Para autorrealizarse, no hay que comprar a plazos, empeñarse hasta las cejas o frustrarse cuando ni siquiera se obtiene crédito para comprar a plazos lo que se percibe como prosperidad material.
O al menos es lo que piensan los participantes de la economía P2P (entre usuarios): las experiencias -aunque sean de alquiler o prestadas- generan el bienestar, y no la posesión de los productos, como nos han intentado convencer desde la II Guerra Mundial gracias alnacimiento del marketing moderno, entre otros fenómenos.
Contexto: implosión de los trabajos de cuello blanco
La prolongada recesión y la revolución tecnológica iniciada con la robotización e Internet, que ahora se traslada a las cosas físicas, son responsables de la pérdida del empleo tradicional de las clases medias urbanas.
Categorías enteras de oficios de cuello blanco, entre las que se incluyen el periodismo o las labores técnicas, administrativas y de intermediación de decenas de sectores, pierden fuelle con la crisis prolongada, el uso de Internet y la estructura deslocalizada de laseconomías de escala.
La carrera contra la máquina
En su ensayo Race Against the Machine, Andrew McAfee, investigador del MIT y colaborador de Harvard Business Review, expone por qué los nuevos robots y la producción bajo demanda obligarán a las sociedades avanzadas a repensar su estructura:
- La educación tal y como la conocemos dejará de tener sentido, si enseña oficios obsoletos;
- Los oficios de cuello blanco menos creativos y más sencillos darán pie a perfiles profesionales que conjuguen cultura general y especialización;
- Las conquistas sociales de las últimas décadas deberán sufragarse con mayor creatividad, al haber dependido hasta ahora de sistemas impositivos que recaían en las clases medias, ahora en situación de riesgo por los profundos cambios que se suceden.
En *faircompanies seguimos con atención las tendencias educativas, tecnológicas, filosóficas, sociales, etc., que hacen frente a las consecuencias de los cambios que se suceden.
Los “nuevos buscavidas”
Si los productos físicos perderán material y ganarán contenido personalizado e intelectual (“desmaterialización” y retorno de ciertas manufacturas de alto valor añadido a los países ricos, esta vez a centros creativos personalizados con artesanos-hacker), los nuevos profesionales deberán adaptarse a la nueva era del crédito difícil con mayor astucia e imaginación.
A diferencia de las generaciones anteriores, amparadas en la estela económica del gran cambio productivo y de prosperidad de la II mitad del siglo XX, los “millenials” o jóvenes actuales se convierten, a menudo a su pesar, en los nuevos buscavidas, “hipsters” con formación y experiencia polifacéticas, dominio de las herramientas tecnológicas e inestabilidad laboral y económica.
Consumidores-productores: adaptación astuta a una situación cambiante
Esta fragilidad social de los “millenials”, a menudo los urbanitas más polímatas y atentos a las grandes tendencias, propulsa la nueva economía del alquiler de la prosperidad: en lugar de comprar costosos bienes y vivir para pagar sus plazos, un creciente número de personas opta por usar bajo demanda.
Para que se produjera el cambio cultural que ha hecho atractivo el uso de productos y servicios en lugar de su compra o posesión, no sólo han tenido lugar profundos cambios económicos, sino también del comportamiento: el consumo colaborativo -alquilar o compartir- permite disfrutar de las ventajas de algo sin padecer su principal desventaja: su coste inicial y de mantenimiento, se use o no.
El auge del acceso flexible al bienestar convierte una limitación de las nuevas clases medias, depauperadas y en riesgo de exclusión, en un mercado potencial de millones de personas, con empresas tecnológicas populares en todo el mundo, destinadas a convertir cualquier apartamento en alojamiento turístico (Airbnb), o facilitar el alquiler de vehículos bajo demanda (Zipcar).
Servicios deudores de los principios de la “Ética Hacker”
A medida que desaparecen trabajos de cuello blanco tradicionales y se imponen tanto la educación constante como el uso bajo demanda, una nueva generación de emprendedores, miembros ellos mismos de los “millenials” o nuevos buscavidas, conjugan humanidades y conocimientos técnicos, precisión “hacker” y artesanía, para crear tanto los nuevos productos, como los servicios que permiten compartirlos (intercambiarlos, alquilarlos, etc.).
