En una entrevista en Re|code, Evan Williams, cofundador de Twitter, afirma que, en retrospectiva, la decisión de mostrar el número de seguidores en Twitter no era sana, como tampoco lo era la idea de crear listas de usuarios sugeridos, que ese tipo de decisiones sugerían que el juego era obtener popularidad, y que esa idea fue en detrimento de la calidad de la red social.
Mi caso personal es, en este sentido, perfectamente ilustrativo, y está recogido en algunas de las entradas que hice sobre el tema en mi página en aquella época. Cuando abrí mi cuenta de Twitter, en 2007, y hablé sobre el servicio en mi página personal, obtuve un cierto número de seguidores que llegó a alcanzar los nueve o diez mil. Sin embargo, fue la decisión de Twitter, al lanzar su versión en español, de introducir mi cuenta en la lista de usuarios sugeridos, la que hizo que llegase rápidamente a casi cien mil, para pasar a tener una dinámica completamente distinta a partir de aquel momento, mucho más propia de una celebrity que de un simple profesor.
¿Qué habría ocurrido en el caso de que Twitter hubiese decidido no mostrar el número de seguidores en el perfil? El caso de Snapchat, que desde sus orígenes rehusó proporcionar esta información a sus usuarios, podría permitirnos obtener algunas conclusiones. ¿Mantiene Snapchat una dinámica diferente a la de Twitter en este sentido? En febrero de este año, de hecho, Snapchat tomó la decisión de comenzar a dar a los considerados influencers este tipo de información con el fin de que puedan tener acceso a mejores contratos publicitarios, pero mantiene la decisión de no mostrarla a los usuarios en sus perfiles, aunque eso no implica que no existan formas de acceder a métricas aproximadas. ¿Podríamos suponer que el hecho de no ofrecer estas métricas hace que los usuarios consideren a la red social como una forma de comunicación, en lugar de considerarla como una especie de carrera hacia la popularidad?
Muy posiblemente, la propia esencia de la naturaleza humana y de la competitividad sea lo que haga que los usuarios de una red social pasen a tratarla como si fuese un concurso de popularidad y entren en dinámicas poco sanas. Pero la experiencia de Snapchat podría ser una muestra de que esas dinámicas pueden, como mínimo, ser ralentizadas o eliminadas si los gestores de la red social optan por dar un perfil bajo a esas métricas, convirtiéndolas en algo que carece de un papel protagonista. Para Twitter, en su momento, esa elección no existió: la compañía pasó rápidamente a ver cómo la llegada de las celebrities se convertía en uno de sus factores de crecimiento más potentes. La entrevista de Oprah Winfrey a Ev Williams o el desafío por alcanzar el millón de seguidores entre Ashton Kutcher y la CNN llevaron a la compañía a convertir el número de seguidores en un elemento fundamental del perfil de personas y compañías, en una especie de demostración del éxito, en el objetivo que todo usuario debía querer alcanzar. Al hacerlo, y al crear listas de cuentas sugeridas para nuevos usuarios, la compañía consiguió multiplicar su crecimiento, pero también generó, posiblemente, una dinámica de competitividad nociva, en un refuerzo de un rasgo propio de la naturaleza humana, la competitividad, que se ve apoyado por esa característica de la red.
Por otro lado, una buena parte de las dinámicas negativas de Twitter proviene no tanto de la presencia de los contadores, sino de una interpretación errónea del concepto de libertad de expresión, capaz de tolerar durante mucho tiempo todo tipo de comportamientos de acoso, bullying o amenaza sin ninguna represalia hacia quienes los llevaban a cabo. Si combinamos esa actitud de excesiva tolerancia con el hecho de no crear un vínculo fehaciente entre la cuenta y la identidad del usuario, que permite que un usuario pueda abrir cuantas cuentas estime oportuno y, además, volver a abrir una cuenta que le hayan cerrado bajo otro nombre diferente, tenemos un escenario que dificulta sensiblemente la aplicación de cualquier política de desincentivo de la agresividad, y al tiempo, la posibilidad de crear auténticas factorías de cuentas falsas que pueden ser vendidas al mejor postor para simular una popularidad que no se tiene. Un problema que, en cualquier caso, continúa sin resolver en el ámbito de las redes sociales: no olvidemos que la red que más claramente intenta comprometerse con el control de la identidad de sus usuarios, Facebook, no deja de ser a pesar de ello un entorno poblado por infinidad de cuentas falsas utilizadas para todo tipo de propósitos.
¿Podrían haberse evitado esas dinámicas negativas en Twitter simplemente eliminando el número de seguidores del perfil de los usuarios? Mi impresión es que no, que muchas de las dinámicas negativas de Twitter provienen de esa combinación de factores que posiblemente incluye esa métrica de popularidad, pero en donde intervienen también, y de manera muy decisiva, la mala interpretación de la tolerancia y la renuncia expresa a vincular las cuentas con la identidad real de los usuarios. Pero sobre todo, provienen de un factor fundamental que no puede eliminarse: la naturaleza humana. Un factor que no puede ser eliminado de la ecuación, que tiene que ser considerado muy cuidadosamente por todo aquel que desarrolle herramientas sociales, y que otras variables del entorno pueden, como mucho, ayudar a poner bajo control.
