los patrones de consumo y pago de los consumidores. A medida que el software libre se consolida, sus ventajas son reconocidas por las compañías y sus prácticas son adoptadas y sutilmente alteradas, de manera que se mitiguen algunos de los efectos más radicales que su aparición trajo consigo dentro de la organización industrial. La vigilancia gubernamental ha mejorado de forma radical en los últimos años y también apunta seriamente a un mayor control, en lugar de a una mayor descentralización, resultado de la adopción de una computación ubicua y en red. Es importante no leer este artículo como una utopía aspirante a predicción. Su objetivo es más bien perfilar uno de los varios futuros posibles; un futuro que es una representación razonable del pasado inmediato y de un panorama que podría, aunque no necesariamente, estabilizarse en los años venideros.
Información, redes y el procomún
La información es un producto económico de lo más inusual. Si una fábrica de muebles hace una silla y yo la quiero, puedo comprársela. Si otra persona también quiere la silla, entonces la fábrica tendrá que comprar más madera, gastar más energía cortándola y dándole forma y pagar a un carpintero para que haga la segunda unidad. Pero los productos de información no son así. Una vez Tolstói escribió Guerra y paz, ya daba igual si lo leían tres personas o un millón. Tolstói no necesitó pasar ni un segundo de más sentado a su mesa escribiendo el libro (aunque el editor del libro sí necesitará comprar más papel, etcétera). Lo mismo ocurre con el diseño de una bombilla o un manual de instrucciones para cirujanos sobre cómo lavarse las manos antes de una operación. Una vez alguien ha averiguado cómo hacer una cosa, cualquiera puede aprenderlo pagando solo el precio que supone duplicar: el coste de imprimir otro ejemplar del libro, el coste de seguir las instrucciones para hacer una bombilla. La información o innovación misma, una vez producidas, son, tal y como escribió el juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos Louis Brandeis hace un siglo, «libres como el aire para su uso común». Ahora bien, si artistas, inventores o escritores regalaran su trabajo, tendríamos que encontrar un sistema que les permitiera ganarse la vida, pues de lo contrario se morirían de hambre. La fórmula más extendida que tenemos hoy consiste en concederles derechos limitados sobre sus descubrimientos y creaciones en forma de patentes y copyrights. Los economistas saben desde hace tiempo —y así lo han establecido por escrito— que cuando se validan estos copyrights y patentes y los consumidores tienen que pagar por un libro o por una bombilla un precio superior a los simples costes de fabricación, emplearán esa información en una medida menor de la que sería socialmente eficiente a corto plazo. Esto es lo que en economía se llama el «problema del procomún». Pero, por lo general, estamos dispuestos a renunciar a parte de la eficiencia para asegurarnos de que los escritores e inventores se ganan la vida, y también tratamos de compensar la ineficiencia produciendo la información con ayuda económica del Gobierno, en concreto, y sobre todo subvencionando la investigación científica y académica y las artes.
En un entorno en red, la naturaleza peculiar de la información se traduce, sin embargo, en que, si hay un grupo de voluntarios que pueden juntarse y crear algo —un vídeo, una enciclopedia o un programa de software— sin tener que cobrar directamente por ello, habrán solucionado el problema del procomún de una manera que no les exige guardárselo y cobrar por usarlo.
Más importante que la disponibilidad de la información a un coste eficiente para los consumidores es su disponibilidad para futuros innovadores o creadores. La información ya existente es uno de los recursos más importantes usados en la creación de nuevos productos de información. Los reportajes de los periódicos se hacen a partir de nueva investigación sobre los artículos previamente escritos; los artículos académicos necesitan de aquellos que los precedieron. Libros, películas y música siempre están influidos por obras anteriores de las cuales incorporan elementos, ideas o referencias y siempre operan dentro de la misma conversación cultural. Y el software, quizá más que todo ello, es un campo definido por la innovación acumulativa.
Lo que la expansión de los ordenadores y la comunicaciones en red hicieron en la década de 1990 fue reducir el coste de comunicar y copiar a casi cero. Dado que la información en sí, una vez producida, es un bien público (su coste marginal es cero) y que para entonces había ya millones de personas que podían ocupar su tiempo de maneras socialmente divertidas, significativas o productivas y que también podían usar gigantescos depósitos de materiales existentes para crear sus propios nuevos productos, internet generó una nueva urgencia por reconocer el papel del procomún en la sociedad de mercado.