El consumo colaborativo encaja con los valores fundacionales de la informática moderna e Internet, deudores del espíritu ingenuo y libertario de los primeros “techies” y “nerds” de Silicon Valley, influidos por la contracultura.
La primera generación de entusiastas de la informática como herramienta originó la “Ética Hacker“, un conjunto de principios contraculturales y libertarios que retornan ahora con fuerza en algunos de los servicios más populares de Internet y, cada vez más, el mundo real conectado a la Red (teléfono inteligente, “Internet de las cosas”).
Los principios:
- “El acceso a los ordenadores debe ser ilimitado y total”.
- “Toda la información debería ser libre”.
- “Desconfía de la autoridad: promueve la descentralización”.
- “Uno puede crear arte y belleza en una computadora”.
- “Las computadoras pueden transformar tu vida para mejor”.
Tendencias como los productos de código abierto, electrónicos y físicos, o la propia economía colaborativa a través de Internet, se inspiran en estos conceptos.
Frugalidad -obligada o buscada a propósito- tras el empacho de crédito
Debido a la crudeza de la realidad, que contrasta con el endeudamiento de los primeros años del siglo XXI -cuando el crédito barato disparó el consumo desaforado-, el perfil de los nuevos buscavidas choca con la aspiración tradicional de anteriores generaciones, con mayores porcentajes de brillantes aspirantes a un aburrido -y a menudo poco útil- puesto vitalicio, a poder ser de carácter funcionarial y blindado contra los vaivenes de la economía real.
Los esfuerzos de los “millenials” más versátiles, polímatas y preparados de los países ricos se traducen en nuevos productos y servicios que a menudo surgen de entornos de colaboración y ensayo y error que se suceden sobre la marcha, siguiendo modelos del desarrollo de software (“agile development”).
Nuevas manufacturas que transforman la olvidada economía industrial
Antiguos edificios de las ciudades más emblemáticas de los países ricos, que habían alojado las manufacturas de la I Revolución Industrial, reviven ahora para dar cabida a una nueva generación de emprendedores modestos, más por convicción que por necesidad: los Ferraris de los 90 se han transformado en bicicletas y vehículos híbridos, y las mansiones en pequeños apartamentos en San Francisco o Nueva York.
El diseñador y emprendedor canadiense afincado en Nueva York y fundador de Treehugger.com, Graham Hill, nos mostraba en una entrevista con Kirsten Dirksen (ver vídeo) su interpretación del nuevo espíritu de los emprendedores urbanitas, más interesados en el uso que en la posesión, en la experiencia con sentido para el proyecto vital de cada individuo por encima del consumo conspicuo y fardón.
“La propiedad será para los idiotas”
Hill augura que “en 15 años, la propiedad será para los idiotas. Menos flexibilidad, más responsabilidad, mayores costes económicos y financieros”.
Pero la profunda transformación desde la sociedad de la compra a crédito y las grandes empresas con economías de escala aplicadas en terceros países a una economía de acceso de alquiler al bienestar, que alquila y comparte, además de manufacturar a pequeña escala bienes con menos material y más servicio -gracias a tendencias como la “desmaterialización“, la impresión 3D casera y los movimientos DIY -hazlo tú mismo-, BYO, etc.-, no sólo afecta a los jóvenes profesionales y urbanitas, los “hipsters”, sino a todas las edades y estratos sociales.
Una economía donde se creador y consumidor se (con)funden
Con la alfabetización y ubicuidad promovidas por Internet, cualquiera puede crear o sacar partido de los nuevos productos y servicios de lasociedad colaborativa.
Por ejemplo, Tomio Geron expone en Forbes un caso entre miles que aparecería en las estadísticas como un número poco halagüeño en un momento de empleo precario en decenas de sectores, el del estadounidense Frederic Larson, un fotógrado de 63 años con dos hijos en la universidad.
Hace tiempo que los tiempos de holgura económica y beneficios empresariales como dietas o coche de empresa, pero los problemas del medio para el que trabajaba, el San Francisco Chronicle, le instigaron a mantener su calidad de vida y seguir con su proyecto vital en una situación menos boyante.
