Las recientes revelaciones sobre anuncios en Facebook insertados por agentes rusos para influir en las elecciones estadounidenses de 2016 plantean una cuestión preocupante: ¿es Facebook malo para la democracia?
Como experto en las implicaciones sociales y políticas de la tecnología, creo que el problema no se trata solo de Facebook, sino que es mucho más amplio: las redes sociales están debilitando algunas de las condiciones sociales que en su día hicieron posible que hubiera países democráticos. Sé que es algo que no se puede decir a la ligera y no espero que nadie lo crea de primeras, pero si tenemos en cuenta que casi la mitad del censo electoral recibió noticias falsas en Facebook patrocinadas por Rusia, es un argumento que debería ponerse sobre la mesa.
Cómo se crea una realidad común
Empecemos con dos conceptos: “comunidad imaginada” y “burbuja de filtro”.
El politólogo Benedict Anderson planteó ilustremente el argumento de que el estado nacional moderno se entiende mejor como una “comunidad imaginada”, en parte establecida gracias al auge de los medios de comunicación, como por ejemplo los periódicos. Lo que Anderson quería decir es que el sentido de cohesión que los ciudadanos de las naciones de la era moderna sentían hacia sus compatriotas (el grado en que podrían ser considerados como parte de una comunidad nacional) era artificial y había sido propiciado por los medios de comunicación.
Obviamente son muchas las cosas que hacen que los estados nación mantengan su cohesión. Por ejemplo, todos aprendemos más o menos la mismas cosas en clase de historia en el colegio y, aunque un pescador de una punta del país no tenga mucho en común con un profesor de instituto de la otra punta, los medios de comunicación contribuyen a que los ciudadanos sientan que forman parte de algo mayor, o lo que es lo mismo, la “nación”.
Los periódicos forjaron “la comunidad imaginada” que permitió el surgimiento de la identidad nacional. (Philip Strong/Unsplash)
Los sistemas políticos democráticos dependen de esa sensación de que compartimos características comunes para poder crear políticas “nacionales“: la idea de que los ciudadanos vean cómo sus intereses coinciden en algunos aspectos. El experto legal Cass Sunstein explica esta idea recordándonos que no hace mucho solamente había poco más de tres fuentes de noticias que decían más o menos lo mismo. Tal y como dice Sunstein, históricamente hemos dependido de estos “intermediarios del interés general” para crear y entender nuestro sentido de realidad común.
Las burbujas de filtros
El término “burbuja de filtros” apareció por primera vez en el año 2010 en un libro del activista Eli Pariser para caracterizar un fenómeno de Internet.
El experto legal Lawrence Lessig y Cass Sunstein también habían identificado este fenómeno de aislamiento de los grupos sociales en Internet a finales de los 90. Cuando están dentro de una burbuja de filtros, los individuos básicamente solo reciben el tipo de información que han preseleccionado o, lo que es más preocupante, el tipo de información que terceros quieren que reciban.
La publicidad personalizada cuando navegamos por Facebook ayuda a crear dichas burbujas de filtros. Estos anuncios funcionan determinando los intereses del usuario según los datos que recoge de su navegación y de sus “me gusta”, entre otras cosas. Se trata de una operación muy compleja.
Aunque Facebook no publica sus propios algoritmos, la investigación llevada a cabo por el psicólogo y científico de datos Michael Kosinski de la Universidad de Standford demostró que el análisis automático de los “me gusta” de los usuarios de Facebook era capaz de identificar su información demográfica y sus inclinaciones políticas básicas. Existen pruebas, por ejemplo, de que los anuncios anti Clinton de Rusia eran capaces de llegar a votantes específicos del estado de Michigan.
Facebook y Twitter abren mundos de información… Que generalmente reducen nuestro abanico informativo. (freestocks.org/Unsplash)
El problema es que si estás dentro de una burbuja de filtros nunca vas a recibir ningún tipo de noticias con las que no estés de acuerdo, algo que plantea dos problemas: primero, que nunca hay una verificación independiente de dichas noticias y las personas que quieran una confirmación independiente tienen que buscarla de forma activa.
Segundo, hace mucho tiempo que los psicólogos conocen la existencia del “sesgo de confirmación“, la tendencia de la gente a buscar solamente información con la que estén de acuerdo. El sesgo de confirmación también limita la capacidad de la gente para cuestionar la información que confirme o apoye sus creencias.
