Es posible que no les suene su nombre, pero Anthony Levandosky es una de esas personas que resumen todo Sillicon Valley. Todo lo bueno y todo lo malo. Es un ingeniero brillante, un emprendedor exitoso, un empresario despiadado y un presunto espía industrial. También es el fundador de una iglesia.
Pero no una iglesia cualquiera: “The Way of Future” es una organización religiosa que tiene el propósito de “desarrollar y promover la realización de una deidad basada en la inteligencia artificial”. Puede parecer extraño, casi contraintuitivo. Sobre todo, porque no es algo anecdótico. Cada vez hay más movimientos de este tipo que demuestran que incluso en el corazón científico y tecnológico del mundo la religión resiste, crece y encuentra nuevos caminos.
Por la tecnología hacia la divinidad
Aunque hay pocos detalles sobre ‘Way of the Future’, Levandowski ha tenido un papel muy importante (y controvertido) en el mundo de la inteligencia artificial de los últimos años y es un conocido singularitariano. El singularitarianismo es uno de los movimientos articulados alrededor de la idea de que, en un futuro próximo, el desarrollo de superinteligencias artificiales desencadenará un crecimiento tecnológico abrupto que cambiará radicalmente la civilización humana.
A diferencia de otros grupos y de personajes públicos como Elon Musk, Bill Gates o Stephen Hawking, creen que la ‘singularidad tecnológica’ no solo es posible y deseable, sino que alcanzarla cuanto antes es un imperativo ético de primer orden.
(Peter Hershey/Unsplash)
El singularitarianismo es un movimiento nebuloso que empezó a tomar cuerpo en los primeros años de la década de los 2000 gracias a teóricos como Ray Kurzweil o Eliezer Yudkowsky y que ha alcanzado cierto desarrollo gracias a instituciones como la Singularity University o las conferencias de la Association for Advancement of Artifitial Intelligence.
Aunque es posible creer en la singularidad sin adscribirse a ideologías de este tipo, las organizaciones que como “Way of the Future” se reivindican como religiosas son cada vez más numerosas. El problema es que, si hacemos caso a las teorías tradicionales sobre procesos de secularización, no debería ser así. La ciencia, la tecnología y el desarrollo socioeconómico deberían llevarnos a una progresiva desaparición de la religión. Estos pensadores, ingenieros y predicadores muestran que la respuesta no era tan sencilla.
En 2008, el periodista John Horgan ya señalaba que muchas de estas propuestas sobre la singularidad tenían “una visión más religiosa que científica” del desarrollo tecnológico. Y, pese a la aparente novedad de los planteamientos, lo cierto es que quizás no sea demasiado sorprendente.
(Jenny Smith/Unsplash)
No sorprende, por ejemplo, a John Modern, profesor de estudios religiosos en el Franklin & Marshall College. “La tecnología se siente, se huele, se ve y se percibe como un Dios. Al menos algunas veces. Por tanto, es lógico que alguien vea el poder de la tecnología y encuentre su fe en ella”, explicaba Modern.
Tampoco sorprende a Candi Cann, otra experta en estudios religiosos de la Universidad de Baylor. Para ella, el futurismo es un elemento esencial de las nuevas religiones norteamericanas y tanto la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días como la Iglesia de la Cienciología (por poner algunos ejemplos) tienen “puntos de vista religiosos muy avanzados” en estos temas.
La pregunta por el futuro
Es cierto que los mormones suelen discutir sobre la posibilidad de colonizar otros planetas y que los cienciólogos muestran un enorme (e ideológico) interés en los desarrollos “técnicos” que redunden en un mayor desarrollo espiritual. Pero la historia va mucho más allá.
La forma en la que la ciencia y la tecnología ha ido reconfigurando las ideas religiosas es algo apasionante. A finales del siglo XIX, Nikolai Fedorov utilizó el darwinismo para defender la idea de que los seres humanos debían ‘evolucionar conscientemente’ hacia la resurrección.
Estas ideas fueron recogidas por un jesuita francés, Pierre Teilhard de Chardin que recogió y desarrolló estas ideas. Fue hablando de Teilhard cuando Huxley propuso, quizá por primera vez, el término “transhumanismo”. Y es que como dice el pastor Christopher Benek, fundador de la Asociación Transhumanista Cristiana y defensor de la evangelización de las inteligencias artificiales, el futuro siempre ha sido un tema propio de la teología.