P2P flexible: sacar el máximo rendimiento a lo que poseemos
Ahora, combina las clases esporádicas en San Francisco y Hawaii con otros modelos de ingresos propios de los “nuevos buscavidas”: Larson usa servicios colaborativos como el sitio de alquiler vacacional entre usuarios Airbnb para arrendar su casa en el condado de Marin, en la península septentrional de la bahía de San Francisco, 12 días al mes por 100 dólares la noche, de los que obtiene 97 dólares netos.
Asimismo, transforma su Toyota Prius durante 4 noches a la semana en un servicio informal de taxi usando el servicio para compartir trayecto lanzado por la startup Lyft, logrando gracias a ello otros 100 dólares por noche.
No es una situación de abundancia para miles de trabajadores liberales que han desarrollado su proyecto vital en unas ciudades que, en un mal día, les devuelven un mensaje implacable por los servicios prestados: la ciudad sigue su ritmo, a menudo con precios inalcanzables cuando se trata de San Francisco, Nueva York, Londres, Barcelona, Roma, Atenas.
Cuando la frugalidad es compatible con un proyecto vital
Cuando ha alquilado su casa, Frederic Larson ocupa una habitación espartana y se ducha en el gimnasio, pero alquilando a terceros su casa y su vehículo obtiene un sobresueldo mensual de 3.000 dólares. “Tengo un producto, que es lo que comparto: mi Prius y mi casa”.
Ofreciendo a terceros los bienes de los que puede prescindir de manera esporádica, Larson ha convertido una situación potencial de riesgo de exclusión en un estilo de vida frugal, aunque autosuficiente y enriquecedor, al conocer nuevas personas y poder costearse sin recurrir a créditos ni ayuda familiar su estilo de vida, ahora más frugal y centrado en la introspección.
Menos superficialidad, más honestidad con uno mismo, sin recurrir a la desesperación ni culpar al mundo del destino de su anterior puesto como fotógrafo en el Chronicle. Pese a su edad, Frederic Larson es el arquetipo de los “nuevos buscavidas” de la economía basada en compartir.
Tomio Geron lo explica en Forbes:
“En lo que Larson se encuentra inmiscuido, es algo menos analizado [que los servicios entre usuarios para hacer tareas y recados, como TaskRabbit, Exec, Amazon Mechanical Turk] y con un potencial mucho más disruptivo: una economía para compartir, donde los propietarios de activos usan intermediarios digitales para aprovechar la capacidad no utilizada de las cosas que ya poseen, y los consumidores alquilan de sus conciudadanos en lugar de alquilar o comprar a través de una empresa”.
Airbnb, Zipcar y otros servicios de la economía P2P
El sitio de alquiler vacacional entre usuarios Airbnb se ha erigido en símbolo de la tendencia con una guía de servicios cada vez más extensa e imaginativa, que incluye:
- servicios basados en productos (alquiler de coches, bicicletas, películas, moda, etc.);
- estilos de vida colaborativos (compartir espacio de trabajo, wifi -como hace Fon, la empresa española fundada por Martín Varsavsky-, préstamos sociales, alojamientos P2P -“peer to peer”, de usuario a usuario-, etc.);
- mercados de redistribución entre usuarios (portales de compra, alquiler e intercambio).
Parking Panda, DogVacay, Rentoid, SnapGoods y Liquid son algunos de los últimos servicios en llegar. Algunas de ellas no consolidarán su idea, pero otros servicios se convertirán en fenómenos como Airbnb o el servicio de alquiler de coches bajo demanda Zipcar, adquirido recientemente por Avis por 500 millones de dólares.
Compitiendo con el modelo industrial tradicional
El fenómeno del intercambio de bienes entre usuarios evoluciona, tal y como preveían hace unos años el ex-director de Wired Chris Anderson, con su artículo y ensayo The Long Tail: la economía del intercambio dinamita el modelo industrial tradicional, con consumidor y productor en roles pétreos y no intercambiables.
Después de que YouTube avanzara en un modelo de producción audiovisual donde la audiencia se confunde con el creador y los roles se hacen volubles, o las bitácoras especializadas de calidad atrajeran a una audiencia fiel ajena a los medios tradicionales, los nuevos servicios permiten a cualquiera ser productor y creador no sólo de contenido en forma de “bits”, sino de bienes físicos. Átomos.
