Cualquier tecnócrata, científico, sociólogo, o mero profesor de secundaria te dirá que el mundo va a mejor; cualquier tiempo pasado fue bastante peor. No es un discurso positivista, sino una realidad demostrada. Si bien el denominado primer mundo tropieza repetidas veces con sus propias necesidades, el resto del planeta progresa a velocidad de crucero en educación, sanidad, alimentación y cuanto de verdad importa.
El 6% del PIB del Planeta o los 966,2 mil millones de dólares
La transformación digital supone un factor determinante en este cambio. La economía de Internet en los mercados desarrollados del G-20 crece a una tasa anual del 8%, superando a casi todos los sectores económicos tradicionales, aumentando la producción de riqueza y puestos de empleo.
Según el último informe de Internet Association, la economía de Internet equivale al 6% de todo el Producto Interior Bruto del planeta, unos 966,2 mil millones de dólares.
Fuente: BCG.Perspectives
Gracias a Internet, la idea de una persona en una isla remota puede cambiar el mundo entero. Va más allá de descubrir tu nueva banda favorita gracias a los algoritmos inteligentes de Spotify, de hacer la compra desde casa o de laeliminación de sucursales bancarias a favor de sistemas centralizados en banca móvil. Internet es la llave para publicar, para descubrir talento y ser descubierto. Suena agotado pero es evidente: Internet se ha transformado en ese altavoz que democratiza la comunicación a todos los niveles. Tras el ruido inevitable, uno puede lanzar sus proyectos y hacer temblar los cimientos de ideas viejas y mejorables.
En el vídeo de arriba, Megan Smith, CTO del Gobierno de Barack Obama, apela hacia la otra cara: gracias a los datos, obtenidos a través de la tecnología, se pueden perfilar las innovaciones y mejoras del futuro. Su objetivo central es capacitar tecnológicamente a los ciudadanos, para detectar el talento de manera inmediata. Smith afirma: «ahora tenemos acceso a las personas y a la información y eso nos permite colaborar de una forma extraordinaria».
Allá donde surja una idea habrá una conexión WiFi
El pasado septiembre de 2015, los Estados Miembros de la ONU aprobaron la «Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible», la cual incluye un conjunto de 17 objetivos. Lo interesante llegó después cuando, de todos los Programas de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Gobierno de la Casa Blanca lanzó una idea muy simple: una web-plataforma donde preguntaba: “vale, queremos conseguir todo esto, ¿cómo podemos lograrlo?”. Este llamamiento a la participación directa explotó en más de 800 propuestas y observaciones desde más de un centenar de países.
Cada cierto tiempo llega hasta nuestros oídos —precisamente gracias a Internet— una pequeña revolución en forma de proyecto. Boyan Slat, un joven holandés con apenas 19 años, presentó ‘The Ocean Cleanup’ en 2014, un sistema en el que se aprovechaba el transporte pasivo de basura gracias a las corrientes marítimas, para así retirar del océano las grandes concentraciones de plástico del Pacífico y evitar esto.
Más joven aún, con apenas 13 años, presentó Aidan Dwyer su proyecto para re-orientar las células fotovoltaicas respecto al Sol, de manera que, basándose en el crecimiento modular de las ramas de los árboles y siguiendo un patrón basado en la sucesión de Fibonacci, se mejoraría hasta en un 50% el rendimiento de las placas solares. Hoy día esa mejora está aplicada activamente.
Recordarán a Enrique Lomnitz, el estudiante mexicano de la Escuela de Diseño de Rhode Island que desarrolló un sistema de captación de agua de lluvia mediante su ‘Isla Urbana’, además de un proceso de transpiración que elimina entre el 68 y 80% de los contaminantes del agua recogida. O el proyecto de la firmaArchitecture and Vision, su Warka Water, una torre hecha de bambú y plástico biodegradable que recolecta agua de la humedad del ambiente y la convierte en agua potable, con la meta de “crear” agua en zonas de sequía prolongada o países como Etiopía.
