Al hilo de toda la polémica sobre el peso que la difusión de las fake news o noticias falsas han tenido sobre el resultado de las últimas elecciones norteamericanas, el Wall Street Journal apunta a uno de los principales problemas de la educación actual: un estudio de la Universidad de Stanford que viene a demostrar sobre una amplia base estadística que la mayoría de los jóvenes no son capaces de diferenciar noticias claramente falsas de otras verdaderas, y ni siquiera son capaces de discernir cuando un artículo corresponde a contenido esponsorizado, ni siquiera cuando está etiquetado como tal.
Una de las grandes propiedades de la red es, indudablemente, facilitar el acceso a la información. Precisamente por ello, el pensamiento y el juicio crítico adquieren una importancia cada vez mayor, y se constituyen como una parte fundamental de la competencia digital de las personas en todos los aspectos de la vida. Sin embargo, esta necesidad de desarrollo del pensamiento crítico se encuentra, de manera notoria, ausente en nuestros esquemas y modelos educativos. Entender lo que la red nos devuelve, ser capaz de adscribir credibilidad en función de la fuente o de las características de la información, tener el escepticismo suficiente como para entender que “grandes conclusiones demandan grandes pruebas” o para tener capacidad de llevar a cabo una mínima comprobación o fact checking son habilidades que antes parecían pertenecer al ámbito de un periodismo en el que la sociedad, de manera justificada o no, depositaba su confianza, pero que cada día más resultan fundamentales en la formación de la persona y en la adquisición de cultura.
Los resultados del estudio son descorazonadores, y lo son a todos los niveles: cualquier esperanza de que los más jóvenes fuesen mínimamente más avispados a la hora de no quedarse sistemáticamente con el primer resultado de una búsqueda o no compartir algo sin tener ciertas garantías de su veracidad es totalmente vana, y demuestra, como ya hemos comentado en numerosas ocasiones, que aquellos supuestos “nativos digitales” no existen en modo alguno. Si cabe, los jóvenes son incluso más confiados y más fáciles de engañar que sus padres, a los que supuestamente correspondía educarlos en la importancia del pensamiento crítico. El colegio, por su parte, ha hecho dejación absoluta de responsabilidad en este tema, como podía esperarse de una institución que, salvo honrosas excepciones, ha preferido blindarse ante el avance tecnológico y prohibir a los niños que lleven su smartphone a clase, un dispositivo que representa una auténtica oportunidad por lo que tiene de ubicuo, pero que se excluye conscientemente “por si acaso los niños se distraen”. En plena era internet, seguimos educando a los niños con el erróneo concepto de que “la verdad es lo que dice el libro”, en lugar de aprovechar la oportunidad para desarrollar el escepticismo y el pensamiento crítico sobre la herramienta de acceso a la información más importante que hemos desarrollado en toda la historia de la humanidad.
Una sociedad que fabrica idiotas que se creen todo lo que leen en internet, que son incapaces de “sospechar” o de plantearse que un artículo es contenido esponsorizado y responde a unos intereses determinados, o que creen a pies juntillas titulares sensacionalistas que no resistirían una simple búsqueda y contraste. Pedir a las redes sociales que traten de desarrollar métricas algorítmicas para informar sobre la credibilidad de las noticias puede tener mucho sentido, pero en realidad, el verdadero problema está siendo la incapacidad de muchos para adaptarse a la enorme disponibilidad de información en la red y para gestionarla con un mínimo sentido crítico de la responsabilidad.
Cuando pienses en educación, piensa en la importancia de esa variable. Piensa en la necesidad de educar a tus hijos para el contexto en el que van a vivir, un contexto de hiperabundancia en la que el acceso a la información tiene necesariamente que responder a patrones de buen uso. Piensa cómo explicarles qué páginas son buenas y cuáles son malas, cómo diferenciar las fake news de las sátiras o parodias o simplemente del humor, cómo contrastar información, por qué es necesario hacerlo antes de compartir algo, cómo adquirir una disciplina de gestión de la información que evite que nos pasen como ciertas noticias completamente falsas, sensacionalistas o sesgadas. La red, con su hiperabundancia de información, podría ser una herramienta fundamental para el desarrollo del sentido crítico en la educación: basta con enseñar a los niños que la información no está en un libro de texto, sino ahí afuera, y corregirles en función del tipo de información a la que deciden recurrir, mediante ensayo y error, generando metodologías. El pensamiento crítico debe ser un elemento fundamental en la educación si no queremos terminar teniendo una sociedad de idiotas.
