Estamos perdiendo la cabeza por Google. Después de 20 años, los productos de Google se han vuelto parte de nuestra vida diaria, lo que ha provocado que la estructura de nuestra arquitectura cognitiva cambie y que, como consecuencia, nuestras mentes se expandan hacia el ciberespacio. Esto no es ciencia ficción, sino una de las implicaciones de la que se conoce como “la teoría de la mente extendida”, un punto de vista ampliamente aceptado en filosofía, psicología y neurociencia.
No cabe duda de que este es un cambio abrupto de la psicología humana, probablemente el mayor cambio con el que hayamos tenido que lidiar, y está ocurriendo a una velocidad apabullante. Después de todo, este mes Google cumple tan solo 20 años. Y aunque este cambio tenga consecuencias positivas, también trae consigo algunos problemas muy preocupantes a los que tenemos que enfrentarnos.
La mayor parte de mis investigaciones abarca asuntos relacionados con la identidad personal, la mente, la neurociencia y la ética. Desde mi punto de vista, cuanto mayor sea nuestro consumo de las características “personalizadas” de la Inteligencia Artifical de Google, mayor parte de nuestro espacio cognitivo le cedemos, lo que provoca que tanto la privacidad mental como la habilidad de pensar con libertad disminuyan. Además, se están encontrando pruebas de la posible relación entre el uso de la tecnología y problemas de la salud mental. Dicho de otra forma, no es seguro que nuestras mentes puedan soportar el estrés provocado por la tecnología. De hecho, puede que estemos cerca de alcanzar un punto de inflexión.
¿Dónde se acaba la mente y empieza el resto del mundo?
Esta fue la pregunta que plantearon en 1998 (el mismo año en el que Google salió a la luz) dos filósofos y científicos cognitivos, Andy Clark y David Chalmers, en el ya famoso artículo La mente extendida. Antes de su publicación, la respuesta más común entre los científicos era que la mente acababa en los límites del cráneo y la piel (básicamente, los límites del cerebro y del sistema nervioso).
Sin embargo, la respuesta de Clark y de Chalmers era algo más radical. Sostenían que, cuando integramos elementos del mundo exterior en nuestro proceso de pensamiento, esos elementos externos interpretan el mismo papel en nuestro proceso cognitivo que el que realiza nuestro cerebro. Como resultado, forman parte de nuestra mente en la misma medida que nuestras neuronas y conexiones sinápticas. La teoría de Clark y Chalmers produjo revuelo, pero, desde entonces, muchos otros expertos se han posicionado a su favor.
Nuestras mentes están conectadas con Google
Aunque Clark y Chambers publicaron su artículo antes de la llegada de los smartphones y del 4G, los ejemplos que utilizaron eran fantásticos: por ejemplo, el de un hombre que integraba un cuaderno en su vida diaria como si fuera una memoria externa. Como demuestran trabajos más recientes, la teoría de la mente extendida influye directamente en nuestra obsesión por los teléfonos móviles y otros dispositivos conectados a la web.
Cada vez más gente vive sometida bajo el yugo de los smartphones desde que se despiertan hasta que se acuestan. Es ya parte de nuestra naturaleza utilizar las aplicaciones de Google (motor de búsqueda, calendario, mapas, documentos, asistente de fotografía y demás). La fusión de nuestros procesos cognitivos con Google es una realidad. Parte de nuestra mente se encuentra hospedada, literalmente, en los servidores de Google.
Pero ¿acaso importa? Sí, importa por dos razones principalmente.
La primera es que Google no es una herramienta cognitiva pasiva. Sus últimas actualizaciones, dirigidas hacia la IA y hacia el aprendizaje automático, se centran en las sugerencias. Google Maps no solo te indica cómo llegar hasta donde quieras llegar (a pie, en coche o en transporte público), sino que también envía sugerencias personalizadas de lugares que cree que te interesarán.
Google Home, el asistente virtual de Google, que está a solo dos palabras de nosotros (“Ok, Google”), no solo nos informa rápidamente de lo que necesitamos, también puede organizar citas y reservar mesa a nuestro nombre en un restaurante.
Gmail hace sugerencias de lo que deduce que queremos escribir y, ahora, Google News nos envía notificaciones sobre noticias que imagina que serán de nuestro interés. Todo esto elimina la necesidad de pensar y de tomar decisiones por nosotros mismos. Google, afirmo de nuevo, completa, literalmente, los espacios vacíos de nuestros procesos cognitivos y de nuestras mentes, lo que causa que tanto la privacidad mental como la habilidad de pensar con libertad se retraigan.
¿Adicción o integración?
La segunda razón es que no parece que a nuestra mente le siente bien estar esparcida por internet. La preocupación por la “adicción a los móviles” ya no es un asunto marginal. Según informes recientes, el usuario medio del Reino Unido mira su móvil cada 12 minutos. Este hábito produce gran cantidad de efectos psicológicos negativos que acabamos de empezar a descubrir. La depresión y la ansiedad son los dos más relevantes.
Sin embargo, desde mi punto de vista la palabra “adicción” solo es otra manera de nombrar a la integración mencionada anteriormente. En mi opinión, la razón por la que nos cuesta tanto dejar de lado nuestros teléfonos móviles es que los hemos integrado en nuestros procesos cognitivos diarios. Cuando los usamos, pensamos. Por eso no es de extrañar que nos cueste dejar de utilizarlos. Hoy en día, que te quiten el teléfono móvil es parecido a que te practiquen una lobotomía. Para acabar con esa adicción/integración, y para recuperar nuestra salud mental, debemos aprender a pensar de otra manera y reconquistar nuestra mente.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés
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Estamos perdiendo la cabeza por Google. Después de 20 años, los productos de Google se han vuelto parte de nuestra vida diaria, lo que ha provocado que la estructura de nuestra arquitectura cognitiva cambie y que, como consecuencia, nuestras mentes se expandan hacia el ciberespacio. Esto no es ciencia ficción, sino una de las implicaciones de la que se conoce como “la teoría de la mente extendida”, un punto de vista ampliamente aceptado en filosofía, psicología y neurociencia.