El procomún es una manera de asignar acceso y derecho de uso a recursos sin conceder a nadie el derecho a excluir a nadie.
Una calle de una ciudad es un procomún, ya que cualquiera que tenga un coche o una bicicleta puede circular por la calzada, y cualquiera que pueda caminar o use una silla de ruedas es libre de desplazarse por sus aceras. Ningún individuo ni compañía tiene el derecho a excluir a nadie o a cobrarle por el acceso a la misma. Desde calles y autopistas a canales marítimos y fluviales, grandes rutas de transporte acuático y ríos navegables, hasta conocimiento científico básico, algoritmos matemáticos e ideas… todos se han mantenido como bienes de uso común en las economías de mercado modernas porque proporcionan una gran libertad de acción a una amplia variedad de comportamientos productivos, tanto económicos como sociales.
Para mediados de la primera década del siglo XXI la información, el conocimiento y la producción cultural basadas en el procomún florecían. Gran parte de ellas eran de permiso implícito o expreso. Los desarrolladores informáticos en particular abrieron el camino con el software gratuito y de código abierto o FOSS. La principal innovación legal del FOSS era que el software siempre venía con una licencia que hacía legal que cualquiera lo cogiera y no solo lo usara, sino que también lo siguiera desarrollando y después lo devolviera mejorado como bien de uso común. Así, el FOSS se desarrolló en un mundo en el que todo el software nacía como propiedad exclusiva y proporcionó a los programadores la oportunidad de compartir su software con el mundo, de cederlo al procomún de los creadores desoftware. Desde finales de la década de 1990 se ha producido un potente movimiento entre los académicos para hacer lo mismo y cada vez son más las personas que comparten música, vídeos, fotografías y escritos online bajo la licencia de «dominio público», que toma la idea desarrollada en el FOSS y la lleva más allá delsoftware, a todos los productos de información que, de otro modo, estarían sujetos a derechos exclusivos. Más allá de las maneras concretas en que los usuarios crearon bienes de dominio público emitiendo licencias, hubo un enorme volumen de intercambio de información que se hizo sin que mediaran derechos formales algunos. La cultura de la remezcla fue el resultado de individuos que tomaban materiales, a menudo pero no exclusivamente, del mundo formal reglamentado por derechos de propiedad del entretenimiento y creaban sus propias versiones que, a su vez, otros remezclaban. Los permisos implícitos se combinaron con una cultura generalizada de intercambio abierto y una cada vez más intensa retórica de libre acceso y uso común favoreció que estas prácticas se adoptaran universalmente. Es importante señalar en este punto que cuando me refiero al auge de la producción basada en el procomún no estoy incluyendo los usos puramente consumistas, en particular el intercambio de archivos entre pares motivado solo por el deseo de consumir sin pagar. Si bien es cierto que estas prácticas se han condenado de manera desproporcionada a su coste real, no se consideran propiamente parte del auge de la producción basada en el procomún.
La adopción de prácticas basadas en bienes de uso común ha hecho posible un aumento a gran escala del número, tipo y diversidad de los actores participantes en la producción, antes que del consumo, información, conocimiento o cultura. A partir de finales del siglo XIX, una serie de tecnologías y prácticas organizativas se combinaron para inculcar a tres generaciones los hábitos de recepción pasiva. Con las imprentas mecánicas de gran capacidad y las innovaciones en composición automática, que dieron lugar a los periódicos de amplia circulación, profesionalizados y financiados mediante publicidad a finales del siglo XIX, primero, y con la radio y la cima de esta cultura mediática que es la televisión, después, los costes de ser productor de información crecieron, como lo hizo el rango de alcance de aquellos que estaban en situación de afrontar tales costes. Estos avances se vieron complementados por las industrias de la música grabada y el cine, que redujeron la demanda de capacidades musicales, narrativas y actorales ampliamente distribuidas (y menos hipercualificadas). Por espacio de tres generaciones, el público perdió la capacidad de hacer su propia música, jugar a sus propios juegos y actividades de ocio o de transmitir información y opiniones de manera local e informal, y la reemplazó con una creciente dependencia de un modelo de producción profesionalizado y en su mayor parte comercial: era la llamada «economía de la información industrial».