No solo eso, sino que la investigación del Cultural Cognition Project de la Universidad de Yale sugiere firmemente que la gente está inclinada a interpretar nuevos datos a la luz de las creencias asociadas a sus grupos sociales, algo que puede tender a polarizar dichos grupos. Todo esto significa que si de primeras no te gusta Donald Trump, cualquier información negativa que recibas reforzará tu opinión y es probable que desconfíes de toda la información positiva sobre Trump o simplemente la ignores. Las fake news se aprovechan con precisión de esta dicotomía de las burbujas de filtros (la preselección de contenidos y el sesgo de confirmación).
¿Creación de grupos polarizados?
Estas características también son fundamentales en el modelo de negocios de redes sociales como Facebook que se basan en la idea de que una persona puede crear un grupo de “amigos” con los que compartir información y dicho grupo a su vez está prácticamente aislado de otros grupos.
El software de Facebook selecciona de forma minuciosa la transmisión de información a través de estas redes sociales personales e intenta ser el principal portal por el que los usuarios (unos 2 mil millones) acceden a Internet.
Facebook depende de la publicidad para obtener beneficios y dicha publicidad se puede explotar fácilmente: una investigación reciente de ProPublica demuestra lo fácil que es dirigir anuncios de Facebook a “judeófobos”. En términos más generales, la página también quiere que los usuarios permanezcan en línea y sabe que puede manipular las emociones de sus usuarios y que están más contentos cuando ven cosas con las que están de acuerdo.
La información que recibimos es poco variada, pese a su abundancia. (Roman Kraft/Unsplash)
Tal y como documenta el Washington Post, los anuncios rusos explotan precisamente estas características. Un escritor de Wired observaba en un comentario muy inquietante por su precisión inmediatamente después de las elecciones que nunca había visto nada a favor de Trump que hubiera sido compartido más de 1,5 millón de veces, ni él ni ninguno de sus amigos liberales. Solamente habían visto noticias de tendencias liberales en sus redes sociales.
En estas condiciones, no es raro que el Pew Research Center haya hecho una encuesta al respecto que demuestra que el electorado estadounidense está cada vez más dividido a nivel partidista, incluso en temas políticos fundamentales.
Todo esto viene a decir que el mundo de las redes sociales tiende a crear pequeños grupos de individuos muy polarizados que tenderán a creerse todo lo que escuchan, independientemente de lo alejado que esté de la realidad. La burbuja de filtro nos hace vulnerables a las fake news más polémicas y a ser más estrechos de miras.
¿El fin de la comunidad imaginada?
En este momento, dos tercios de los estadounidenses reciben al menos algunas de sus noticias a través de las redes sociales. Esto significa que dos tercios de los estadounidenses reciben al menos algunas de sus noticias generadas por algoritmos rastreadores muy sofisticados y personalizados.
Facebook sigue siendo, con mucha diferencia, la fuente más frecuente de fake news o noticias falsas. No estamos hablando de falsas confesiones de brujería forzadas durante la Edad Media: estas historias se llegan a repetir tanto que al final podrían parecen legítimas.
En otras palabras, estamos ante un potencial colapso de una parte significativa de la comunidad imaginada que es la política estadounidense. Aunque los EE.UU. también están divididos demográficamente y hay fuertes diferencias demográficas entre las propias regiones dentro del país, las diferencias partidistas están eclipsando otras divisiones sociales.
¿Y si dejamos de imaginarnos como una comunidad? (Unsplash)
Es es una tendencia actual: A mediados de la década de los 90, las divisiones partidistas eran similares en tamaño a las divisiones demográficas. Por ejemplo, tanto antes como ahora, las mujeres y los hombres tienen más o menos las mismas diferencias en cuestiones políticas, tales como si el gobierno debería hacer más para ayudar a los pobres. En la década de los 90, esto también era se podía aplicar a los demócratas y a los republicanos. En otras palabras, las divisiones partidistas no eran más determinantes que los factores demográficos para predecir los puntos de vista políticos de las personas. Si a día de hoy quieres saber las opiniones políticas de alguien, lo primero que deberías saber es su afiliación partidista.
Sería demasiado sencillo echarle la culpa de todo esto a las redes sociales. Desde luego, la estructura del sistema político estadounidense, que tiende a polarizar a los partidos políticos en las elecciones primarias, juega un papel importante. También es cierto que muchos de nosotros seguimos informándonos a través de otros medios más allá de las burbujas de filtros de Facebook.
Sin embargo, yo diría que Facebook y las redes sociales ofrecen un nivel extra: no solamente tienden a crear burbujas de filtros por su cuenta, sino que ofrecen un entorno propicio para aquellos que quieran crear más polarización. Las comunidades comparten y crean realidades sociales. En su papel actual, las redes sociales pueden llevarnos a una realidad social en la que los diferentes grupos no solamente estén en desacuerdo sobre qué es lo que hay que hacer, sino también sobre cuál es la realidad.
