Con la globalización de la crisis económica y las dificultades cada vez mayores para llegar a fin de mes, nuestro radar del ahorro aumentó su actividad en cada gasto que tenemos que realizar sí o sí, como el pago de facturas o la cesta de la compra. Los porcentajes de los carteles de oferta entonces empezaron a captar aún más nuestra atención con el fin de obtener lo mismo por un precio mejor, pero ¿a quién benefician estas maneras de ahorrar, a ricos o a pobres?
Según parece, no es oro todo lo que reluce en cuanto a lo que en teoría debería resultar más económico o a allanar un poco más las cuestas de los pagos que afrontamos cada mes o periodo de tiempo. Según el estudio llevado a cabo por la profesora Yesim Orhun y el estudiante de doctorado Mike Palazzolo de la Universidad de Michigan las estrategias de ahorro que se plantean más comúnmente tienen un problema: que resultan caras para los menos pudientes,siendo más usadas por los consumidores con mayor poder adquisitivo.
El unicornio del largo plazo en los packs de papel higiénico
Lo que Orhun y Palazzolo pretenden esclarecer es si la gente con menor poder adquisitivo realmente saca provecho de las opciones que los comercios suelen dar para ahorrar, como la compra a granel, los descuentos esporádicos (con cierta frecuencia temporal) y la compra en packs de más unidades. Para ello se han provisto de los datos de las compras de 110.000 unidades familiares estadounidenses desde 2006 a 2012, con el papel higiénico como protagonista y base del estudio.
¿Por qué justamente centrarse en este bien necesario y no en otro? Debido a que la venta y el tipo de consumo de este producto lo hacen idóneo para que su oferta se pueda ver sujeta tanto a descuentos temporales como a la venta en paquetes de varios tamaños, así como poder establecer un calendario de compra al no ser un producto perecedero.
Así, los investigadores han concluido que debido a cómo están planteadas estas estrategias y lo que los consumidores menos aventajados hacen en la realidad,existe un círculo vicioso del no-ahorro. Un círculo que se traduce en que los bolsillos con menos poder adquisitivo no dan para aprovecharse de las estrategias de ahorro y que, por el contrario, los que sí pueden aprovecharlas (y lo hacen) son los de mayor poder.
Básicamente se trata de una cuestión de plazos y de qué planificación real se puede hacer de la compra, partiendo del el presupuesto básico como principal reactivo limitante. Lo que se ve es que los compradores con menor presupuesto optan con menor frecuencia a la compra a granel o en packs así como a comprar en los periodos de oferta. Estrategias que sí conllevan un ahorro por unidad (en este caso la hoja de papel), pero que tienen dos principales inconvenientes: el precio de los packs per se y el hecho de que no dé tiempo a esperar al próximo periodo de descuento.
[Los consumidores de clase media] Compran cuando el precio alcanza los mejores valores y esperan si no es el caso. Pero los consumidores con menor presupuesto no pueden permitirse este lujo.
Es decir, en la práctica el medio/largo plazo no existe en presupuestos ajustadosdebido a que los presupuestos no dan para llevarse los packs de mayor número de unidades que conllevan el máximo ahorro por una de ellas, de modo que se opta por un pack menor pagando más por unidad (en el caso del estudio, un 5,9% más por hoja de papel). La consecuencia directa es que al tratarse de un menor número de unidades haya una mayor frecuencia de compra, por lo cual no se puede esperar a los periodos de descuento, creándose, como dice la profesora, “una trampa” para la gente con menor poder adquisitivo.
Ahorrar no sólo es difícil, es poco sano
Las dificultades en los presupuestos más restringidos se extienden a otros bienes más allá del papel higiénico, atendiendo ya no sólo a la frecuencia y cantidad de compra, sino con respecto a la calidad de lo comprado y consumido. Algo de importancia en la alimentación, ya no sólo por las marcas y las diferencias de calidad que los productos presentan según una u otra, sino por el hecho de no poder permitirnos todos los alimentos.
Algo que ya se vio en España como consecuencia de la crisis, viéndose un cambio en los hábitos de compra (y por tanto de consumo) que afectaba directamente a nuestra dieta. Según leímos en el informe del Panel de Consumo Alimentario que publicó el Gobierno en noviembre de 2015, los grupos de alimentos que experimentaron mayores caídas en ventas fueron las bebidas alcohólicas de alta graduación (un descenso del 23,4%), aceites (9,8%), el pescado (8,6%), la carne (7,7%), el pan (6,2%), la fruta (6,1%), y las hortalizas y patatas (5,8%).