Al hilo de toda la polémica sobre el peso que la difusión de las fake news o noticias falsas han tenido sobre el resultado de las últimas elecciones norteamericanas, el Wall Street Journal apunta a uno de los principales problemas de la educación actual: un estudio de la Universidad de Stanford que viene a demostrar sobre una amplia base estadística que la mayoría de los jóvenes no son capaces de diferenciar noticias claramente falsas de otras verdaderas, y ni siquiera son capaces de discernir cuando un artículo corresponde a contenido esponsorizado, ni siquiera cuando está etiquetado como tal.
Una de las grandes propiedades de la red es, indudablemente, facilitar el acceso a la información. Precisamente por ello, el pensamiento y el juicio crítico adquieren una importancia cada vez mayor, y se constituyen como una parte fundamental de la competencia digital de las personas en todos los aspectos de la vida. Sin embargo, esta necesidad de desarrollo del pensamiento crítico se encuentra, de manera notoria, ausente en nuestros esquemas y modelos educativos. Entender lo que la red nos devuelve, ser capaz de adscribir credibilidad en función de la fuente o de las características de la información, tener el escepticismo suficiente como para entender que “grandes conclusiones demandan grandes pruebas” o para tener capacidad de llevar a cabo una mínima comprobación o fact checking son habilidades que antes parecían pertenecer al ámbito de un periodismo en el que la sociedad, de manera justificada o no, depositaba su confianza, pero que cada día más resultan fundamentales en la formación de la persona y en la adquisición de cultura.
Los resultados del estudio son descorazonadores, y lo son a todos los niveles: cualquier esperanza de que los más jóvenes fuesen mínimamente más avispados a la hora de no quedarse sistemáticamente con el primer resultado de una búsqueda o no compartir algo sin tener ciertas garantías de su veracidad es totalmente vana, y demuestra, como ya hemos comentado en numerosas ocasiones, que aquellos supuestos “nativos digitales” no existen en modo alguno. Si cabe, los jóvenes son incluso más confiados y más fáciles de engañar que sus padres, a los que supuestamente correspondía educarlos en la importancia del pensamiento crítico. El colegio, por su parte, ha hecho dejación absoluta de responsabilidad en este tema, como podía esperarse de una institución que, salvo honrosas excepciones, ha preferido blindarse ante el avance tecnológico y prohibir a los niños que lleven su smartphone a clase, un dispositivo que representa una auténtica oportunidad por lo que tiene de ubicuo, pero que se excluye conscientemente “por si acaso los niños se distraen”. En plena era internet, seguimos educando a los niños con el erróneo concepto de que “la verdad es lo que dice el libro”, en lugar de aprovechar la oportunidad para desarrollar el escepticismo y el pensamiento crítico sobre la herramienta de acceso a la información más importante que hemos desarrollado en toda la historia de la humanidad.
Una sociedad que fabrica idiotas que se creen todo lo que leen en internet, que son incapaces de “sospechar” o de plantearse que un artículo es contenido esponsorizado y responde a unos intereses determinados, o que creen a pies juntillas titulares sensacionalistas que no resistirían una simple búsqueda y contraste. Pedir a las redes sociales que traten de desarrollar métricas algorítmicas para informar sobre la credibilidad de las noticias puede tener mucho sentido, pero en realidad, el verdadero problema está siendo la incapacidad de muchos para adaptarse a la enorme disponibilidad de información en la red y para gestionarla con un mínimo sentido crítico de la responsabilidad.
Cuando pienses en educación, piensa en la importancia de esa variable. Piensa en la necesidad de educar a tus hijos para el contexto en el que van a vivir, un contexto de hiperabundancia en la que el acceso a la información tiene necesariamente que responder a patrones de buen uso. Piensa cómo explicarles qué páginas son buenas y cuáles son malas, cómo diferenciar las fake news de las sátiras o parodias o simplemente del humor, cómo contrastar información, por qué es necesario hacerlo antes de compartir algo, cómo adquirir una disciplina de gestión de la información que evite que nos pasen como ciertas noticias completamente falsas, sensacionalistas o sesgadas. La red, con su hiperabundancia de información, podría ser una herramienta fundamental para el desarrollo del sentido crítico en la educación: basta con enseñar a los niños que la información no está en un libro de texto, sino ahí afuera, y corregirles en función del tipo de información a la que deciden recurrir, mediante ensayo y error, generando metodologías. El pensamiento crítico debe ser un elemento fundamental en la educación si no queremos terminar teniendo una sociedad de idiotas.
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