O la australiana Cynthia Sin Nga Lam quien, con apenas 17 años, creó su H2prO, una pequeña célula solar conectada a un filtro de titanio, con intención de generar combustible a partir de una reacción fotocatalítica. Efectivamente, podía purificar agua y generar energía, en pequeñas cantidades pero con gran efectividad. Una idea escalable que quedó finalista en la Google Science Fair de 2014, certamen nacido en 2011 con objetivo de promover ciencia y tecnología entre los más jóvenes. Cada año participan estudiantes de más de 100 países. Jóvenes, talentosos, uniendo sinergias e impulsando un futuro global mejorado a través de Internet, de la comunicación total.
Un gran ente político o gubernamental dispone de la visibilidad y medios para lanzar plataformas. La ONU dispone de esa oportunidad: dar voz a todas las jóvenes promesas tecnológicas que buscan formas de mejorar el mundo. La juventud es un elemento clave: ellos vivirán el futuro, para ellos hay que construirlo. No en vano el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) organiza su programa Innovadores menores de 35, apelando no a una discriminación positiva sino a escuchar a esos nuevos creativos que pueden quedar silenciados por instituciones de mayor currículum, experiencia o bagaje público.
Tu PlayStation se usa para la ciencia
Pero, ¿y qué pasa con quienes no disponen de formación académica, o un laboratorio donde ceder espacio para investigar soluciones para el medioambiente, la distribución de alimentos o el cáncer? La computación distribuida o informática de malla es un popular modelo creado para que usuarios puedan ceder parte del potencial de sus sistemas, con el fin de emular el rendimiento de superordenadores, gracias a una infraestructura de telecomunicaciones distribuida.
Cualquier poseedor de una PlayStation 3 se habrá percatado de aquel icono denominado ‘folding@home’. Diseñado para «realizar simulaciones de plegamiento proteico relevante en enfermedades y otras dinámicas moleculares», la meta era determinar cómo las proteínas llegan a su estructura final, ayudando así a entender el comportamiento y desarrollo de enfermedades como el alzheimer o la fibrosis quística, y fabricar así fármacos efectivos.
folding@home es apenas la punta del iceberg. Existen miles de proyectos informáticos y de “grid computing” donde los donantes, poseedores de un sistema computacional, ceden parte de la potencia de cálculo de sus CPU y GPU mientras no los usan. Rosetta@home, proyecto heredero del anterior, basado en biología molecular; Einstein@Home, proyecto pionero en astrofísica que busca la evidencia de fuentes de ondas gravitacionales continuas; SETI@home proyecto de astrobiología con más de 5 millones de módulos activos a fecha de enero de 2016, con un equivalente a 821.773 TeraFlops; etcétera.
Gracias a Internet, desde el enfant terrible de la informática al simple usuario de un PC con buena voluntad y ganas de convertir su dormitorio en laboratorio portátil, todos pueden contribuir a diseñar un futuro mejor. Internet ha sido un artefacto político poderosísimo, ha servido para organizar movimientos ciudadanos a través de redes sociales, ha sacado las vergüenzas de cientos de perfiles privados mediante los ‘Panama Papers’ o los demonios de las Agencias de Inteligencia mediante Wikileaks.
Pasado, futuro e igualdad
Internet no es el motor de todos los cambios, evidentemente. En Estados Unidos no se permitió sufragio femenino total hasta 1965, aunque ya desde 1920 podían ejercer su derecho a voto las mujeres blancas de buena posición. Pero estamos hablando de varias generaciones de lucha. Un cambio demasiado lento.
La abolición de la esclavitud comenzó en Estados Unidos en 1789, pero no fue hasta 1865, con el final de la Guerra Civil y bajo la ley promulgada por el decimosexto presidente Abraham Lincoln, dos años antes. Estamos hablando de casi un siglo. Ahora el Black Power no está solo en mayoritarias manifestaciones, la lucha por sus derechosestá ganándose en la Red. Internet, en suma, actúa como centrifugadora acelerando los acontecimientos. El boca a boca se convierte en click a click, en vídeos virales, fotomontajes, hilos de Twitter y memes por doquier.
