Aún a día de hoy estamos discutiendo sutilezas jurídicas acerca de si copiar bits es lo mismo que robar objetos físicos, dado que la copia de bits (por ejemplo, una canción, una película, o un libro digitalizado) no sustrae el objeto original al autor, al contrario de lo que ocurre cuando se sustrae un objeto físico.
Sin embargo, la cosa no ha hecho más que empezar. En breve vamos a enfrentarnos a discusiones mucho más bizantinas no solo en el ámbito de los bits, sino de los átomos, gracias al advenimiento delas impresoras en 3D. ¿Qué pasará cuando la máquina de copiar jamones sea algo real?
El 3D en vías de desarrollo
Pero lejos de cuestiones de leguleyo que podrían zanjarse rápidamente si se admitieran dos premisas (a saber, que la copia privada y sin ánimo de lucro tanto de bits como de átomos satisface a una mayoría social antes que a una minoría comercial, y que la minoría comercial podría obtener lucro si cambiara su modelo de negocio), la impresión en 3D puede ser la punta de lanza de los países en vías de desarrollo.
Esta clase de máquinas pueden crear objetos físicos a bajo coste (usando un coste bajísimo basado casi en exclusiva en la materia prima, sin intermediarios), usando los datos tridimensionales de un objeto y trazando los contornos de su forma, a través de capas superfinas superpuestas, con plástico líquido u otro material (en breve veremos impresión de comida bastante aceptable).
Imprimiendo toda clase de objetos, desde piezas de maquinaria hasta comida, el impacto de la impresión 3D puede constituir una revolución pareja a la que ya están sufriendo los países en vías de desarrollo gracias a la expansión de los bits, Internet y el smartphone. Tal y como abundan en elloEric Schmidt y Jared Cohen en El futuro digital:
Las impresoras 3D comunales en los países pobres permitirán a la gente crear cualquier herramienta u objeto que requiera plantillas de código abierto (información digital gratuita), en vez de esperar la entrega a través de medios complicados o inciertos de productos prefabricados de mayor precio.
Futuro seis mil millones
Todavía somos incapaces de pronosticar cómo la impresión 3D va a revolucionar el Primer Mundo en apenas un par de décadas, así que mucho menos sabemos cómo lo haría en los países en vías de desarrollo. Pero fijándonos en cómo Internet lo está cambiando, tan solo hemos de extrapolar los extraordinarios resultados de bits a átomos.
La conexión mediante telefonía 1.0 y 2.0 resulta ya tan importante para tales países que se ha convertido en un objeto de primera necesidad. En Kenia, los nómadas masai de Loodariak, por ejemplo, viven sin electricidad ni agua corriente, pero transportan, junto con sus espadas, dispositivos móviles que usan para pagar lo que compran en el mercado. En Corea del Norte se llevan a cabo viajes arriesgados para contravenir la prohibición de traer teléfonos y tablets. En Cuba han conseguido puntos de conexión a internet, y se trafica con el “paquete”, discos duros llenos de las últimas novedades audiovisuales que se copian en Miami y se pasan de mano en mano como si fuera droga dura.
Ahora mismo hay dos mil millones de personas conectadas en la aldea global 2.0, y las innovaciones en ese campo son sorprendentes en apenas un puñado de años (¿Alguien recuerda cómo era el mundo antes de los smartphones, hace diez años? ¿Sin Wikipedia? ¿Sin Google?). Cuando se incorporen cuatro mil millones más de personas a este mundo virtual, conoceremos una situación de colaboración 2.0 totalmente inaudita. Culturas aisladas se conectarán mejor entre sí, y se conectarán, a su vez, con las culturas que ya están interconectadas.
Lo menos importante ante tal situación será cómo regular el ánimo de lucro de algunos de los productores de bits y átomos, porque siempre habrá gente que hará todo eso sin ese ánimo de lucro, tal y como señala Clay Shirky en su libro Excente cognitivo o lo harán mediante modelos de negocio que impliquen no pagar nada (o pagar mediante freemium o con un coste marginal próximo a cero, como en los estacionamientos gratuitos de los grandes almacenes), tal y como analiza Chris Anderson en su libro Gratis.
