Los usos, intencionados o no, que ofrecen las nuevas tecnologías.
El detonador de todo esto es el vídeo de TEDxMadrid (al final del artículo) en el que la periodista Marta Peirano hablaba sobre los tres errores que cometemos en relación a la información que compartimos en la red:
Infravalorar la cantidad de información que producimos cada uno de nosotros cada día.
Despreciar el valor de esa información.
Pensar que nuestro principal problema es una agencia distante y superpoderosa (como la NSA).
La información que las operadoras tienen de cada uno de nosotros
Es algo de lo que ya hemos hablado largo y tendido. Frente a la figura del Big Brother, ese gobierno autoritarista que nos controla a todos, surge una suerte de arquitectura panóptica descentralizada, que en su día definí como Little Brother: Cada uno de nosotros lleva en el bolsillo un dispositivo que está cada cinco minutos realizando una conexión a un servidor para preguntar si hay algo nuevo para él. Cada 5 minutos geoposiciona e informa de todos los datos circundantes (metadatos de comunicación), y eso queda registrado en los servidores de la compañía hasta dos años después.
Y ponía un ejemplo que ya conocía de hace tiempo. El de Malte Spitz, uno de los representantes del Partido Verde Alemán, que acabó por demandar a Deutsche Telekom exigiendo que esta cumpliera la normativa europea y le diera acceso a los datos que la compañía tenía almacenados de su persona.
La compañía acabó por aceptar enviarle un excel con alrededor de 35.800 de filas, coincidiendo con los datos almacenados en los últimos 6 meses (el mínimo por ley). Y con él, Malte Spitz contrató a una empresa especializada en data mining para obtener la siguiente información gráfica:
Lo que se pudo sacar únicamente con ese archivo es el registro gráfico de todas las acciones que tuvo Malte Spitz cada día de esos 6 meses. Un mapa geográfico y temporal que podría situarle en cualquier espacio de tiempo, sabiendo el tiempo que pasó allí, en qué vehículo viajaba, si estableció algún contacto telefónico con otra persona (con quién, cuánto tiempo, qué hizo mientras,…), cuándo y dónde dormía o comía,… Absolutamente todo.
Todos somos Malte Spitz
Lo peor del asunto es precisamente que estas compañías no van a analizar únicamente la información de un sujeto, sino de millones.
Gracias a ello, y como comenta Marta en el vídeo, se puede correlacionar quién está en una manifestación. Es más, se puede saber quiénes son los principales nodos “revolucionarios” de esa manifestación. Los principales nexos de unión entre todos los manifestantes, y ponerles nombre y cara, para como hicieron en el gobierno de Ucrania hace año y medio enviándoles un SMS alertando que habían sido registrados como partícipes en una manifestación ilegal masiva (EN). O simplemente para bloquearles, cosa que ya ha ocurrido en más de una ocasión con las manifestaciones en Venezuela o Siria.
Un poder sin precedentes en la historia
Aquí es a donde quería llegar. La cuestión no es si Malte Spitz es más importante o menos importante que usted o que un servidor. De hecho, esta es la principal excusa que se esgrime en el corolario educativo de la sociedad:
“No soy lo suficientemente importante como para que me vigilen”.
Lo cierto es que aunque haya diferentes niveles de importancia en la ciudadanía, todos, absolutamente todos, estamos formando parte de cada vez más bases de datos masivas. Las de las operadoras son las que quizás más impacto parecen tener, pero piense un momento toda la información que tienen los bancos de nosotros(dónde compramos, en qué gastamos el dinero, cuáles son nuestros hábitos diarios, que servicios o productos usamos, dónde vivimos, quiénes somos,…)o las compañías de transporte público, o los supermercados, gracias a las tarjetas de puntos.
Y estoy 100% seguro que la amplia mayoría de estas compañías están utilizando la información que tienen de nosotros con los mejores fines posibles.
Pero también venden esa información a terceros, generando un negocio que por cierto permite que aparentemente todo nos salga gratis (información, apps, servicios, productos,…). Por debajo de estas empresas hay otras compañías, que pueden o no estar sujetas a políticas europeas de protección de datos, y que su negocio (totalmente legítimo) es generar perfiles cada vez más específicos y segmentados en los que incluyen nuestros datos personales.