El cambio es intrínseco al progreso. Lo que verdaderamente hemos logrado alterar y concentrar es la línea del tiempo.
La pluralidad es una cuestión de edades, como veíamos, de voces y géneros. Bajo el proyecto Google Made with Code se creó CodeGirl, un documental de licencia gratuita donde se exponen herramientas para combatir la desigualdad de género en el sector tecnológico, facilitando los medios, dispositivos y la información necesaria para mejorar la posición de la mujer y consolidar su presencia.
Detrás de CodeGirl está TechNovation, el proyecto de Iridescent Learning con el que científicos, ingenieros e investigadores pretenden acercar su pasión a las niñas, quienes tienen menor representación en el sector. Technovation Challenge fue fundado en 2009 con el fin de animar la curiosidad y el atrevimiento de las jóvenes. Y los resultados se han dejado ver pronto: más de 5.000 niñas de 64 países han completado el programa Technovation y hasta 70% de ex-alumnas emprendió cursos en Ciencias de la Computación tras finalizar el programa.
Actualmente hay más de utopía feminista que de realidad. Los análisis de Google desprendes cifras devastadoras: un 74% manifiesta durante la Secundaria tener interés en estudiar una carrera tecnológica o científica, pero apenas un 0,3% termina estudiando grados relacionados con la computación. Unos datos similares maneja la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), organizadora del Girls in ITC Day y promovido por Microsoft: un 75% de las estudiantes de carreras tecnológicas abandonan antes de graduarse. Y estamos hablando de países con una educación eficaz, no de países en vías de desarrollo.
¿Y qué hay del resto del mundo, donde no llega el WiFi?
Esta es la pregunta más importante de todas, por incómoda, por su difícil respuesta. No todas las lenguas tienen voz en Internet, de hecho más de la mitad de todo Internet está escrito en inglés, un 55%.Una hegemonía que deja fuera cientos de idiomas, ya no decimos de las 4.200 millones de personas que siguen sin conexión a Internet.
Esto plantea otra cuestión: ¿deberían los Gobiernos suministrar Internet de manera reglada antes de que las empresas privadas gestionen las cuotas de mercado? Basándonos en la Declaración de los Derechos Humanos y su extensión digital en torno a Internet, está claro: Internet debería ser un derecho humano y libre.
Por su parte, las principales empresas han iniciado sus caminos hacia la conquista de terrenos ignotos. Los pesos pesados de la comunicación no buscan ningún lucro activo: la información es poder y los datos la divisa de este nuevo siglo.
Para ello Google también tiene respuesta: su proyecto Loon, lanzado en 2011, pretende llevar la conectividad a lugares remotos mediante globos lanzados a la estratosfera. Aunque si bien se han encontrado contrabas gubernamentales en India —como ya sucediera con Facebook— o Sudáfrica, ya lograron completar su primera vuelta al Mundo y no parece que vayan a quedarse estancados. Facebook hizo lo propio lanzando el satélite AMOS-6 para proveer Internet gratuito a 14 países situados en las zonas más pobladas de África subsahariana. El talento está en todas partes. Es imprescindible descubrirlo antes de perderlo.
Del «haz lo que te diga» al «make yourself»
En los países emergentes como China o Brasil, los proyectos tecnológicos y la inversión en I+D se disparan. Es obvio que los grandes capitales tienen mayor margen de maniobra, y de responsabilidad: Bill y Melinda Gates, a través de su fundación, comenzaron el año pasado sus ensayos con el proyecto Omniprocessor, una máquina que seca y quema excrementos produciendo electricidad, pirólisis y depuración de aguas.
Por otro lado tendríamos la denominada “Cultura hacedora”, del anglosajón «Maker Movement». En la actualidad, casi cualquier persona dispone de los medios y herramientas para crear algo con lo que cambiar y mejorar su entorno. Placas de bajo coste como Arduino, videotutoriales de robótica para cualquier tipo de usuario, impresoras 3D; las herramientas están al alcance tanto de start-ups, como de usuarios de a pie, ya sea para fabricar órganos artificiales o nuestros propios juguetes.