Imagen | Christiaan Colen/Flickr
Autor: Gordon Hull, profesor asociado de Filosofía y director del Centro para las Éticas Aplicadas y Profesionales de la Universidad de Carolina del Norte.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.
Las recientes revelaciones sobre anuncios en Facebook insertados por agentes rusos para influir en las elecciones estadounidenses de 2016 plantean una cuestión preocupante: ¿es Facebook malo para la democracia?
Como experto en las implicaciones sociales y políticas de la tecnología, creo que el problema no se trata solo de Facebook, sino que es mucho más amplio: las redes sociales están debilitando algunas de las condiciones sociales que en su día hicieron posible que hubiera países democráticos. Sé que es algo que no se puede decir a la ligera y no espero que nadie lo crea de primeras, pero si tenemos en cuenta que casi la mitad del censo electoral recibió noticias falsas en Facebook patrocinadas por Rusia, es un argumento que debería ponerse sobre la mesa.
Cómo se crea una realidad común
Empecemos con dos conceptos: “comunidad imaginada” y “burbuja de filtro”.
El politólogo Benedict Anderson planteó ilustremente el argumento de que el estado nacional moderno se entiende mejor como una “comunidad imaginada”, en parte establecida gracias al auge de los medios de comunicación, como por ejemplo los periódicos. Lo que Anderson quería decir es que el sentido de cohesión que los ciudadanos de las naciones de la era moderna sentían hacia sus compatriotas (el grado en que podrían ser considerados como parte de una comunidad nacional) era artificial y había sido propiciado por los medios de comunicación.
Obviamente son muchas las cosas que hacen que los estados nación mantengan su cohesión. Por ejemplo, todos aprendemos más o menos la mismas cosas en clase de historia en el colegio y, aunque un pescador de una punta del país no tenga mucho en común con un profesor de instituto de la otra punta, los medios de comunicación contribuyen a que los ciudadanos sientan que forman parte de algo mayor, o lo que es lo mismo, la “nación”.
Los sistemas políticos democráticos dependen de esa sensación de que compartimos características comunes para poder crear políticas “nacionales“: la idea de que los ciudadanos vean cómo sus intereses coinciden en algunos aspectos. El experto legal Cass Sunstein explica esta idea recordándonos que no hace mucho solamente había poco más de tres fuentes de noticias que decían más o menos lo mismo. Tal y como dice Sunstein, históricamente hemos dependido de estos “intermediarios del interés general” para crear y entender nuestro sentido de realidad común.
Las burbujas de filtros
El término “burbuja de filtros” apareció por primera vez en el año 2010 en un libro del activista Eli Pariser para caracterizar un fenómeno de Internet.
El experto legal Lawrence Lessig y Cass Sunstein también habían identificado este fenómeno de aislamiento de los grupos sociales en Internet a finales de los 90. Cuando están dentro de una burbuja de filtros, los individuos básicamente solo reciben el tipo de información que han preseleccionado o, lo que es más preocupante, el tipo de información que terceros quieren que reciban.
La publicidad personalizada cuando navegamos por Facebook ayuda a crear dichas burbujas de filtros. Estos anuncios funcionan determinando los intereses del usuario según los datos que recoge de su navegación y de sus “me gusta”, entre otras cosas. Se trata de una operación muy compleja.
Aunque Facebook no publica sus propios algoritmos, la investigación llevada a cabo por el psicólogo y científico de datos Michael Kosinski de la Universidad de Standford demostró que el análisis automático de los “me gusta” de los usuarios de Facebook era capaz de identificar su información demográfica y sus inclinaciones políticas básicas. Existen pruebas, por ejemplo, de que los anuncios anti Clinton de Rusia eran capaces de llegar a votantes específicos del estado de Michigan.
El problema es que si estás dentro de una burbuja de filtros nunca vas a recibir ningún tipo de noticias con las que no estés de acuerdo, algo que plantea dos problemas: primero, que nunca hay una verificación independiente de dichas noticias y las personas que quieran una confirmación independiente tienen que buscarla de forma activa.
Segundo, hace mucho tiempo que los psicólogos conocen la existencia del “sesgo de confirmación“, la tendencia de la gente a buscar solamente información con la que estén de acuerdo. El sesgo de confirmación también limita la capacidad de la gente para cuestionar la información que confirme o apoye sus creencias.
No solo eso, sino que la investigación del Cultural Cognition Project de la Universidad de Yale sugiere firmemente que la gente está inclinada a interpretar nuevos datos a la luz de las creencias asociadas a sus grupos sociales, algo que puede tender a polarizar dichos grupos. Todo esto significa que si de primeras no te gusta Donald Trump, cualquier información negativa que recibas reforzará tu opinión y es probable que desconfíes de toda la información positiva sobre Trump o simplemente la ignores. Las fake news se aprovechan con precisión de esta dicotomía de las burbujas de filtros (la preselección de contenidos y el sesgo de confirmación).