(Pawel Nolbert/Unsplash)
Ya sea desde un punto de vista determinista (como el fatum escéptico, el ‘fatalismo’ islámico y la predestinacion calvinista) o desde posiciones más cercanas al libre albedrío, una característica constante de la religión es su conceptualización del futuro.
El ejemplo clásico de la teología cristiana es la insistencia de San Pablo en que “el elemento distintivo de los cristianos es el hecho de que ellos tienen futuro“, un futuro “positivo” (real, casi tangible) que ilumina las “cañadas oscuras” por donde caminan. Ideas como estas, formuladas de una u otra manera, se pueden encontrar en prácticamente todas las religiones.
También, en el singularitarianismo y en el transhumanismo en general. De hecho, lo que parece caracterizar a estos movimientos es la pretensión de tratar de responder las antiguas preguntas sobre el futuro con “una fe permanente en el poder transformador de la tecnología”.
Más allá del ser humano
“Nosotros buscamos la manera en que la gente pueda creer en Dios de forma consistente con la ciencia y la tecnología”, explica Martine Rothblatt, pastora de Terasem, un culto transhumanista que trata de responder a esas preguntas buscando la vida eterna gracias a la ciencia y la tecnología. Es quizás la versión más religiosa de los movimientos de criogenización sobre los que se ha discutido mucho.
Transhumanismo, criogenia y singularitarianismo son términos que suelen ir de la mano en la búsqueda de “ampliar el potencial humano superando el envejecimiento, las cognitivas, el sufrimiento involuntario y su confinamiento en el planeta Tierra”. Es decir, para conseguir que la tecnología transforme la condición humana. Kurzweil suele defender que “no habrá distinción, tras la singularidad, entre humanos y máquinas ni entre la realidad física y virtual”.
(eberhard grossgasteiger/Unsplash)
Terasem ha desarrollado una serie de prácticas que incluyen el registro audiovisual de pensamientos y sentimientos para facilitar la creación de una copia cognitiva, emocional y espiritualmente idéntica a nosotros: los ‘mindfiles’. Pero el universo transhumanista es mucho más rico de lo que podría parecer: hay decenas de asociaciones, organizaciones religiosas, centros de investigación y activistas desarrollando lo que el politólogo Francis Fukuyama llamó “la idea más peligrosa del mundo”
Aunque algunas de sus ideas (como la de que “Dios se está forjando con nuestros esfuerzos colectivos”) puede parecernos demasiado exóticas, otras muchas están cambiando radicalmente el debate de filósofos y expertos en bioética. El mejor ejemplo quizás sea que la ‘beneficencia procreativa‘ de Julian Savulescu (la obligación moral de mejorar genéticamente a nuestros hijos) es un tema de discusión fundamental hoy en día.
Porque Dios no está en el pasado, sino en el futuro
Pero es que incluso las ideas más extrañas tienen eco es otros mucho movimientos religiosos actuales como el Sinteísmo de Alexander Bard. Bard fue un teórico muy importante en la Internet de principios de los 2000. Su pasado religioso y espiritual siempre fue muy excéntrico (en 1992 se había convertido al zoroastrismo) y hace unos años, tras una epifanía personal, fundó un nuevo movimiento religioso: el sinteísmo.
La propuesta de Bard se encuentra lejos del transhumanismo sobre el que hemos hablado, pero tiene puntos de contacto. Incide en la idea nietzscheana de que ‘Dios ha muerto’, sí; pero rápidamente propone que la única forma de salir de ese atolladero existencial es volviéndolo a crear en la época de Internet. Es decir, frente a la idea tradicional de que Dios creó el mundo en el pasado, los sinteístas piensan que el mundo creará a Dios en el futuro. Es un esfuerzo por usar la tecnología para reconstruir la religión.
En Bard y su sinteísmo es donde más claro se ve que estos movimientos no dejan de ser una reconstrucción de las religiosidades tradicionales dentro de la cosmovisión científica del mundo contemporáneo. Son distintas respuestas a las necesidades espirituales de un amplio grupo de personas que han quedado desatendidas ante el crecimiento del ateísmo en Occidente.