Las medidas de ahorro, pues, se basan en restricciones alimentarias como sustituir el tipo de carne (ternera por pollo) o bien optar directamente por otros grupos alimentarios, estrategia que premia a bollería, pastelería, cereales y galletas (productos más económicos) en detrimento de los frescos (carne, pescado, frutas y verduras). Esto conlleva unas consecuencias nutricionales lógicas al abundar productos menos nutritivos (y más calóricos en muchos casos). Algo que explicaba Cecilia Díaz Méndez, profesora de Sociología de la Universidad de Oviedo, a 20 minutos en relación a los resultados del informe.
La población más afectada por la crisis y con dificultades para comprar alimentos saben que no comen bien, pero no pueden permitirse cambiar
Algo que ya contempló Hardvard en un estudio publicado en diciembre de 2013, un trabajo que como el de la Universidad de Michigan que citábamos en el inicio sugiere que lo que mejoraría la situación sería una intervención por parte del gobierno para abaratar el coste de los alimentos y que comer sano no fuese algo que permitirse o no. Según el trabajo de Harvard, en ese momento comprar “alimentos saludables” costaba de media 1,50 dólares más al día (unos 45 dólares más al mes) que los “no saludables”.
Trabajar para vivir y lo que cuesta
Quien tiene un trabajo tiene un tesoro y eso es innegable más aún desde los últimos años (y en este país). No obstante, según de qué trabajos hablemostendrán asociadas algunas inversiones extra por nuestra parte cuando justo buscábamos el ahorro, como por ejemplo en cuanto al desplazamiento hasta al mismo.
Algo que incluye Eric Ravenscraft en un artículo en el que cuenta tanto su experiencia personal como a nivel general en cuanto a lo caro que sale vivir con el salario mínimo (en este caso, enfocado a Estados Unidos), viendo algunas contrariedades en lo que en apariencia supone una decisión en pro del ahorro. Uno de esos casos es, por ejemplo, el hecho de optar por la compra de un vehículo económico.
Si bien esto depende de qué marcas se venden en cada lugar y de cada caso, en el artículo se plantea que los coches baratos salen más caros de reparar y, por tanto, menos baratos a la larga. Aunque no siempre es así si hacemos un repaso de las marcas viendo cuáles son las que de media visitan más veces el taller, además del precio de las piezas, que se incrementa más o menos según el fabricante como comentaban en Motorpasión al hablar de las reparaciones más habituales.
Algo que hizo la OCU a principios de este año, realizando una encuesta a unos 30.000 conductores europeos con el fin de determinar qué marcas requerían con mayor frecuencia ir al taller, siendo las más fiables (al requerir de media menos reparaciones) Honda, Lexus y Toyota, y las menos fiables, Alfa Romeo, Dodge y SsangYong.
La psicología de la escasez
Como pudimos leer en El Confidencial, en anteriores ocasiones se ha apuntado a las implicaciones sociales de tener un presupuesto ajustado y de cómo esto influía en los hábitos y en la propia gestión del mismo, asociándolo a actividades contraproducentes en cuanto a la economía como el juego de la lotería o el no solicitar ayudas. A este respecto, Anuj Shah, profesor de psicología de la Universidad de Chicago, planteó esta asociación con el comportamiento psicológico de otro modo distinto concluyendo que teniendo menos los individuos se centraban sólo en solucionar los problemas más a corto plazo, descuidando los menos urgentes.
Esto se dedujo estudiando el comportamiento de los individuos adjudicando roles de ricos y pobres en unos juegos (repartiendo de ese modo los recursos teóricos). Lo que se vio es cómo ante una escasez de recursos se producía una situación de endeudamiento excesivo que aún empeoraba más la situación.
la psicología de la escasez está caracterizada por una estrechez de miras, una tendencia a desviar la atención a un solo recurso limitado, que inevitablemente nos hace rechazar alternativas.