Y el problema no es únicamente ese, sino los posibles usos malintencionados que pueden aparecer en el futuro. Esos mismos usos que ni siquiera ahora mismo podemos pensar, y por ende, prepararnos para defendernos de ellos.
No hablo de esa hipotética inteligencia artificial que cobra sentido de su existencia, rompiendo la singuralidad(momento en el que la máquina es capaz de evolucionar a mayor ritmo del que nosotros como humanos somos capaces de entender) y decidiendo que el ser humano es un peligro para sí mismo o para el planeta. De hecho, como ya comenté en su momento, aunque sirva para acaparar portadas, es el menos probable de los riesgos tecnológicos.
Lo que si podría ocurrir (y del cual sí tenemos constatación en la historia) es de que el día de mañana esa información que gentilmente se está almacenando en medios digitales acabe por ser utilizada por una corporación, un gobierno, un grupo terrorista, un [lo que quiera] para hacer daño a una parte de la sociedad (otra nación, un raza, un género específico, una preferencia sexual,…).
Desde detener a una persona por unos “antecedentes” (como el ser homosexual, que sigue estando penado en alrededor de 70 países), hasta que te mate el grupo terrorista de turno por haberte puesto en contacto con la policía (como ocurre en Mexico DF con los Zetas).
Marta cuenta como ejemplo el caso de Holanda, que en su día vieron oportuno crear un censo que incluyera las preferencias religiosas. Con toda la buena voluntad del mundo (gestionar acertadamente el número de iglesias y sinagogas necesarias, así como repartir los recursos disponibles según la “demanda” de cada una de las culturas).
Solo el 10%. Los nazis tenían una base de datos de qué objetivos había que exterminar. Y esa base de datos no se creó con ese objetivo. Fue el tiempo y la tergiversación de esa información la que acabó por transformarla en un arma.
Ese es el principal peligro al que nos enfrentamos: El mal uso que pueda tener la información que a día de hoy estamos compartiendo con cada compañía y empresa de la que somos usuarios y clientes.
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Los usos, intencionados o no, que ofrecen las nuevas tecnologías.
El detonador de todo esto es el vídeo de TEDxMadrid (al final del artículo) en el que la periodista Marta Peirano hablaba sobre los tres errores que cometemos en relación a la información que compartimos en la red:
La información que las operadoras tienen de cada uno de nosotros
Es algo de lo que ya hemos hablado largo y tendido. Frente a la figura del Big Brother, ese gobierno autoritarista que nos controla a todos, surge una suerte de arquitectura panóptica descentralizada, que en su día definí como Little Brother: Cada uno de nosotros lleva en el bolsillo un dispositivo que está cada cinco minutos realizando una conexión a un servidor para preguntar si hay algo nuevo para él. Cada 5 minutos geoposiciona e informa de todos los datos circundantes (metadatos de comunicación), y eso queda registrado en los servidores de la compañía hasta dos años después.
Y ponía un ejemplo que ya conocía de hace tiempo. El de Malte Spitz, uno de los representantes del Partido Verde Alemán, que acabó por demandar a Deutsche Telekom exigiendo que esta cumpliera la normativa europea y le diera acceso a los datos que la compañía tenía almacenados de su persona.
La compañía acabó por aceptar enviarle un excel con alrededor de 35.800 de filas, coincidiendo con los datos almacenados en los últimos 6 meses (el mínimo por ley). Y con él, Malte Spitz contrató a una empresa especializada en data mining para obtener la siguiente información gráfica:
Lo que se pudo sacar únicamente con ese archivo es el registro gráfico de todas las acciones que tuvo Malte Spitz cada día de esos 6 meses. Un mapa geográfico y temporal que podría situarle en cualquier espacio de tiempo, sabiendo el tiempo que pasó allí, en qué vehículo viajaba, si estableció algún contacto telefónico con otra persona (con quién, cuánto tiempo, qué hizo mientras,…), cuándo y dónde dormía o comía,… Absolutamente todo.
Todos somos Malte Spitz
Lo peor del asunto es precisamente que estas compañías no van a analizar únicamente la información de un sujeto, sino de millones.
Esas mismas compañías que tienen en su haber el preciado nexo de unión entre el mundo digital y el físico.