Lo que la expansión de la computación en red ha hecho es revertir las condiciones técnicas y materiales que condujeron a una estructura de producción altamente asimétrica.
Pero si toda la información existente entonces hubiera sido de propiedad exclusiva y si los individuos ahora convertidos en creadores y que hasta entonces habían sido un público pasivo no hubieran adoptado prácticas de intercambio generalizadas, recíprocas y promiscuas —es decir, el procomún—, el potencial de la tecnología sin duda se habría visto limitado. Solo aquellos con capacidad de empezar desde cero habrían sido capaces de hacer la transición de consumidor a productor, y gran parte de la cultura de remezclar, citar y administrar materiales para otros habría sido demasiado cara y los costes de transacción, demasiado elevados para que prosperara.
Producción entre pares
Una de las consecuencias más importantes de la producción basada en bienes de uso común fue el auge de la producción entre pares: compromisos colaborativos a gran escala por parte de grupos de individuos que unen fuerzas para producir artículos más complejos de los que habrían sido capaces de crear de manera individual. Wikipedia es el ejemplo más obvio y más conocido de producción entre pares, una comunidad autogestionada de miles de contribuyentes altamente comprometidos y decenas de miles de individuos con niveles de participación más modestos pero igualmente activos. Si bien representa solo una porción de la producción en red de bienes de uso común, la producción entre pares es la innovación organizativa más significativa de todas las surgidas de las prácticas sociales posibilitadas por internet. Desde el punto de vista de la organización, combina tres características centrales: (a) descentralización de la concepción y ejecución de problemas y soluciones; (b) aprovechamiento de motivaciones distintas; y (c) separación entre gobernanza y gestión, y propiedad y contrato. En primer lugar y a diferencia de las organizaciones tradicionales, la cuestión de qué personas deberían trabajar en qué proyectos, subproyectos y pasos intermedios no está determinada por una jerarquía institucional, sino por elecciones y debates entre los participantes. En segundo lugar, la producción entre pares permite que muchas personas distintas, con motivaciones diferentes, colaboren en proyectos compartidos. Esto es especialmente provechoso a la hora de abordar problemas cuyo valor social es elevado, pero cuya naturaleza impide presentarlos en un formato que permita la apropiación comercial, o porque el alcance y la diversidad de intereses humanos que buscan abarcar son demasiado grandes para que una única compañía se identifique y suministre un modelo de pago. En tercer lugar, la separación entre gestión y gobernanza, y contrato y propiedad, la convierte en un procomún. Incluso dentro de una organización o emprendimiento en red que sea una producción de comunidad entre pares, el hecho de que las aportaciones y los productos se traten como bienes de uso común permite que se den los dos factores antes mencionados, a saber, que individuos de motivaciones diversas actúen sobre los recursos y el proyecto y que lo hagan sin pedir autorización, porque no es necesario negociar derechos o contratos de propiedad.
Desde el punto de vista funcional, estos factores hacen idóneas las prácticas de producción entre pares para el aprendizaje y la experimentación, la innovación y la adaptación a entornos rápidamente cambiantes, persistentemente inciertos y complejos. Dadas las elevadas tasas de innovación tecnológica y la alta diversidad de fuentes de incertidumbre que están caracterizando los mercados globales de principios del siglo XXI, las ventajas funcionales de la producción entre pares la han convertido en el modelo organizativo preferido en diversos ámbitos. Desde el software gratuito hasta el videoperiodismo, pasando por Wikipedia y la producción entre pares desempeña un papel más significativo en el entorno de la producción de información que el que predecían los modelos estándares en el cambio de siglo.