El brillante proyecto Enabling the Future facilita prótesis gratuitas mediante impresión 3D a personas que no pueden costearse dichas extensiones biónicas. Bajo su perfil colaborativo, cualquier institución académica puede afiliarse a esta iniciativa —en España, el Instituto de Formación Profesional Don Bosco trabaja mediante voluntarios bajo esta ruta—.
Y, donde no hay presupuesto para comprar una impresora 3D, se crea: en 2012, el arquitecto africano Sénamé Agboginou fundó la organización WoeLab, promoviendo la fabricación de tecnología sostenible. Uno de los miembros más jóvenes de la fundación, Lalle Nadjagou utilizó desechos electrónicos para crear una funcional impresora 3D en miniatura. Desde Togo lanzaron un exitosocrowdfunding para la fabricación de su segunda impresora, creada a partir de residuos de viejos ordenadores y escáneres.
En un país donde el 60% de la población está bajo el umbral de la pobreza, donde la escasez de recursos y las nulas regulaciones gubernamentales convierten el Estado en un gigante vertedero, el propio Agboginou declaró algo realmente revelador: «tal vez vamos a tener una gran economía basada en la transformación de los residuos; tal vez los desechos electrónicos serán el nuevo oro».
Internet es el motor de comunicación más importante del siglo XXI. Por algo las principales innovaciones vienen desde este sector: de clientes de mensajería como WhatsApp a Vine; de portales como Menéame a bibliotecas como Wikipedia; del chat de Facebook a plataformas de mecenazgo como Kickstarter o Patreon. Internet ha convertido núcleos de investigación en ágoras pop, y está haciendo más por la igualdad, los derechos laborales y la visibilidad tecnológica que siglos anteriores, donde guerras de patentes dificultaban el trabajo de investigadores esmerados. Y aún queda muchísimo por construir.
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Cualquier tecnócrata, científico, sociólogo, o mero profesor de secundaria te dirá que el mundo va a mejor; cualquier tiempo pasado fue bastante peor. No es un discurso positivista, sino una realidad demostrada. Si bien el denominado primer mundo tropieza repetidas veces con sus propias necesidades, el resto del planeta progresa a velocidad de crucero en educación, sanidad, alimentación y cuanto de verdad importa.
El 6% del PIB del Planeta o los 966,2 mil millones de dólares
La transformación digital supone un factor determinante en este cambio. La economía de Internet en los mercados desarrollados del G-20 crece a una tasa anual del 8%, superando a casi todos los sectores económicos tradicionales, aumentando la producción de riqueza y puestos de empleo.
Según el último informe de Internet Association, la economía de Internet equivale al 6% de todo el Producto Interior Bruto del planeta, unos 966,2 mil millones de dólares.
Gracias a Internet, la idea de una persona en una isla remota puede cambiar el mundo entero. Va más allá de descubrir tu nueva banda favorita gracias a los algoritmos inteligentes de Spotify, de hacer la compra desde casa o de laeliminación de sucursales bancarias a favor de sistemas centralizados en banca móvil. Internet es la llave para publicar, para descubrir talento y ser descubierto. Suena agotado pero es evidente: Internet se ha transformado en ese altavoz que democratiza la comunicación a todos los niveles. Tras el ruido inevitable, uno puede lanzar sus proyectos y hacer temblar los cimientos de ideas viejas y mejorables.
En el vídeo de arriba, Megan Smith, CTO del Gobierno de Barack Obama, apela hacia la otra cara: gracias a los datos, obtenidos a través de la tecnología, se pueden perfilar las innovaciones y mejoras del futuro. Su objetivo central es capacitar tecnológicamente a los ciudadanos, para detectar el talento de manera inmediata. Smith afirma: «ahora tenemos acceso a las personas y a la información y eso nos permite colaborar de una forma extraordinaria».