Fuente
Es posible que no les suene su nombre, pero Anthony Levandosky es una de esas personas que resumen todo Sillicon Valley. Todo lo bueno y todo lo malo. Es un ingeniero brillante, un emprendedor exitoso, un empresario despiadado y un presunto espía industrial. También es el fundador de una iglesia.
Pero no una iglesia cualquiera: “The Way of Future” es una organización religiosa que tiene el propósito de “desarrollar y promover la realización de una deidad basada en la inteligencia artificial”. Puede parecer extraño, casi contraintuitivo. Sobre todo, porque no es algo anecdótico. Cada vez hay más movimientos de este tipo que demuestran que incluso en el corazón científico y tecnológico del mundo la religión resiste, crece y encuentra nuevos caminos.
Por la tecnología hacia la divinidad
Aunque hay pocos detalles sobre ‘Way of the Future’, Levandowski ha tenido un papel muy importante (y controvertido) en el mundo de la inteligencia artificial de los últimos años y es un conocido singularitariano. El singularitarianismo es uno de los movimientos articulados alrededor de la idea de que, en un futuro próximo, el desarrollo de superinteligencias artificiales desencadenará un crecimiento tecnológico abrupto que cambiará radicalmente la civilización humana.
A diferencia de otros grupos y de personajes públicos como Elon Musk, Bill Gates o Stephen Hawking, creen que la ‘singularidad tecnológica’ no solo es posible y deseable, sino que alcanzarla cuanto antes es un imperativo ético de primer orden.
El singularitarianismo es un movimiento nebuloso que empezó a tomar cuerpo en los primeros años de la década de los 2000 gracias a teóricos como Ray Kurzweil o Eliezer Yudkowsky y que ha alcanzado cierto desarrollo gracias a instituciones como la Singularity University o las conferencias de la Association for Advancement of Artifitial Intelligence.
Aunque es posible creer en la singularidad sin adscribirse a ideologías de este tipo, las organizaciones que como “Way of the Future” se reivindican como religiosas son cada vez más numerosas. El problema es que, si hacemos caso a las teorías tradicionales sobre procesos de secularización, no debería ser así. La ciencia, la tecnología y el desarrollo socioeconómico deberían llevarnos a una progresiva desaparición de la religión. Estos pensadores, ingenieros y predicadores muestran que la respuesta no era tan sencilla.
En 2008, el periodista John Horgan ya señalaba que muchas de estas propuestas sobre la singularidad tenían “una visión más religiosa que científica” del desarrollo tecnológico. Y, pese a la aparente novedad de los planteamientos, lo cierto es que quizás no sea demasiado sorprendente.
No sorprende, por ejemplo, a John Modern, profesor de estudios religiosos en el Franklin & Marshall College. “La tecnología se siente, se huele, se ve y se percibe como un Dios. Al menos algunas veces. Por tanto, es lógico que alguien vea el poder de la tecnología y encuentre su fe en ella”, explicaba Modern.
Tampoco sorprende a Candi Cann, otra experta en estudios religiosos de la Universidad de Baylor. Para ella, el futurismo es un elemento esencial de las nuevas religiones norteamericanas y tanto la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días como la Iglesia de la Cienciología (por poner algunos ejemplos) tienen “puntos de vista religiosos muy avanzados” en estos temas.
La pregunta por el futuro
Es cierto que los mormones suelen discutir sobre la posibilidad de colonizar otros planetas y que los cienciólogos muestran un enorme (e ideológico) interés en los desarrollos “técnicos” que redunden en un mayor desarrollo espiritual. Pero la historia va mucho más allá.
La forma en la que la ciencia y la tecnología ha ido reconfigurando las ideas religiosas es algo apasionante. A finales del siglo XIX, Nikolai Fedorov utilizó el darwinismo para defender la idea de que los seres humanos debían ‘evolucionar conscientemente’ hacia la resurrección.
Estas ideas fueron recogidas por un jesuita francés, Pierre Teilhard de Chardin que recogió y desarrolló estas ideas. Fue hablando de Teilhard cuando Huxley propuso, quizá por primera vez, el término “transhumanismo”. Y es que como dice el pastor Christopher Benek, fundador de la Asociación Transhumanista Cristiana y defensor de la evangelización de las inteligencias artificiales, el futuro siempre ha sido un tema propio de la teología.