El modelo básico de producción entre pares se basa simplemente en minimizar los costes de transacción. Cualquier iniciativa de producción requiere la coordinación de individuos, recursos y proyectos. En un mercado clásico perfecto, los precios de cada uno de estos tres componentes desembocaban en un equilibrio. Una compañía que espera obtener un precio determinado por un proyecto podrá determinar cuánto se puede permitir pagar por los agentes y recursos necesarios para llevar a cabo dicho proyecto. El valor de los proyectos de la competencia, el valor de los distintos individuos y recursos necesarios para los proyectos de la competencia, determinarán el precio de transacción en el mercado de cualquier recurso o persona y a continuación determinará si, cuándo y con qué grado de calidad puede realizarse el proyecto en función del precio de mercado del producto final. La reputada teoría de Ronald Coase sobre empresas aducía que para algunos recursos, personas y proyectos, los costes de transacción —encontrar las personas y los recursos adecuados, contratarlos, superar los retrasos en las negociaciones, etcétera— serían tan altos que resultaría más eficiente que los gestores se limitaran a asignar personas y recursos a los proyectos, en lugar de organizar continuos concursos para conseguir hacer llegar más cantidad de papel a la impresora de la oficina de la tercera planta. Por eso existen las compañías.
Una vez uno comprende que el intercambio social también es un marco transaccional ampliamente utilizado para una gran variedad de bienes y servicios no merece la pena hacer extensiva la teoría clásica de los costes de transacción de las compañías a las redes de intercambio social. En un modelo de mercado para solucionar un problema de atasco de papel en la impresora de la tercera planta, la persona sentada a la mesa cuya impresa se ha estropeado encuentra una empresa de servicio técnico y le paga para que le arreglen la impresora. En un modelo jerárquico, resultaría más eficiente para el director nombrar a una persona encargada de la logística, la cual contrataría un equipo de apoyo técnico de una vez por todas y así no haría falta, cada vez que una persona tuviera un problema, llevar a cabo una búsqueda y una comparación de servicios posibles. En lugar de ello, la persona de la tercera planta con la impresora rota sabe que le basta con llamar al servicio técnico. En un modelo social transaccional, el problema se solucionaría en casa. La persona con la impresora rota recurre a un vecino experto en tecnologías y le pide ayuda, que este le da de buen grado. A la semana siguiente es posible que el primer vecino devuelva el favor al segundo regándole las plantas mientras está fuera en un simposio. No hay una razón sistemática por la que el modelo de costes de transacción no pueda aplicarse extensivamente al intercambio social que todos usamos a diario sin detenernos a pensarlo. Lo hemos utilizado desde hace tiempo para solucionar problemas económicos de carácter altamente localizado, desde el cuidado de los niños hasta la cocina, pasando por preocupaciones sobre protección social frente a trastornos menores e incluso cosas tan rutinarias como el traslado de muebles a corta distancia dentro de una casa o mudanzas entre hogares situados cerca uno del otro. Pero, para casi todos los problemas de importancia económica, las motivaciones eran demasiado débiles y los costes de transacción demasiado elevados para permitir que estas redes desempeñaran un papel económico de verdad significativo. La propagación de las comunicaciones en red y las propiedades únicas de la información en tanto bien económico hacen ese marco transaccional más ampliamente aplicable a problemas de producción económica más complejos de lo que lo era en los principios de la era industrial.
Complejidad, incertidumbre e innovación abierta
El sencillo modelo de coste de transacciones entre iguales puede suplementarse con una visión más específica de la información y el aprendizaje que explique por qué la innovación distribuida, la creatividad o la resolución de problemas tendrían una ventaja de costes respecto a sistemas basados en la propiedad y la jerarquía. Una explicación más extensa requiere hablar de la manera en que aprenden las organizaciones. Tanto el control ejecutivo como la fijación del precio de transacción requieren que la descripción de recursos, de personas (es decir, de sus capacidades y disponibilidad para trabajar en un proyecto determinado durante un plazo de tiempo determinado) y de proyectos se haga en forma de unidades susceptibles de ser transmitidas mediante el sistema de comunicaciones que estos modelos organizativos representan. Los costes de organización y transacción asociados con una definición perfecta del precio o de la jerarquía necesaria para la gestión y la toma de decisiones teniendo en cuenta cada recurso potencial o persona que difiera de alguna manera de los demás en contexto y en tiempo requieren la abstracción, generalización y estandarización de las características de los recursos, las personas y los proyectos. Saber lo que Fulano y Mengano son capaces de hacer, dadas sus aficiones o el libro que leyeron la semana pasada, supone un abrumador problema de información para un sistema de gestión centralizado, y también extremadamente complejo para un sistema que necesita trasladar estas capacidades a precios estandarizados, es decir, a salarios pagados y exigidos. En lugar de ello, lo que observamos es que los mercados y las organizaciones realizan abstracciones a partir de particularidades de los individuos y de modestos recursos para establecer marcadores relativamente estables de clases o tipos de recursos, por ejemplo, fijar salarios basados en el nivel de estudios o la antigüedad en la empresa. En dicho proceso de abstracción, tanto las descripciones administrativas como los precios son lo que los tecnólogos que se ocupan de sistemas de comunicación llaman «medios disipativos»: el proceso de formalización extrae información de las características que tienen en el mundo real aquellos recursos y proyectos relevantes. La información perdida (o disipada), a su vez, genera sistemas cuyo funcionamiento depende de descartar precisamente esa información que lleva a los sistemas a rendir menos, para así poder asignar un conjunto más apropiado y depurado de recursos y agentes potenciales a proyectos mejor definidos.