Allá donde surja una idea habrá una conexión WiFi
El pasado septiembre de 2015, los Estados Miembros de la ONU aprobaron la «Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible», la cual incluye un conjunto de 17 objetivos. Lo interesante llegó después cuando, de todos los Programas de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Gobierno de la Casa Blanca lanzó una idea muy simple: una web-plataforma donde preguntaba: “vale, queremos conseguir todo esto, ¿cómo podemos lograrlo?”. Este llamamiento a la participación directa explotó en más de 800 propuestas y observaciones desde más de un centenar de países.
Cada cierto tiempo llega hasta nuestros oídos —precisamente gracias a Internet— una pequeña revolución en forma de proyecto. Boyan Slat, un joven holandés con apenas 19 años, presentó ‘The Ocean Cleanup’ en 2014, un sistema en el que se aprovechaba el transporte pasivo de basura gracias a las corrientes marítimas, para así retirar del océano las grandes concentraciones de plástico del Pacífico y evitar esto.
Más joven aún, con apenas 13 años, presentó Aidan Dwyer su proyecto para re-orientar las células fotovoltaicas respecto al Sol, de manera que, basándose en el crecimiento modular de las ramas de los árboles y siguiendo un patrón basado en la sucesión de Fibonacci, se mejoraría hasta en un 50% el rendimiento de las placas solares. Hoy día esa mejora está aplicada activamente.
Recordarán a Enrique Lomnitz, el estudiante mexicano de la Escuela de Diseño de Rhode Island que desarrolló un sistema de captación de agua de lluvia mediante su ‘Isla Urbana’, además de un proceso de transpiración que elimina entre el 68 y 80% de los contaminantes del agua recogida. O el proyecto de la firmaArchitecture and Vision, su Warka Water, una torre hecha de bambú y plástico biodegradable que recolecta agua de la humedad del ambiente y la convierte en agua potable, con la meta de “crear” agua en zonas de sequía prolongada o países como Etiopía.
O la australiana Cynthia Sin Nga Lam quien, con apenas 17 años, creó su H2prO, una pequeña célula solar conectada a un filtro de titanio, con intención de generar combustible a partir de una reacción fotocatalítica. Efectivamente, podía purificar agua y generar energía, en pequeñas cantidades pero con gran efectividad. Una idea escalable que quedó finalista en la Google Science Fair de 2014, certamen nacido en 2011 con objetivo de promover ciencia y tecnología entre los más jóvenes. Cada año participan estudiantes de más de 100 países. Jóvenes, talentosos, uniendo sinergias e impulsando un futuro global mejorado a través de Internet, de la comunicación total.
Un gran ente político o gubernamental dispone de la visibilidad y medios para lanzar plataformas. La ONU dispone de esa oportunidad: dar voz a todas las jóvenes promesas tecnológicas que buscan formas de mejorar el mundo. La juventud es un elemento clave: ellos vivirán el futuro, para ellos hay que construirlo. No en vano el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) organiza su programa Innovadores menores de 35, apelando no a una discriminación positiva sino a escuchar a esos nuevos creativos que pueden quedar silenciados por instituciones de mayor currículum, experiencia o bagaje público.
Tu PlayStation se usa para la ciencia
Pero, ¿y qué pasa con quienes no disponen de formación académica, o un laboratorio donde ceder espacio para investigar soluciones para el medioambiente, la distribución de alimentos o el cáncer? La computación distribuida o informática de malla es un popular modelo creado para que usuarios puedan ceder parte del potencial de sus sistemas, con el fin de emular el rendimiento de superordenadores, gracias a una infraestructura de telecomunicaciones distribuida.