No cabe duda de que este es un cambio abrupto de la psicología humana, probablemente el mayor cambio con el que hayamos tenido que lidiar, y está ocurriendo a una velocidad apabullante. Después de todo, este mes Google cumple tan solo 20 años. Y aunque este cambio tenga consecuencias positivas, también trae consigo algunos problemas muy preocupantes a los que tenemos que enfrentarnos.
La mayor parte de mis investigaciones abarca asuntos relacionados con la identidad personal, la mente, la neurociencia y la ética. Desde mi punto de vista, cuanto mayor sea nuestro consumo de las características “personalizadas” de la Inteligencia Artifical de Google, mayor parte de nuestro espacio cognitivo le cedemos, lo que provoca que tanto la privacidad mental como la habilidad de pensar con libertad disminuyan. Además, se están encontrando pruebas de la posible relación entre el uso de la tecnología y problemas de la salud mental. Dicho de otra forma, no es seguro que nuestras mentes puedan soportar el estrés provocado por la tecnología. De hecho, puede que estemos cerca de alcanzar un punto de inflexión.
Esta fue la pregunta que plantearon en 1998 (el mismo año en el que Google salió a la luz) dos filósofos y científicos cognitivos, Andy Clark y David Chalmers, en el ya famoso artículo La mente extendida. Antes de su publicación, la respuesta más común entre los científicos era que la mente acababa en los límites del cráneo y la piel (básicamente, los límites del cerebro y del sistema nervioso).
Sin embargo, la respuesta de Clark y de Chalmers era algo más radical. Sostenían que, cuando integramos elementos del mundo exterior en nuestro proceso de pensamiento, esos elementos externos interpretan el mismo papel en nuestro proceso cognitivo que el que realiza nuestro cerebro. Como resultado, forman parte de nuestra mente en la misma medida que nuestras neuronas y conexiones sinápticas. La teoría de Clark y Chalmers produjo revuelo, pero, desde entonces, muchos otros expertos se han posicionado a su favor.
Nuestras mentes están conectadas con Google
Aunque Clark y Chambers publicaron su artículo antes de la llegada de los smartphones y del 4G, los ejemplos que utilizaron eran fantásticos: por ejemplo, el de un hombre que integraba un cuaderno en su vida diaria como si fuera una memoria externa. Como demuestran trabajos más recientes, la teoría de la mente extendida influye directamente en nuestra obsesión por los teléfonos móviles y otros dispositivos conectados a la web.
Cada vez más gente vive sometida bajo el yugo de los smartphones desde que se despiertan hasta que se acuestan. Es ya parte de nuestra naturaleza utilizar las aplicaciones de Google (motor de búsqueda, calendario, mapas, documentos, asistente de fotografía y demás). La fusión de nuestros procesos cognitivos con Google es una realidad. Parte de nuestra mente se encuentra hospedada, literalmente, en los servidores de Google.
Pero ¿acaso importa? Sí, importa por dos razones principalmente.
La primera es que Google no es una herramienta cognitiva pasiva. Sus últimas actualizaciones, dirigidas hacia la IA y hacia el aprendizaje automático, se centran en las sugerencias. Google Maps no solo te indica cómo llegar hasta donde quieras llegar (a pie, en coche o en transporte público), sino que también envía sugerencias personalizadas de lugares que cree que te interesarán.
Google Home, el asistente virtual de Google, que está a solo dos palabras de nosotros (“Ok, Google”), no solo nos informa rápidamente de lo que necesitamos, también puede organizar citas y reservar mesa a nuestro nombre en un restaurante.
Gmail hace sugerencias de lo que deduce que queremos escribir y, ahora, Google News nos envía notificaciones sobre noticias que imagina que serán de nuestro interés. Todo esto elimina la necesidad de pensar y de tomar decisiones por nosotros mismos. Google, afirmo de nuevo, completa, literalmente, los espacios vacíos de nuestros procesos cognitivos y de nuestras mentes, lo que causa que tanto la privacidad mental como la habilidad de pensar con libertad se retraigan.
¿Adicción o integración?
La segunda razón es que no parece que a nuestra mente le siente bien estar esparcida por internet. La preocupación por la “adicción a los móviles” ya no es un asunto marginal. Según informes recientes, el usuario medio del Reino Unido mira su móvil cada 12 minutos. Este hábito produce gran cantidad de efectos psicológicos negativos que acabamos de empezar a descubrir. La depresión y la ansiedad son los dos más relevantes.
Sin embargo, desde mi punto de vista la palabra “adicción” solo es otra manera de nombrar a la integración mencionada anteriormente. En mi opinión, la razón por la que nos cuesta tanto dejar de lado nuestros teléfonos móviles es que los hemos integrado en nuestros procesos cognitivos diarios. Cuando los usamos, pensamos. Por eso no es de extrañar que nos cueste dejar de utilizarlos. Hoy en día, que te quiten el teléfono móvil es parecido a que te practiquen una lobotomía. Para acabar con esa adicción/integración, y para recuperar nuestra salud mental, debemos aprender a pensar de otra manera y reconquistar nuestra mente.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés
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