Una economía global y de redes en la que se invierte muchísimo en innovación y en la que dicha innovación puede emplearse, por un lado, para competir en casi todos los ámbitos es una economía cuyas complejidad e incertidumbre crecen radicalmente y a gran velocidad.
La complejidad y la incertidumbre, a su vez, hacen el problema informacional de cuadrar personas, recursos y proyectos menos susceptible de ser solucionado mediante estrategias basadas en la jerarquía o en los precios. La complejidad y la incertidumbre generan presión tanto en los mercados neoclásicos como en los nuevos modelos institucionales de empresa porque las propiedades reales de los recursos, las personas y los proyectos son muy diversas y están altamente interconectadas; y las interacciones entre ellos son complejas, en el sentido de que diferencias mínimas en las condiciones iniciales o perturbaciones a lo largo del tiempo pueden alterar de modo significativo la calidad de las interacciones y de los resultados a nivel sistémico. Esta situación conduce al fenómeno llamado «dependencia del camino», tanto tecnológico como institucional. Es decir, el alejamiento de una práctica eficiente y efectiva puede persistir cuando se produce una ineficiencia observada sistemáticamente. La diversidad de matices existente en las cualidades de las personas, los proyectos y recursos, junto con las divergencias relativamente significativas que pueden darse debido a diferencias también sutiles en combinaciones de input o interacciones locales, hacen que sea imposible abstraer y generalizar el proceso y traducirlo en unidades de comunicación aptas para decisiones de tipo jerárquico o de precios sin que se produzca una pérdida significativa de información, de control y, en última instancia, de efectividad.
Nótese que el conocimiento y el aprendizaje en presencia de la complejidad y la incertidumbre aluden a algo más que a la noción clásica de innovación, a saber, a crear una manera nueva de hacer algo que antes era imposible hacer. Y, lo que es más importante aún, incluyen resolución de problemas o mejora iterativa en cómo se hace algo dada una ausencia persistente de conocimiento completo sobre el problema y su solución. Si crear la World Wide Web o un software de web modificable como Wiki era innovación basada en un modelo de procomún, la innovación organizativa de Wikipedia reside sobre todo en la resolución de problemas: cómo conservar y compatibilizar las contribuciones de calidad con una expansión potencialmente ilimitada, un problema que la Enciclopedia Británicano tuvo que resolver, precisamente debido a la pérdida de usuarios. Los contenidos generados por el usuario se acomodan mejor a la variedad de gustos que un sistema más centralizado; las selecciones de restaurantes u hoteles hechas por los usuarios solucionan un posible problema de complejidad de implementación mediante una gran diversidad de sitios que reseñar y una valoración de los gustos de aquellas personas que quieran probar los sitios. En cada caso el enfoque entre pares permitió a las organizaciones explorar un espacio de intereses y gustos altamente diversos que para organizaciones tradicionales habría resultado demasiado costoso explorar.