Cualquier poseedor de una PlayStation 3 se habrá percatado de aquel icono denominado ‘folding@home’. Diseñado para «realizar simulaciones de plegamiento proteico relevante en enfermedades y otras dinámicas moleculares», la meta era determinar cómo las proteínas llegan a su estructura final, ayudando así a entender el comportamiento y desarrollo de enfermedades como el alzheimer o la fibrosis quística, y fabricar así fármacos efectivos.
folding@home es apenas la punta del iceberg. Existen miles de proyectos informáticos y de “grid computing” donde los donantes, poseedores de un sistema computacional, ceden parte de la potencia de cálculo de sus CPU y GPU mientras no los usan. Rosetta@home, proyecto heredero del anterior, basado en biología molecular; Einstein@Home, proyecto pionero en astrofísica que busca la evidencia de fuentes de ondas gravitacionales continuas; SETI@home proyecto de astrobiología con más de 5 millones de módulos activos a fecha de enero de 2016, con un equivalente a 821.773 TeraFlops; etcétera.
Gracias a Internet, desde el enfant terrible de la informática al simple usuario de un PC con buena voluntad y ganas de convertir su dormitorio en laboratorio portátil, todos pueden contribuir a diseñar un futuro mejor. Internet ha sido un artefacto político poderosísimo, ha servido para organizar movimientos ciudadanos a través de redes sociales, ha sacado las vergüenzas de cientos de perfiles privados mediante los ‘Panama Papers’ o los demonios de las Agencias de Inteligencia mediante Wikileaks.
Pasado, futuro e igualdad
Internet no es el motor de todos los cambios, evidentemente. En Estados Unidos no se permitió sufragio femenino total hasta 1965, aunque ya desde 1920 podían ejercer su derecho a voto las mujeres blancas de buena posición. Pero estamos hablando de varias generaciones de lucha. Un cambio demasiado lento.
La abolición de la esclavitud comenzó en Estados Unidos en 1789, pero no fue hasta 1865, con el final de la Guerra Civil y bajo la ley promulgada por el decimosexto presidente Abraham Lincoln, dos años antes. Estamos hablando de casi un siglo. Ahora el Black Power no está solo en mayoritarias manifestaciones, la lucha por sus derechos está ganándose en la Red. Internet, en suma, actúa como centrifugadora acelerando los acontecimientos. El boca a boca se convierte en click a click, en vídeos virales, fotomontajes, hilos de Twitter y memes por doquier.
El cambio es intrínseco al progreso. Lo que verdaderamente hemos logrado alterar y concentrar es la línea del tiempo.
La pluralidad es una cuestión de edades, como veíamos, de voces y géneros. Bajo el proyecto Google Made with Code se creó CodeGirl, un documental de licencia gratuita donde se exponen herramientas para combatir la desigualdad de género en el sector tecnológico, facilitando los medios, dispositivos y la información necesaria para mejorar la posición de la mujer y consolidar su presencia.
Detrás de CodeGirl está TechNovation, el proyecto de Iridescent Learning con el que científicos, ingenieros e investigadores pretenden acercar su pasión a las niñas, quienes tienen menor representación en el sector. Technovation Challenge fue fundado en 2009 con el fin de animar la curiosidad y el atrevimiento de las jóvenes. Y los resultados se han dejado ver pronto: más de 5.000 niñas de 64 países han completado el programa Technovation y hasta 70% de ex-alumnas emprendió cursos en Ciencias de la Computación tras finalizar el programa.
Actualmente hay más de utopía feminista que de realidad. Los análisis de Google desprendes cifras devastadoras: un 74% manifiesta durante la Secundaria tener interés en estudiar una carrera tecnológica o científica, pero apenas un 0,3% termina estudiando grados relacionados con la computación. Unos datos similares maneja la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), organizadora del Girls in ITC Day y promovido por Microsoft: un 75% de las estudiantes de carreras tecnológicas abandonan antes de graduarse. Y estamos hablando de países con una educación eficaz, no de países en vías de desarrollo.
¿Y qué hay del resto del mundo, donde no llega el WiFi?
Esta es la pregunta más importante de todas, por incómoda, por su difícil respuesta. No todas las lenguas tienen voz en Internet, de hecho más de la mitad de todo Internet está escrito en inglés, un 55%.Una hegemonía que deja fuera cientos de idiomas, ya no decimos de las 4.200 millones de personas que siguen sin conexión a Internet.
