Pocas narrativas son tan arquetípicas del capitalismo como la del millonario-hecho-a-sí-mismo. El hombre de orígenes humildes o poco favorecidos que tuvo una idea brillante y que llegó a la cima del mundo gracias a su audacia y capacidad de sacrificio. La idea permite explicar casi todos los casos de éxito en nuestra sociedad, desde la start-up que comienza en un garaje hasta el grupo de rap que conquistó el mundo desde Compton. Aunque en algunas ocasiones no sea cierta.
Simplemente funciona.
¿Cuánto? Mucho. Un estudio publicado en PNAS y elaborado por investigadores ha tratado de acotar la importancia de las figuras individuales en nuestra percepción del éxito y de la desigualdad. Su punto de partida era sencillo: la opinión pública tiende a penalizar las desigualdades de renta entre los más ricos y los más pobres, ¿pero qué sucede cuando tales desigualdades se expresan no desde el colectivo (el 1%) sino desde el individuo (Jeff Bezos)?
Variable. Que nuestras ideas sobre “desigualdad” cambian. El trabajo analiza ocho estudios en los que miles de participantes son cuestionados sobre riqueza y desigualdad. En uno de ellos dos grupos tuvieron que responder a dos preguntas distintas: ¿qué opinión les merecía la subida salarial de los CEOs estadounidenses durante los últimos años vs. qué opinión les merecía el aumento salarial de un CEO concreto? Los segundos mostraron una posición más tolerante que los primeros. Creían que el ascenso estaba más justificado desde el mérito.
Individuo vs. grupo. Idénticos patrones se repiten a lo largo del resto de experimentos, aunque se planteen desde primas distintos, como el deporte. ¿Tienen los equipos ricos una ventaja competitiva sobre los pobres? La opinión es que sí. ¿Tienen los deportistas mejor pagado una ventaja sobre los peor pagados? La opinión es que no: son mejores y por ello cobran más. Lo mismo aplica para los contratos públicos: si compiten “conglomerados o empresas”, creemos que gana el que más dinero invierte; si compiten “individuos”, atribuimos el éxito del ganador a su mérito personal.
Son hallazgos predecibles, pero no por ello menos importante. Dos tendencias conviven en la esfera pública de un tiempo a esta parte: el culto al emprendedor, al empresario-de-éxito y al individualismo en agregado; y una creciente preocupación por desigualdades económicas.
Es la percepción. Cómo se narran dichas desigualdades influye en nuestras preferencias políticas, según los autores. Planteadas desde el prisma individual (las personas con mejor posición social se lo merecen porque han trabajado para ello durante toda su vida), nos hacen menos proclives a apoyar políticas redistributivas (como mayores impuestos a la riqueza). Se trata de un sesgo psicológico que otros estudios han ilustrado este año. Nos resulta más fácil asociar valores negativos a un grupo abstracto que a un individuo con una cara y un nombre.
La batalla. Es algo que inconscientemente todos los actores políticos, llámense partidos o activistas, saben. Gran parte de éxito del 15M o de Occupy Wall Street fue su capacidad para enfocar las desigualdades en un grupo (el 1%, los supermillonarios, la élite política) y no en un individuo (un Amancio Ortega que goza de gran admiración pública). Y uno que, en lo mediático, también opera hacia la pobreza (con una mayor sensibilidad hacia las clases bajas que hacia personas en concreto, a las que es más fácil atribuir la responsabilidad de su situación).
Pocas narrativas son tan arquetípicas del capitalismo como la del millonario-hecho-a-sí-mismo. El hombre de orígenes humildes o poco favorecidos que tuvo una idea brillante y que llegó a la cima del mundo gracias a su audacia y capacidad de sacrificio. La idea permite explicar casi todos los casos de éxito en nuestra sociedad, desde la start-up que comienza en un garaje hasta el grupo de rap que conquistó el mundo desde Compton. Aunque en algunas ocasiones no sea cierta.
Simplemente funciona.
¿Cuánto? Mucho. Un estudio publicado en PNAS y elaborado por investigadores ha tratado de acotar la importancia de las figuras individuales en nuestra percepción del éxito y de la desigualdad. Su punto de partida era sencillo: la opinión pública tiende a penalizar las desigualdades de renta entre los más ricos y los más pobres, ¿pero qué sucede cuando tales desigualdades se expresan no desde el colectivo (el 1%) sino desde el individuo (Jeff Bezos)?
Variable. Que nuestras ideas sobre “desigualdad” cambian. El trabajo analiza ocho estudios en los que miles de participantes son cuestionados sobre riqueza y desigualdad. En uno de ellos dos grupos tuvieron que responder a dos preguntas distintas: ¿qué opinión les merecía la subida salarial de los CEOs estadounidenses durante los últimos años vs. qué opinión les merecía el aumento salarial de un CEO concreto? Los segundos mostraron una posición más tolerante que los primeros. Creían que el ascenso estaba más justificado desde el mérito.
Individuo vs. grupo. Idénticos patrones se repiten a lo largo del resto de experimentos, aunque se planteen desde primas distintos, como el deporte. ¿Tienen los equipos ricos una ventaja competitiva sobre los pobres? La opinión es que sí. ¿Tienen los deportistas mejor pagado una ventaja sobre los peor pagados? La opinión es que no: son mejores y por ello cobran más. Lo mismo aplica para los contratos públicos: si compiten “conglomerados o empresas”, creemos que gana el que más dinero invierte; si compiten “individuos”, atribuimos el éxito del ganador a su mérito personal.
Son hallazgos predecibles, pero no por ello menos importante. Dos tendencias conviven en la esfera pública de un tiempo a esta parte: el culto al emprendedor, al empresario-de-éxito y al individualismo en agregado; y una creciente preocupación por desigualdades económicas.
Es la percepción. Cómo se narran dichas desigualdades influye en nuestras preferencias políticas, según los autores. Planteadas desde el prisma individual (las personas con mejor posición social se lo merecen porque han trabajado para ello durante toda su vida), nos hacen menos proclives a apoyar políticas redistributivas (como mayores impuestos a la riqueza). Se trata de un sesgo psicológico que otros estudios han ilustrado este año. Nos resulta más fácil asociar valores negativos a un grupo abstracto que a un individuo con una cara y un nombre.
La batalla. Es algo que inconscientemente todos los actores políticos, llámense partidos o activistas, saben. Gran parte de éxito del 15M o de Occupy Wall Street fue su capacidad para enfocar las desigualdades en un grupo (el 1%, los supermillonarios, la élite política) y no en un individuo (un Amancio Ortega que goza de gran admiración pública). Y uno que, en lo mediático, también opera hacia la pobreza (con una mayor sensibilidad hacia las clases bajas que hacia personas en concreto, a las que es más fácil atribuir la responsabilidad de su situación).
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