En su reportaje para Forbes sobre la nueva economía de usuarios-creadores que comparten y se buscan la vida desde lugares y sectores especialmente dañados por la crisis financiera y sus efectos subsecuentes, Tomio Geron cita las predicciones de Shervin Pishevar, inversor de capital riesgo de Menlo Ventures.
Según Pishevar, los nuevos servicios para alquilar, compartir, intercambiar, acceder al bienestar mediante el alquiler y sacar el máximo jugo posible a todo lo que poseemos, transformarán la economía de las ciudades.
“Esto es mucho mayor que cualquier aplicación específica”, dice. “Se trata de un movimiento tan importante como el que supuso la llegada del navegador de Internet”.
por nicolas boullosa para faircompanies.com
Para autorrealizarse, no hay que comprar a plazos, empeñarse hasta las cejas o frustrarse cuando ni siquiera se obtiene crédito para comprar a plazos lo que se percibe como prosperidad material.
O al menos es lo que piensan los participantes de la economía P2P (entre usuarios): las experiencias -aunque sean de alquiler o prestadas- generan el bienestar, y no la posesión de los productos, como nos han intentado convencer desde la II Guerra Mundial gracias alnacimiento del marketing moderno, entre otros fenómenos.
Contexto: implosión de los trabajos de cuello blanco
La prolongada recesión y la revolución tecnológica iniciada con la robotización e Internet, que ahora se traslada a las cosas físicas, son responsables de la pérdida del empleo tradicional de las clases medias urbanas.
Categorías enteras de oficios de cuello blanco, entre las que se incluyen el periodismo o las labores técnicas, administrativas y de intermediación de decenas de sectores, pierden fuelle con la crisis prolongada, el uso de Internet y la estructura deslocalizada de laseconomías de escala.
La carrera contra la máquina
En su ensayo Race Against the Machine, Andrew McAfee, investigador del MIT y colaborador de Harvard Business Review, expone por qué los nuevos robots y la producción bajo demanda obligarán a las sociedades avanzadas a repensar su estructura:
En *faircompanies seguimos con atención las tendencias educativas, tecnológicas, filosóficas, sociales, etc., que hacen frente a las consecuencias de los cambios que se suceden.
Los “nuevos buscavidas”
Si los productos físicos perderán material y ganarán contenido personalizado e intelectual (“desmaterialización” y retorno de ciertas manufacturas de alto valor añadido a los países ricos, esta vez a centros creativos personalizados con artesanos-hacker), los nuevos profesionales deberán adaptarse a la nueva era del crédito difícil con mayor astucia e imaginación.
A diferencia de las generaciones anteriores, amparadas en la estela económica del gran cambio productivo y de prosperidad de la II mitad del siglo XX, los “millenials” o jóvenes actuales se convierten, a menudo a su pesar, en los nuevos buscavidas, “hipsters” con formación y experiencia polifacéticas, dominio de las herramientas tecnológicas e inestabilidad laboral y económica.
Consumidores-productores: adaptación astuta a una situación cambiante
Esta fragilidad social de los “millenials”, a menudo los urbanitas más polímatas y atentos a las grandes tendencias, propulsa la nueva economía del alquiler de la prosperidad: en lugar de comprar costosos bienes y vivir para pagar sus plazos, un creciente número de personas opta por usar bajo demanda.
Para que se produjera el cambio cultural que ha hecho atractivo el uso de productos y servicios en lugar de su compra o posesión, no sólo han tenido lugar profundos cambios económicos, sino también del comportamiento: el consumo colaborativo -alquilar o compartir- permite disfrutar de las ventajas de algo sin padecer su principal desventaja: su coste inicial y de mantenimiento, se use o no.
El auge del acceso flexible al bienestar convierte una limitación de las nuevas clases medias, depauperadas y en riesgo de exclusión, en un mercado potencial de millones de personas, con empresas tecnológicas populares en todo el mundo, destinadas a convertir cualquier apartamento en alojamiento turístico (Airbnb), o facilitar el alquiler de vehículos bajo demanda (Zipcar).
Servicios deudores de los principios de la “Ética Hacker”
A medida que desaparecen trabajos de cuello blanco tradicionales y se imponen tanto la educación constante como el uso bajo demanda, una nueva generación de emprendedores, miembros ellos mismos de los “millenials” o nuevos buscavidas, conjugan humanidades y conocimientos técnicos, precisión “hacker” y artesanía, para crear tanto los nuevos productos, como los servicios que permiten compartirlos (intercambiarlos, alquilarlos, etc.).