Ya sea desde un punto de vista determinista (como el fatum escéptico, el ‘fatalismo’ islámico y la predestinacion calvinista) o desde posiciones más cercanas al libre albedrío, una característica constante de la religión es su conceptualización del futuro.
El ejemplo clásico de la teología cristiana es la insistencia de San Pablo en que “el elemento distintivo de los cristianos es el hecho de que ellos tienen futuro“, un futuro “positivo” (real, casi tangible) que ilumina las “cañadas oscuras” por donde caminan. Ideas como estas, formuladas de una u otra manera, se pueden encontrar en prácticamente todas las religiones.
También, en el singularitarianismo y en el transhumanismo en general. De hecho, lo que parece caracterizar a estos movimientos es la pretensión de tratar de responder las antiguas preguntas sobre el futuro con “una fe permanente en el poder transformador de la tecnología”.
Más allá del ser humano
“Nosotros buscamos la manera en que la gente pueda creer en Dios de forma consistente con la ciencia y la tecnología”, explica Martine Rothblatt, pastora de Terasem, un culto transhumanista que trata de responder a esas preguntas buscando la vida eterna gracias a la ciencia y la tecnología. Es quizás la versión más religiosa de los movimientos de criogenización sobre los que se ha discutido mucho.
Transhumanismo, criogenia y singularitarianismo son términos que suelen ir de la mano en la búsqueda de “ampliar el potencial humano superando el envejecimiento, las cognitivas, el sufrimiento involuntario y su confinamiento en el planeta Tierra”. Es decir, para conseguir que la tecnología transforme la condición humana. Kurzweil suele defender que “no habrá distinción, tras la singularidad, entre humanos y máquinas ni entre la realidad física y virtual”.
Terasem ha desarrollado una serie de prácticas que incluyen el registro audiovisual de pensamientos y sentimientos para facilitar la creación de una copia cognitiva, emocional y espiritualmente idéntica a nosotros: los ‘mindfiles’. Pero el universo transhumanista es mucho más rico de lo que podría parecer: hay decenas de asociaciones, organizaciones religiosas, centros de investigación y activistas desarrollando lo que el politólogo Francis Fukuyama llamó “la idea más peligrosa del mundo”
Aunque algunas de sus ideas (como la de que “Dios se está forjando con nuestros esfuerzos colectivos”) puede parecernos demasiado exóticas, otras muchas están cambiando radicalmente el debate de filósofos y expertos en bioética. El mejor ejemplo quizás sea que la ‘beneficencia procreativa‘ de Julian Savulescu (la obligación moral de mejorar genéticamente a nuestros hijos) es un tema de discusión fundamental hoy en día.
Porque Dios no está en el pasado, sino en el futuro
Pero es que incluso las ideas más extrañas tienen eco es otros mucho movimientos religiosos actuales como el Sinteísmo de Alexander Bard. Bard fue un teórico muy importante en la Internet de principios de los 2000. Su pasado religioso y espiritual siempre fue muy excéntrico (en 1992 se había convertido al zoroastrismo) y hace unos años, tras una epifanía personal, fundó un nuevo movimiento religioso: el sinteísmo.
La propuesta de Bard se encuentra lejos del transhumanismo sobre el que hemos hablado, pero tiene puntos de contacto. Incide en la idea nietzscheana de que ‘Dios ha muerto’, sí; pero rápidamente propone que la única forma de salir de ese atolladero existencial es volviéndolo a crear en la época de Internet. Es decir, frente a la idea tradicional de que Dios creó el mundo en el pasado, los sinteístas piensan que el mundo creará a Dios en el futuro. Es un esfuerzo por usar la tecnología para reconstruir la religión.
En Bard y su sinteísmo es donde más claro se ve que estos movimientos no dejan de ser una reconstrucción de las religiosidades tradicionales dentro de la cosmovisión científica del mundo contemporáneo. Son distintas respuestas a las necesidades espirituales de un amplio grupo de personas que han quedado desatendidas ante el crecimiento del ateísmo en Occidente.
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