De acuerdo con este modelo, una parte crucial de la producción entre iguales se apoya en la importancia de esa clase de conocimiento que simplemente no se puede contratar o gestionar de manera adecuada: ya sea porque se trata de conocimiento tácito, ya porque la cantidad y diversidad de las personas que lo poseen y que deben participar en el proceso de implementación es demasiado grande como para contratarlas a todas. El conocimiento tácito es aquel que las personas poseen, pero de una manera que no pueden comunicar. Una vez uno aprende a montar en bicicleta, sabe cómo se hace. Sin embargo, si tuviera que sentarse y escribir un informe pormenorizado, quienes lo leyeran no aprenderían a montar en bicicleta. Cada vez resulta más obvio que el conocimiento tácito es un componente crítico de los sistemas humanos reales. Y la producción entre pares permite a las personas desplegar directamente su conocimiento tácito sin perder demasiado del mismo en el esfuerzo que supone trasladarlo a una forma comunicable (un esfuerzo tan fútil como intentar enseñar a montar en bicicleta escribiendo un informe), necesaria para tomar decisiones basadas en precios o en jerarquías. Allí donde el conocimiento es explícito, la barrera se reduce a un mero problema de costes de transacción. Un sistema que permite a agentes explorar su entorno en busca de problemas y soluciones, experimentar, aprender e iterar soluciones y también perfeccionar las mismas sin necesidad de formalizaciones intermedias que hagan posible y financien el proceso, resultará ventajoso frente a un sistema que requiera dichas formalizaciones; y esa ventaja aumentará a medida que aumenta la incertidumbre sobre el camino que se va a seguir, sobre quién está mejor posicionado para seguirlo y sobre qué tipo de enfoques resolutivos son más prometedores.
De una manera más general, la producción entre pares, sobre todo cuando se basa en bienes de uso común, es decir, en privilegios de acceso simétrico (con o sin reglas de uso) al recurso sin necesidad de transacciones permite: (a) diversidad de personas con independencia de la afiliación organizativa o de su vínculo propietario o contractual con un recurso o un proyecto determinados; (b) evaluar y reevaluar de forma dinámica los recursos, proyectos y colaboradores potenciales disponibles; y (c) asignarse proyectos y colaboraciones. Confiando todos estos elementos de la organización de un proyecto a la dinámica de autoasignación, la producción entre pares se sobrepone a la naturaleza disipativa de los mercados y las burocracias, ya sean empresariales o gubernamentales. Allí donde los requerimientos de capital físico de un proyecto son muy bajos o se pueden satisfacer utilizando dotaciones de capital distribuido preexistente (como ordenadores de propiedad personal), donde el proyecto es susceptible de modularizarse para una producción incremental llevada a cabo por participantes diversos y donde la diversidad sale beneficiada de reclutar una amplia gama de experiencia, talento, perspicacia y creatividad en cuanto a innovación, calidad, rapidez o precisión a la hora de adecuar los productos a la demanda, la producción entre pares puede florecer y superar en rendimiento a mercados y jerarquías.
Los beneficios obvios de la producción entre pares la han llevado a ser adoptada por compañías y otras organizaciones más tradicionales, incluidos gobiernos. En un estudio, por ejemplo, Josh Lerner y Mark Schankerman (2010) documentaron que el 40% de las empresas de software comercial también desarrollan alguna clase de software libre. En otro libro, Charles Schweik y Robert English (2012) exponen las motivaciones institucionales tanto de empresas como de gobiernos para adoptar estos modelos. En estos casos el acceso a un cuerpo de desarrolladores diversos y la naturaleza abierta de los estándares pesa más, para estas organizaciones, que el coste que les supone no ser propietarios. Pero los efectos van más allá del software. Compañías como Yelp o TripAdvisor prosperaron frente a competidores más consolidados de su sector —críticos gastronómicos y guías de viaje, respectivamente— construyendo sofisticadas plataformas que permitían a una variedad mucho más amplia de no profesionales identificar y reseñar los productos de su interés. De nuevo, en ambos casos, las compañías que construyeron plataformas para la producción entre pares rindieron más que aquellas que adoptaron enfoques más tradicionales, jerárquicos y contractuales.