Gracias a ello, y como comenta Marta en el vídeo, se puede correlacionar quién está en una manifestación. Es más, se puede saber quiénes son los principales nodos “revolucionarios” de esa manifestación. Los principales nexos de unión entre todos los manifestantes, y ponerles nombre y cara, para como hicieron en el gobierno de Ucrania hace año y medio enviándoles un SMS alertando que habían sido registrados como partícipes en una manifestación ilegal masiva (EN). O simplemente para bloquearles, cosa que ya ha ocurrido en más de una ocasión con las manifestaciones en Venezuela o Siria.
Un poder sin precedentes en la historia
Aquí es a donde quería llegar. La cuestión no es si Malte Spitz es más importante o menos importante que usted o que un servidor. De hecho, esta es la principal excusa que se esgrime en el corolario educativo de la sociedad:
Lo cierto es que aunque haya diferentes niveles de importancia en la ciudadanía, todos, absolutamente todos, estamos formando parte de cada vez más bases de datos masivas. Las de las operadoras son las que quizás más impacto parecen tener, pero piense un momento toda la información que tienen los bancos de nosotros (dónde compramos, en qué gastamos el dinero, cuáles son nuestros hábitos diarios, que servicios o productos usamos, dónde vivimos, quiénes somos,…) o las compañías de transporte público, o los supermercados, gracias a las tarjetas de puntos.
Y estoy 100% seguro que la amplia mayoría de estas compañías están utilizando la información que tienen de nosotros con los mejores fines posibles.
Pero también venden esa información a terceros, generando un negocio que por cierto permite que aparentemente todo nos salga gratis (información, apps, servicios, productos,…). Por debajo de estas empresas hay otras compañías, que pueden o no estar sujetas a políticas europeas de protección de datos, y que su negocio (totalmente legítimo) es generar perfiles cada vez más específicos y segmentados en los que incluyen nuestros datos personales.
Y el problema no es únicamente ese, sino los posibles usos malintencionados que pueden aparecer en el futuro. Esos mismos usos que ni siquiera ahora mismo podemos pensar, y por ende, prepararnos para defendernos de ellos.
No hablo de esa hipotética inteligencia artificial que cobra sentido de su existencia, rompiendo la singuralidad (momento en el que la máquina es capaz de evolucionar a mayor ritmo del que nosotros como humanos somos capaces de entender) y decidiendo que el ser humano es un peligro para sí mismo o para el planeta. De hecho, como ya comenté en su momento, aunque sirva para acaparar portadas, es el menos probable de los riesgos tecnológicos.
Lo que si podría ocurrir (y del cual sí tenemos constatación en la historia) es de que el día de mañana esa información que gentilmente se está almacenando en medios digitales acabe por ser utilizada por una corporación, un gobierno, un grupo terrorista, un [lo que quiera] para hacer daño a una parte de la sociedad (otra nación, un raza, un género específico, una preferencia sexual,…).
Desde detener a una persona por unos “antecedentes” (como el ser homosexual, que sigue estando penado en alrededor de 70 países), hasta que te mate el grupo terrorista de turno por haberte puesto en contacto con la policía (como ocurre en Mexico DF con los Zetas).
Marta cuenta como ejemplo el caso de Holanda, que en su día vieron oportuno crear un censo que incluyera las preferencias religiosas. Con toda la buena voluntad del mundo (gestionar acertadamente el número de iglesias y sinagogas necesarias, así como repartir los recursos disponibles según la “demanda” de cada una de las culturas).
“Gracias” a ello, solo el 10% de los judíos holandeses sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial (ES).
Solo el 10%. Los nazis tenían una base de datos de qué objetivos había que exterminar. Y esa base de datos no se creó con ese objetivo. Fue el tiempo y la tergiversación de esa información la que acabó por transformarla en un arma.
Ese es el principal peligro al que nos enfrentamos: El mal uso que pueda tener la información que a día de hoy estamos compartiendo con cada compañía y empresa de la que somos usuarios y clientes.
Y no hay más defensa que apostar por el cifrado de las comunicaciones, una legislación ética y un tratamiento anonimizado de datos. No por miedo a la agencia de turno, sino por lo que podría depararnos un escenario menos halagüeño en los próximos años.
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