Para cuando lean esto los millones de nuevas mentes que aparezcan por aquí. Bienvenidos.
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Aún a día de hoy estamos discutiendo sutilezas jurídicas acerca de si copiar bits es lo mismo que robar objetos físicos, dado que la copia de bits (por ejemplo, una canción, una película, o un libro digitalizado) no sustrae el objeto original al autor, al contrario de lo que ocurre cuando se sustrae un objeto físico.
Sin embargo, la cosa no ha hecho más que empezar. En breve vamos a enfrentarnos a discusiones mucho más bizantinas no solo en el ámbito de los bits, sino de los átomos, gracias al advenimiento delas impresoras en 3D. ¿Qué pasará cuando la máquina de copiar jamones sea algo real?
El 3D en vías de desarrollo
Pero lejos de cuestiones de leguleyo que podrían zanjarse rápidamente si se admitieran dos premisas (a saber, que la copia privada y sin ánimo de lucro tanto de bits como de átomos satisface a una mayoría social antes que a una minoría comercial, y que la minoría comercial podría obtener lucro si cambiara su modelo de negocio), la impresión en 3D puede ser la punta de lanza de los países en vías de desarrollo.
Esta clase de máquinas pueden crear objetos físicos a bajo coste (usando un coste bajísimo basado casi en exclusiva en la materia prima, sin intermediarios), usando los datos tridimensionales de un objeto y trazando los contornos de su forma, a través de capas superfinas superpuestas, con plástico líquido u otro material (en breve veremos impresión de comida bastante aceptable).
Imprimiendo toda clase de objetos, desde piezas de maquinaria hasta comida, el impacto de la impresión 3D puede constituir una revolución pareja a la que ya están sufriendo los países en vías de desarrollo gracias a la expansión de los bits, Internet y el smartphone. Tal y como abundan en elloEric Schmidt y Jared Cohen en El futuro digital:
Futuro seis mil millones
Todavía somos incapaces de pronosticar cómo la impresión 3D va a revolucionar el Primer Mundo en apenas un par de décadas, así que mucho menos sabemos cómo lo haría en los países en vías de desarrollo. Pero fijándonos en cómo Internet lo está cambiando, tan solo hemos de extrapolar los extraordinarios resultados de bits a átomos.
La conexión mediante telefonía 1.0 y 2.0 resulta ya tan importante para tales países que se ha convertido en un objeto de primera necesidad. En Kenia, los nómadas masai de Loodariak, por ejemplo, viven sin electricidad ni agua corriente, pero transportan, junto con sus espadas, dispositivos móviles que usan para pagar lo que compran en el mercado. En Corea del Norte se llevan a cabo viajes arriesgados para contravenir la prohibición de traer teléfonos y tablets. En Cuba han conseguido puntos de conexión a internet, y se trafica con el “paquete”, discos duros llenos de las últimas novedades audiovisuales que se copian en Miami y se pasan de mano en mano como si fuera droga dura.
Ahora mismo hay dos mil millones de personas conectadas en la aldea global 2.0, y las innovaciones en ese campo son sorprendentes en apenas un puñado de años (¿Alguien recuerda cómo era el mundo antes de los smartphones, hace diez años? ¿Sin Wikipedia? ¿Sin Google?). Cuando se incorporen cuatro mil millones más de personas a este mundo virtual, conoceremos una situación de colaboración 2.0 totalmente inaudita. Culturas aisladas se conectarán mejor entre sí, y se conectarán, a su vez, con las culturas que ya están interconectadas.
Lo menos importante ante tal situación será cómo regular el ánimo de lucro de algunos de los productores de bits y átomos, porque siempre habrá gente que hará todo eso sin ese ánimo de lucro, tal y como señala Clay Shirky en su libro Excente cognitivo o lo harán mediante modelos de negocio que impliquen no pagar nada (o pagar mediante freemium o con un coste marginal próximo a cero, como en los estacionamientos gratuitos de los grandes almacenes), tal y como analiza Chris Anderson en su libro Gratis.
Para cuando lean esto los millones de nuevas mentes que aparezcan por aquí. Bienvenidos.
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