La producción basada en el procomún y la producción entre pares son ejemplos de una mayor amplitud de estrategias abiertas que se benefician de la libertad de operar típica de estos dos enfoques, renunciando a la jerarquía y al sistema de propiedad individual que muchas organizaciones tradicionales se esfuerzan por conservar. Algunas compañías recurren cada vez más a las competiciones y a los premios. Tenemos, por ejemplo, el uso que hace Pfizer del sistema InnoCentive para diversificar la clase de personas que trabajan solucionando sus problemas sin tener que ceder el control propietario o contractual del proyecto. El modelo de premio permite a una compañía especificar con mayor o menor precisión el problema que está tratando de resolver y colocarlo en una plataforma que gestiona la competición y que permite que cualquier persona de cualquier parte aporte soluciones. La compañía conserva la prerrogativa de elegir su solución preferida y retiene el control, a la vez que paga a alguien que está dispuesto a trabajar con el problema y que lo hace con éxito. Este enfoque ofrece a las compañías el beneficio fundamental de permitirles, cuando detectan un problema determinado, atraer a un individuo, al que nunca habrían podido identificar dentro de sus propias redes, para que trabaje en la resolución del mismo. Aquí a lo único que la compañía renuncia es al poder diagnóstico de tener a muchas personas distintas examinando el espacio de recursos y proyectos en el que está situada, a identificar el potencial para un nuevo proyecto o a detectar un problema que todavía no sabe que tiene. Para lograr todo eso serían necesarias unas estrategias diferentes y todavía más abiertas.
Otra elección estratégica a la que se enfrentan cada vez más compañías es la participación o no en redes empresariales que comparten prácticas innovadoras abiertas y colaborativas. La «innovación abierta y colaborativa» es una expresión que describe un conjunto de prácticas de producción que llevan desarrollándose por un tiempo en el seno de varias empresas en mercados diversos de productos complejos y ricos en innovación. Estas prácticas comparten con la producción entre iguales la idea de que es improbable que las personas más inteligentes e idóneas para resolver un problema dado trabajen en una única empresa, la empresa que se enfrenta al problema, y que los modelos de innovación y resolución de problemas que permiten a personas diversas, de entornos diversos, colaborar en un problema obtendrán mejores resultados que los modelos de producción según los cuales la compañía es una frontera rígida y no se permite la colaboración basada en la idoneidad de un individuo para la tarea, en lugar de en un contrato de trabajo o en los derechos de propiedad de un problema. Las compañías pueden compartir empleados, diseños y asignar trabajadores a proyectos concretos de larga duración. Es probable que dentro del proyecto compartan propiedad intelectual y también que a menudo adopten modelos de estándares abiertos que garanticen que nadie pueda desertar del acuerdo de colaboración. Los especialistas en leyes Ronald Gilson, Charles Sabel y Robert Scott han documentado cómo estos enfoques han producido modelos contractuales más flexibles y abiertos que los contratos de proveedores típicos del pasado, una flexibilidad que reproduce algunas de las ventajas de la producción entre pares y la producción basada en el procomún, y que elimina por completo cualquier estorbo de tipo contractual. Las prácticas abiertas y colaborativas en redes empresariales se benefician de las ventajas de la naturaleza completamente abierta al mundo asociada a la producción entre pares o a los sistemas de premio a cambio de renunciar a contar con un conjunto de personas, recursos y proyectos más manejables con los que trabajar.