Esto tiene relación con lo que hemos visto al principio de cara a las estrategias de ahorro y al hecho de que la gente con menor presupuesto no opte por éstas, tendiendo a ser más bien cortoplacistas y enfrentándose por tanto a tener que hacer un gasto mayor aún buscando las marcas más económicas, la compra por packs o los días de oferta. Unas estrategias que por lo que vemos a veces son más una barrera que una solución.
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Con la globalización de la crisis económica y las dificultades cada vez mayores para llegar a fin de mes, nuestro radar del ahorro aumentó su actividad en cada gasto que tenemos que realizar sí o sí, como el pago de facturas o la cesta de la compra. Los porcentajes de los carteles de oferta entonces empezaron a captar aún más nuestra atención con el fin de obtener lo mismo por un precio mejor, pero ¿a quién benefician estas maneras de ahorrar, a ricos o a pobres?
Según parece, no es oro todo lo que reluce en cuanto a lo que en teoría debería resultar más económico o a allanar un poco más las cuestas de los pagos que afrontamos cada mes o periodo de tiempo. Según el estudio llevado a cabo por la profesora Yesim Orhun y el estudiante de doctorado Mike Palazzolo de la Universidad de Michigan las estrategias de ahorro que se plantean más comúnmente tienen un problema: que resultan caras para los menos pudientes,siendo más usadas por los consumidores con mayor poder adquisitivo.
El unicornio del largo plazo en los packs de papel higiénico
Lo que Orhun y Palazzolo pretenden esclarecer es si la gente con menor poder adquisitivo realmente saca provecho de las opciones que los comercios suelen dar para ahorrar, como la compra a granel, los descuentos esporádicos (con cierta frecuencia temporal) y la compra en packs de más unidades. Para ello se han provisto de los datos de las compras de 110.000 unidades familiares estadounidenses desde 2006 a 2012, con el papel higiénico como protagonista y base del estudio.
¿Por qué justamente centrarse en este bien necesario y no en otro? Debido a que la venta y el tipo de consumo de este producto lo hacen idóneo para que su oferta se pueda ver sujeta tanto a descuentos temporales como a la venta en paquetes de varios tamaños, así como poder establecer un calendario de compra al no ser un producto perecedero.
Así, los investigadores han concluido que debido a cómo están planteadas estas estrategias y lo que los consumidores menos aventajados hacen en la realidad,existe un círculo vicioso del no-ahorro. Un círculo que se traduce en que los bolsillos con menos poder adquisitivo no dan para aprovecharse de las estrategias de ahorro y que, por el contrario, los que sí pueden aprovecharlas (y lo hacen) son los de mayor poder.
Básicamente se trata de una cuestión de plazos y de qué planificación real se puede hacer de la compra, partiendo del el presupuesto básico como principal reactivo limitante. Lo que se ve es que los compradores con menor presupuesto optan con menor frecuencia a la compra a granel o en packs así como a comprar en los periodos de oferta. Estrategias que sí conllevan un ahorro por unidad (en este caso la hoja de papel), pero que tienen dos principales inconvenientes: el precio de los packs per se y el hecho de que no dé tiempo a esperar al próximo periodo de descuento.
Es decir, en la práctica el medio/largo plazo no existe en presupuestos ajustadosdebido a que los presupuestos no dan para llevarse los packs de mayor número de unidades que conllevan el máximo ahorro por una de ellas, de modo que se opta por un pack menor pagando más por unidad (en el caso del estudio, un 5,9% más por hoja de papel). La consecuencia directa es que al tratarse de un menor número de unidades haya una mayor frecuencia de compra, por lo cual no se puede esperar a los periodos de descuento, creándose, como dice la profesora, “una trampa” para la gente con menor poder adquisitivo.
Ahorrar no sólo es difícil, es poco sano
Las dificultades en los presupuestos más restringidos se extienden a otros bienes más allá del papel higiénico, atendiendo ya no sólo a la frecuencia y cantidad de compra, sino con respecto a la calidad de lo comprado y consumido. Algo de importancia en la alimentación, ya no sólo por las marcas y las diferencias de calidad que los productos presentan según una u otra, sino por el hecho de no poder permitirnos todos los alimentos.