El consumo colaborativo encaja con los valores fundacionales de la informática moderna e Internet, deudores del espíritu ingenuo y libertario de los primeros “techies” y “nerds” de Silicon Valley, influidos por la contracultura.
La primera generación de entusiastas de la informática como herramienta originó la “Ética Hacker“, un conjunto de principios contraculturales y libertarios que retornan ahora con fuerza en algunos de los servicios más populares de Internet y, cada vez más, el mundo real conectado a la Red (teléfono inteligente, “Internet de las cosas”).
Los principios:
Tendencias como los productos de código abierto, electrónicos y físicos, o la propia economía colaborativa a través de Internet, se inspiran en estos conceptos.
Frugalidad -obligada o buscada a propósito- tras el empacho de crédito
Debido a la crudeza de la realidad, que contrasta con el endeudamiento de los primeros años del siglo XXI -cuando el crédito barato disparó el consumo desaforado-, el perfil de los nuevos buscavidas choca con la aspiración tradicional de anteriores generaciones, con mayores porcentajes de brillantes aspirantes a un aburrido -y a menudo poco útil- puesto vitalicio, a poder ser de carácter funcionarial y blindado contra los vaivenes de la economía real.
Los esfuerzos de los “millenials” más versátiles, polímatas y preparados de los países ricos se traducen en nuevos productos y servicios que a menudo surgen de entornos de colaboración y ensayo y error que se suceden sobre la marcha, siguiendo modelos del desarrollo de software (“agile development”).
Nuevas manufacturas que transforman la olvidada economía industrial
Antiguos edificios de las ciudades más emblemáticas de los países ricos, que habían alojado las manufacturas de la I Revolución Industrial, reviven ahora para dar cabida a una nueva generación de emprendedores modestos, más por convicción que por necesidad: los Ferraris de los 90 se han transformado en bicicletas y vehículos híbridos, y las mansiones en pequeños apartamentos en San Francisco o Nueva York.
El diseñador y emprendedor canadiense afincado en Nueva York y fundador de Treehugger.com, Graham Hill, nos mostraba en una entrevista con Kirsten Dirksen (ver vídeo) su interpretación del nuevo espíritu de los emprendedores urbanitas, más interesados en el uso que en la posesión, en la experiencia con sentido para el proyecto vital de cada individuo por encima del consumo conspicuo y fardón.
“La propiedad será para los idiotas”
Hill augura que “en 15 años, la propiedad será para los idiotas. Menos flexibilidad, más responsabilidad, mayores costes económicos y financieros”.
Pero la profunda transformación desde la sociedad de la compra a crédito y las grandes empresas con economías de escala aplicadas en terceros países a una economía de acceso de alquiler al bienestar, que alquila y comparte, además de manufacturar a pequeña escala bienes con menos material y más servicio -gracias a tendencias como la “desmaterialización“, la impresión 3D casera y los movimientos DIY -hazlo tú mismo-, BYO, etc.-, no sólo afecta a los jóvenes profesionales y urbanitas, los “hipsters”, sino a todas las edades y estratos sociales.
Una economía donde se creador y consumidor se (con)funden
Con la alfabetización y ubicuidad promovidas por Internet, cualquiera puede crear o sacar partido de los nuevos productos y servicios de lasociedad colaborativa.
Por ejemplo, Tomio Geron expone en Forbes un caso entre miles que aparecería en las estadísticas como un número poco halagüeño en un momento de empleo precario en decenas de sectores, el del estadounidense Frederic Larson, un fotógrado de 63 años con dos hijos en la universidad.
Hace tiempo que los tiempos de holgura económica y beneficios empresariales como dietas o coche de empresa, pero los problemas del medio para el que trabajaba, el San Francisco Chronicle, le instigaron a mantener su calidad de vida y seguir con su proyecto vital en una situación menos boyante.
P2P flexible: sacar el máximo rendimiento a lo que poseemos
Ahora, combina las clases esporádicas en San Francisco y Hawaii con otros modelos de ingresos propios de los “nuevos buscavidas”: Larson usa servicios colaborativos como el sitio de alquiler vacacional entre usuarios Airbnb para arrendar su casa en el condado de Marin, en la península septentrional de la bahía de San Francisco, 12 días al mes por 100 dólares la noche, de los que obtiene 97 dólares netos.
