Dacher Keltner, profesor de Psicología de la Universidad de Berkeley,
en Estados Unidos, lleva años estudiando los efectos del poder en la
psique humana. Según investigaciones y ensayos de las últimas dos
décadas y que tiene publicados en The Power Paradox, las personas poderosas actúan como si hubiesen sufrido un traumatismo cerebral: dado que los sentimientos de poder desinhiben,
hacen que las personas se vuelvan más impulsivas, menos conscientes de
los riesgos, pierden la capacidad de asumir puntos de vista ajenos.
Un mundo a su medida: también recoge otros estudios en los que se demostró que las personas que se sentían más poderosas tienen mayor tendencia a ser infieles, a mentir, a conducir saltándose las reglas, a inmunizarse ante el sufrimiento ajeno, y a creer que ciertas reglas que nos rigen a todos no deberían aplicárseles a ellos. Hay estudios que apuntan, incluso, que en sociedades occidentales los ricos realizan más hurtos que los pobres, lo cual podría explicarse con otro hallazgo: el ejercicio del poder es tan adictivo y enciende los mismos mecanismos de placer que la cocaína.
La paradoja del poder: Sukhvinder Obhi, investigador de la Universidad McMaster en Canadá, hizo ensayos
para medir el impacto en los procesos mentales de las neuronas-espejo
entre personas que se sentían poderosas y las que no lo son. Las
neuronas-espejo son las que activan en nosotros cuando vemos a alguien
realizar una acción, imitando mentalmente sus gestos, y están muy
relacionadas con los procesos que denominamos empáticos.
Según sus resultados, los poderosos habían perdido gran parte de esta
actividad mental, creando así una paradoja: una vez que tenemos el
poder, perdemos algunas de las capacidades que necesitamos para
obtenerlo en primer lugar.
Riesgos sociales: según explica Keltner, uno de los riesgos del poder es encerrarse en una burbuja. Esto tiene una consecuencia lógica de pérdida de perspectiva que lleve a los líderes a tomar malas decisiones, pero también otras como la perpetuación de estereotipos. El poder, hemos visto, nos hace menos capaces de distinguir los rasgos individuales de los demás (ya que no nos hace falta prestarles atención), pero esto hace que confiemos más en nuestros prejuicios en un ciclo que se retroalimenta: cuanto menos vemos de un grupo, más rellenamos con nuestra propia visión.
El poder de la mente: mucho de lo descrito, como
hemos podido ver, depende de una cuestión de autopercepción que no tiene
necesariamente por qué adaptarse a la realidad. El poder es un estado
mental, como bien señalan el síndrome del impostor y su contrario, el efecto Dunning-Kruger.
Por ejemplo, hay indicios de que los cambios de posturas nos hacen
sentir más o menos poderosos, y que hacemos una asociación muy fuerte
entre estatura y autoridad (de hecho, hay una conexión entre la alta retribución y la altura de las personas). Cuando nos sentimos más henchidos, tendemos a conferir menos altura a los demás, y viceversa.
Nada es para siempre: para Keltner es esencial que, en sociedades democráticas donde los líderes políticos que nos gobiernan dependen de la voluntad del pueblo, empecemos a crear mecanismos para que todo el que sea poderoso pueda responder de sus actos, sobre todo cuando afectan a los demás. En cualquier caso, y como nota disidente, también es cierto que estas conductas llevan a los poderosos a tener mayores incidencias de paranoia y otros trastornos psiquiátricos, mayores adicciones al alcohol y al tabaco así como mayores índices de testosterona, lo que degenera en mayores riesgos para la salud.
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Dacher Keltner, profesor de Psicología de la Universidad de Berkeley, en Estados Unidos, lleva años estudiando los efectos del poder en la psique humana. Según investigaciones y ensayos de las últimas dos décadas y que tiene publicados en The Power Paradox, las personas poderosas actúan como si hubiesen sufrido un traumatismo cerebral: dado que los sentimientos de poder desinhiben, hacen que las personas se vuelvan más impulsivas, menos conscientes de los riesgos, pierden la capacidad de asumir puntos de vista ajenos.
Un mundo a su medida: también recoge otros estudios en los que se demostró que las personas que se sentían más poderosas tienen mayor tendencia a ser infieles, a mentir, a conducir saltándose las reglas, a inmunizarse ante el sufrimiento ajeno, y a creer que ciertas reglas que nos rigen a todos no deberían aplicárseles a ellos. Hay estudios que apuntan, incluso, que en sociedades occidentales los ricos realizan más hurtos que los pobres, lo cual podría explicarse con otro hallazgo: el ejercicio del poder es tan adictivo y enciende los mismos mecanismos de placer que la cocaína.
La paradoja del poder: Sukhvinder Obhi, investigador de la Universidad McMaster en Canadá, hizo ensayos para medir el impacto en los procesos mentales de las neuronas-espejo entre personas que se sentían poderosas y las que no lo son. Las neuronas-espejo son las que activan en nosotros cuando vemos a alguien realizar una acción, imitando mentalmente sus gestos, y están muy relacionadas con los procesos que denominamos empáticos.
Según sus resultados, los poderosos habían perdido gran parte de esta actividad mental, creando así una paradoja: una vez que tenemos el poder, perdemos algunas de las capacidades que necesitamos para obtenerlo en primer lugar.
Riesgos sociales: según explica Keltner, uno de los riesgos del poder es encerrarse en una burbuja. Esto tiene una consecuencia lógica de pérdida de perspectiva que lleve a los líderes a tomar malas decisiones, pero también otras como la perpetuación de estereotipos. El poder, hemos visto, nos hace menos capaces de distinguir los rasgos individuales de los demás (ya que no nos hace falta prestarles atención), pero esto hace que confiemos más en nuestros prejuicios en un ciclo que se retroalimenta: cuanto menos vemos de un grupo, más rellenamos con nuestra propia visión.
El poder de la mente: mucho de lo descrito, como hemos podido ver, depende de una cuestión de autopercepción que no tiene necesariamente por qué adaptarse a la realidad. El poder es un estado mental, como bien señalan el síndrome del impostor y su contrario, el efecto Dunning-Kruger. Por ejemplo, hay indicios de que los cambios de posturas nos hacen sentir más o menos poderosos, y que hacemos una asociación muy fuerte entre estatura y autoridad (de hecho, hay una conexión entre la alta retribución y la altura de las personas). Cuando nos sentimos más henchidos, tendemos a conferir menos altura a los demás, y viceversa.
Nada es para siempre: para Keltner es esencial que, en sociedades democráticas donde los líderes políticos que nos gobiernan dependen de la voluntad del pueblo, empecemos a crear mecanismos para que todo el que sea poderoso pueda responder de sus actos, sobre todo cuando afectan a los demás. En cualquier caso, y como nota disidente, también es cierto que estas conductas llevan a los poderosos a tener mayores incidencias de paranoia y otros trastornos psiquiátricos, mayores adicciones al alcohol y al tabaco así como mayores índices de testosterona, lo que degenera en mayores riesgos para la salud.
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