Algo que ya se vio en España como consecuencia de la crisis, viéndose un cambio en los hábitos de compra (y por tanto de consumo) que afectaba directamente a nuestra dieta. Según leímos en el informe del Panel de Consumo Alimentario que publicó el Gobierno en noviembre de 2015, los grupos de alimentos que experimentaron mayores caídas en ventas fueron las bebidas alcohólicas de alta graduación (un descenso del 23,4%), aceites (9,8%), el pescado (8,6%), la carne (7,7%), el pan (6,2%), la fruta (6,1%), y las hortalizas y patatas (5,8%).
Las medidas de ahorro, pues, se basan en restricciones alimentarias como sustituir el tipo de carne (ternera por pollo) o bien optar directamente por otros grupos alimentarios, estrategia que premia a bollería, pastelería, cereales y galletas (productos más económicos) en detrimento de los frescos (carne, pescado, frutas y verduras). Esto conlleva unas consecuencias nutricionales lógicas al abundar productos menos nutritivos (y más calóricos en muchos casos). Algo que explicaba Cecilia Díaz Méndez, profesora de Sociología de la Universidad de Oviedo, a 20 minutos en relación a los resultados del informe.
Algo que ya contempló Hardvard en un estudio publicado en diciembre de 2013, un trabajo que como el de la Universidad de Michigan que citábamos en el inicio sugiere que lo que mejoraría la situación sería una intervención por parte del gobierno para abaratar el coste de los alimentos y que comer sano no fuese algo que permitirse o no. Según el trabajo de Harvard, en ese momento comprar “alimentos saludables” costaba de media 1,50 dólares más al día (unos 45 dólares más al mes) que los “no saludables”.
Trabajar para vivir y lo que cuesta
Quien tiene un trabajo tiene un tesoro y eso es innegable más aún desde los últimos años (y en este país). No obstante, según de qué trabajos hablemostendrán asociadas algunas inversiones extra por nuestra parte cuando justo buscábamos el ahorro, como por ejemplo en cuanto al desplazamiento hasta al mismo.
Algo que incluye Eric Ravenscraft en un artículo en el que cuenta tanto su experiencia personal como a nivel general en cuanto a lo caro que sale vivir con el salario mínimo (en este caso, enfocado a Estados Unidos), viendo algunas contrariedades en lo que en apariencia supone una decisión en pro del ahorro. Uno de esos casos es, por ejemplo, el hecho de optar por la compra de un vehículo económico.
Si bien esto depende de qué marcas se venden en cada lugar y de cada caso, en el artículo se plantea que los coches baratos salen más caros de reparar y, por tanto, menos baratos a la larga. Aunque no siempre es así si hacemos un repaso de las marcas viendo cuáles son las que de media visitan más veces el taller, además del precio de las piezas, que se incrementa más o menos según el fabricante como comentaban en Motorpasión al hablar de las reparaciones más habituales.
Algo que hizo la OCU a principios de este año, realizando una encuesta a unos 30.000 conductores europeos con el fin de determinar qué marcas requerían con mayor frecuencia ir al taller, siendo las más fiables (al requerir de media menos reparaciones) Honda, Lexus y Toyota, y las menos fiables, Alfa Romeo, Dodge y SsangYong.
La psicología de la escasez
Como pudimos leer en El Confidencial, en anteriores ocasiones se ha apuntado a las implicaciones sociales de tener un presupuesto ajustado y de cómo esto influía en los hábitos y en la propia gestión del mismo, asociándolo a actividades contraproducentes en cuanto a la economía como el juego de la lotería o el no solicitar ayudas. A este respecto, Anuj Shah, profesor de psicología de la Universidad de Chicago, planteó esta asociación con el comportamiento psicológico de otro modo distinto concluyendo que teniendo menos los individuos se centraban sólo en solucionar los problemas más a corto plazo, descuidando los menos urgentes.
Esto se dedujo estudiando el comportamiento de los individuos adjudicando roles de ricos y pobres en unos juegos (repartiendo de ese modo los recursos teóricos). Lo que se vio es cómo ante una escasez de recursos se producía una situación de endeudamiento excesivo que aún empeoraba más la situación.
Esto tiene relación con lo que hemos visto al principio de cara a las estrategias de ahorro y al hecho de que la gente con menor presupuesto no opte por éstas, tendiendo a ser más bien cortoplacistas y enfrentándose por tanto a tener que hacer un gasto mayor aún buscando las marcas más económicas, la compra por packs o los días de oferta. Unas estrategias que por lo que vemos a veces son más una barrera que una solución.
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