Asimismo, transforma su Toyota Prius durante 4 noches a la semana en un servicio informal de taxi usando el servicio para compartir trayecto lanzado por la startup Lyft, logrando gracias a ello otros 100 dólares por noche.
No es una situación de abundancia para miles de trabajadores liberales que han desarrollado su proyecto vital en unas ciudades que, en un mal día, les devuelven un mensaje implacable por los servicios prestados: la ciudad sigue su ritmo, a menudo con precios inalcanzables cuando se trata de San Francisco, Nueva York, Londres, Barcelona, Roma, Atenas.
Cuando la frugalidad es compatible con un proyecto vital
Cuando ha alquilado su casa, Frederic Larson ocupa una habitación espartana y se ducha en el gimnasio, pero alquilando a terceros su casa y su vehículo obtiene un sobresueldo mensual de 3.000 dólares. “Tengo un producto, que es lo que comparto: mi Prius y mi casa”.
Ofreciendo a terceros los bienes de los que puede prescindir de manera esporádica, Larson ha convertido una situación potencial de riesgo de exclusión en un estilo de vida frugal, aunque autosuficiente y enriquecedor, al conocer nuevas personas y poder costearse sin recurrir a créditos ni ayuda familiar su estilo de vida, ahora más frugal y centrado en la introspección.
Menos superficialidad, más honestidad con uno mismo, sin recurrir a la desesperación ni culpar al mundo del destino de su anterior puesto como fotógrafo en el Chronicle. Pese a su edad, Frederic Larson es el arquetipo de los “nuevos buscavidas” de la economía basada en compartir.
Tomio Geron lo explica en Forbes:
“En lo que Larson se encuentra inmiscuido, es algo menos analizado [que los servicios entre usuarios para hacer tareas y recados, como TaskRabbit, Exec, Amazon Mechanical Turk] y con un potencial mucho más disruptivo: una economía para compartir, donde los propietarios de activos usan intermediarios digitales para aprovechar la capacidad no utilizada de las cosas que ya poseen, y los consumidores alquilan de sus conciudadanos en lugar de alquilar o comprar a través de una empresa”.
Airbnb, Zipcar y otros servicios de la economía P2P
El sitio de alquiler vacacional entre usuarios Airbnb se ha erigido en símbolo de la tendencia con una guía de servicios cada vez más extensa e imaginativa, que incluye:
Parking Panda, DogVacay, Rentoid, SnapGoods y Liquid son algunos de los últimos servicios en llegar. Algunas de ellas no consolidarán su idea, pero otros servicios se convertirán en fenómenos como Airbnb o el servicio de alquiler de coches bajo demanda Zipcar, adquirido recientemente por Avis por 500 millones de dólares.
Compitiendo con el modelo industrial tradicional
El fenómeno del intercambio de bienes entre usuarios evoluciona, tal y como preveían hace unos años el ex-director de Wired Chris Anderson, con su artículo y ensayo The Long Tail: la economía del intercambio dinamita el modelo industrial tradicional, con consumidor y productor en roles pétreos y no intercambiables.
Después de que YouTube avanzara en un modelo de producción audiovisual donde la audiencia se confunde con el creador y los roles se hacen volubles, o las bitácoras especializadas de calidad atrajeran a una audiencia fiel ajena a los medios tradicionales, los nuevos servicios permiten a cualquiera ser productor y creador no sólo de contenido en forma de “bits”, sino de bienes físicos. Átomos.
En su reportaje para Forbes sobre la nueva economía de usuarios-creadores que comparten y se buscan la vida desde lugares y sectores especialmente dañados por la crisis financiera y sus efectos subsecuentes, Tomio Geron cita las predicciones de Shervin Pishevar, inversor de capital riesgo de Menlo Ventures.
Según Pishevar, los nuevos servicios para alquilar, compartir, intercambiar, acceder al bienestar mediante el alquiler y sacar el máximo jugo posible a todo lo que poseemos, transformarán la economía de las ciudades.
“Esto es mucho mayor que cualquier aplicación específica”, dice. “Se trata de un movimiento tan importante como el que supuso la llegada del navegador de Internet”.
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