¿Creación de grupos polarizados?
Estas características también son fundamentales en el modelo de negocios de redes sociales como Facebook que se basan en la idea de que una persona puede crear un grupo de “amigos” con los que compartir información y dicho grupo a su vez está prácticamente aislado de otros grupos.
El software de Facebook selecciona de forma minuciosa la transmisión de información a través de estas redes sociales personales e intenta ser el principal portal por el que los usuarios (unos 2 mil millones) acceden a Internet.
Facebook depende de la publicidad para obtener beneficios y dicha publicidad se puede explotar fácilmente: una investigación reciente de ProPublica demuestra lo fácil que es dirigir anuncios de Facebook a “judeófobos”. En términos más generales, la página también quiere que los usuarios permanezcan en línea y sabe que puede manipular las emociones de sus usuarios y que están más contentos cuando ven cosas con las que están de acuerdo.
Tal y como documenta el Washington Post, los anuncios rusos explotan precisamente estas características. Un escritor de Wired observaba en un comentario muy inquietante por su precisión inmediatamente después de las elecciones que nunca había visto nada a favor de Trump que hubiera sido compartido más de 1,5 millón de veces, ni él ni ninguno de sus amigos liberales. Solamente habían visto noticias de tendencias liberales en sus redes sociales.
En estas condiciones, no es raro que el Pew Research Center haya hecho una encuesta al respecto que demuestra que el electorado estadounidense está cada vez más dividido a nivel partidista, incluso en temas políticos fundamentales.
Todo esto viene a decir que el mundo de las redes sociales tiende a crear pequeños grupos de individuos muy polarizados que tenderán a creerse todo lo que escuchan, independientemente de lo alejado que esté de la realidad. La burbuja de filtro nos hace vulnerables a las fake news más polémicas y a ser más estrechos de miras.
¿El fin de la comunidad imaginada?
En este momento, dos tercios de los estadounidenses reciben al menos algunas de sus noticias a través de las redes sociales. Esto significa que dos tercios de los estadounidenses reciben al menos algunas de sus noticias generadas por algoritmos rastreadores muy sofisticados y personalizados.
Facebook sigue siendo, con mucha diferencia, la fuente más frecuente de fake news o noticias falsas. No estamos hablando de falsas confesiones de brujería forzadas durante la Edad Media: estas historias se llegan a repetir tanto que al final podrían parecen legítimas.
En otras palabras, estamos ante un potencial colapso de una parte significativa de la comunidad imaginada que es la política estadounidense. Aunque los EE.UU. también están divididos demográficamente y hay fuertes diferencias demográficas entre las propias regiones dentro del país, las diferencias partidistas están eclipsando otras divisiones sociales.
Es es una tendencia actual: A mediados de la década de los 90, las divisiones partidistas eran similares en tamaño a las divisiones demográficas. Por ejemplo, tanto antes como ahora, las mujeres y los hombres tienen más o menos las mismas diferencias en cuestiones políticas, tales como si el gobierno debería hacer más para ayudar a los pobres. En la década de los 90, esto también era se podía aplicar a los demócratas y a los republicanos. En otras palabras, las divisiones partidistas no eran más determinantes que los factores demográficos para predecir los puntos de vista políticos de las personas. Si a día de hoy quieres saber las opiniones políticas de alguien, lo primero que deberías saber es su afiliación partidista.
Sería demasiado sencillo echarle la culpa de todo esto a las redes sociales. Desde luego, la estructura del sistema político estadounidense, que tiende a polarizar a los partidos políticos en las elecciones primarias, juega un papel importante. También es cierto que muchos de nosotros seguimos informándonos a través de otros medios más allá de las burbujas de filtros de Facebook.
Sin embargo, yo diría que Facebook y las redes sociales ofrecen un nivel extra: no solamente tienden a crear burbujas de filtros por su cuenta, sino que ofrecen un entorno propicio para aquellos que quieran crear más polarización. Las comunidades comparten y crean realidades sociales. En su papel actual, las redes sociales pueden llevarnos a una realidad social en la que los diferentes grupos no solamente estén en desacuerdo sobre qué es lo que hay que hacer, sino también sobre cuál es la realidad.
Imagen | Christiaan Colen/Flickr
Autor: Gordon Hull, profesor asociado de Filosofía y director del Centro para las Éticas Aplicadas y Profesionales de la Universidad de Carolina del Norte.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.
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