Un último modelo abierto que combina el procomún con la propiedad es aquel que encontramos en la frontera entre los mundos académico y de negocios. Se trata del modelo ejemplificado por Silicon Valley, Cambridge, Massachusetts y muchos de los denominados «centros de innovación» deliberadamente establecidos cerca de universidades. A uno de los lados de esta frontera entre los mundos académico y empresarial tenemos el modelo académico, que permite invertir en innovación altamente incierta en los márgenes mismos de la ciencia. El nivel de incertidumbre y beneficios sociales es tal que la financiación inicial para los proyectos proviene del Gobierno y no se prevé su aplicación comercial inmediata. La economía académica, basada en el estatus, la financiación pública y las normas de publicación y presentación de la ciencia académica contribuyen tanto a la experimentación como a la amplia divulgación de los resultados de las investigaciones en términos que permiten a otros trabajar a partir de ellas y desarrollarlas. Es la interfaz del procomún. Este, al menos, es el modelo idealizado, uno que, vista la reducción de los presupuestos para investigación y el creciente énfasis de las universidades en los beneficios de la tecnología, se antoja en este momento lejos de la realidad. Al otro lado de la frontera están las empresas inversoras: pequeñas, ágiles y de alta disponibilidad. Estas permiten modelos de inversión de alto riesgo y elevados beneficios en los que se puede experimentar, hacer prototipos, adoptar y fracasar o crecer a un ritmo mucho más rápido que el de las empresas más tradicionales. También proporcionan una membrana de interacción para académicos y aspirantes a académicos, estudiantes de doctorado o recién doctorados que dejan el mundo académico para conocer el sistema de mercado y al revés. Algunas de las compañías de gran tamaño basadas en este modelo, como Microsoft, Google o Yahoo, han creado centros de investigación que parecen hacer honor al ideal académico de la libre exploración, al menos en el mismo grado en que lo hacen los programas universitarios con mayores limitaciones presupuestarias; y cada vez son más las colaboraciones dentro de esta membrana. Estos modelos, en mayor medida en el ámbito de las tecnologías de la información y en menor medida en el de la biotecnología, presentan una fidelidad muy superior al concepto del procomún (con publicaciones abiertas y libre intercambio entre individuos sin relaciones contractuales de por medio) que los modelos abiertos y colaborativos; a cambio pierden control y gobernabilidad.
Lo que es importante entender sobre estos modelos es que todos ellos son estrategias diversas para abordar en esencia la misma clase de desafíos producto de la complejidad y la incertidumbre. Todos marcan distintos puntos en una solución espacial que opta por la gobernabilidad, la efectividad y una relación ágil entre inversión y producto, así como por procesos que faciliten la experimentación, la libertad de operar sin trabas y sin necesidad de permiso y el aprovechamiento de motivaciones diversas, sobre todo aquellas que no requieren traducirse en términos monetarios y que son en sí mismas disipativas.
Las prácticas basadas en el procomún y la innovación abierta proporcionan libertad para actuar sobre los desafíos extremos que lleva consigo planificar en condiciones de incertidumbre y complejidad. Proporcionan un modelo evolutivo, caracterizado por la repetida experimentación, el fracaso frente a la supervivencia y la adaptación efectiva antes que en enfoques más tradicionales e ingenieriles a la hora de construir sistemas óptimos con respuestas bien articuladas a un cambio satisfactorio y razonablemente predecible. Dicho modelo se basa en la experimentación y la adaptación a un entorno cambiante y muy incierto haciendo hincapié en la innovación, la flexibilidad y la robustez por encima de la eficiencia.
Hace una década Wikipedia y el software libre eran vistos en los círculos de la economía mayoritaria como meras curiosidades. Cualquiera que siga pensando en ellas en estos términos en este momento, en la segunda década del siglo XXI, corre un riesgo importante. Su éxito presenta un desafío fundamental en nuestra manera de pensar en los conceptos de propiedad y contrato, una teoría de la organización y gestión vigente en los últimos 150 años. Comprender por qué han triunfado y cuáles son sus fortalezas y debilidades se ha convertido en algo indispensable para cualquiera interesado en modelos de organización en una economía de información en red.
Referencias
Coase, Ronald.
«The Nature of the Firm». Economica 4, 16 (1937): 386-405.
Gilson, Ronald J., Charles F. Sabel y Robert E. Scott.
«Contracting for Innovation: Vertical Disintegration and Interfirm Collaboration». Columbia Law Review 109, 3 (abril de 2009); http://ssrn.com/abstract=1304283
__, «Braiding: The Interaction of Formal and Informal Contracting in Theory, Practice and Doctrine». Columbia Law and Economics Working Paper 367 (11 de enero de 2010). http://ssrn.com/abstract=1535575 or http://dx.doi.org/10.2139/ssrn.1535575
Lerner, Josh y Mark Schankerman.
The Comingled Code: Open Source and Economic Development. Cambridge, Massachusetts: MIT Press, 2010.
Schweik, Charles M. y Robert C. English.
Internet Success: A Study of Open-Source Software Commons. Cambridge, Massachusetts: MIT Press, 2012.
Fuente
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