Esto plantea otra cuestión: ¿deberían los Gobiernos suministrar Internet de manera reglada antes de que las empresas privadas gestionen las cuotas de mercado? Basándonos en la Declaración de los Derechos Humanos y su extensión digital en torno a Internet, está claro: Internet debería ser un derecho humano y libre.
Por su parte, las principales empresas han iniciado sus caminos hacia la conquista de terrenos ignotos. Los pesos pesados de la comunicación no buscan ningún lucro activo: la información es poder y los datos la divisa de este nuevo siglo.
Para ello Google también tiene respuesta: su proyecto Loon, lanzado en 2011, pretende llevar la conectividad a lugares remotos mediante globos lanzados a la estratosfera. Aunque si bien se han encontrado contrabas gubernamentales en India —como ya sucediera con Facebook— o Sudáfrica, ya lograron completar su primera vuelta al Mundo y no parece que vayan a quedarse estancados. Facebook hizo lo propio lanzando el satélite AMOS-6 para proveer Internet gratuito a 14 países situados en las zonas más pobladas de África subsahariana. El talento está en todas partes. Es imprescindible descubrirlo antes de perderlo.
Del «haz lo que te diga» al «make yourself»
En los países emergentes como China o Brasil, los proyectos tecnológicos y la inversión en I+D se disparan. Es obvio que los grandes capitales tienen mayor margen de maniobra, y de responsabilidad: Bill y Melinda Gates, a través de su fundación, comenzaron el año pasado sus ensayos con el proyecto Omniprocessor, una máquina que seca y quema excrementos produciendo electricidad, pirólisis y depuración de aguas.
Por otro lado tendríamos la denominada “Cultura hacedora”, del anglosajón «Maker Movement». En la actualidad, casi cualquier persona dispone de los medios y herramientas para crear algo con lo que cambiar y mejorar su entorno. Placas de bajo coste como Arduino, videotutoriales de robótica para cualquier tipo de usuario, impresoras 3D; las herramientas están al alcance tanto de start-ups, como de usuarios de a pie, ya sea para fabricar órganos artificiales o nuestros propios juguetes.
El brillante proyecto Enabling the Future facilita prótesis gratuitas mediante impresión 3D a personas que no pueden costearse dichas extensiones biónicas. Bajo su perfil colaborativo, cualquier institución académica puede afiliarse a esta iniciativa —en España, el Instituto de Formación Profesional Don Bosco trabaja mediante voluntarios bajo esta ruta—.
Y, donde no hay presupuesto para comprar una impresora 3D, se crea: en 2012, el arquitecto africano Sénamé Agboginou fundó la organización WoeLab, promoviendo la fabricación de tecnología sostenible. Uno de los miembros más jóvenes de la fundación, Lalle Nadjagou utilizó desechos electrónicos para crear una funcional impresora 3D en miniatura. Desde Togo lanzaron un exitosocrowdfunding para la fabricación de su segunda impresora, creada a partir de residuos de viejos ordenadores y escáneres.
En un país donde el 60% de la población está bajo el umbral de la pobreza, donde la escasez de recursos y las nulas regulaciones gubernamentales convierten el Estado en un gigante vertedero, el propio Agboginou declaró algo realmente revelador: «tal vez vamos a tener una gran economía basada en la transformación de los residuos; tal vez los desechos electrónicos serán el nuevo oro».
Internet es el motor de comunicación más importante del siglo XXI. Por algo las principales innovaciones vienen desde este sector: de clientes de mensajería como WhatsApp a Vine; de portales como Menéame a bibliotecas como Wikipedia; del chat de Facebook a plataformas de mecenazgo como Kickstarter o Patreon. Internet ha convertido núcleos de investigación en ágoras pop, y está haciendo más por la igualdad, los derechos laborales y la visibilidad tecnológica que siglos anteriores, donde guerras de patentes dificultaban el trabajo de investigadores esmerados. Y aún queda muchísimo por construir.
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