“Es un proceso inevitable y global, porque no existe la manera de frenar el progreso técnico-científico”, explica Vasili Kashin, experto del Centro de Análisis de Estrategias y Tecnologías, según recoge el diario ruso ‘Védomosti‘.
El primer servicio permanente de inteligencia apareció en Asiria, un imperio ubicado en el norte de la antigua Mesopotamia, en el territorio entre los ríos Tigris y Éufrates. Entre los siglos X y VII a. C. lo usó ampliamente para estar al tanto de la situación en los países conquistados. Hasta nuestros días ha llegado una parte de sus archivos que muestran que los asirios contaban con métodos de conspiración y recopilación de datos que siguen usándose ahora.
Sin embargo, antes de la revolución industrial (periodo entre la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX en el que Europa sufre el mayor conjunto de transformaciones tecnológicas) muy pocos Estados tenían sistemas de inteligencia permanente y los que había contaban con muy pocos agentes. Las causan eran simples: el mejor medio de comunicación era un agente a caballo y había muy poca gente que supiera leer y escribir. La nueva etapa en el desarrollo del espionaje se debió, lógicamente, a los nuevos instrumentos de transmisión de la información. El ferrocarril, el telégrafo y el teléfono impulsaron el crecimiento de los servicios de inteligencia en todo el mundo.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial el espionaje ya empieza a influir en la historia. Alfred Redl, coronel de los servicios de contraespionaje del Imperio austrohúngaro reclutado por la inteligencia rusa, filtró a Rusia durante 10 años los nombres de los agentes austriacos que se encontraban en su territorio y también entregó el plan de intervención austriaca en Serbia. Sus actividades permitieron a los serbios resistir con éxito al Imperio austrohúngaro a inicios de la Primera Guerra Mundial: entre los austriacos se registraron aproximadamente medio millón de víctimas mortales.
Antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial, los servicios de inteligencia experimentaron otra fase de rápido crecimiento con la aparición de la radio y el desarrollo de la aviación. Pero entonces surgió un problema: los flujos de información aumentaban mucho más rápido de lo que los especialistas eran capaces de procesarlos. Según los historiadores, la inteligencia de EE.UU., por ejemplo, recibió de antemano información sobre un posible ataque contra Pearl Harbor, pero no pudieron procesarla y entregarla a tiempo al presidente Roosevelt.
Una vez vencidos los nazis, los servicios de espionaje aprendieron de sus errores, se reestructuraron adaptándose a la nueva realidad y vivieron otro impulso. Sin embargo, el verdadero ‘acelerón’ llegó en la década de 1990. La revolución de las tecnologías de la información -con la proliferación de ordenadores y celulares y la llegada de Internet- supuso también un punto de inflexión en el campo de la inteligencia. Según Kashin, la sociedad se dio cuenta de la escala de esta revolución con mucha demora y solo gracias a los errores que cometió el sistema de inteligencia más avanzado tecnológicamente del mundo, el de EE.UU., debido a su rápido crecimiento.
Personajes como Bradley Manning y Edward Snowden demuestran que unos servicios que aparecieron como grupos microscópicos de especialistas ‘de élite’ se han transformado en ejércitos masivos. El presupuesto que EE.UU. destinó en 2012 a la inteligencia fue de 53.900 millones de dólares, mientras que las personas que tienen acceso a datos clasificados se cuentan por centenares de miles. Es la necesidad de contratar a más y más gente para procesar los crecientes flujos de información lo que obliga a emplear a contratistas como Snowden o a efectivos sin la debida preparación, como Manning, a quienes no someten a un chequeo detallado, destaca el analista. Kashin insiste en que los ‘errores‘ de EE.UU. se deben al hecho de que el país norteamericano es el pionero en este ámbito, pero acentúa que los demás países están a un paso de seguirle y llevar la humanidad al siglo del oro del espionaje.
“Es un proceso inevitable y global, porque no existe la manera de frenar el progreso técnico-científico”, explica Vasili Kashin, experto del Centro de Análisis de Estrategias y Tecnologías, según recoge el diario ruso ‘Védomosti‘.
El primer servicio permanente de inteligencia apareció en Asiria, un imperio ubicado en el norte de la antigua Mesopotamia, en el territorio entre los ríos Tigris y Éufrates. Entre los siglos X y VII a. C. lo usó ampliamente para estar al tanto de la situación en los países conquistados. Hasta nuestros días ha llegado una parte de sus archivos que muestran que los asirios contaban con métodos de conspiración y recopilación de datos que siguen usándose ahora.
Sin embargo, antes de la revolución industrial (periodo entre la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX en el que Europa sufre el mayor conjunto de transformaciones tecnológicas) muy pocos Estados tenían sistemas de inteligencia permanente y los que había contaban con muy pocos agentes. Las causan eran simples: el mejor medio de comunicación era un agente a caballo y había muy poca gente que supiera leer y escribir. La nueva etapa en el desarrollo del espionaje se debió, lógicamente, a los nuevos instrumentos de transmisión de la información. El ferrocarril, el telégrafo y el teléfono impulsaron el crecimiento de los servicios de inteligencia en todo el mundo.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial el espionaje ya empieza a influir en la historia. Alfred Redl, coronel de los servicios de contraespionaje del Imperio austrohúngaro reclutado por la inteligencia rusa, filtró a Rusia durante 10 años los nombres de los agentes austriacos que se encontraban en su territorio y también entregó el plan de intervención austriaca en Serbia. Sus actividades permitieron a los serbios resistir con éxito al Imperio austrohúngaro a inicios de la Primera Guerra Mundial: entre los austriacos se registraron aproximadamente medio millón de víctimas mortales.
Antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial, los servicios de inteligencia experimentaron otra fase de rápido crecimiento con la aparición de la radio y el desarrollo de la aviación. Pero entonces surgió un problema: los flujos de información aumentaban mucho más rápido de lo que los especialistas eran capaces de procesarlos. Según los historiadores, la inteligencia de EE.UU., por ejemplo, recibió de antemano información sobre un posible ataque contra Pearl Harbor, pero no pudieron procesarla y entregarla a tiempo al presidente Roosevelt.
Una vez vencidos los nazis, los servicios de espionaje aprendieron de sus errores, se reestructuraron adaptándose a la nueva realidad y vivieron otro impulso. Sin embargo, el verdadero ‘acelerón’ llegó en la década de 1990. La revolución de las tecnologías de la información -con la proliferación de ordenadores y celulares y la llegada de Internet- supuso también un punto de inflexión en el campo de la inteligencia. Según Kashin, la sociedad se dio cuenta de la escala de esta revolución con mucha demora y solo gracias a los errores que cometió el sistema de inteligencia más avanzado tecnológicamente del mundo, el de EE.UU., debido a su rápido crecimiento.
Personajes como Bradley Manning y Edward Snowden demuestran que unos servicios que aparecieron como grupos microscópicos de especialistas ‘de élite’ se han transformado en ejércitos masivos. El presupuesto que EE.UU. destinó en 2012 a la inteligencia fue de 53.900 millones de dólares, mientras que las personas que tienen acceso a datos clasificados se cuentan por centenares de miles. Es la necesidad de contratar a más y más gente para procesar los crecientes flujos de información lo que obliga a emplear a contratistas como Snowden o a efectivos sin la debida preparación, como Manning, a quienes no someten a un chequeo detallado, destaca el analista. Kashin insiste en que los ‘errores‘ de EE.UU. se deben al hecho de que el país norteamericano es el pionero en este ámbito, pero acentúa que los demás países están a un paso de seguirle y llevar la humanidad al siglo del oro del espionaje.
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