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En una entrevista en Re|code, Evan Williams, cofundador de Twitter, afirma que, en retrospectiva, la decisión de mostrar el número de seguidores en Twitter no era sana, como tampoco lo era la idea de crear listas de usuarios sugeridos, que ese tipo de decisiones sugerían que el juego era obtener popularidad, y que esa idea fue en detrimento de la calidad de la red social.
Mi caso personal es, en este sentido, perfectamente ilustrativo, y está recogido en algunas de las entradas que hice sobre el tema en mi página en aquella época. Cuando abrí mi cuenta de Twitter, en 2007, y hablé sobre el servicio en mi página personal, obtuve un cierto número de seguidores que llegó a alcanzar los nueve o diez mil. Sin embargo, fue la decisión de Twitter, al lanzar su versión en español, de introducir mi cuenta en la lista de usuarios sugeridos, la que hizo que llegase rápidamente a casi cien mil, para pasar a tener una dinámica completamente distinta a partir de aquel momento, mucho más propia de una celebrity que de un simple profesor.
¿Qué habría ocurrido en el caso de que Twitter hubiese decidido no mostrar el número de seguidores en el perfil? El caso de Snapchat, que desde sus orígenes rehusó proporcionar esta información a sus usuarios, podría permitirnos obtener algunas conclusiones. ¿Mantiene Snapchat una dinámica diferente a la de Twitter en este sentido? En febrero de este año, de hecho, Snapchat tomó la decisión de comenzar a dar a los considerados influencers este tipo de información con el fin de que puedan tener acceso a mejores contratos publicitarios, pero mantiene la decisión de no mostrarla a los usuarios en sus perfiles, aunque eso no implica que no existan formas de acceder a métricas aproximadas. ¿Podríamos suponer que el hecho de no ofrecer estas métricas hace que los usuarios consideren a la red social como una forma de comunicación, en lugar de considerarla como una especie de carrera hacia la popularidad?
Muy posiblemente, la propia esencia de la naturaleza humana y de la competitividad sea lo que haga que los usuarios de una red social pasen a tratarla como si fuese un concurso de popularidad y entren en dinámicas poco sanas. Pero la experiencia de Snapchat podría ser una muestra de que esas dinámicas pueden, como mínimo, ser ralentizadas o eliminadas si los gestores de la red social optan por dar un perfil bajo a esas métricas, convirtiéndolas en algo que carece de un papel protagonista. Para Twitter, en su momento, esa elección no existió: la compañía pasó rápidamente a ver cómo la llegada de las celebrities se convertía en uno de sus factores de crecimiento más potentes. La entrevista de Oprah Winfrey a Ev Williams o el desafío por alcanzar el millón de seguidores entre Ashton Kutcher y la CNN llevaron a la compañía a convertir el número de seguidores en un elemento fundamental del perfil de personas y compañías, en una especie de demostración del éxito, en el objetivo que todo usuario debía querer alcanzar. Al hacerlo, y al crear listas de cuentas sugeridas para nuevos usuarios, la compañía consiguió multiplicar su crecimiento, pero también generó, posiblemente, una dinámica de competitividad nociva, en un refuerzo de un rasgo propio de la naturaleza humana, la competitividad, que se ve apoyado por esa característica de la red.
Por otro lado, una buena parte de las dinámicas negativas de Twitter proviene no tanto de la presencia de los contadores, sino de una interpretación errónea del concepto de libertad de expresión, capaz de tolerar durante mucho tiempo todo tipo de comportamientos de acoso, bullying o amenaza sin ninguna represalia hacia quienes los llevaban a cabo. Si combinamos esa actitud de excesiva tolerancia con el hecho de no crear un vínculo fehaciente entre la cuenta y la identidad del usuario, que permite que un usuario pueda abrir cuantas cuentas estime oportuno y, además, volver a abrir una cuenta que le hayan cerrado bajo otro nombre diferente, tenemos un escenario que dificulta sensiblemente la aplicación de cualquier política de desincentivo de la agresividad, y al tiempo, la posibilidad de crear auténticas factorías de cuentas falsas que pueden ser vendidas al mejor postor para simular una popularidad que no se tiene. Un problema que, en cualquier caso, continúa sin resolver en el ámbito de las redes sociales: no olvidemos que la red que más claramente intenta comprometerse con el control de la identidad de sus usuarios, Facebook, no deja de ser a pesar de ello un entorno poblado por infinidad de cuentas falsas utilizadas para todo tipo de propósitos.
¿Podrían haberse evitado esas dinámicas negativas en Twitter simplemente eliminando el número de seguidores del perfil de los usuarios? Mi impresión es que no, que muchas de las dinámicas negativas de Twitter provienen de esa combinación de factores que posiblemente incluye esa métrica de popularidad, pero en donde intervienen también, y de manera muy decisiva, la mala interpretación de la tolerancia y la renuncia expresa a vincular las cuentas con la identidad real de los usuarios. Pero sobre todo, provienen de un factor fundamental que no puede eliminarse: la naturaleza humana. Un factor que no puede ser eliminado de la ecuación, que tiene que ser considerado muy cuidadosamente por todo aquel que desarrolle herramientas sociales, y que otras variables del entorno pueden, como mucho, ayudar a poner bajo control.
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